Los cipreses creen en Dios, sobre todo en la Toscana



Alguien muy cercano a mi suele decir, al referirse a personas bendecidas por la fortuna y al mismo tiempo de notoria religiosidad, que cómo no van a creer en Dios con la vida que se pegan.

Por otro lado, José María Gironella escribió una novela sobre la guerra civil titulada: ”Los cipreses creen en Dios”. El título hacía referencia a la costumbre española de cubrir de cipreses los caminos de los cementerios que, según se sabe, fueron muy transitados – por desgracia -durante la guerra.

Así que, cuando ayer mismo viajaba por la campiña toscana impresionado por el paisaje, no hacía más que darle vueltas en la cabeza a ambos pensamientos.

¿Cómo no iban a creer en Dios los cipreses en una región como la Toscana italiana?. Los cipreses toscanos no están circunscritos al papel auxiliar de custodiar los cementerios. Están en todas partes, prolíficos, alguno de ellos enormes, otros no tan grandes y todos orgullosos. Comparten el espacio con el resto de los árboles construyendo una armonía perfectamente orquestada, adornan los caminos a las haciendas, protegen del viento a los campos de vides, custodian las ermitas solitarias que coronan las colinas.

Ningún espíritu medianamente sensible puede abstraerse de la belleza de esta tierra, sus colinas suaves y sus menos frecuentes montañas. Con sus laderas llenas de viñas y bosques de robles, pinos, olivos y cipreses, pintándolas de distintas tonalidades de verde y algún que otro marrón. A esta conspiración de la belleza se une diariamente el dios Sol al atardecer bañando todo este paisaje de una luz dorada que ninguna cámara fotográfica ni pincel de artista pueden reproducir.

Y qué decir de sus pueblos y ciudades. Etruria, la antigua Roma, la guerra permanente entre las ciudades estado azuzadas por sus imponentes aristocracias, la omnipresente y todopoderosa Iglesia Católica conspiraron a lo largo de los siglos para que en sus villas, castillos, iglesias y murallas cada piedra estuviera colocada en su debido sitio, como si no pudiera estar colocada en ningún otro lugar y de ninguna otra manera.

En San Quirico de Orcia, en una de sus calles empedradas, nos encontramos con un decrépito y magnífico edificio renacentista dedicado a “Archivo Histórico Italiano del Arte de Hacer Jardines”, mi amigo Jesús – que es un hombre sabio - dijo en ese momento: “Bastante es que una sociedad haya llegado a desarrollar un arte de hacer jardines, pero que además, haya llegado a crear un archivo histórico sobre el asunto, indica un grado de civilización muy alejado de la mera subsistencia”.

A mí, si fuera toscano, me pasaría como a los cipreses de este país, no le tendría miedo a ninguno de los misterios del universo.
Juan Carlos Barajas Martínez

Este artículo se lo dedico a mis amigos Javier y Jesús y a sus familias, gracias a su enorme amistad y al funesto trabajo de las parcas, son lo más parecido que tengo a un par de hermanos. 

Colonialismo ibérico vs colonialismo anglosajón



Vaya por delante que me declaro en contra de toda forma de colonialismo, no puedo dejar de decirlo pues puedo ser malinterpretado. Esta forma de relación entre las naciones es perversa y siempre ha buscado el aprovechamiento de los recursos de un país a favor de otro.

Hace más años de los que quisiera reconocer me tocó viajar muchas veces a Latinoamérica por motivos de trabajo. Es un continente maravilloso. Cada país es distinto, pero también, todos tienen un sustrato común y, en ese sustrato, reconozco partes de mi propio país. Por lo tanto, cuando vas por esas tierras no te sientes tan extranjero como en otros países y es muy fácil hacer amigos.

Y con estos amigos me he encontrado muchas veces en discusiones un tanto bizantinas, sobre muchos asuntos controvertidos que están siempre latentes, apuntados en esa agenda oculta que tenemos a medias españoles y latinoamericanos, que surgen cuando empieza a haber confianza y se disipa el temor a ofender.

