Si j’ordonnais, disait-il couramment,
si j’ordonnais á un général
de se changer pour un oiseau de mer,
et si
le général n’obéissait pas,
ce ne serait pas la faute du général.
Ce
serait ma faute
Le petit
prince, chapitre X
Ya he contado en este blog cómo descubrí, o mejor dicho me
hicieron descubrir, el libro de Antoine de Saint-Exupéry, “El principito”, en
la clase de literatura francesa de quinto de bachiller. Gracias a una profesora
que, aunque floja en francés, no era nada mala formando personas (ver "El principito, el zorro y las Islas Molucas del Sur"). Desde
entonces “El principito” ha sido uno de mis libros de cabecera, de esos a los
que – de manera irremediable - vuelves periódicamente a sus líneas, a refugiarte
en su lectura.
Para mí, “El principito”, más que un cuento infantil es un
libro de filosofía. Cómo ya he comentado, el episodio del zorro es la mejor
descripción de la amistad que he encontrado en los libros que he leído hasta
ahora, la más sencilla y la más poética.
Pero el libro es mucho más y la galería de personajes que se va encontrando el
principito por los asteroides permite a Saint-Exupéry mostrarnos mediante la
parábola una descripción del mundo real, de una aparente simplicidad, pero con
una profundidad envidiable no exenta de un punto de ironía y de crítica.
En el episodio X el principito se encuentra con un
solitario rey, de un planeta tan pequeño, que su manto de armiño ocupa casi
toda la superficie. Es un rey de un reino minúsculo, sin súbditos, sin embargo
sabe muy lo que es dar una orden. En el diálogo que se abre a continuación
entre ambos se explica lúcidamente la esencia de lo que es la autoridad, de lo
que es dar órdenes para ser obedecidas.
“-Si yo le diera a un general la orden de
volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de
transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida ¿de
quién sería la culpa, mía o de él?
-La culpa sería de
usted -le dijo el principito con firmeza.
-Exactamente. Sólo
hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar -continuó el rey. La
autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se
tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir
obediencia, porque mis órdenes son razonables.”
Si se ordena a un general que se convierta en ave marina
difícilmente va a poder hacerlo. Claro, dicho así, puede parecer absurdo porque
a nadie se le va a ocurrir dar una orden semejante, y lo admitimos porque se
trata de un cuento, pero esconde una gran verdad, si tienes una posición de
autoridad y tienes que dar ordenes, éstas han de estar en línea con la
competencia y las posibilidades de la persona que tendrá que ejecutarlas. Es
decir, pide lo posible. Y luego Saint-Exupéry redondea diciendo que la
autoridad se apoya antes que nada en la razón, esta frase – aparte de cierta –
podría estar en cualquier ensayo, digamos serio, y no sólo en un cuento
infantil, aunque “El principito” es algo más que un cuento infantil.
Desgraciadamente en la vida real se dan este tipo de
órdenes continuamente. La semana pasada, en este mismo blog, al hablar de la ley
del tiempo de entrega de los trabajos, contaba el caso de un jefazo que me
encargó un trabajo sobre legislación electoral en las repúblicas
latinoamericanas, pero sólo conté el segundo acto. Realmente fue una comedia en
dos actos y el primero viene ahora al pelo.
Aquel jefazo solía deambular por las tardes por la planta,
en aquel momento sólo había una administrativa tecleando algún escrito en el
ordenador. Mi despacho daba a esa pradera, estaba como a unos quince metros de
la mesa de la administrativa y tenía la puerta entreabierta por lo que pude
enterarme de toda la escena. El jefazo se dirigió directamente a ella y la
espetó: “Buenas tardes, necesito que me
haga usted un trabajo. Si señor dígame usted – contestó la administrativa - . Por favor hágame un estudio comparado
de las legislaciones electorales de las repúblicas iberoamericanas. ¿Cómo?. Sí,
que se meta usted en Internet y me haga un estudio comparado de las
legislaciones electorales iberoamericanas, puede comenzar por la República
Dominicana, aquí tengo unos papeles – y aquí el jefazo se explayó en
detalles y términos jurídico-políticos, explicando con mucha prosapia qué es lo
que quería, pero la administrativa no se estaba enterando de nada. Ponía una
cara de total desamparo pero el jefazo no se daba cuenta y seguía su docta
explicación.
