La Salud Vista desde la Sociología

Francisco de Goya- El Garrotillo

Resumen:

Este artículo es un repaso a los conceptos básicos que se manejan en la sociología con respecto a la salud y la enfermedad, así como, una descripción de lo que los enfoques teóricos más importantes como son el funcionalismo, el constructivismo social y la sociología crítica, aportan a la sociología de la salud.

Índice:
Definición social de la salud
La salud según donde te pilla
Las dimensiones sociales de la salud
Los sistemas sanitarios
Enfoques teóricos de la sociología de la salud
Funcionalismo
Constructivismo social
Sociología crítica
Definición social de la salud

La obstinación de nosotros los sociólogos de ver detrás de todo un sustrato social, lo que da lugar a chistes y chanzas, tan sólo es comparable con la obstinación de la realidad en darnos la razón. Y es que la salud no es una excepción, tiene una dimensión social.

La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) (1) definió a la salud, en 1946, como “un estado de completo bienestar físico, mental y social”, es decir, que podríamos decir que la salud es una cuestión tanto biológica como social.

La salud de la gente viene marcada por distintas características sociales. En primer lugar, tenemos que un indicador bueno de la salud de cada cual, es la salud de los que le rodean. La gente se está autoevaluando continuamente por comparación con otros, para hacerlo tienen que utilizar como patrón los estándares de salud de su sociedad. Disfrutar de una buena salud es cuestión de tener las mismas enfermedades que los vecinos. Tener sobrepeso en un país desarrollado es bastante común y, precisamente por ello, la gente no se considera enferma, pero en otros lugares menos afortunados, puede considerarse incluso como un síntoma de buena salud.

En segundo término, existe una relación entre la enfermedad y la ética. No es extraño echar la culpa del padecimiento de una determinada enfermedad a los que la sufren. Me acuerdo de mi madre, que en paz descanse, diciendo que fulanito tenía tuberculosis por que se daba a la bebida y a las mujeres. No olvidemos el estigma que era padecer SIDA o sífilis. Respecto a esta última, acordémonos que cuando apareció en la historia, durante la guerra entre el rey Francisco I de Francia y nuestro emperador Carlos V - guerra que se llamó “de la fornicación” - los españoles e italianos de la época llamaron al nuevo azote divino el “mal gálico” y los franceses, echando balones fuera, lo llamaban “mal itálico”. Nadie quería reclamar para sí la autoría.

En tercer lugar, el cambio social afecta a las ideas sobre la salud. Los cambios sociales afectan a la idea que tenemos de salud y de enfermedad. Recuerdo que cuando yo era un niño fumar no representaba un peligro para la salud. Todo el mundo fumaba a partir de cierta edad. Era, incluso, un reconocimiento de que ibas para adulto. Por aquel tiempo las sardinas eran muy perniciosas y la aspirina se usaba para todo.

En cuarto lugar, la salud está relacionada con la calidad de vida. No son las mismas las condiciones sanitarias en los países desarrollados que las de los países en vía de desarrollo.

Por último, relacionado con lo anterior, dentro de un país desarrollado la salud va por barrios, no es lo mismo tener desahogo económico a la hora de enfrentar una enfermedad que ser pobre de solemnidad. Estas diferencias las redujo el Estado de bienestar, pero no del todo. Así que podemos afirmar que la salud tiene relación con la desigualdad social.

La salud según donde te pilla

Si nos fijamos en la esperanza de vida al nacer, según el último informe publicado por la OMS en 2014 (2), un niño nacido en 2012 en un país de ingresos altos tenía una esperanza de vida de 75,8 años, o sea, 15 años más que un niño nacido en un país de ingresos bajos (60,2 años). Para las niñas la diferencia es aún mayor: 18,9 años más en los países de ingresos altos (82,0 años) que en los de ingresos bajos (63,1 años).

Aunque también hay que reconocer que se han hecho progresos en los países de ingresos bajos, la media de la esperanza de vida ha aumentado 9 años entre 1990 y 2012, de 51,2 a 60,2 años en los hombres, y de 54,0 a 63,1 años en las mujeres.