Así, entre otros temas recurrentes, a veces aparecía la discusión sobre si hubiera sido mejor para ellos que la potencia colonial hubiera sido el Imperio Británico en vez de España o Portugal.

Su tesis principal es que, de haber sido conquistados por los anglosajones, la cultura habría sido más práctica, más institucional y respetuosa con la legalidad, mejor organizada y más dada promover la libre empresa y el progreso económico. Es decir, que habrían tenido más posibilidades de haber llegado a ser unos “Estados Unidos de Suramérica”.

Y no se puede decir que no lo intentaron. Nada más independizarse - ahora estamos celebrando con distinto éxito el bicentenario de aquellas revoluciones - las jóvenes repúblicas latinoamericanas dirigidas por la burguesías criollas se miraron en el espejo de su gigante hermana del norte y copiaron su constitución y su sistema político.

La verdad es que la idea era lógica, si funcionaba al norte por qué no iba a funcionar en el sur y además ya estaba hecha con lo cual se ahorraban un montón de trabajo, pero lo cierto es que la constitución de los Estados Unidos se ha revelado como la carta magna más peligrosa que han conocido los tiempos, allá donde se ha impuesto han proliferado los golpes de estado, las guerras civiles y la suspensión frecuente de la propia constitución. No ha funcionado en ningún sitio, excepto en los propios Estados Unidos, que llevan 224 años con ella.

Probablemente no funcionó nunca porque no estaba basada en la realidad social ni en la cultura de los países que la quisieron aplicar. Salvando las distancias, cuando el General Douglas McArthur se planteó dotar de una constitución democrática al Imperio del Japón, como hombre inteligente que era, no la hizo de tono presidencialista sino parlamentaria.

Bueno volviendo al asunto de qué metrópoli fue mejor, aparte de que se habrían ahorrado un montón de dinero en academias de inglés, yo no comparto del todo su entusiasmo sobre las bondades de haber sido colonizado por  los británicos. Es más, estoy seguro de que alguno de mis frecuentes interlocutores en este tipo de descabelladas discusiones, ni siquiera hubiera existido de haber sido la historia diferente, ya que el imperialismo británico en general fue bastante excluyente en eso de mezclarse, de dar origen al mestizaje como hicieron los colonizadores ibéricos. Los ingleses han sido más partidarios de la segregación, del tú aquí y yo allí. Pocahontas hubo muy pocas.

Pero, ¿por qué?. ¿Por qué los españoles y los portugueses dieron origen a naciones mestizas y los británicos a naciones con etnias segregadas?.

Mi padre solía decir que se debía a que los conquistadores españoles provenían de un país, puerta sur de Europa, que había sido invadido por muchos pueblos a lo largo de la historia. Si habían sido conquistados por fenicios, cartaginenses, romanos, suevos, alanos, vándalos – estos parece que eran bastante “hooligans” – visigodos y árabes, no podían tener aspiraciones de pureza racial. De hecho, al comienzo de la conquista, todavía había sectores importantes de la población española de origen morisco.

Pero esa explicación, que se la he oído a otras personas además de a mi padre, no acaba de convencerme, pues la sociedad española, como la de las demás naciones de la época, no era muy partidaria de la tolerancia étnica y religiosa.

Otra explicación que he escuchado por ahí es la famosa “salidez” de los ibéricos que, víctimas de un desenfrenado apetito concupiscente, no miraban con quien yacían y, al yacer con las mujeres locales de manera despreocupada, tenían hijos. Sin descartar la concupiscencia ibérica, mucho me temo estoy de acuerdo con la Iglesia Católica cuando afirma que es general en todo el género humano y no me creo que nuestros vecinos del norte carezcan de ella, a juzgar por su comportamiento en las playas de Benidorm, que se puede calificar de muchas maneras excepto de civilizado. La simple “salidez” no puede ser la explicación sino el mecanismo reproductivo, la herramienta.

