El Ramal Opera - Príncipe Pío

Emblema del Metro de Madrid


Cómo os conté en otro de mis artículos - Yo, Rafael, Gastón y …. ¡Oh Dios! Hitler - mi tío Rafael, aquél de la memoria extraordinaria y de las estadísticas de las cañas de cerveza, me contó todo tipo de historias, pero no versaban sobre princesas cautivas en torres de castillos lejanos en el tiempo y el espacio, ni sobre ogros, ni pulgarcitos o garbancitos, ni de naves siderales surcando el espacio más allá del Cinturón de Orión. Tampoco, cuando crecí, me recomendó ninguna novela a las que he sido tan aficionado desde muy jovencito. El tío Rafa odiaba la ficción, ¿por qué dejarse mecer por lo inventado si la realidad tiene ya de por sí tanto que contar?. Amaba la realidad, sobre todo si había sido testigo directo o indirecto o, al menos, contemporáneo de ella.

Destacaba en tres temas la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española y la geografía de las principales ciudades del mundo. A modo de anécdota os contaré que la primera vez que fui a París sabía exactamente dónde estaba todo sin necesidad de  ningún mapa ni de ninguna guía, de tantas veces que me había hablado de sus calles y plazas. Aunque también me habló de historias acerca de nuestra familia y sobre su ciudad, Madrid, y sobre sus personajes cuando todavía la ciudad tenía una dimensión humana y había una pequeña galería de personas peculiares, fuera de lo común, que era conocida por todos. Hoy los locos son anónimos.

Sólo con sus historias, si dispusiera yo de su memoria, podría rellenar durante años este blog. Pero no tengo esa suerte. La historia que os voy a contar hoy me la refirió hace muchos años y mezcla varios de sus temas favoritos la Guerra Civil, Madrid y su Metro y no es muy conocida más allá de unos pocos especialistas.

La construcción del Metro de Madrid fue una prueba de la modernidad que aspiraba alcanzar aquella pobre España de comienzos del siglo XX. La primera línea se inauguró, en presencia del rey Alfonso XIII, el 17 de octubre de 1919. El primer tramo, la línea 1, iba de la estación de Sol a la de Cuatro Caminos, con 3,48 kilómetros y 8 estaciones. Se tardaba 10 minutos en hacer el recorrido. Imaginaos el impacto social de aquel acontecimiento en una ciudad de 700.000 habitantes. Se abrió al público el día 31 de octubre y fue tal el éxito del nuevo medio de transporte que en el primer año fue utilizado por 14 millones de viajeros.

El ritmo de crecimiento de la ciudad, que empezó a ser espectacular – en 1930 alcanzó el millón de habitantes -, vino acompañado del crecimiento del metro, así en el momento de estallar la guerra, la red estaba formada por 34 estaciones y 20,60 kilómetros. Se componía de 4 líneas, la 1 desde Tetuán hasta el Puente de Vallecas, la 2 desde Cuatro Caminos a Ventas o Diego de León, la 3 desde Sol a Embajadores y, la protagonista de esta historia el Ramal que entonces se denominaba  Ópera -  Norte[i], Ópera porque parte de la plaza de Isabel II en donde se encuentra el Teatro Real y Norte por la Estación de los Ferrocarriles del Norte, que era la compañía propietaria.

El Ramal se construyó para salvar el desnivel que hay entre la estación del Norte y el centro de la ciudad y para que los viajeros, dentro de un concepto muy moderno de intercambio de transporte, pudieran acceder a la red de metro de la capital desde la estación que daba servicio a casi todas las líneas de larga distancia que partían hacia el norte de España.

Sabemos por la historia que una gran parte del Ejército se rebeló contra la República el 18 de julio de 1936, pero no con la fuerza suficiente como para dar un golpe de Estado y ya está, sanseacabó, sino que vino después una guerra de tres años. El ejército colonial de África se rebeló en su mayoría y, después de cruzar el estrecho del Gibraltar, realizó un avance muy rápido hasta Madrid, ciudad a la que puso sitio a finales del mismo año. Y allí se quedó hasta que finalizó la guerra.