El lugar de nacimiento también determina la forma en que se fallece. en el último decenio casi todos los países del mundo han sufrido un gran desplazamiento de las muertes prematuras por enfermedades infecciosas (típicas de los países en desarrollo) hacia las debidas a enfermedades no transmisibles y lesiones (típicas en los países ricos). Sin embargo, los países se encuentran en fases muy diferentes de esta transición epidemiológica. Por término medio, en la Región de África de la OMS el 70% de los fallecimientos prematuros se deben a las enfermedades infecciosas o de carácter materno, neonatal y nutricional, mientras que en los países de ingresos altos estas causas solo representan actualmente un 8%.

Todos estos datos nos dan una idea clara. Las diferencias de salud entre las sociedades, a estas alturas de la película, siguen siendo enormes.

En los países de renta baja casi mil millones de personas sufren alguna enfermedad relacionada con la pobreza. Esta situación se ceba sobre todo en la población infantil, el 10% de los seres humanos mueren antes del primer año de edad.

Entre los problemas básicos relacionados con la pobreza, que afectan gravemente en la salud de las personas, nos podemos encontrar con la falta de comida o, simplemente, una dieta monótona basada en unos pocos alimentos; la falta de agua potable que favorece la difusión de enfermedades infecciosas; la escasez de médicos y demás personal sanitario; la escasez de medicamentos y la escasez de infraestructura médica, es decir, consultorios, hospitales y equipamiento médico.

Todo esto conduce a un círculo vicioso entre enfermedad y pobreza. La pobreza favorece la extensión de la enfermedad entre la población activa lo que provoca una pérdida de la capacidad productiva, que es lo mismo que decir que hay una pérdida de renta, lo que agrava la situación de pobreza. Además, los avances médicos reducen las infecciones, lo cual es positivo, pero como efecto colateral se produce un incremento demográfico que va en contra del crecimiento económico. Todo un panorama.

En los países europeos, hasta la segunda mitad del siglo XIX, se mantenían los mismos parámetros demográficos que los que padecen actualmente los países de renta baja. Lo primero que cambió fue la mejora en las condiciones de salubridad de los hogares y de las ciudades. Posteriormente fue la mejora en los medicamentos y en la tecnología médica. Más tarde, después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados empezaron a reconocer la salud como un derecho ciudadano y se empezaron a desarrollar sistemas de bienestar social. La OMS declaró en 1982 la salud como un derecho humano. A partir de estos cambios se consiguió aumentar la esperanza de vida de manera drástica.


Las dimensiones sociales de la salud

En el apartado anterior hemos visto cómo vivir en una sociedad desarrollada o en vías de desarrollo marca una diferencia enorme en términos de salud y bienestar. ¿Pero que pasa dentro de una misma sociedad?

Pues dentro de un mismo territorio, las diferencias en las tasas de morbilidad y mortalidad entre las clases sociales proporcionan evidencias suficientes para poder afirmar que los factores socioeconómicos influyen de una manera importante en la salud de las personas.

Hay un estudio reciente dirigido por el especialista español en epidemiología social (3) Manuel Franco (4) de la Universidad de Alcalá denominado “Barrios Saludables” (“Heart Healthy Hoods”) financiado por el Consejo Europeo de Investigación. En el estudio, realizado en la ciudad de Madrid entre 2014 y 2019, se establece que la diferencia en la esperanza de vida, entre un barrio rico y un barrio pobre, puede llegar a siete años.

La investigación de Franco ha constatado que cuanto menor es el nivel socioeconómico de un distrito peores son las viviendas, las condiciones laborales, hay mayor densidad de tiendas de “alimentos basura” que resultan ser los más baratos, hay más falta de instalaciones deportivas lo que redunda en una menor actividad física, hay mayor consumo de tabaco y alcohol y mayores índices de contaminación. Como dato curioso, el equipo del profesor Franco, encontró que había una media de 17 establecimientos de comida basura en un radio de 400 metros de los colegios.

Y, aunque no lo he visto en el estudio “Barrios Saludables”, me atrevería a decir que a un mayor nivel socioeconómico conlleva una mejor atención sanitaria. Los ricos pueden permitirse los tratamientos más caros y tienen más resistencia ante las pérdidas de oportunidades económicas y los gastos extraordinarios que afloran durante una enfermedad.

En mi entorno social cercano, es muy común disponer, entre los que se lo pueden permitir, además de la seguridad social, de un seguro privado, lo que reduce el tiempo de espera en las pruebas médicas y especialidades y acudir al sistema público para las “cosas importantes”, como operaciones quirúrgicas. De esta manera optimizan sus recursos.