¿Entonces qué ocurrió?, pues la mejor explicación la he encontrado en el libro “Antropología, una explicación de la diversidad humana”[1] del antropólogo norteamericano Conrad Phillip Kottak. Según Kottak el comportamiento diferente durante el período colonial entre los colonizadores españoles y portugueses, de un lado, y británicos, de otro lado; incluso el comportamiento diferente de las poblaciones actuales de América del Norte y del Sur respecto a  las formas de adscripción a la etnia, se debe al modelo de colonización que siguieron unos y otros.

En el modelo ibérico, eran hombres solitarios y aventureros los que iniciaron la colonización americana, en cambio, en caso de los británicos, eran familias enteras de puritanos las que comenzaron la colonización de América del Norte. En el sur los españoles no llevaban a sus mujeres por lo que no les quedaba otra que emparejarse con las mujeres locales con las que tuvieron hijos y los reconocieron como sus herederos. En el norte  llevaban a sus esposas, así que cada vez que una india le ponía ojos golositos a un peregrino del Mayflower, éste miraba a su espalda y veía a la correspondiente peregrina empuñando su rodillo de amasar listo para caer en las lascivas espaldas de sus maridos, suficiente como para reordenar los apetitos desordenados.

Parte de ese espíritu puritano lo siguen teniendo en los Estados Unidos, se manifiesta en la vida política y social, puedes mentir al país metiéndolo en una guerra para buscar armas de destrucción masiva que no existen, pero no puedes mentir sobre tu relación (¿o mejor felación?) con una becaria.

Como es una sociedad tan grande y tan compleja, la imagen que se envía al resto del mundo es caleidoscópica, es el país de los telepredicadores por un lado y el mayor exportador de pornografía por otro lado, tienen las comunidades Amish y el barrio “gay” de San Francisco, “Viva la Gente” y “Black Eyed Peas”, y así podemos tirarnos todo el día. Lo dicho, una sociedad muy grande y compleja, quizás por eso su constitución sólo les ha funcionado a ellos.

En cuanto a Latinoamérica, hay que decir que en los últimos años ha emprendido el camino correcto. Puede y debe conmemorar sin complejos sus bicentenarios, pero no debe lamentar el pasado. Es el continente que mejor capea el temporal de crisis y alguna de sus naciones se encuentra entre las potencias emergentes del panorama mundial. Brasil y Chile han experimentado progresos sociales y económicos impresionantes. Quizás haya llegado la hora de este Continente, quizás sea el Continente del futuro, muchos de nosotros – a este lado del océano – nos alegraríamos de que así fuera.


 Juan Carlos Barajas Martínez




[1] Antropología una explicación de la diversidad humana, Conrad Phillip Kottak, McGraw-Hill, Madrid 1999



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Sociología Divertida por Juan Carlos Barajas Martínez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.

En nuestra cultura, ¿está sobrevalorada la higiene en los cuartos de baño?



En las familias de clase media en las que ambos cónyuges trabajan fuera de casa y los hijos van alcanzando esa edad en que las tonterías infantiles dejan de tener  gracia, la fuerza que las mantiene unida, la argamasa que junta sus miembros no es el amor – que es imprescindible -, no es el respeto mutuo – que es ineludible -, ni siquiera es la educación de los hijos – que es insoslayable -; es.…………la asistenta. En mi casa, Santa Svetlana de Ucrania, ¡Dios la proteja!.

El caso es que Svetlana tiene que irse de vacaciones a sus estepas de procedencia, descanso al que tiene todo el derecho del mundo, dejándonos sumidos un vacío profundo. Y ese mes sin ella nos pone a prueba el amor que sin duda nos tenemos, el respeto mutuo que nos profesamos y la educación de nuestros hijos que tanto esfuerzo y dinero nos ha costado y nos cuesta.

Un sábado del pasado mes de julio andábamos toda la familia de limpieza general y, con una valentía digna de encomio, encargué a mi hijo mayor de 17 años y casi 1,90 metros de altura, la limpieza de su cuarto de baño. Los lectores que seáis padres seguro que entendéis lo que quiero decir.

Después de iniciarle en los secretos de la limpieza del lavabo y a la hora de tener que coger él el estropajo, me dijo muy serio – en un tono yo diría que cuatro puntos por debajo de “cabreado” y dos puntos por encima de “contrariado” – que la limpieza del cuarto de baño, en nuestra cultura, está sobrevalorada.