Yo miraba la escena entre apenado, por el mal rato que
estaba pasando mi compañera a la que estaban pidiendo descaradamente que se
convirtiera en ave marina, y divertido,
por la falta de inteligencia social del jefe. También albergaba la certeza de que
el trabajo acabaría en mi mesa.
Mi compañera se quejó al día siguiente a la directora de
asuntos generales que hacía de madre, y lo hacía bastante bien, de todos los auxiliares
y administrativos de aquella dirección general. Y ésta, vino a verme a continuación
para pedirme que por favor me hiciera cargo del trabajo ya que – aunque sabía
que no me correspondía – yo tenía el perfil adecuado para hacerlo y que si
patatín, que si patatán. Y como ya conté la semana pasada realice el trabajo en
un tiempo récord que tuve que ajustar para no incumplir la ley del tiempo de
entrega.
Aquel señor era completamente insensible a la dificultad de
mi compañera para realizar aquel trabajo, pero creo que no era por
malevolencia, era una incapacidad suya. No sé si habría leído “El principito”,
probablemente sí. Y además, conociéndole, es seguro que lo leyera en francés,
pero ya fuera en francés, español o sueco, no se había enterado de su verdadero
significado.
Más adelante en “El principito” nos encontramos con:
“No era sólo un
monarca absoluto, era, además, un monarca universal.
-¿Y las estrellas
le obedecen?
-¡Naturalmente!
-le dijo el rey-. Y obedecen en seguida, pues yo no tolero la indisciplina.
…………………………
-Me
gustaría ver una puesta de sol... Déme ese gusto... Ordénele al sol que se
ponga...
…………………………
-¿Entonces mi
puesta de sol? -recordó el principito, que jamás olvidaba su pregunta una vez
que la había formulado.
-Tendrás tu puesta
de sol. La exigiré. Pero, según me dicta mi ciencia gobernante, esperaré que
las condiciones sean favorables.
-¿Y cuándo será
eso?
-¡Ejem, ejem! -le
respondió el rey, consultando previamente un enorme calendario-, ¡ejem, ejem!
será hacia... hacia... será hacia las siete cuarenta. Ya verás cómo se me
obedece.”
En este
texto Saint-Exupery habla de una segunda dimensión de las ordenes justas, la
primera es que la orden se ajuste a las capacidades de la persona que va a
llevarlas a cabo, no se puede pedir a un general que vuele de flor en flor como
una mariposa ni se le puede pedir a una administrativa - porque no tiene
formación para ello – que realice estudios de derecho internacional comparado.
La segunda dimensión es que la orden también tiene que ajustarse a los medios
de que se dispone. No se le puede ordenar al sol que se ponga excepto cuando
está anocheciendo.
Saint-Exupéry
comienza por bromear sobre la figura del monarca universal, figura medieval,
que designaba – basándose en los antiguos emperadores romanos – a un monarca
que tenía ascendencia sobre los príncipes y reyes, que marcaba el código moral
de los gobernantes, que era reconocido como “primus inter pares” entre ellos
pero que no podía legislar en todos los territorios bajo su domino. En una
palabra, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1). En el texto el
autor habla de que no era sólo un monarca absoluto de su pequeño planetoide
sino que era un monarca universal que mandaba sobre las estrellas, siempre que
las condiciones fueran favorables claro está y las estrellas se movieran “per
sé” siguiendo las reglas de la mecánica celeste.
Podría
poner muchos ejemplos de órdenes que no se ajustan a condiciones favorables,
pero típicamente pasa cuando el parlamento aprueba una ley que garantiza unos
derechos, es decir, que la ley es muy justa y muy conveniente pero ninguno de
los padres de la patria se ha planteado de dónde se va a sacar el dinero, los
medios, o si es factible. Dicho de una manera simple y, por tanto,
probablemente no del todo justa, los políticos tienen la idea feliz y, sin
encomendarse ni a Dios ni al diablo hacen un parto que queda muy bien en los
telediarios, y luego la Administración no tiene medios para llevarla a cabo, al
final se bajan las expectativas, se reducen los objetivos, se hace lo que se
puede, se maquillan las cifras, los derechos que se querían garantizar quedan como derechos formales y, “sotto voce”, los funcionarios quedan como
incompetentes. Este es el ciclo político.