La línea del frente se estabilizó de forma un tanto caprichosa e inconcebible en tiempos de paz. Digo inconcebible porque hoy puedes pasear por donde estaba el frente e ir de dónde estaba un bando al otro en un par de zancadas. Por ejemplo en la Ciudad Universitaria la Facultad de Medicina era republicana y el lugar en donde ahora está la Facultad de Ciencias de la Información era nacional, y solo hay que cruzar una calle. Más al sur, el parque del Oeste – todavía están ahí como testigos mudos los fortines y casamatas – era republicano, por el límite de parque el frente llegaba al Puente de los Franceses y, a partir de éste y hacia el sur, el frente lo marcaba el río Manzanares, y justo en el centro de esa zona está la antigua estación del Norte, hoy en día de Príncipe Pío.

El frente tal y como se quedó hasta el fin de la guerra
fuente: www.madrid1936.es

Para bajar las tropas republicanas desde el centro de la ciudad al frente, por la Cuesta de San Vicente, quedaban muy expuestas a los disparos enemigos que podían tirar con todo lo que tenían desde el otro lado río, desde la Casa de Campo. La solución era obvia, el mismo recorrido lo hacía por debajo de tierra el Ramal del metro. Así que en vez de viajeros la línea transportó soldados y material de guerra.

Se daba una situación muy curiosa. Al estar el frente tan cerca del centro de la ciudad, los milicianos y soldados cumplían un horario que podría calificarse de horario de trabajo. Iban por la mañana con la amanecida, luchaban y guerreaban todo el día y luego retornaban – los que no tenían servicios de guardia – a sus casas y cuarteles por la noche. Debía de ser una situación muy extraña incluso en aquellos tiempos tan especiales. ¡La gente ponía el despertador para ir a matarse!.

Otra de las misiones de los trenes del Ramal era evacuar a los muertos y heridos. De tal forma que por una de las direcciones bajaban los soldados y por la de retorno subían las bajas. Al llegar a Ópera, pasaban los cadáveres a trenes especiales en la línea 2, como la gente se refugiaba de los bombardeos en los andenes o simplemente viajaba pues el Metro no cerró en ningún momento, apagaban las luces de los trenes cuando iban pasando por las estaciones con el fin de que los ciudadanos no contemplaran el penoso cargamento camino del cementerio. Una vez superada la estación, ya en el túnel, volvían a encender las luces. De esto fue testigo mi tío, entonces un muchacho de 15 años que, 40 años después, me lo contaría a mí.

Hoy en día, mudos los cañones desde hace muchos años, el Metro de Madrid es una de las redes de tren metropolitano más extensas del mundo. Tiene 324 kilómetros de vía, 238 estaciones y 2,5 millones de viajeros diarios.

Pero el Ramal sigue igual, los trenes son mucho más modernos, es más, son automáticos. Pueden ir sin conductor aunque la política del Metro es que siempre lleven alguien a cargo. Saben que hay más de uno, entre los que me incluyo, que no montarían en el tren sin nadie al volante. Decía, que el Ramal sigue igual, no se ha ampliado, no ha crecido, no se ha hecho un hombre, no se ha convertido en una línea a pesar de que hay varias que cruzan el Manzanares hacia los nuevos barrios del oeste de la capital.

Lo que si ha cambiado es la estación del Norte, empezando por el nombre, ahora es del Príncipe Pío, el nombre de la montaña sobre cuya falda descansa. Ha dejado de ser una estación de larga distancia y ahora pasan por ella 3 líneas de Metro, varias de trenes de Cercanías, tiene un intercambiador de transportes para autobuses que van hacia los barrios y las ciudades-dormitorio del oeste, tiene cines y un fabuloso centro comercial.

No hace mucho, estuve una temporada trabajando cerca de la Plaza Mayor, en un edificio histórico en estado ruinoso. Todos los días tomaba el metro en Príncipe Pío y subía hasta Ópera y por las tardes desandaba el camino. Por las mañanas iba como siempre se va al trabajo, un poco a disgusto, con el mal sabor de boca del madrugón, aburrido por la rutina, mirando hacia la oscuridad del túnel para no ver las caras de los demás cuya expresión era más o menos igual que la mía. Una vez, hay que ver que caprichosa es la memoria, me acordé de la historia de los milicianos cogiendo el metro para ir a la guerra de la misma forma que yo lo cogía para ir a un cómodo trabajo. Y me imaginé qué sentirían, el nudo en el estómago que deberían tener, el mal sabor del miedo en la boca, con el fusil Mauser fuertemente asido en la mano en vez del maletín; y me sentí un privilegiado, un enorme y desagradecido privilegiado con la vida que me ha tocado vivir.