Yo le contesté, diez puntos por encima de “confuso” y tres puntos por debajo “de no te pierdas”, que la mierda, la suciedad y las bacterias no conocían de culturas.

Pero minutos después, cuando andaba yo liado con mi baño, estuve dándole vueltas a su frase. Aparte de que semánticamente se trataba de una barbaridad provocada por las pocas ganas de limpiar que tenía, el término cultura estaba bien traído. Y me pregunté si él sabía exactamente lo que significa la palabra cultura en las ciencias sociales y si había reflexionado sobre los modos de pensar de nuestra sociedad acerca de la limpieza o, simplemente como decía el director de mi colegio, aquel cura salesiano norteño - apodado “el Danone” por el buen carácter que tenía –, había oído campanas y no sabía exactamente dónde.

Porque la palabra cultura es de esas que admite múltiples significados y acepciones – son siete  las reconocidas por el Diccionario de la Real Academia - y su uso es tan común que a veces pierde su sentido y el que la dice quiere decir una cosa y el que la escucha entiende otra.

En sociología, cultura, es el conjunto de valores, creencias, actitudes y objetos materiales que constituyen el modo de vida de una sociedad. Esto incluye los modos de pensar, de actuar, de relacionarse los unos con los otros y, a su vez, con el mundo exterior. Los antropólogos, sin negar lo anterior, destacan el hecho de que la cultura es un método de adaptación social al medio, y que la realidad cambiante en el entorno de una sociedad modifica su cultura.

Por tanto, hay tantas culturas como sociedades y son tan dignas nuestra cultura occidental, a la que pertenecemos, como la cultura española, más nuestra todavía, o la de los indios yanomanos de las selvas de América del Sur.

Y ya dentro de una cultura, tampoco es lo mismo – por poner un ejemplo próximo - la sociedad española de 1975 que la actual, imaginaos a alguien que falleciera el 20 de noviembre de 1975 – no necesariamente el que estáis pensando - y ahora levantara la cabeza, no reconocería el país en el que vivió. Así que la cultura de una sociedad no es estática, con el tiempo se producen cambios culturales.

Esta enorme variedad de culturas que tenemos en nuestro mundo - cada vez menor por la acción de la globalización pero todavía enorme -, hace que los gestos, el lenguaje, los símbolos y los patrones culturales sean muy distintos, a veces contrapuestos, cuando no antagónicos. Todos sabemos que es de buena educación entre los árabes eructar después de comer, pero haz lo mismo en casa de tu novia el día que conoces a sus padres.

Mucho habría que hablar sobre la cultura, pues el tema apenas esta enunciado, pero tiempo habrá de volver a estos conceptos. Lo que quería decir es que el uso que hizo mi hijo de la palabra cultura en su frase lapidaria era adecuado aunque no estuviera de acuerdo con él.

Tardó mucho nuestra sociedad en darse cuenta de que la higiene  pública y privada mejoraba la salud y alargaba la vida. Acordaos de esa imagen del medievo y, de buena parte de la época moderna, de las buenas gentes tirando sus aguas fecales a la calle al grito de ¡agua va!. La aplicación de medidas higiénicas – que en mi querida ciudad de Madrid comenzaron a aplicarse en tiempos de Carlos III a finales del siglo XVIII – fueron las que comenzaron a bajar la tasa de mortalidad, pues evitaron enfermedades y epidemias antes del invento de las vacunas y, por supuesto, de los antibióticos.

Pero es cierto que nuestra sociedad, después de conocer las mejoras en la calidad de vida y la salud que suponía aplicar medidas de higiene en nuestros cuerpos, casas y ciudades, se ha hecho una fan inquebrantable de todo tipo de productos de limpieza y profilaxis.

En los anuncios, en televisión, los productos de limpieza matan todo tipo de gérmenes que se representan con figuras rechonchas, sucias y de cara maligna. Las personas que salen son amas de casa con doctorados en asepsia, mujeres venidas de un incierto futuro con mal gusto para el vestir, mayordomos superhombres provistos de un algodón insobornable, patos mutantes montados sobre naves que son botes de detergente. Personajes todos que parecen haber salido de la saga Marvel.

