Ley de la Velocidad de las Comunicaciones

Gráfico de una organización según Mintzberg
Fuente: mintznes.blospot.com
Esta semana vuelvo a poner en circulación un nuevo extracto del artículo “También hay vida en el Planeta Burocracia” , en el que – como ya he comentado anteriormente – se definen, de una manera desenfadada pero rigurosa, 35 leyes de funcionamiento interno de una organización burocrática que he ido recopilando durante los 26 años que llevo trabajando en este tipo de estructuras organizativas.

Cada ley tiene un enunciado y una justificación explicativa.

Enunciado

Cuanto más informal es un canal de comunicación mayor es la velocidad de transmisión del mensaje

Justificación:

Pude comprobar la existencia de esta ley antes incluso de trabajar en ninguna empresa, cuando todavía era estudiante. Fue durante mi servicio militar en la Infantería de Marina. La Armada española, cómo todos los ejércitos del mundo, es una organización burocrática en la que destaca sobre las demás características una fuerte implicación de la jerarquía. Es más, probablemente, los ejércitos fueron las primeras organizaciones humanas de carácter burocrático que se crearon en el interesante período histórico de la transición entre la edad media y la edad moderna, cuando nacieron los ejércitos permanentes al compás del surgimiento del Estado moderno.

Un buen día mi teniente, que me encomendaba peligrosas misiones administrativas ya que de las otras – las de armas - ni las había ni me habría elegido a mí, me encargó hacer gestiones ante otra oficina del mismo cuartel, al mando de otro teniente.

Sólo que éste segundo oficial, llamémosle teniente Mengano no era de academia, era chusquero y además tenía un cuadro enorme del generalísimo Franco vestido de capitán general de la Armada, comoquiera que mi teniente representaba el nuevo ejército surgido de la transición política, joven, profesional, preparado, con una carrera universitaria además de la militar, la tolerancia y cariño que le profesaba Mengano eran más bien de perfil bajo. De hecho, entre la tropa era legendaria la enemistad entre ambos supuestamente confirmada con peleas o duelos al amanecer con los sables reglamentarios, como eran legendarios también los cuernos de determinado capitán cuya causa, decían,  era la insatisfacción de su mujer ante su progresiva y manifiesta impotencia, o que un subteniente era "un punto negro" por haber matado a golpes a un soldado de reemplazo por no haber saltado por la cubierta de un barco cuando se lo ordenó en unas maniobras conjuntas con la marina de los Estados Unidos. No me fiaba mucho entonces de tales rumores no confirmados y, pasado el tiempo, me fié aún menos pues hablando con amigos de sus respectivas "milis" - un verdadero pasatiempo de los varones ibéricos que gracias al gobierno de Aznar las nuevas generaciones no podrán disfrutar - en todo cuartel había un capitán cornudo, un subteniente homicida y un duelo de sables al amanecer. 

Mi teniente me instruyó sobre lo que quería. “Hay dos formas de hacer esta gestión – me dijo – la primera es que hagamos el formulario ad-hoc, lo pasemos a la oficina del coronel, de ahí se trate en la reunión de jefes, el comandante Zutano dará una orden escrita al teniente en cuestión para que su oficina haga el papel que necesitamos y que nos lo enviará por el conducto reglamentario, en total de mes y medio a dos meses”.

“¿Y la otra manera?”- le pregunté – “la otra manera es que vayas a ver a ese cabo de su oficina que conoces y   hables directamente con él y le cuentes la historia y hoy por mi y mañana por ti”.

Bueno pues así lo hicimos, hablé con el cabo “amiguete” y todo estaba prácticamente solucionado cuando el teniente Mengano entró en la oficina y me preguntó que qué hacía allí, bueno no fue exactamente así, introdujo algún término malsonante en la pregunta. Si no me hubiera pillado habría salido con el papel que mi teniente necesitaba, pero al encontrarme en su oficina y tener que explicarle a qué había ido recibí una bronca cuartelera dirigida en realidad a mi teniente y, éste, mi teniente, recibió el papel dos meses después. De un día a dos meses no está mal.

En mi vida profesional he comprobado esta ley muchas veces, siempre que se recurre a canales oficiales se tarda mucho más en obtener resultados que se pueden acortar si se acude directamente a la persona adecuada.

En las organizaciones burocráticas, que llevan en su propio ser el procedimiento reglamentario y la documentación escrita, es muy difícil eliminar los canales oficiales de comunicación, además también cumplen sus funciones, entre ellas, quizá la más importante sea que todas las partes implicadas reconozcan la legalidad de todos los pasos del procedimiento. Así que la mayor parte de las veces, estas comunicaciones informales sirven para desbloquear procedimientos, flexibilizar ánimos, conseguir pasar un asunto con mayor rapidez por la travesía de un trámite determinado, es decir, pequeños empujones que hacen que un papel viaje del punto A al punto B de manera más rápida.

El empleado perfectamente burocrático (1) jamás utilizará caminos informales de información. Seguirá el procedimiento establecido incluso si este es absurdo o tremendamente lento. Él jamás sentirá apremio ni la necesidad de que el asunto se solucione, eso queda para los que, como yo mismo, sufrimos el drama de haber estudiado técnicas para aumentar la eficacia de los procesos y luego hemos ido a dar con nuestros huesos en una organización burocrática como condena a nuestros pecados.

Hay un autor que ha realizado, dentro de su teoría de las organizaciones, una descripción muy fidedigna de los flujos de información dentro de los distintos tipos de organizaciones, se trata de Henry Mintzberg.

Como indica Mintzberg (2) en su libro “La estructuración de las organizaciones” en toda organización conviven dos tipos de flujos de información, uno de carácter oficial, cuyo principal exponente es el que se realiza por canales oficiales desde la cúpula de la organización hasta el nivel operativo en sentido descendente y desde el nivel operativo hasta la dirección general en sentido ascendente. Y otro tipo de comunicación, que es la informal, que establece pequeñas constelaciones de conexiones que al final actúan como una estructura paralela al organigrama oficial de la organización.