Juan Carlos Barajas Martínez



Notas:

[1] El Ramal ha tenido varias denominaciones a lo largo de los años y de los regímenes políticos, a saber, empezó siendo – en tiempos de Alfonso XIII – ramal Isabel II – Norte. En la Segunda República le pusieron Ópera – Norte, por aquello de que Isabel II no había sido precisamente republicana. En la Guerra Civil, volvieron a cambiarle el nombre y le pusieron Fermín Galán – Norte. Fermín Galán había sido uno de los militares de la sublevación republicana de Jaca. Después de la Guerra, volvió a la fórmula Ópera – Norte, qué raro que no la pusieran Generalísimo – Norte. Y, por último, tras el cambio de denominación de la estación de tren, Ópera – Príncipe Pío. Por cierto, en la monarquía española que yo sepa nunca ha habido un Pío. El tal príncipe fue un noble italiano que compró las huertas que había en el lado derecho de la actual Cuesta de San Vicente y ha dado nombre a la montaña.


Fuente: www.madrid1936.es


Bibliografía:

Historias Matritenses: El Ramal Ópera- Príncipe Pío

Madrid 1936




Nota Final:

Hoy es 31 de diciembre de 2011, ponemos punto final a un annus horribilis para empezar inmediatamente con otro de similares características, pero no pensemos demasiado en ello, tomaos un copazo y comed la uvas con tranquilidad que luego hay quien se atraganta. Os deseo para este año que viene, por este orden, toda la salud que sea posible – que es muy necesaria y todo pasa por tenerla bien - , amor en grandes dosis – nunca es bastante – y dinero, el suficiente para vivir con holgura, por lo menos que no nos quiten más.

Feliz 2012



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La Mecánica Celeste


¡Qué fácil era la vida antes de la Mecánica Cuántica!. Todo se podía explicar, toda causa tenía sus efectos y todo efecto se podía explicar por sus causas. Galileo y Newton nos enseñaron a predecir el futuro, ya podíamos saber con antelación para cuándo el próximo eclipse de Sol, por qué se caían las manzanas de los manzanos, cuándo entraban en conjunción Júpiter y Saturno y, usando el mecanismo de la deducción,  por qué Juan es mortal a partir de que todos los hombres son mortales.

Así que nuestro Universo era como un reloj, con sus engranajes perfectos que coincidían perfectamente unos con otros en un movimiento perfecto. Y en el centro estaba el ser humano muy cerca del punto en el que nada se mueve. El centro de coordenadas. Y claro, no nos quedó otra que bautizar al invento con el nada presuntuoso nombre de mecánica celeste.

Y por fin llegó ese maldito siglo XX que a lo mejor tendríamos que habernos saltado, ese siglo que se empeñó en contarnos la verdad y despertarnos de nuestro sueño racional, y sesudos pensadores nos demostraron que hay lugares, muy pequeños pero al fin y al cabo existen, en los que las causas y los efectos no casan tan bien, en los que un gato de nombre impronunciable – Schrödinger – puede estar muerto y vivo al mismo tiempo y no te puedes acercar a lo observado porque fastidias el experimento.


¡Qué inseguridad!, con lo bien montado que estaba nuestro Universo precuántico. Y claro estas cosas no se pueden guardar en el patio trasero de nuestra casa, acaban sabiéndose y lo impregnan todo, creando confusión, ofuscando a los sensatos, alterando el orden natural de las cosas.

De esta manera, el prudente banquero deja de prestar dinero a los solventes sino a los que sabe que no se lo van a poder devolver, los Estados premian al banquero restituyendo el dinero que ha perdido con tan poco productivo negocio, y los Estados piden dinero a los bancos a un interés impagable para poder  pagar el dinero que les prestó antes. Pura mecánica cuántica. La causa y el efecto mezclados en una orgía sin método.