Aparte de la clase social, existen otras dimensiones sociales de la salud, como el tipo de vida, la edad o el género. El tipo de vida que se lleva es determinante en la esperanza de vida y en la esperanza de vida saludable de las personas, el tabaquismo, la mayor o menor ingesta de alcohol, el consumo de sustancias tóxicas.

Las mujeres superan en esperanza de vida a los hombres, precisamente porque tienen un estilo de vida más saludable, y porque presentan, en general, menos agresividad y menos represión de las emociones, además, estadísticamente, van más al médico lo que implica un diagnóstico temprano.
Respecto de la relación entre la edad y la salud es tan evidente que no hace falta explicarla.

Mantener la desigualdad en la salud es un error, tanto como subconjunto de la desigualdad de clases o como parte de la desigualdad entre sociedades, es más, es muy poco inteligente; en cuestiones relacionadas con la enfermedad siempre se puede producir un efecto bumerang, por ejemplo, cuando no se atajan enfermedades infecciosas en la población más desfavorecida puede extenderse la enfermedad a los sectores más favorecidos. Si algo ha demostrado la crisis del coronavirus es que, de vez en cuando, no hay torre de marfil en la que refugiarse, el miedo a perder la salud nos llega a todos.

Los sistemas sanitarios

Macionis y Plummer definen a la medicina como una institución social (5) que tiene por objetivo combatir la enfermedad y mejorar la salud de la población.

En las sociedades preindustriales la responsabilidad del mantenimiento de la salud dependía de la familia y en personas sin cualificación ni formación específica que realizaban funciones sanitarias, tales como curanderos o comadronas. Estas personas realizaban su función y curaban en función del conocimiento tradicional de plantas curativas y de la atención al ánimo del enfermo, de una manera que podríamos calificar a medio camino entre lo sanitario y lo religioso.

Durante la edad media se empezaron a configurar las profesiones médicas que fueron creando gremios que organizaban la deontología y la forma de adquirir conocimiento. En aquel tiempo, los ricos accedían a los mejores recursos médicos, que tampoco eran para tirar cohetes de alegría, y el resto de la población, cuando venían mal dadas, eran atendidas en hospitales de las órdenes e instituciones religiosas. Era una medicina de caridad.

En las sociedades modernas complejas, hay un cuerpo de personas especializadas que han recibido una formación intensiva y extensa que les hace merecedores de una cualificación técnica, en general, socialmente muy respetada. Las profesiones sanitarias se ejercen en exclusividad, nadie puede invadir las competencias médicas sin la acreditación adecuada. Además, se cuenta con una infraestructura médica consistente en consultorios y hospitales y con la provisión de los medicamentos elaborados por la industria farmacéutica. Todo este conglomerado forma el sistema sanitario que mueve una gran cantidad de bienes y servicios que se financian con presupuestos gigantescos.

Cómo se reparte ese pastel es lo que marca los dos modelos de sistema sanitario: el socialista y el capitalista.

En el modelo socialista, el Estado se encarga de atender las necesidades sanitarias de la población. Todos los fondos que van a parar al sistema sanitario, es decir, para el personal sanitario, para la infraestructura y para la provisión de medicamentos son públicos. En general, en estos sistemas la iniciativa privada está constreñida o, simplemente, no está permitida. Se trata de un modelo igualitario, pero renuncia a la iniciativa privada que regulada y bien llevada puede aportar soluciones eficientes al sistema sanitario general de un país.

En el modelo capitalista que está en vigor en los países desarrollados es un modelo mixto en el que conviven un sistema sanitario público con instituciones privadas. Por tanto, la atención sanitaria depende en parte de los recursos económicos de cada cual.

El porcentaje de atención pública es muy variado, pero en Europa, donde se encuentran los Estados de bienestar más estructurados, existe una cobertura media del 80% de gasto sanitario. A pesar de los recortes que el neoliberalismo nos ha traído, todavía se conserva este bien social.

Los Estados Unidos son una excepción entre los países industrializados pues carece de una sanidad pública integral. Existen dos programas públicos, Medicare y Medicaid, que atienden a personas mayores y personas sin ingresos, pero con una cobertura médica muy discreta. Hay gente que se alista en el ejército para disponer toda su vida de sanidad como veterano.