Juan Carlos Barajas Martínez


Comunicaciones formales según Mintzberg, por cierto, hay dos flechas mal dirigidas
se deja al lector como ejercicio su corrección
Fuente: mintzes.blogspot.com


Comunicaciones informales según Mintzberg
Fuente: mintzes.blogspot.com


Constelaciones de Mintzberg que se crean por el uso continuado de comunicaciones informales
Fuente: mintzes.blogspot.com


Notas:


 (1) Por empleado perfectamente burocrático entendemos aquel empleado cuyo fin no es trabajar con eficacia y, ni mucho menos, con eficiencia sino que busca - en cada una de sus acciones - la vía más burocrática posible. La definición completa de empleado perfectamente burocrático está en el artículo de este mismo blog : “El empleado perfectamente burocrático, los documentos malditos y los malditos documentos”


(2) Hay una explicación a la teoría de Mintzberg en el artículo de este mismo blog "Los modelos de Mintzberg". 




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El Sentido Común

Albert Einstein y Kurt Gödel paseando por Princeton
Fuente: fisicazone.com

Soror Eloisa, odiosurum me mundum reddidit Dialectica
Hermana  Eloísa, la  Dialéctica me ha hecho odioso el mundo
Pedro Abelardo, filósofo y lógico  francés 1079-1142


Siempre he intentado regirme por el sentido común. Se ha dicho que es el menos común de los sentidos y puedo dar fe de ello pues durante un tiempo me dediqué profesionalmente a sacar de apuros a personas que se habían metido en problemas fuera de España. Y en estas situaciones puedes apreciar que hay mucha gente que no piensa, que no reflexiona, que anda por la vida sin ton ni son y, claro, se la pega.
       
Yo no soy de esos, yo soy de los que se sienta y se pone a ver pros y contras e, incluso, algunas veces hago diagramas sobre el papel viendo todas las posibilidades, todas las opciones que tengo ante un problema. Esto no me ha librado de los errores, yo también en mi vida me la he pegado, pero me ha salvado de muchas, como cuando de joven, viviendo en Móstoles, alguien me ofreció un aceite muy barato y no lo compré pensando que de dónde habría salido y me libré del síndrome tóxico. O, ya hablando de asuntos más livianos, me he librado de compras de enciclopedias absurdas o de contratar ofertas telefónicas de ADSL que tienes que firmar inmediatamente porque si no pierdes la ganga.

Pero esta tendencia a la reflexión a veces puede convertirse en una tendencia a la obsesión y le das tantas vueltas a las cosas que te cuesta mucho decidirte o, puesto a tomar en consideración opciones, acabas examinando acontecimientos poco probables. En cualquier caso prefiero usar la cabeza en vez de llevarla para usar la gorra.

Aplico esto que llamo sentido común – que no es más que la aplicación práctica de la lógica - a todo y no sólo a mis problemas domésticos. Cuando ocurre algún acontecimiento social o político, antes de opinar o tomar alguna postura, pongo en marcha la máquina de pensar y examino la situación.

Y de esta manera intento ir por la vida de forma coherente pero, por otra parte, reconozco que tengo una limitación personal, es duro confesar un defecto como este pero creo que es honesto reconocer los fallos: tengo grandes dificultades en entender todas y cada una de las leyes que he leído y, en general, no comprendo la filosofía que hay detrás del Derecho.

Me ha tocado muchas veces tener que interpretar una ley y siempre me he encontrado con muchas dificultades para comprender lo que había detrás. He trabajado en informática jurídica, es decir, en programas de ordenador que trabajan en un entorno legal y siempre he tenido grandes problemas en entender la esencia de lo que estaba detrás del articulado de la ley que pretendía “informatizar”. Y cuando he echado mano del sentido común, que tan bien me ha funcionado en otros órdenes de mi vida, no me ha servido de mucho en este tipo de análisis.

Como podréis entender, dado mi carácter reflexivo, me he preguntado por qué me ocurre esto. He buscado el porqué de esta incapacidad mía. Y he concebido una teoría muy personal, como es personal todo el problema que aquí estamos analizando. Toda mi formación, he estudiado informática y sociología, tiene – aunque parezca mentira por la aparente distancia entre ambas disciplinas – el mismo sustrato: la lógica. Soy una persona que desde muy joven me he entrenado para pensar lógicamente. Y me da la impresión de que la lógica y el Derecho no se llevan muy bien.

Alguno, al leer estas líneas, estará pensando en que estoy cometiendo un sacrilegio. El Derecho, uno de los pilares de nuestra sociedad, según este pobrecito hablador, no es lógico. Y esta misma persona escandalizada pensará que,  o lo explico un poco mejor, o me deberían juzgar por desacato. Bien, lo intentaré, no tengo ninguna gana de que se me acuse de desacato pues soy persona cumplidora y obediente.

Para explicarlo me apoyaré primero que nada en una anécdota de la vida del que puede ser el matemático más importante del siglo XX, con el permiso de Alan Turing claro está, se trata de Kurt Gödel.

Al señor Gödel se le reconoce como uno de los más importantes lógicos de todos los tiempos, su trabajo ha tenido un inmenso impacto en el pensamiento científico y filosófico.

Gödel nació austrohúngaro pero como tantos otros cerebros europeos huyó de la Segunda Guerra Mundial y se exilió en los Estados Unidos. Acabó trabajando en el famoso Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, en dónde conoció a Albert Einstein y con quién trabó una legendaria amistad.

Ya que residía en los Estados Unidos resultaba práctico acogerse a esa nacionalidad. Siendo alguien que se tomaba las cosas realmente en serio, aunque se pudiera tratar de meras formalidades, decidió estudiar en detalle la Constitución de los Estados Unidos para su examen de nacionalización. El día antes del mismo llamó muy nervioso a Oskar Morgenstern, matemático de origen alemán padre de la Teoría de Juegos, había descubierto una inconsistencia lógica en la Constitución por la que se podía instaurar una dictadura en los Estados Unidos. El buen Dios, cuando allá en el cielo reparte cerebros, suele ser equitativo y al que le da la genialidad por un lado, le quita picardía por el otro.  Morgenstern, intentó calmarle, pues conocía a su amigo de sobras y sabía que no era muy bueno en relaciones públicas, temeroso de las consecuencias que un comentario de ese tenor podría tener sobre sus posibilidades de nacionalizarse.