Pero incluso en el Reino de lo Cuántico – en el que reina la Reina de Corazones, ¡qué le corten la cabeza! - hay que hacer balances, y alguien tiene que pagar. Así que siguiendo la lógica perversa de tan enrevesado Universo, los que tienen que pagar son los que menos tienen, hay que recortarles los beneficios, los sueldos. Más horas, más días y más años para trabajar los que trabajan, más horas, más días y más años de paro para los que no trabajan. Hay que volver a pagar al médico como si no se cotizase a la Seguridad Social y lo llaman copago cuando lo deberían llamar repago. Hay que ver qué pasa con las pensiones de los más mayores no vaya a ser que pasen sus últimos años cómodamente y sin problemas.

Y todo esto es indiscutible. Por favor, ¡este es el nuevo orden cuántico!, no se puede alterar si no queremos provocar alguna explosión cósmica, que el vuelo de una mariposa en Hong Kong puede tener relación con una tormenta en Nueva York, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y ahora pretendemos discutir a Heisenberg.

De todo este maremagnum sólo se salva una variable, el tiempo, que sigue siendo secuencial, al menos por el momento. El tiempo según Einstein puede dilatarse o contraerse, que todo es relativo, pero al lunes le sigue todavía el martes y a febrero, marzo. Y a un año, el siguiente, de forma que todos los años seguimos teniendo navidades y “Qué bello es vivir” en la tele.

Y en estas fechas tan señaladas, en este tiempo tan entrañable que visto como están las cosas se contraerá en lo posible, proliferan los buenos sentimientos, la esperanza, los buenos deseos y yo no puedo ser una excepción. Os deseo, queridos lectores, queridos amigos, mucha salud, el bienestar que os sea posible conseguir, la compañía de la familia y los amigos. Os deseo feliz navidad. No os podéis imaginar lo que agradezco que me leáis. Muchas gracias.



Juan Carlos Barajas Martínez




Para el que quiera ampliar más:


La paradoja del gato de Schrödinger: http://es.wikipedia.org/wiki/Gato_de_Schr%C3%B6dinger





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Lisboa, Pessoa y el Banquero Anarquista



-          me dijeron hace días que fue usted en otro tiempo anarquista
-          Lo fui y lo soy. No he cambiado a ese respecto. Soy anarquista.
Fernando Pessoa, el Banquero Anarquista (1922)

Hace unos días que he estado en Lisboa con mi familia y unos buenos amigos, ¿se puede uno imaginar un plan mejor?.

No había estado nunca. Siempre retrasé está cita inevitable no porque no tuviera interés o porque los comentarios que me llegaran de ella me desanimaran, al contrario, todo lo que he oído acerca de Lisboa es elogioso. Lo que pasaba es que está ahí al lado, desde Madrid a unas horas de autopista, y siempre había un lugar lejano que ver mientras el vigor juvenil te diera impulso. Así que, año tras año, he ido retrasando la visita, hasta ahora quizás porque tengo vigor de sobra, pero ya no es tan juvenil como quisiera.

Lisboa es como una bella mujer entrada en años, sin maquillar ni pintar pero con las facciones dulces y serenas, vestida con un vestido elegante pero con el tiempo dibujado en sus tejidos. Un revisor del tren nos dijo que estaba podrida, pero no es cierto, le empujaba a decirlo la saudade, ese sentimiento de desmoralización tan portugués, ese fado que llevan dentro fue el que habló, a Lisboa simplemente le falta el maquillaje y si alguien se lo diera, es posible que perdiera parte de su especial encanto. Así que mejor dejarla como está, con sus casas desconchadas, con sus calles estrechas, empedradas de adoquines resbaladizos, por cuyas cuestas suben cansados unos tranvías casi tan viejos como la ciudad.

En cuanto a sus gentes, los lisboetas no son muy alegres, tienen esa saudade de la que hablábamos que les hace tan sólo esbozar media sonrisa, pero son de una amabilidad impresionante, que hemos perdido en España, o por lo menos, que hemos perdido en Madrid. Siempre están dispuestos a ayudarte, siempre serviciales, te indican el camino correcto sin esperar a que les preguntes, un encanto de gente.