Hasta el punto de que nuestros hogares son pequeños recintos hospitalarios domésticos en cuanto a las medidas de higiene y algunos alergólogos  andan por ahí diciendo – supongo que con el respaldo de su ciencia - que los que crecemos en estos entornos tan limpios andamos poco protegidos ante algunas alergias. Creo que estas eran las “campanas” que había oído mi hijo al decir que la higiene está sobrevalorada.

Pertenecemos a una sociedad bactericida pero también a una sociedad que tiene una esperanza de vida muy alta, supongo que tendremos que pagar el precio de que todos acabemos por padecer algún tipo de alergia.

Dedico este artículo a mis dos hijos, a los que quiero con toda mi alma. Al mayor porque con sus desafíos intelectuales previene que su padre tenga un Alzheimer temprano y, al menor, porque con su simpatía y su maravillosa sonrisa llena mi casa. A mi mujer, a la que adoro, que no le queda otra que aguantar a sus tres hombres. Y a Svetlana que, gracias a Dios, ya ha vuelto.

Juan Carlos Barajas Martínez



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El controvertido caso de Kitty Genovese



En las series de televisión como “Mentes Criminales”, que trata sobre la unidad de análisis del comportamiento del FBI, o “El Mentalista”, que trata de un profesional del mentalismo metido a detective por azares de la vida y en muchas otras series más, la figura del asesino en serie es tan cotidiana que se te hace próxima y tiendes a pensar que se trata de un personaje costumbrista, que en todos los barrios de las ciudades americanas hay uno, como el lechero, el fontanero o el repartidor del Bimbo. Gracias a Dios el fenómeno es menos común de lo que parece, si no fuera así, en vaya mundo viviríamos. No obstante, haberlos haylos, y eso es lo que le pasó a Kitty Genovese cuando volvía a su casa en Kew Gardens (Nueva York) un día de marzo de 1964, para su desgracia se encontró con uno.

Su asesinato tuvo todos los ingredientes sangrientos y morbosos necesarios para aparecer en estas series de televisión pero no es del crimen de lo que quería hablar sino del comportamiento de los vecinos de Kitty ante dicho crimen. No obstante, para aquellos a los que haya picado la curiosidad, os pongo el enlace en la Wikipedia: http://es.wikipedia.org/wiki/Kitty_Genovese.

Hay varias versiones según las fuentes pero, al parecer, el desarrollo del crimen duró 45 minutos, hubo 38 testigos que vieron algún acto de aquella tragedia desde sus apartamentos – aunque parece que no asistieron a los más crueles - y que tan sólo uno de ellos, pasada media hora, llamó a la policía.

¿Cómo es posible que nadie ayudara Kitty?, ¿ cómo es posible que ninguno de los testigos llamara a la policía hasta media hora después?.

Parece ser que eran personas normales, de un barrio normal, sin consignas ni leyes del silencio ni “omertá” mafiosa. No parece tampoco que la causa estuviera en los  rasgos de personalidad o en las características propias de cada individuo pues todos reaccionaron igual.

Este hecho llamó la atención de dos psicólogos sociales, Darley y Latané, y empezaron a hacer lo que suelen los psicólogos experimentales: hacer experimentos. Crearon en el laboratorio pruebas que reproducían situaciones de emergencia con múltiples testigos. Por poner un ejemplo, uno de los experimentos consistía, a grandes rasgos, en que un sujeto simulaba un ataque epiléptico y se examinaba la reacción del resto de los individuos participantes ante esta situación. Para hacerlo más parecido a la situación del asesinato de Kitty, todos estaban aislados y se comunicaban por interfonos. La hipótesis de partida era: cuánto mayor sea el número de observadores menor será la probabilidad de que cualquiera de ellos te preste ayuda, lo que aparentemente iba en contra del sentido común pues todos solemos pensar que estamos más resguardados en manada que solos.