Al día siguiente el propio Morgenstern y Einstein acompañaron a Gödel, intentando distraerle para que olvidara el asunto. El juez, impresionado por el dúo de genios que hacían de padrinos les permitió quedarse durante el examen. En el desarrollo del mismo le pregunto a Gödel “Vd. tenía la nacionalidad alemana hasta ahora, ¿no?” -”Austriaca” le corrigió Gödel; “Es igual” -prosiguió el juez- “aquello fue durante una horrible dictadura, pero afortunadamente eso no puede pasar aquí“; “¡De ninguna manera, yo puedo demostrarle que sí!” afirmó Gödel, que comenzó a explicarle el mecanismo que había descubierto. Afortunadamente, el juez le interrumpió, y Einstein y Morgenstern consiguieron calmar a Gödel, que poco más tarde juraría su nueva nacionalidad.

Es aún un misterio qué fue lo que Gödel había descubierto. Algunos expertos apuntan que podría tratarse del Artículo V que describe cómo se cambia la Constitución, pero no pone límites a dichos cambios, aunque es difícil creer que fuera algo tan relativamente simple lo que hubiera llamado la atención de Gödel. A mí lo que me cuesta mucho trabajo creer es que no encontrara más contradicciones, no por la Constitución, sino por Gödel(*).

Esta es una pista de que algo tan tasado y tamizado como la Constitución de los Estados Unidos si se analiza desde el punto de vista de la lógica formal se puede llegar a contradicciones. Pero si rebuscas en el ordenamiento jurídico y no te limitas a una sola ley, encontrarás todo tipo de contradicciones, correcciones indefinidas, derogaciones limitadas, controversias y todo esto no tiene nada que ver con la lógica. Dos abogados de dos partes enfrentadas en un pleito argumentan posturas antagónicas basándose en la ley, esto es imposible en la lógica.

Por supuesto que el Derecho tiene su lógica, pero no se trata de lógica formal, en cuyo reino no pueden coexistir una afirmación y su contraria, sino otro tipo de lógica.

Rebuscando en la historia de la filosofía creo que lo que más se parece a la forma de razonamiento del Derecho es la dialéctica. La dialéctica en su sentido moderno, tal y como la concibió el gran filósofo alemán Hegel, es la teoría de los contrapuestos en las cosas y en los conceptos. Es el discurso en el que se contrapone una determinada concepción, entendida como tesis, y la muestra de los problemas y conceptos que se oponen a ella denominada antítesis. De esta confrontación surge, en un tercer momento, la llamada síntesis, una resolución o una nueva comprensión del problema. Para Hegel se trataba de una superlógica, la dialéctica trascendía a la lógica, y, sin duda, es más descriptiva pero también es mucho menos formal.

Este guapo muchacho es Hegel pintado por Schlesinger
Fuente: Wikipedia
La lógica, al menos la lógica clásica,  no admite discusión. Una proposición es verdadera o falsa, pero la dialéctica si la admite, es más, la dialéctica – parafraseando a Sadam - es la madre de todas las discusiones.

Y esa naturaleza dialéctica del Derecho hace que tanta gente viva de este negocio. Unos se dedican a la tesis – abogados, fiscales, abogados del Estado y demás figuras que pueden actuar ante un tribunal – como una de las partes en un litigio, otros se dedican a la antítesis – otros  abogados, otros fiscales, etc - y representan a la otra parte. Y otros se dedican a la búsqueda de la síntesis, resolución o sentencia que son los jueces y magistrados.

Es quizá esa naturaleza dialéctica que sustenta el Derecho la que me hace incapaz de entender en toda su magnitud las leyes, las sentencias judiciales, el mecanismo judicial o procesal. Y es también por esa razón, porque no comprendo todo este entramado, por lo que cuando voy por la plaza de Castilla, en dónde están los juzgados de Madrid, procuro no pasar por la misma acera y me entran unas enormes ganas de cruzar los dedos. Tengo miedo de la Justicia porque no la entiendo.

No entiendo y el sentido común no me ayuda a comprender, por ejemplo, lo que ha pasado con el Juez Garzón, no comprendo que el juez que instruyó el caso Gürtel sea juzgado y condenado antes que los verdaderos acusados del mismo caso. Y no comprendo que ahora parte de las pruebas en contra de los que han cometido toda clase de fechorías se vayan a quedar invalidadas a consecuencia de la condena del juez. No entiendo nada que no se tenga en cuenta la opinión del fiscal. No comprendo que las pruebas que aparentemente favorecían a Garzón se desestimaran  y se admitieran las que lo inculpaban. No puedo entender que no se admitiera ninguno de los razonamientos de Garzón porque aunque fuera un diablo, como decía Machado, “El Demonio, a última hora, no tiene razón; pero tiene razones”. No entiendo que en otros casos se haya procedido a grabar las conversaciones entre los abogados y los clientes porque según la policía había indicios de delito y, en este caso, en el que aparentemente se daban las mismas circunstancias, sea un atentado contra el derecho de defensa. No entiendo muy bien que se deniegue la recusación de un magistrado que ha actuado como instructor en otros casos contra Garzón, aparentemente, puede ser posible que no esté en mejores las condiciones para ser imparcial y de ser así, por el mismo derecho de defensa que se pretende defender, debería haberse aceptado la recusación. No entiendo que si la otra parte pide diez años de inhabilitación, el tribunal lo condene a once. Y todo esto no lo comprendo del caso que más discusión puede ofrecer de los tres en los que Garzón está encausado, porque de los otros dos ya ni hablamos. Y, por último, no entiendo la reacción agresiva de determinadas personas – miembros o no del tribunal – ante el aluvión de críticas que se le ha venido encima con la sentencia. ¿Es delito tener una opinión contraria a la manifestada en una sentencia mientras no se eche mano del insulto, la calumnia o cualquiera otra de este tipo de malas artes?, porque si lo es, me callo inmediatamente pues como he dicho soy persona obediente, pero antes de callarme diré que no parece muy democrático, ni siquiera parece muy dialéctico.

No pongo en duda la honorabilidad, la profesionalidad y el profundo conocimiento de la ley que tienen los miembros del Tribunal Supremo, ¿quién soy yo para afirmar lo contrario?, simplemente necesito una explicación porque, dada mi incapacidad ya manifestada y reconocida, no entiendo nada. A lo mejor hay por ahí algún leguleyo supralógico que, con el dominio de la dialéctica, pudiera ayudarme.