Hace ya muchos años, Francisco Fernández Ordóñez, el que fuera ministro de Asuntos Exteriores, en una entrevista en la radio habló de un autor portugués – nacido y muerto en Lisboa - del que no había oído hablar, Fernando Pessoa, y de uno de sus libros, el “Libro del Desasosiego”. ¿Me pasa sólo a mí o hay alguien más que cree que los políticos de hace unos años tenían más peso intelectual que los actuales?. Y habló tan bien, que me entraron unas ganas enormes de leer el libro.

Hoy lo he vuelto a abrir después de muchos años y me ha sorprendido la cantidad de anotaciones y subrayados que le hice. Casi había olvidado que junto con el “Juan de Mairena” de Antonio Machado había sido mi libro de cabecera en mis años jóvenes. Y explica en parte, por qué veintitantos años después y a pesar de que antes del viaje a Lisboa ni me había acordado de él, tenía la sensación de encontrarme con el espíritu de Pessoa en cada calle, en cada plaza; de la misma manera que la primera vez que fui a Bruselas me parecía que me iba topar con Hergé al doblar cualquier esquina.

Por supuesto que me porté como el típico turista con pretensiones intelectuales, me hice una foto delante de la tumba de Pessoa en los Jerónimos y me hice otra sentándome al lado de su estatua en una mesa de la terraza de la cafetería “A Brasileira”, en donde se tomaba sus copazos de “aguardente”.


Hay otra obra menor de Pessoa que llamó la atención de mi concienciada juventud, que he vuelto a releer y me ha parecido más actual que nunca, se trata de un cuento o de una novela corta, como prefiráis, es “El Banquero Anarquista”.


En esta narración se cuenta la cena del protagonista, que habla en primera persona, con un banquero conocido por su usura, su inquebrantable adhesión al mundo del dinero y su vida de lujo y de placer. Durante la cena, el narrador le pregunta acerca de su pasado anarquista, durante su juventud antes de ser banquero y, para su sorpresa, el banquero le contesta que no ha dejado nunca de ser anarquista.

Comienza entonces un discurso por parte del banquero en que demuestra a su manera, no sólo que sigue siendo anarquista sino que además es el único anarquista real que hay en el mundo. Pessoa nos lleva entonces al terreno de lo que él denomina “sátira dialéctica”, en la que usa el doble sentido, el retorcimiento de la lógica, todo ello con una sutileza literaria que casi acabas por dar la razón al cínico banquero.

Según el razonamiento del banquero, el anarquismo persigue la liberación del ser humano y él ha empezado por liberarse a sí mismo. La única forma de tener libertad absoluta es disponer del dinero suficiente para hacer lo que a uno le da la realísima gana. Y la forma de hacer dinero pasa por cometer todos los actos que sean necesarios sin tener en cuenta ningún tipo de ética. Para lo que se requiere de fortaleza personal y de fortaleza en las convicciones.

El narrador le interpela diciendo que el verdadero anarquista no persigue sólo su libertad individual sino la de todo el género humano. A lo que retorciendo la lógica, el genio de Pessoa puesto en boca del banquero, replica que – según el procedimiento anarquista que descubrió y que asegura que es el único procedimiento posible – cada uno tiene que liberarse a sí mismo. Dice “Yo  me he liberado a mí; he cumplido con mi deber para conmigo y para con la libertad, ¿Por qué mis camaradas (anarquistas) no han hecho lo mismo?. Yo no se lo he impedido. Eso sí que hubiera sido un crimen……Pero yo ni siquiera se lo impedí ocultándoles el verdadero procedimiento anarquista; en cuanto lo descubrí, se lo dije claramente a todos….”.   Simplemente genial. Recomiendo la lectura de la novela para seguir el razonamiento completo de Pessoa, es muy corta apenas cincuenta páginas en un libro de bolsillo.