Pero si
tengo que contar una anécdota que venga al caso, diré que no hace mucho tiempo
me tocó realizar un trabajo muy urgente para una personalidad muy importante en
nuestro país. Tal era la alcurnia profesional del personaje que cuando acudías
a las reuniones reinaba el ambiente cortesano y sumiso que yo imaginaba para la
corte del rey persa, incluso – tengo una imaginación enfermiza – acertaba a
intuir que alguno de los adláteres que circulaba por las estancias palaciegas
sin poner los pies en el suelo era eunuco. En ese ambiente, mi jefe Juan y yo,
nos movíamos temblorosos intentado también no pesar demasiado y deslizar
nuestros pies sobre la tarima flotante. Pero fue en vano, caminar de ese modo
requiere un entrenamiento especial de años.
En
aquella situación se nos exigía que realizáramos el proyecto en quince días
cuando técnicamente era imposible hacer en menos de un mes. Podríamos haber
sido más cortesanos de lo que fuimos y haber engañado, haber dicho lo que
querían oir. Pero haber estudiado en la Universidad Politécnica de Madrid tiene
sus servidumbres. Allí te enseñan que dos y dos suman cuatro y no dos, que para
eso te dan el título de ingeniero.
No hubo
manera – a pesar de todas las explicaciones técnicas que dimos, a pesar de todo
el esfuerzo pedagógico que realizamos para traducir del lenguaje técnico al
profano – de que aquel prohombre aceptara – como el rey de “El principito” –
que el sol sólo sale a las 7:40 por que es físicamente imposible que salga a
las 6:40. Nos dijo muy severo “he sido
presidente de esta Organización durante seis años y sé como funciona esta casa.
Si me decís que estará dentro de un mes, en realidad no estará ni en dos ni en
tres, sino en seis”.
Me
conmovió tanta confianza y tanto Juan como yo nos callamos. Cualquiera hablaba.
Recuerdo que pensé que no conocía en absoluto la organización que había
presidido durante un sexenio. A la Organización la conocía yo, que tengo
problemas hasta para conseguir un bolígrafo o que me arreglen el teléfono
cuando se estropea, en cambio, una sola palabra suya bastaba para que salieran
asesores, expertos, pelotas y curritos como nosotros que resuelven sus
problemas en un mes porque no existe ninguna manera humanamente posible de hacerlo en menos tiempo.
Por
cierto, tuvimos terminado el trabajo dos días antes de lo que habíamos
previsto, y mi látigo – por supuesto imaginario – rezumaba sangre y sudor –
totalmente virtuales – de las espaldas de los esclavos – completamente
ficticios – que habían participado en su desarrollo, para conseguir que todo
estuviera acabado en un mes.
Juan Carlos Barajas Martínez
- Dante en su tratado “De monarchia” de 1316, define
al monarca universal como un prototipo o modelo de un órgano supreaestatal
por encima de los distintos imperios, a los que cedía el poder de la
legislación, si bien obligándoles a atenerse a unas líneas generales de
conducta. Remitiéndose al antiguo Imperio Romano, Dante creía poder
demostrar la posibilidad real de que gobernara un monarca universal, no
imitando a aquél, sino tomándolo como ejemplo, como dato histórico. Un monarca universal que
garantizara un gobierno y una paz universal. Es muy interesante ese período de la historia política de Europa que se denominó la "Gran Controversia" entre el papado y el imperio y que sienta las bases de la separación entre la Iglesia y el Estado.
Bibliografía:
El principito
Antoine de Saint-Exupéry
Edición bilíngüe
Editorial Salamandra, Barcelona 2002
Historial de la Literatura
Erika Wischer
Editorial Akal, Madrid 1989
Historia de la Teoría
Política
George H. Sabine
Fondo de Cultura Económica, 3ª edición 4ª reimpresión,
Madrid 1999
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