Las personas acuden a seguros privados con coberturas más o menos extensas, los profesionales con ingresos altos tienen acceso a servicios mejores, algunas pólizas forman parte del propio contrato de trabajo con la empresa.  De todas formas, una familia de clase media puede tener grandes problemas si alguno de sus miembros cae en una enfermedad con tratamiento caro. No hace falta ser sociólogo para saberlo, basta con ver alguna película o serie de televisión que trate el tema, la industria cultural norteamericana ha denunciado esta situación muchas veces.

Según datos aportados por Macionis y Plummer, con seguros privados y ayudas públicas, el 85% de la población norteamericana dispone de algún tipo de cobertura sanitaria, aunque la mayoría de manera incompleta. Un 15% de población del país más poderoso del mundo no dispone de ninguna asistencia sanitaria.

En un reciente artículo, el politólogo español Roger Senserrich (6) describe con mayor detalle estos porcentajes. El 49% de la población norteamericana recibe su seguro médico de la empresa como parte de su salario, de manera que si pierdes el trabajo, pierdes el seguro; en Medicaid está registrado el 20%, en Medicare el 14%, en la sanidad militar el 1% y el 15% restante son los que se lo pagan ellos mismos en el mercado individual que son el 6% y el resto, el 9%, está fuera del sistema, unos 30 millones de personas.

Me detengo tanto en el caso de Estados Unidos porque para mí representa la patología del sistema sanitario, es decir, la desigualdad social en los servicios médicos, que hace más pobres a los ciudadanos, y la transferencia de fondos públicos a la iniciativa privada sin obtener servicios adecuados. Al final, un sistema así se parece mucho a una medicina de caridad medieval.

Enfoques teóricos de la salud

Tres escuelas sociológicas se han preocupado especialmente de la sociología de la salud: el funcionalismo (7) – que como sabemos ha intentado explicar desde su perspectiva casi todos los fenómenos sociales -, la sociología crítica (8) – que ha intentado hacer lo propio -, y el constructivismo social –muy influenciado por la fenomenología y por el interaccionismo simbólico – que es una escuela que se preocupa por los aspectos cotidianos de la vida social.

El funcionalismo

El sociólogo funcionalista más importante, Talcott Parsons (9), definió la sanidad como el mecanismo por el que un sistema social mantiene a sus miembros sanos. La enfermedad es disfuncional y va en contra de los objetivos de la sociedad. 

Parsons habla del rol del enfermo, el lector recordará que un rol social es una pauta de comportamiento socialmente aceptada, pues bien, con este comportamiento específico la sociedad entiende que es la conducta adecuada en alguien que está enfermo y lo acepta como tal.

Este rol presenta ciertas características. En primer lugar, la enfermedad supone una interrupción de las responsabilidades cotidianas. Pero para poder ejercer esta conducta, el paciente necesita de una acreditación médica. En nuestras sociedades es el médico el que otorga el rol de enfermo.

En segundo término, la enfermedad de un individuo no es deliberada, por lo tanto, no debe ser castigado por padecerla. Las conductas individuales que conducen a perder la salud son mal vistas socialmente.

En tercer lugar, un enfermo ha de querer recuperarse. La sociedad está dispuesta a ayudar pues la salud es una función social pero el paciente debe poner de su parte, debe hacer caso al médico y seguir el tratamiento. Obstinarse en seguir los malos hábitos o no seguir el tratamiento también despierta la censura del entorno social del paciente.

Por último, una persona enferma debe recibir ayuda de personal cualificado, no están bien vistos los tratamientos heterodoxos de personas que no pertenecen al estamento médico. Y esto nos lleva al segundo rol social que identifica Parsons: el rol del médico.

El papel del médico se centra se centra en diagnosticar la enfermedad y sanar a los pacientes para que vuelvan a su actividad cotidiana. El cumplimiento de esta función se basa en un conocimiento especializado debidamente justificado.

En la relación entre médico y paciente se produce una dependencia, el primero debe proporcionar información al enfermo y éste debe seguir al pie de la letra sus indicaciones. Esta relación de dependencia acaba siendo jerárquica, se deben cumplir las órdenes del médico, aunque existen diferencias de grado entre sociedades distintas.

El constructivismo social

El constructivismo social afirma que cualquier experiencia que los seres humanos consideran “real” es en sí misma una creación social, siendo al mismo tiempo producto y producción social. Berger (10) y Luckmann (11) dejaron escrito: “La sociedad es un producto humano. La sociedad es una realidad objetiva. El hombre es un producto social”. Estas tres oraciones simples proporcionan una estructura teórica para comprender cómo las personas se relacionan no solo con su mundo social externo, sino también con sus propias identidades.