Y yo me pregunto. ¿Los banqueros de Lehman Brothers eran anarquistas?, ¿eran libertarios los que diseñaron los productos financieros tóxicos?. ¿Intentaban liberarse a sí mismos consiguiendo todo el dinero que fuera posible por encima del bienestar de tantas y tantas personas a las que arruinaron, todo ello en busca de la verdadera Anarquía?. Voy más lejos, la crisis económica mundial ¿no se tratará de una conspiración anarquista internacional?. ¿Será Angela Merkel un nuevo Bakunin[i] y Sarkozy un nuevo Sébastien Faure[ii]?.

Uno tiene la tentación de ser un poquito Pessoa y retorcer, extender y soltar los razonamientos, pero me parece que lo que son toda esa gente es un poco sinvergüenza.

Aunque al final a lo mejor lo consiguen y a fuerza de pasarse logran que la gente se levante y, si esto pasara, resultaría que – aun siendo gentes de poder político y económico y no anarquistas – el efecto conseguido sería el mismo que si fueran anarquistas de pura cepa que cantan “a las barricadas” camino de la revolución.


Juan Carlos Barajas Martínez



[i] Mijaíl Alexándrovich Bakunin  (30 de mayo de 1814 - 1 de julio de 1876) fue un anarquista ruso contemporáneo de Karl Marx. Es posiblemente el más conocido de la primera generación de filósofos anarquistas y está considerado uno de los padres de este pensamiento, dentro del cual defendió la tesis colectivista
[ii] Sébastien Faure (Saint-Étienne, Loira, 6 de enero de 1858 - Royan, Charente Marítimo, 14 de julio de 1942), escritor y filósofo anarquista francés




Bibliografía:

El banquero anarquista y otros cuentos de raciocinio
Fernando Pessoa
Colección el libro de bolsillo
Alianza Editorial, Madrid, 1986

Enlace:
La narración de Pessoa en Wikisource (la traducción no es muy buena pero es gratis, "las gallinas que entran por las que salen" como dice un filósofo de Montiel llamado José Mota)




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Leyes del correo electrónico




Este artículo forma parte de un "aprendiz de libro" que llamé provisionalmente "¡También hay vida en el planeta Burocracia", que espera en el cajón de mi escritorio a que tenga tiempo y pueda completarlo y corregirlo, a ver si me puedo jubilar pronto.

En él describo treinta y cinco leyes de funcionamiento de las organizaciones burocráticas basadas en mi experiencia y observación durante 30 años de trabajo en este tipo de organizaciones. Están escritas con humor, utilizando un lenguaje prestado de las ciencias físicas y matemáticas, poniendo -para cada ley - un enunciado y una justificación que no demostración porque, al fin y a la postre,  ni es física ni son matemáticas.

Leyes del correo electrónico

1 Ley de la probabilidad de equivocarse de destinatario

Enunciado:
La probabilidad de equivocarse de destinatario es directamente proporcional a la confidencialidad del contenido. Dicho de otro modo, la probabilidad de equivocarte de destinatario es mayor cuanto mayor es tu interés por mantener en secreto lo que dice el mensaje.

Justificación:
Se suele decir que una de las características de las máquinas que el ser humano ha desarrollado para hacernos la vida más fácil, es que las susodichas son elementos potenciadores de las facultades de las personas. De esta manera, un buldózer multiplica la capacidad de un trabajador para cavar la tierra, un equipo submarino, la capacidad de permanecer debajo del agua y así un largo etcétera.

Pero de la misma manera que se potencian las capacidades se potencian los errores, un operario de un buldózer bajo tratamiento de antihistamínicos en época de alergias puede destrozar una casa si se duerme, el mismo operario con una pala, puede producir un simple desconchón en la pintura de la pared.

Pues bien, el ordenador no es ajeno a estas propiedades de las máquinas. Puedes manejar grandes cantidades de información, compartirla de forma fácil, tremendamente rápida y a un conjunto enorme de personas. Pero también puedes hacer lo mismo cuando te equivocas.

Basta que cuentes en un mensaje un cotilleo de un compañero, para que le pongas en la parte de destinatario o, para que coloques en dicha parte a alguien próximo a él que no dudará ni un instante en reenviárselo. O, en un sentido más oficial, puedes enviar la estrategia de tu empresa a otra empresa, competidora de la tuya, en vez de al cliente.