Juan Carlos Barajas Martínez

(*) Gödel se hizo famoso por muchas cosas, entre otras, puso a temblar los cimientos de las matemáticas con sus dos teoremas de incompletitud, hizo dudar a Einstein de su propia teoría de la relatividad y fue capaz de desarrollar una demostración en lógica modal de la existencia de Dios ( el llamado argumento ontológico de Gödel, el que quiera verla la tiene en http://www.slideshare.net/rafael.mora/los-argumentos-ontolgicos-de-san-anselmo-y-kurt ).
Evidentemente con un individuo así se me hace muy poquito que sólo encontrara un error en la Constitución de los Estados Unidos.

Fotos tomadas de la página web del Instituto de Estudios Avanzados:
http://www.ias.edu/people/godel/institute



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¿Una elegía a la inteligencia o una oda a la pobreza intelectual?

La guerra es paz la libertad es esclavitud la ignorancia es fortaleza
fuente: http://elobservadoridentitario.wordpress.com/2011/11/08/las-palabras-talisman-por-cristina

Hace muchos años, allá por los tiempos de la Transición, cayó en mis entonces  voraces y jóvenes manos, un libro sensacional y acongojante: 1984 de George Orwell. Me impresionaron muchas cosas de él, la enorme tiranía, la guerra permanente entre Estados totalitarios de tamaño continental, la idea – que también vemos en Matrix - de que para que funcione la ecuación sistémica de control absoluto de una sociedad es necesario organizar – no sólo el régimen represivo – sino también el movimiento de resistencia, la tortura psicológica de atacarte con tus peores y más ocultos miedos, la represión del amor y de la familia, el Gran Hermano omnipresente y omnisciente y aquellas pantallas; aquellas pantallas que no había forma de apagar y que emitían en los dos sentidos, televisión de propaganda hacia el hogar y la vida íntima desde el hogar a la policía política.

Todo esto es impresionante, pero lo que más huella me dejó fue el concepto de neolengua. La neolengua, tal y como nos la describe Orwell, es una versión limitada del idioma con intencionalidad política y uno de los pilares básicos del régimen mega-totalitario del Ingsoc, el partido absoluto. La idea era que si se simplificaba al máximo el lenguaje se eliminaba la posibilidad del doble sentido, se eliminaban los significados no deseados de cada palabra de manera que se harían inviables otras formas de pensar contrarias a los principios del partido, la ignorancia es fortaleza. Terrible y genial al mismo tiempo.

También por la misma época estaba viendo un documental en la televisión sobre Ramón Gómez de la Serna, un escritor del que yo sabía muy poco, cuando pusieron un pequeño cortometraje rodado en 1928 sobre un discurso de Don Ramón. Al principio me pareció una payasada, pero en un momento dado, saca de detrás de su espalda una mano enorme se la coloca en la mano derecha y empieza hablar de la “mano convincente”. Es un modelo de oratoria que, bajo la apariencia de la informalidad, nos dice cómo se debe pronunciar un discurso para manejar al público. Es impresionante la sencillez en la ejecución, la improvisación y el domino del lenguaje. Divertido y genial al mismo tiempo.



La idea orwelliana de la neolengua y el discurso de Gómez de la Serna representan para mí los extremos de un continuo desde el lenguaje en toda su plenitud semántica, con la ironía y el doble sentido, hasta la simplificación máxima del lenguaje del que se ha extraído todo significado más allá de una significación concreta y políticamente correcta.

Lo cierto es que en la época de Gómez de la Serna las personas buscaban expresarse con corrección. Las buenas gentes estudiaban oratoria y retórica y la ponían en práctica. Los estudiantes de bachillerato, aquel bachillerato eterno del plan de 1907 que se renovaba cada diez años hasta que llegó la Educación General Básica, se examinaban oralmente y se les exigía un buen uso de la oratoria. Cuando una persona ocupaba un medio de comunicación lo hacía porque tenía algo importante que decir o porque era una persona considerada importante y, nadie era importante, si no sabía hablar correctamente. La censura no era sólo por lo que decían sino también por cómo lo expresaban.

Los escritores como Don Ramón, los filósofos, los médicos, los ingenieros, incluso los toreros, todos, tenían un saber enciclopédico y si no lo tenían no hablaban en público.

Los políticos, que casi siempre en todas las épocas han sido el reflejo de su sociedad, eran unos grandes oradores. Azaña, Besteiro, Fernando de los Ríos, Alcalá-Zamora, Indalecio Prieto, Lerroux y otros muchos más. Tanto en el Congreso, como en los mítines, como en la calle, al ser interpelados se expresaban con propiedad, y usaban de la ironía como sables para atacar a sus rivales.

La publicidad estaba formada, más que por lemas o eslóganes, por auténticos panegíricos que resaltaban las bondades del producto con abundante uso del modo subjuntivo.

¿Y los doblajes de las películas?. Con qué propiedad hablaban amos y esclavos, coristas y príncipes regentes, ladrones, asesinos y aguerridos policías.

Pero algo cambió a partir de cierto momento. Alguien debió explicarle a algún otro que existía la teoría de la comunicación y que había un emisor, un mensaje y un receptor. Que el receptor debía entender el mensaje y no quedar embelesado por la calidad del mismo. Que lo importante era el mensaje mismo y no el lenguaje en el que se emitía. Y que había que simplificar. Había que ser menos elitista, había que bajar el listón porque así el mensaje llegaba a más gente y más rápido.

Y lo que en principio podría haber sido un buen consejo no lo fue en absoluto porque se fue convirtiendo en una obsesión. Los mensajes se fueron simplificando, los temas banalizando. Quitándole la posibilidad a los menos cultivados de tener alicientes para formarse y a los más cultos obligándoles a buscar islas de elitismo en las que ser un náufrago.

Y vino el vídeo, la cultura de la imagen. ¿Para qué describir, oralmente o por escrito, si se puede ver, si una imagen vale más que mil palabras?. El video no mató a la estrella de la radio sino a la galaxia del lenguaje.

Todavía durante la Transición pudimos ver un parlamento y unos políticos que, sin llegar a Castelar y otros semidioses de la oratoria, se desenvolvían bien en el atril del Congreso  y ante el micrófono. Pero después, gradualmente, sin prisa pero sin pausa, hemos llegado a nuestros políticos actuales, que no sólo no tienen soluciones a nuestros problemas sino que hablan a golpes, desmadejadamente, sin gracia, con el papel en la mano como los presentadores del telediario. Con toda clase de ismos, neologismos, anglicismos, vulgarismos. Practican la máxima de que hay que enviar el mensaje y tiene que llegar a todos, en vez de, educa y todos entenderán el mensaje o, al contrario, cuando no quieren ser entendidos los complican artificialmente hasta el punto de que ni ellos mismos saben lo que dicen.