Fiel a su origen, los estudios constructivistas analizan la salud y la enfermedad como construcciones sociales. Examinan aspectos como las percepciones cotidianas que tiene la gente respecto de la enfermedad, las connotaciones ideológicas que reciben las enfermedades y el proceso de construcción del conocimiento médico.

Pero ¿cómo es la construcción social de la enfermedad? Para el constructivismo social las personas reaccionan frente a la enfermedad basándose en definiciones sociales que pueden tener justificación médica o no. La reacción al SIDA estuvo basada en el miedo y la intolerancia, en el caso del COVID-19 ha tenido una respuesta más integrada, como si fuera una guerra y en parte se ha basado en el conocimiento científico, aún así ha habido episodios de intolerancia. La salud, siempre según los autores constructivistas, no es un hecho objetivo sino un proceso de negociación con uno mismo y con su entorno.

En cuanto al modo en que se construye y organiza el conocimiento médico, estos autores piensan que no está basado completamente en el conocimiento científico, sino que está mediatizado por connotaciones culturales. Las ideas, las prácticas y el modo de comportamiento de los médicos no surgen por generación espontánea, sino que son el resultado de procesos de construcción social que tienen una nada desdeñable dimensión histórica. Esto podemos apreciarlo por ejemplo cuando se discute la clasificación de algún síndrome como enfermedad o no.

Los mecanismos por lo que se construye la realidad en la consulta médica son tan importantes como los conocimientos médicos necesarios para tratar la enfermedad. Se compone un escenario en el que se deben dejar claro aspectos tales como la higiene, la seriedad, la profesionalidad o la asexualidad, esto se realiza mediante el uso de patrones culturales socialmente aceptados.

El escenario se combina con una buena representación, según el sociólogo británico Phil Strong (12), que analizó más de mil consultas de pediatría, existen pautas rituales. Strong identificó cuatro. El ritual burocrático por el que el médico se arroga con toda la autoridad del proceso y deja claro que él es el único competente. El ritual clínico, en el que el paciente reconoce la autoridad del médico. El ritual privado en el que se acepta la cualificación y competencia del médico básicamente porque se paga por ello. Y, por último, el ritual caritativo que, en el caso de las consultas pediátricas, se produce cuando el médico deja al descubierto la incapacidad o negligencia de la madre.

Los constructivistas también han estudiado la organización social de la enfermedad, es decir, cómo es la experiencia de vivir la enfermedad. Se analizan cuestiones como el significado que da la gente a la enfermedad, el modo en que se medican, o las estrategias del enfermo para sobrellevarla.

En este sentido la sociología constructivista señala tres conceptos que manejan las personas como respuesta a las dolencias que padecen. En primer lugar, el trabajo de enfermedad, es decir, el modo en el que el enfermo controla sus síntomas, toma la medicación de manera adecuada y sigue los consejos médicos. En segundo término, el trabajo cotidiano, o el modo en el que la gente es capaz de seguir su vida a pesar de la enfermedad sobreponiéndose a los síntomas. Y, por último, el trabajo biográfico, el modo en que la gente crea una historia con la que dar sentido a su enfermedad y que es compartida por su entorno. Lo que Arthur Kleinmann (13) denominó las narraciones de la enfermedad.

No podemos terminar de examinar las ideas constructivistas sobre la salud, sin citar un concepto muy interesante que ellos han propuesto, el proceso de medicalización. Es un proceso de construcción social por el que se da a determinados hechos un significado médico. Los constructivistas apuntan a que muchos comportamientos que sido morales o privados han pasado a la esfera médica. Por ejemplo, los trastornos alimenticios, el abuso del alcohol, los hábitos sexuales han pasado de la esfera social a ser tratados como problemas médicos. De esta manera, ideas y conductas que pertenecen a la ética se convierten pasan a la esfera médica, de manera que, hay que establecer una terapia adecuada como enfermedades de nuevo cuño.

La sociología crítica

La sociología crítica se ha fijado en tres cuestiones principales: el acceso a la atención sanitaria, la mercantilización de la sanidad y la politización de la economía.

Respecto a la atención sanitaria, los críticos piensan que en las sociedades capitalistas se ha convertido a la salud en una mercancía más, lo que representa que el acceso a la salud depende de la renta y, por tanto, se crea un campo más para el desarrollo de la desigualdad social.