2 Ley del reenvío

Enunciado:
La probabilidad de que un mensaje confidencial llegue a un destinatario que no debe conocerlo es mucho mayor si se utiliza el correo electrónico que si se utiliza el correo tradicional.

Justificación:
Esta ley también es evidente. En el correo tradicional si se envía un correo correctamente dirigido, la información que contiene acaban conociéndola el remitente y los destinatarios. Se requiere de una acción consciente por parte de alguno de los destinatarios para su posterior distribución a terceros, o bien, una labor de espionaje.

Pero en el ámbito del correo electrónico, existe un elemento potenciador del error y es la opción de reenvío. Además cuándo se reenvía un mensaje los datos de los mensajes quedan escritos en el texto, de manera que es posible reconstruir el historial completo del mensaje hasta perderse en la noche de los tiempos.

Es una escopeta cargada en manos poco hábiles. La fuente de errores viene por dos vías. El usuario torpe que reenvía sin quitar del texto los encabezamientos de los mensajes anteriores o el usuario – aún más torpe – que reenvía sin darse cuenta, y lo reenvía urbe et orbe.

Esta capacidad de guardar el historial de los mensajes unidos a la torpeza generalizada es lo que aprovechan ciertos elementos para acumular direcciones de correo electrónico cuando envían esos mensajes con presentaciones preciosas de flores, paisajes y frases grandilocuentes o, peor aún, con una información sobre un niño desvalido con una enfermedad incurable, que viene siendo el mismo niño desde 1997 y que, desgraciadamente, ya estará muerto o – lo deseamos de todo corazón - ya es padre de familia.

3 Ley del “pero si ya lo he enviado”

Enunciado:
Si se retrasa la recepción de un correo previamente anunciado y se pregunta al remitente sobre el mismo y responde “pero si ya lo he enviado”, el receptor frustrado puede estar seguro de que al remitente se le ha olvidado realizar el envío.

Justificación:
¡Cuántas veces hemos vivido esto en nuestros trabajos!. El empleado A depende de una información que le tiene que proporcionar B, por ello, hace ya algún tiempo le ha enviado un correo electrónico solicitando dicha información. Y es muy probable que incluso le haya enviado mensajes recordatorios. La fecha de entrega de A se acerca y contrariado, cabreado o desesperado – depende del grado de urgencia de la situación – A se decide a hablar por teléfono con B en tono seco, cabreado o desesperado según lo merezca y B le responde, “¿no lo has recibido?, ¡pero si lo envié hace días!”.

En principio B podría tener razón, pero si analizamos la situación nos damos cuenta de que, a excepción hecha de las poco frecuentes caídas de los servidores de correo electrónico, este sistema –en condiciones normales - ha demostrado una eficacia perfecta en enviar los mensajes a los destinatarios correctos. Por otra parte cuando se caen los sistemas de correo electrónico afectan a muchos usuarios por lo que es conocido por toda la empresa, así que esta excusa no es válida cuando A y B pertenecen a la misma organización.

El cálculo de probabilidades está en contra de B, quien, o bien ha olvidado sin más enviar el mensaje, o bien lo ha enviado a un tercero. 

4 Ley del “pues no lo he recibido”

Enunciado:
Si se tarda en recibir contestación a un mensaje que lo requiere y se pregunta al encargado de responder y contesta “pues no lo he recibido”, se puede estar completamente seguro de que sí lo había recibido.

Justificación:
Esta es una variante de la situación anterior en la que B adopta una actitud más agresiva pasándole la responsabilidad a A de manera que se pone en duda si realmente A ha enviado el mensaje. Aunque también A puede estar intentando hacer el avión a B, pero en el espíritu de esta ley está el suponer que A es honrado. Hecha esta suposición, el cálculo de probabilidades vuelve a estar en contra B por las mismas razones que en la Ley anterior.

Normalmente lo que está haciendo B es una estrategia para ganar tiempo, si no ha recibido el mensaje no ha podido contestar y se supone que necesita más tiempo para pensar y realizar la contestación. En este contexto A puede estar seguro de que el mensaje había llegado y que tiene que estar alerta con B y realizarle un seguimiento más intenso.