Pero, como hemos dicho antes, la clase política es un reflejo de la sociedad de la época y qué podemos pretender cuando la publicidad es monosilábica. El cine es efecto especial. La novela es un refrito de templarios, de asesinatos sórdidos en criptas góticas, de vampiros adolescentes amancebados antinatura con lolitas filovampíricas,  y de personajes ahistóricos que han estado en todos los acontecimientos históricos contraviniendo el precepto teológico de que sólo Dios puede estar en todas partes. El periodismo de investigación se ha convertido en el destape de cotilleos de famosillos y el personaje que más vende en la televisión no es un filósofo, ni un médico eminente, ni siquiera un deportista, es alguien cuyo único mérito es haber tenido una hija con un torero que no es capaz de decir tres palabras seguidas.

Antes decía que existía una línea en cuyos extremos he situado al Ingsoc orweliano y a la greguería de Gómez de la Serna - dos ejemplos que me marcaron, pero podría haber elegido otros -, dos extremos entre la libertad de pensamiento y la alienación. Hoy, me da la sensación de que puestos a señalar nuestra posición actual en esa línea, estamos más cerca del Ingsoc que de la greguería pero de una manera mucho más sutil y suave que en la novela de Orwell. Mucho más sutil porque ese Gran Hermano que anda por ahí oculto ha conseguido nuestra colaboración tácita a la hora de hacernos más simples y frívolos favoreciendo, en vez de la ideologización, la desideologización. Mucho más suave porque, gracias a Dios o al demiurgo que cada uno considere, no hemos llegado a los niveles de brutalidad de la novela de Orwell.

La guerra no es paz, la libertad no es esclavitud, la ignorancia no es fortaleza
¡Únete a la Resistencia!
fuente: http://beware1984.com/2011/11/

 
Por eso llamo a la resistencia. La ignorancia no es fortaleza es debilidad, con la ignorancia nos manipulan con más facilidad, hacen de nosotros lo que quieren porque con la ignorancia no hay sentido de la crítica. Eduquémonos, formémonos, no caigamos en la simpleza, en la frivolidad, usemos los medios que tenemos – sobre todo la inmensa capacidad de Internet y su maquinaria multimedia – para  estos fines y no para alienarnos. No perdamos aquello que precisamente nos hace humanos: la capacidad de pensar.


Juan Carlos Barajas Martínez



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La proletarización de los informáticos

Un ordenador mítico: la serie IBM 360


Hace cuarenta años la informática era cosa de grandes empresas que tenían grandes centros de proceso de datos separados, segregados del resto de la compañía. En edificios fortificados, con sistemas de aire acondicionado muy potentes, falsos techos y falsos suelos, en donde unos señores vestidos con batas blancas manipulaban ordenadores gigantescos cuya potencia de cálculo y memoria cabría en cualquiera de nuestros teléfonos inteligentes de tercera generación y que no se apagaban nunca no fuera a que ya no se pudiera volverlos a poner en marcha. En aquellos grandes centros se trabajaba con grandes aplicaciones corporativas como la nómina o la gestión de  los almacenes.

Y aquellos señores de la bata blanca eran los informáticos, una suerte de profesión druídica, poseedores de un conocimiento iniciático que nadie – excepto ellos mismos –sabía muy bien en qué consistía y que, en consonancia con el hermético arte que practicaban, cobraban un sueldo muy por encima de la media.

Hoy, en cambio, la informática está metida en todas partes, se ha metido en nuestras vidas hasta unos niveles que jamás habríamos podido imaginar, en nuestros trabajos, en nuestras casas, en nuestros coches, encima de nosotros en dispositivos cada vez más pequeños.

Primero el ordenador entró en los puestos de trabajo de la mano del procesador de textos y convirtió a muchos trabajadores en usuarios de la informática. Más tarde se abrió  paso en el hogar, el ordenador personal se convirtió en un electrodoméstico más y, en tercer lugar, vino Internet de la mano de la portabilidad – portátiles, tabletas, teléfonos inteligentes – que te mantienen permanentemente conectado a una red que representamos por una nube pero que sería más exacto dibujarla como una galaxia. A este proceso de cuarenta años que he resumido en un párrafo es lo que yo denomino popularización de la informática.

Hace ya tiempo que aquellos centros de proceso de datos como tales desaparecieron o, al menos, nadie sabe dónde están, en la nube nos dicen, ¿en qué nube contestamos?. Ni siquiera – con la virtualización[1] – sabes si trabajas con un ordenador que existe de verdad.

Y el informático hace mucho tiempo que colgó la bata, se hizo hombre y habitó entre nosotros, se hizo corpóreo, se desmitificó, perdió clase. Así que el informático, o mejor dicho, la idea que se tiene socialmente de la profesión informática actualmente,  es que se dedica a apagar y encender el ordenador de la secretaria del director comercial, sin atender a diferencias de funciones, conocimientos o niveles. Hoy en día se le llama como se llama al electricista o al tío de la fotocopiadoras, oficios que tienen toda la dignidad del mundo, pero que carecen de glamour.

Antaño le decías a una chica que eras informático y – con tal de no ser el hermano gemelo de Cuasimodo – ligabas, porque eras una suerte de astronauta,  ahora – si eres informático -  necesitas más que nunca ser guapo.

¿Qué es lo que ha pasado en estos cuarenta años?, bueno, la contestación fácil es decir que el grupo de profesiones conocido como “informáticos” se ha proletarizado, descualificado o desprofesionalizado, pero vamos a estudiar con más rigor este problema.

Lo primero que debemos señalar es que he utilizado conscientemente el término “grupo de profesiones” pues la visión social tiende a simplificar la imagen del informático reduciéndolo a una imagen única e indefinida.