Esto pasa en mayor o menor grado en todas las sociedades desarrolladas, pero en un fenómeno más pronunciado, como ya hemos indicado anteriormente, en los Estados Unidos que carece de una red pública de sanidad.

A este respecto, la perspectiva marxista defiende que el modo de garantizar el acceso a la atención sanitaria de un modo igualitario pasa por una redistribución radical de los recursos económicos.

En cuanto a la mercantilización de la sanidad, John Ehrenreich (14) habla de un afán de lucro que convierte a médicos, hospitales e industria farmacéutica en un gran conglomerado multimillonario. La industria farmacéutica ha sido la más rentable durante muchos años y, aunque ha perdido cierto fuelle con respecto a otros sectores, sigue siendo un fabuloso negocio mundial que se reparten unas cuantas multinacionales.

En opinión de Ehrenreich el interés por incrementar los beneficios de estas industrias ha fomentado prácticas médicas poco éticas como la petición innecesaria de pruebas, operaciones quirúrgicas poco útiles o el exceso de medicamentos en los tratamientos.

Desde la sociología crítica se argumenta que la decisión de llevar a cabo estas prácticas refleja el interés financiero de la clase médica y los hospitales por encima de las necesidades reales de los pacientes.

El acceso desigual a la atención sanitaria y la mercantilización de la misma nos lleva a la tercera característica que estudia la sociología crítica: la politización de la medicina. Aunque la medicina, como institución social, se presenta como neutral y científica, lo cierto – según los autores críticos – es que toma partido en cuestiones sociales trascendentes. Macionis y Plummer al tratar este punto citan el caso de la enfermedad mental de la histeria, que se designa con un término que deriva de la palabra griega “hyster” que significa “útero”.

Muchas veces los médicos presentan las enfermedades sólo desde un punto de vista biólogico o médico, sin tener en cuenta las causas sociales. Se centran en el germen – bacteria o virus – sin pensar en que la falta de condiciones higiénicas, las dietas poco adecuadas o el hábitat y otras carencias derivadas de la pobreza, fomentan la difusión de las enfermedades.

Para la sociología crítica, cuando la medicina realiza este tipo de diagnósticos, resta carga política a la gestión pública de la salud, reduciendo la posibilidad de que se apliquen políticas públicas tendentes a reducir esas lacras sociales al tratarlas como simple cuestiones de biología.

Sociólogo

Nota: La imagen del principio es el cuadro de Francisco de Goya, “El Garrotillo”, se trata de un sanador que está examinando a un niño de garrotillo, nombre con el que se conocía la difteria.

Notas:

  1. La Organización Mundial de la Salud (OMS) es el organismo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) especializado en gestionar políticas de prevención, promoción e intervención a nivel mundial en la salud, definida en su Constitución como un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente como la ausencia de afecciones o enfermedades. Inicialmente fue organizada por el Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas, que impulsó la redacción de los primeros estatutos de la OMS. La primera reunión de la OMS tuvo lugar en Ginebra en 1948.
  2. No he encontrado ningún estudio posterior de la OMS.
  3. La epidemiología social estudia cómo se distribuyen la salud y las enfermedades entra la población de una sociedad determinada.
  4. Manuel Franco es profesor de epidemiología en los grados de Biología y Medicina en la Universidad de Alcalá y profesor adjunto en el departamento de epidemiología de la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health. En investigador principal del proyecto “Heart Healthy Hoods” del European Research Council.
  5. Una institución social es antes que nada una práctica que ha conseguido un grado amplio de aceptación social. En el sentido de que las acciones que se ajustan a esta pauta social no parecen visibles o destacables, siendo por el contrario muy visibles aquellas otras que parecen alejarse de esas pautas o transgredirlas. Cuando una determinada práctica social adquiere esa aceptación generalizada se dice que tal práctica se ha institucionalizado.
  6. Roger Senserrich es politólogo, por mucho que insista en hablar un poco de todo. Dejando de lado una extraña obsesión con los ferrocarriles, su principal interés es la interacción entre sistemas políticos y economía, y cómo las instituciones favorecen o obstaculizan la elaboración de buenas políticas públicas. Actualmente vive en New Haven, Connecticut, trabajando como coordinador de programas y lobista ocasional en CAHS, una ONG centrada en temas de pobreza.
  7. Funcionalismo. Según el enfoque funcionalista una sociedad puede entenderse metafóricamente como un organismo vivo que se compone de distintos órganos o estructuras cada uno de ellos con una función o funciones necesarias para que el organismo social pueda vivir. La sociedad es un sistema complejo cuyas partes - subsistemas - “encajan” entre sí produciendo un equilibrio o estabilidad social.
  8. Los autores pertenecientes la sociología crítica piensan que el conflicto y el poder son las claves del orden social. Las elites coaccionan o manipulan a las clases subordinadas gracias a su influencia en las instituciones básicas de la sociedad. Piensan que la naturaleza humana no es egoísta sino altruista, cooperativa y flexible. Creen que una sociedad más igualitaria y justa es posible.
  9. Talcott Parsons 13 de diciembre de 1902 – 8 de mayo de 1979) fue un sociólogo estadounidense. Cursó estudios en el Amherst College, el London School of Economics y la Universidad de Heidelberg (Alemania). Dio clases de sociología en la Universidad Harvard de 1927 hasta 1974 como director del Departamento de Sociología de dicha universidad (1944). Más tarde fue nombrado presidente del nuevo Departamento de Relaciones Sociales 1946 y posteriormente presidente de la American Sociological Association en 1949. Es uno de los mayores exponentes del funcionalismo estructural en Sociología. Dicha teoría social sostiene que las sociedades tienden hacia la autorregulación, así como a la interconexión de sus diversos elementos (valores, metas, funciones, etc.). La autosuficiencia de una sociedad está determinada por necesidades básicas, entre las que se incluían la preservación del orden social, el abastecimiento de bienes y servicios, la educación como socialización y la protección de la infancia.
  10. Peter Ludwig Berger (Viena, Austria; 17 de marzo de 1929-Brookline, Massachusetts; 27 de junio de 2017)1​ fue un teólogo luterano y sociólogo vienés. Fue director e investigador senior del Instituto de Cultura, Religión y Asuntos Mundiales de la Universidad de Boston. Fue conocido, sobre todo, por su obra La construcción social de la realidad: un tratado en la sociología del conocimiento (1966), que escribió junto con Thomas Luckmann.
  11. Thomas Luckmann (Jesenice, 14 de octubre 1927-10 de mayo de 2016)1​ fue un sociólogo alemán de origen esloveno. Sus campos de investigación principales fueron la sociología de la comunicación, sociología del conocimiento, sociología de la religión, y filosofía de la ciencia.
  12. Phil Strong, sociólogo británico, uno de los sociólogos de posguerra que ha influenciado más en la sociología de la salud en el Reino Unido. Divulgador de las ideas de E. Goffman, el trabajo de Strong combinaba un riguroso trabajo empírico con una gran imaginación sociológica. Su investigación empírica incluye estudios sobre las consultas clínicas, las reformas del sistema de salud y sobre la historia social del SIDA.
  13. Arthur Michael Kleinman es psiquiatra estadounidense y profesor de antropología médica y psiquiatría intercultural en la Universidad de Harvard. Es bien conocido por su trabajo sobre enfermedades mentales en la cultura china.
  14. John Ehrenreich (nacido el 20 de febrero de 1943) es un autor, académico y psicólogo clínico estadounidense que ha publicado libros sobre política de salud, política humanitaria, historia y política social de Estados Unidos.


Bibliografía:
Sociología
John J. Macionis y Ken Plummer
Paerson-Prentice Hall
Madrid 2005

Sociología
Anthony Giddens
3ª Edición
Alianza Editorial
Madrid 2000

George Ritzer
Teoría Sociológica Moderna
Mac Graw-Hill
Ediciones 2ª y 3ª
Madrid 2001-2003

The Blackwell Encyclopedia of Sociology
George Ritzer y otros autores
Blackwell Publishing
Oxford RU, 2007

Roger Senserrich
Politikón
Abril 2020

Estadísticas Mundiales de la Salud 2014
Organización Mundial de la Salud
Ginebra 2015

Population and vital statistics report
January 2020
United Nations
Nueva York 2020

Estadísticas Sanitarias Mundiales 2014
Organización Mundial de la Salud
Ginebra 2015

Grabado de Francisco de Goya: ¿De qué mal morirá?



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2 comentarios:

  1. Muy interesante trabajo. En especial la contribución a esclarecer conceptos desde el ámbito de la salud y la propia sociología. Ademas, su ensayo deja claridad en cuanto a la influencia de ka práctica social en el origen y el tratamiento de las enfermedades.

    Abrazos

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