5 Ley de la impersonalidad del correo electrónico

Enunciado:
Si del texto de un mensaje de correo electrónico se pueden extraer varios significados, el destinatario entenderá el más desagradable, perjudicial para sus intereses o insultante.

Justificación
La primera vez que me di cuenta de este curioso fenómeno ocurrió en los primeros tiempos en que el correo electrónico se implantó con carácter general en las organizaciones allá por  1996 o 1997.

Había tenido un éxito personal e informé de ello a mis amigos, todos me contestaron con beneplácitos y felicitaciones pero uno, de los más íntimos, de los que has compartido lágrimas y alegrías, me contestó con una frase muy sintética – probablemente debido a que estaba hasta arriba de trabajo y me había contestado muy deprisa – que hacía referencia a antiguos fracasos personales y que de alguna manera un éxito los tapaba. No es lo que yo esperaba. Y me enfadé. Precisamente él, al que tanto quería, me daba la peor contestación de todas las que había recibido.

Pasado un rato, más sereno y movido por el cariño hacia esa persona intenté aproximarme a la fatídica frase con más tolerancia, y empecé a mirarla con otros ojos, me puse en su lugar y a tener en cuenta sus circunstancias, su modo de pensar y no dejé de lado la rapidez de la contestación. Y súbitamente la frase cambió por completo de sentido, me dí cuenta de lo positivo que era para mí que ese éxito tapara viejas heridas y que esa era la intención del mensaje y no recordarme viejas querellas.

Bien, hice un notable esfuerzo de comprensión porque me iba en ello una amistad de décadas pero, si el asunto hubiera sido de trabajo y el que me había contestado hubiera sido otro empleado, habría habido sin duda un conflicto. De hecho he pasado por esta situación en varias ocasiones.

Antes he comentado el carácter multiplicador del correo electrónico y esto no es una excepción. Cuántos malentendidos y conflictos se han creado por redacciones sintéticas, muy resumidas, de mala gana o simplemente equivocadas.

He llegado a tener jefes que me exigían que llamara por teléfono antes que enviar un mensaje, sobre todo cuando las situaciones eran delicadas.

¿Cuáles son las causas de este fenómeno?. A mi modesto entender son varias. Al contrario de lo que ocurre con otros tipos de documentos, en los correos electrónicos se tiende a ser sucinto. Esto quizás sea porque tiene cierto sentido de inmediatez, de rapidez, de informalidad en la comunicación.

Esta tendencia al resumen hace que se emplee menos esfuerzo en explicar bien lo que se quiere decir, con lo que se favorece la confusión del lector. En esto están emparentados con los antiguos telegramas en los que se evitaban los artículos y las preposiciones por causa de que se cobraban por palabra, sí, como los SMS de hoy que se cobran por carácter. Por cierto, abriendo un pequeño paréntesis, entonces – en los gloriosos tiempos de los telegramas - nadie se rasgaba las vestiduras con las incorrecciones gramaticales que se cometían y nadie pensaba que el castellano iba a desaparecer bajo el yugo de los télex, tal y como ocurre hoy con los SMS y esa descastada masa de usuarios que los usa.

Al correo electrónico le falta el sonido, no tiene la entonación, la inflexión de la voz que proporciona una información muy importante en los mensajes orales entre las personas. Sin embargo en los mensajes se imita ese lenguaje oral, pero con esa notable pérdida, con lo que puede ser malinterpretado con más facilidad.

Y le falta también la imagen y por tanto no se captan ni los gestos ni el lenguaje corporal que son asimismo muy importantes en la comunicación humana. Por eso tantas personas recurren a los “smileys” o los “jajaja” en los correos electrónicos o en los “chats”, en un intento por rellenar esa pérdida de información; este sistema es muy recomendable cuando se trata de comunicaciones informales.

Otro problema añadido es que la gente poco avezada en cuestiones de Internet desconoce que las mayúsculas se interpretan como gritos. Muchas veces una persona escribe en mayúsculas queriendo resaltar la importancia de una idea y el receptor interpreta que le están echando una bronca.

Y no me digáis que el correo electrónico permite imagen, sonido y vídeo, que ya lo sé. Son archivos adjuntos, no forman parte de la propia información del mensaje.


Juan Carlos Barajas Martínez