Cuando los abuelos matan el tiempo mirando una construcción saben distinguir con un simple vistazo las distintas funciones que se pueden apreciar en la obra, saben distinguir entre arquitectos e ingenieros, capataces, jefes de obra, albañiles, electricistas. Pero si les dejaras en una empresa o departamento de informática sería incapaz de distinguir al administrador de las base de datos del ingeniero de sistemas, a un programador de un director de sistemas. Y si, como pasa en muchas empresas “modernas” no se usa corbata o se trata de un viernes y se pone en práctica el “casual Friday”, entonces no sería capaz ni de “distinguir” entre jefes y subordinados. Como todos andan con teclados y pantallas me diréis que es normal, pero si le preguntáramos a que se dedica un administrador de bases de datos no sería capaz de explicar su función y si explicaría perfectamente la de un arquitecto. 

Luego el primer problema con el que nos topamos es que, a pesar de la popularización de la informática, existe una visión social simplificada de lo que es la organización y jerarquía del grupo de profesiones que se integran en el sector de la informática. Va a resultar que el personal no “sabe” realmente de informática sino que se ha “acostumbrado” a ella. De modo que todos somos usuarios de un montón de aplicaciones, para nosotros la informática ha dejado de ser un arte hermético y, aunque gran parte de la población no tiene ni idea de hacer un programa, ya no le da importancia al hecho de que sean necesarios unos conocimientos técnicos muy especializados para hacerlo.

Este proceso de popularización de la informática ha traído consigo un aumento exponencial del sector y durante algunos momentos de la historia reciente, ha habido una enorme necesidad de especialistas en la materia, hasta tal punto, que primaba más la necesidad de profesionales que la calidad de los productos informáticos que se desarrollaban.

Esta escasez se cubrió en primer término con los estudiantes de informática, recuerdo que en los primeros ’80 nos iban a buscar a las aulas, conozco a muchos compañeros que no terminaron sus estudios seducidos por un buen sueldo. Juventud y dinero es un cóctel que tienta a cualquiera. Comoquiera que seguía habiendo escasez – y como no había una profesión reglada – las empresas buscaron profesionales de otras carreras, al principio las más próximas al sector y que ya habían proporcionado los profesionales de la primera generación de informáticos. Ingenieros industriales, de telecomunicaciones, físicos, matemáticos.

Pero después se abrió la veda y vino de todo, biólogos, historiadores, ópticos y ortopedistas, taxidermistas,  cualquiera que hiciera cuatro cursos y cuatro programas era ya de la profesión. Conozco dos casos de licenciados en filosofía y letras directivos de departamentos de informática que, por cierto, lo hacen bastante mal aunque formulan preguntas bastante interesantes acerca de por qué las cosas van mal. Así que el segundo problema que nos encontramos es el intrusismo profesional que hay en el sector.

Y es curioso revisar cómo el mercado de trabajo ha ido de la escasez a la saturación varias veces a lo largo de estos últimos años, según se iban produciendo expansiones y contracciones en el mercado informático, fundamentalmente, debido al desarrollo de nuevos paradigmas tecnológicos[2].

El último proceso histórico que, a mi modesto entender, ha influido de manera primordial en la proletarización de los informáticos ha sido el propio avance de la tecnología. Durante los últimos años se han desarrollado herramientas para el usuario final muy potentes y programas generadores de otros programas, entre otros, generadores de aplicaciones, para multimedia, para bases de datos, para desarrollar páginas Web y Weblogs. De manera que con unas pocas instrucciones básicas, proporcionadas de una manera muy visual – es decir mediante iconos -, permiten elaborar aplicaciones que gestionan realidades muy complejas.

La principal ventaja de estos generadores es con pocos conocimientos se pueden hacer muchas cosas y su desventaja es que los resultados son muy genéricos y, a veces, adaptarlos a los casos particulares – que es donde suelen satisfacerse las necesidades reales de los usuarios – suele ser difícil y caro.

Pero a los efectos del objeto de este artículo, cabe decir que si con poca formación se puede generar una aplicación con sus altas, sus bajas y sus modificaciones, ¿para qué se necesitan programadores?. La tecnología nos dio nuestro reino y luego nos lo quitó.

Pero es este un blog de sociología, ¿qué nos dice la sociología acerca de lo que le ha ocurrido al grupo de profesiones que forma parte del sector de la informática?. Bien, pues intentando no caer en el tedio, ya que el fin de este blog es divulgar esta ciencia de manera amena, vamos a ver ciertas aportaciones que nos ayudarán a comprender qué es lo que ha ocurrido en estos trepidantes años.

Aunque yo he hablado de desprofesionalización, descualificación y proletarización, como términos equivalentes, para la Sociología de las profesiones no lo son en absoluto[3].

La proletarización o descualificación, que fue definida por el sociólogo norteamericano Harry Braverman, postula que el proceso de cambio desde el empleo por cuenta propia hacia el empleo asalariado incide directamente sobre la naturaleza del trabajo profesional. Este proceso de asalarización ha afectado a todas las profesiones desde el comienzo del siglo pasado, cuando gradualmente se fue pasando de la artesanía a la producción industrial en cadena.

A lo largo de este proceso el trabajador pierde el control sobre su trabajo y sobre el producto del mismo, los profesionales asalariados pierden los valores asociados a su profesión, cayendo en la rutina, en las malas prácticas, la especialización del conocimiento y la enseñanza de la profesión recalcando la tecnología. La dirección de las organizaciones ha invadido las áreas de control profesional para menoscabar el poder administrativo de los profesionales y, en el proceso, los profesionales han perdido estatus y salario.

La desprofesionalización – debida entre otros a M. R. Haug-  en cambio, postula que los cambios sociales experimentados en la década de los años ’60 y ’70, hicieron nacer un nuevo modelo cultural que no acepta la autoridad basada en el conocimiento y desea ejercer un mayor control sobre las profesiones. La tendencia general a la escolarización universal y la mejora de los niveles educativos se interpreta por los teóricos de la desprofesionalización como un fenómeno de reducción de la diferencia de conocimiento entre el profesional y el cliente.

De manera que el monopolio profesional del conocimiento se ha ido erosionando a causa de la mejora del nivel educativo de la población, la división del trabajo profesional – es decir la especialización- y la aspiración de los consumidores de controlar a los profesionales y de alcanzar un equilibrio en su relación, la agregación de clientes en entornos burocráticos y el uso de ordenadores. A consecuencia, los profesionales pierden poder, autonomía y autoridad.

Hay que decir que según Mauro F. Guillén, ninguna de las dos teorías tiene un apoyo empírico apreciable, por lo que se trataría más de filosofía social que de sociología pura.

En mi opinión, ya sea por causa de los capitalistas que van mermando gradualmente el poder de los profesionales – la tesis de la proletarización -  o sea la sociedad en general la que va minando sus privilegios por que va espabilando – la tesis de la desprofesionalización – el caso es que parece cierto que las profesiones en general no es ya lo que  eran y que el prestigio social de las mismas va decreciendo. Ni médicos, ni ingenieros, ni abogados son lo que solían ser.


A mi entender existe, independientemente de la causa – proletarizadora o desprofesionalizadora - , una relación dialéctica entre la sociedad y las profesiones. Esta relación mantiene un diálogo positivo, en el que las profesiones ofrecen servicios a la sociedad y la sociedad les concede privilegios[4] a cambio. Y un diálogo negativo en el que la sociedad intenta reducir los privilegios que le ha concedido y las profesiones luchan por mantenerlos. Se trata de un pulso en el que unas veces las manos andan más cerca de las profesiones y en otras ocasiones éstas consiguen zafarse de la presión. Hoy en día parece que profesiones van perdiendo pero no sé realmente quién está ganando, porque no parece que la sociedad en su conjunto esté beneficiándose de ello.


Relación dialéctica entre la sociedad y las profesiones
Fuente: Juan Carlos Barajas Martínez


Otro motor en la dinámica de las profesiones es la que podríamos denominar la hipótesis del esoterismo, que se ve muy clara en la dinámica de las profesiones informáticas.  Guillén, lo expresa así: “una hipótesis fundamental es que cuanto más tácito y esotérico sea el conocimiento que sirve de base para el ejercicio profesional, más contribuye a la legitimación del profesional, pues resulta más difícil de entender para el profano”.

Con estos dos motores, el pulso sociedad-profesiones y la hipótesis del esoterismo, podemos establecer los principios que marcan el devenir de las profesiones en el tiempo. Según Wilenski, el proceso de desarrollo de las profesiones es el siguiente:

  1. Comienza con el ejercicio de la profesión sin un periodo previo de aprendizaje formal
  2. Continua con la organización de programas de enseñanza que permiten controlar la entrada en la profesión y estandarizar su práctica
  3. Cuando la profesión comienza a contar con demasiados miembros para el mercado existente, los profesionales establecidos se asocian para proteger sus monopolios presionando para obtener una legislación favorable. Los dos instrumentos que se usan para este fin son el establecimiento de licencias obligatorias para poder ejercer y la certificación profesional.
  4. Finalmente, Wilenski señala que la adopción de un código formal de ética profesional supone la consolidación definitiva de la profesión como grupo.

¿Pero qué pasa si una profesión, por muy diversas causas, no recorre todo el camino señalado por Wilenski?. Pues que no es un oficio, pero tampoco es una profesión. En sociología existe el término semiprofesión que creo que describe muy bien esta situación.

Para Parkin, las semiprofesiones son ocupaciones que justifican su demanda de recompensa sobre la base de calificaciones formales, pero que no han sido capaces de establecer un estricto cierre social profesional[5] mediante un monopolio legal o el control del núcleo y la calidad de los aspirantes. Para Fernández Enguita, se trata de un grupo de asalariados, incorporado en parte a la burocracia pública, cuyo nivel de formación es similar al de las profesiones, y que, estando sometidos a la autoridad de sus empleadores, sin embargo pugnan por ampliar su autonomía en el proceso de trabajo y por conservar o ampliar sus ventajas en la distribución de la renta, el poder y el prestigio frente a los miembros típicos de la clase obrera.

Bien ahora, como tramo final de este artículo, superpongamos la historia de las profesiones informáticas – que hemos visto al principio – y el aporte teórico de las distintas escuelas sociológicas que han estudiado las profesiones. ¿Qué es lo que ha pasado en la informática?.

Según Wilenski el primer paso en la creación de una profesión es el ejercicio de la misma sin un período previo de aprendizaje formal. Hemos visto que en los primeros tiempos de la informática, en aquellos enormes centro de proceso de datos, aquellos primeros semidioses con bata blanca y sus locos cacharros carecían de una formación específica y formal, normalmente eran profesionales de otras ramas de la ingeniería o científicos que recibían unos cursos en su empresa o en la empresas punteras de informática, en aquellos tiempos IBM o UNIVAC. Podemos afirmar que el primer punto de Wilenski se ha cumplido.

El segundo punto de Wilenski es el desarrollo de programas oficiales de enseñanza que permiten controlar el acceso a la profesión. A finales de los años ’60 se creó el Instituto de Informática, que fue el primer centro educativo oficial que impartió cursos reglados de informática. La titulación no era todavía universitaria. Hubo que esperar hasta octubre de 1977, cuando comenzó – a partir del Instituto – la Facultad de Informática adscrita a la Universidad Politécnica. Los licenciados en informática fueron los primeros titulados universitarios con un programa de estudios orientado a la formación de las ciencias de la computación, luego vinieron los diplomados como titulación de grado medio. Más tarde a mediados de los años ’90, cambiaron las titulaciones hacia la ingeniería superior y técnica en informática. Veremos qué pasa con las nuevas titulaciones de grado, para mí que vamos a peor, pero esto sería objeto de otro artículo.

Podemos decir entonces que el segundo punto de Wilenski se cumple también, aunque hay que admitir que en paralelo con los estudios oficiales ha existido un cosmos de estudios paralelos de informática en academias y centros más o menos oficiales, así como programas de formación en las empresas.

En el tercer punto de Wilenski encontramos los problemas insalvables. Se producido el asociacionismo previsto en este tercer punto pero no ha conseguido plenamente sus objetivos. La Asociación de Ingenieros e Ingenieros Técnicos en Informática (ALI) y las otras asociaciones profesionales que se han creado no han conseguido después de muchos años de lucha ni el monopolio de las funciones del informático ni siquiera la capacidad para firmar proyectos. A mi entender era una lucha de un pobre caballero contra un dragón enorme, el dragón de un mercado de trabajo con intrusismo institucionalizado y una sociedad poco dispuesta a conceder privilegios a un sector que considera como propio, recordemos que todo el mundo se considera programador o analista. Más aún, a  una sociedad cuya tendencia general es que todas las profesiones de mercado – entendidas como aquéllas que implican una relación profesional-cliente – se están viendo reducidas a profesionales de empresa, en régimen de asalariado y, por tanto, perdiendo estatus y privilegios.

De esta manera, los titulados universitarios en informática, no es que se hayan desprofesionalizado o, al menos, no se han desprofesionalizado más que otros gremios. El problema de la informática es que es una profesión frustrada, es una semiprofesión.

Evidentemente, si no pasamos el tercer punto de Wilenski, no tiene sentido hablar del cuarto.

Ciclo de Wilenski
Hitos en la informática
¿Conseguido?
1. Sin estudios reglados
Grandes CPD, informática corporativa
2. Estudios reglados
Miniordenadores, informática departamental
3. Asociacionismo profesional
Microordenadores, informática personal
No
4. Código ético
Resultado =
Semiprofesión
Ciclo de Wilenski aplicado a los titulados informáticos
Fuente: el autor.

Antes hablábamos de que la informática no era una profesión única sino un grupo de profesiones y hemos encontrado una explicación para los titulados universitarios pero, ¿Qué ha pasado con los que no disponen de titulación universitaria?. Al principio de este artículo hemos visto que también este grupo ha sufrido una pérdida general de estatus y consideración social, pero en este caso, creo que se ajusta más la hipótesis de la proletarización. Por lo tanto, por un lado, los  titulados universitarios no han logrado constituirse como profesión, quedándose en semiprofesión y los no universitarios se han proletarizado[6]. ¡Vaya panorama!, ¡cómo para recomendar a tu hijo que estudie informática!.   

El año pasado estuve en un curso con un montón de ingenieros en informática y en telecomunicaciones y, de éstos últimos, me sorprendió que tenían los mismos problemas que mis compañeros informáticos, subempleo y precariedad laboral. Pero en su caso, habría que estudiarlo detenidamente, me da la impresión de que si podemos hablar de desprofesionalización. ¿Quiénes serán los siguientes?.

Y ya para acabar querido lector, si has tenido la infinita paciencia para llegar hasta aquí lo menos que puedo hacer es regalarte un pequeño ejercicio de prestidigitación, o si lo prefieres, de mentalismo. ¡Sé lo que estás pensando desde hace un rato!, que soy un exagerado y que para desarrollar un producto o servicio informático no es necesario estudiar una ingeniería ni ir a Salamanca. Y que, en cambio, para hacer una casa como Dios manda es necesario contar con un arquitecto. Puede ser, no seré yo quien lo niegue que he conocido a brillantes informáticos no informáticos, pero los maestros de obra que levantaron la catedral de Burgos – y mira que es bonita, grande y sólida – no pasaron por ninguna escuela superior de arquitectura, eran brillantes arquitectos no arquitectos. Pensad en ello.


Juan Carlos Barajas Martínez


Notas:

1. En informática, virtualización, es la creación -a través de software- de una versión virtual de algún recurso tecnológico, como puede ser un ordenador, un sistema operativo, un dispositivo de almacenamiento u otros recursos de red

2. El mercado de trabajo en informática se ha expandido y contraído varias veces. Hasta finales de los ’80 se produjo una expansión continua que generó carestía de personal cubierto con profesiones sin formación específica en informática. A principios de los ’90 se produjo una contracción en el mercado consecuencia de la crisis económica que saturó el mercado de trabajo. A partir de 1996 se volvió a expandir debido a la eclosión de Internet y el efecto 2000 que resucitó la programación en ensamblador y COBOL. Se volvió a contraer suavemente con la crisis de las “.com” y posteriormente volvió a expandirse suavemente hasta el 2008 en el que la crisis galopante atacó como ha atacado a todos los sectores de la economía.

3. En concreto en la sociología de las profesiones hay tres grandes corrientes, el funcionalismo o estructuralismo o funcional-estructuralismo – que por todos estos nombres es conocido -, los neomarxistas o neomarxianos – lo de marxiano es para distinguir el Marx revolucionario del Marx sociólogo – y los neoweberianos. Todos con aportaciones distintas y muchas veces contrapuestas. En este campo hay una auténtica controversia. Y ahí es dónde yo he hecho trampa, lo reconozco. He cogido lo que más me gusta de unos y otros y he hecho un desarrollo lineal con el fin de hacerlo todo más claro. He hecho como si la sociología fuera un saber acumulativo, como la física, cuando dista mucho de serlo.

4. Cuando hablo aquí de privilegios, no hablo de privilegios de clase, sino de licencias profesionales, definición y monopolio de funciones de una profesión, etc.

5. Parkin define el cierre social como el proceso mediante el cual las colectividades sociales buscan ampliar al máximo sus recompensas limitando el acceso a los recursos y oportunidades y a un número restringido de candidatos. Ello supone la necesidad de designar ciertos atributos sociales o físicos como bases justificativas de tal exclusión. En el caso de los grupos profesionales, los procesos de cierre social se despliegan a partir del credencialismo, que es la forma fina que tenemos los sociólogos de calificar a la “titulitis”. No se trataría de buscar tanto la eficacia en un servicio o función como limitar y controlar la oferta de aspirantes a una determinada ocupación con objeto de presentar o mejorar su valor en el mercado. Por supuesto este cierre social tiene como contrapartida estrategias de usurpación practicadas por los agentes excluidos del proceso.

6. En este caso evidentemente no podemos hablar de que se ha pasado de la artesanía a la cadena de montaje, pero si parece que se ha dado un proceso de descualificación en las empresas desde el operador que cambiaba cintas en el UNIVAC 1100 al señor del CAU que atiende a los usuarios en una red local corporativa.


Bibliografía:

Mauro F. Guillén
Profesionales y burocracia: Desprofesionalización, proletarización y poder profesional en las organizaciones complejas
Revista Española de Investigaciones Sociológicas nº 51
Centro de Investigaciones Sociológicas
Madrid julio-septiembre 1990

Marta Jiménez Jaen
La Ley General de Educación y el movimiento de enseñantes
Servicio de Publicaciones de la Universidad de la Laguna
Tenerife 2000

Harry Braverman
Trabajo y capital monopolista
La degradación del trabajo en el siglo XX
Editorial Nuestro Tiempo S.A.
México, octava edición 1987

Los tíos con bata y un UNIVAC 1100




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