Los resultados confirmaron la hipótesis, cuanto mayor era el número de participantes, el porcentaje de los que intentaron ayudar fue menor y, cuando alguien al final se decidió, lo hizo más tarde. A esto lo llamaron el “efecto del espectador”.

Podría achacarse la falta de intervención a la apatía o la indiferencia de los sujetos ante el sufrimiento de una persona que no tiene nada que ver con ellos, sin embargo, esta explicación fue descartada porque en la misma situación, cuando el sujeto se creía solo, en un 85% de los casos reaccionó ayudando al necesitado.

Los experimentos llevaron a  Darley y Latané a concluir que la intervención o no en los casos de emergencia es el resultado de un proceso de decisión que tiene lugar en la mente del individuo. Esta idea se plasmó en un modelo de decisión consistente en 5 pasos consecutivos descritos en el organigrama que os pongo a continuación:


De los 5 pasos, el primero es más bien obvio, aunque hay gente que disfraza la realidad para no verse implicada. Es el segundo paso – la interpretación de si se trata de una emergencia o no – en el que merece la pena detenerse. Si el testigo no se encuentra solo, indaga la conducta y opiniones de las demás personas presentes. Es lo que los psicólogos sociales llaman “influencia social informativa”.

En muchas ocasiones esta necesidad de consultar los rostros, gestos y frases de los compañeros de situación no les lleva a ninguna conclusión. Hay un encogimiento de hombros general y el ahogado termina por ahogarse. Es lo que Darley y Latané llaman “ignorancia pluralista”. En algunos experimentos los sujetos necesitaban saber qué pasaba y qué debían hacer, pero ninguno de ellos quería demostrar públicamente su inquietud con lo que se miraban unos a otros aparentando tranquilidad y como todos estaban tranquilos llegaban a la conclusión de que no había nada que temer y la consecuencia era la inacción. Al parecer este fenómeno se daba más entre los habitantes de grandes ciudades porque son contextos en los que la comunicación con extraños está socialmente reprimida.

Pero no basta con que el observador se dé cuenta de hay una situación de emergencia, tiene que sentirse responsable de actuar. Lo que nos lleva al tercer paso del modelo. La presencia de varias personas en una situación de emergencia puede llevar a la inacción pues ninguno se considere personalmente responsable de actuar. Entonces ocurre la llamada “difusión de la responsabilidad” y, al parecer, es la causa que mejor explica la pasividad de los vecinos de Kitty Genovese. Todos debieron pensar lo mismo: ¿por qué yo?, alguien acudirá sin duda a socorrer a la víctima. A mi me ha pasado con los cortes de luz en mi barrio, el ya llamará otro a la compañía, es la mejor manera de que no llame nadie.

Por último, el observador tiene que sentirse capaz de poder con la situación que se presenta ante él. Hay situaciones sencillas en las que uno mismo puede echar una mano y hay situaciones complejas o de riesgo elevado en las que el testigo no puede hacer nada excepto solicitar ayuda a la policía o a los servicios de emergencia. En cualquier caso la decisión sobre la capacidad de cada cual ante una situación de emergencia es una decisión de carácter racional.

Existe otro modelo de decisión con un enfoque economicista, el de Piliavin, que examina los costes de ayudar y de no ayudar. Creo que en este punto del organigrama – al menos yo que no soy ningún valiente y soy bastante racional – echaría mano de este método de manera más o menos inconsciente para tomar mi decisión. Si el coste de ayudar es bajo y el beneficio para el necesitado es grande, no dudaría ni un instante en echar una mano. Pero si el coste es alto, si he de ser honesto, tengo mis dudas. Quizás la más común en este tipo de situaciones es cuando alguien actúa violentamente contra un tercero. Es el “si me pongo en medio alguna leche me caerá a mí”.

Probablemente es lo que le pasó a aquel ciudadano que asistió a la agresión de una chica latinoamericana en un tren de Barcelona cuyo vídeo recorrió el mundo. Estuvo disimulando mientras duró la agresión pero se pudo comprobar que, una vez el agresor salió del tren y pasó el peligro físico, acudió a ayudar a la muchacha inmediatamente. Por cierto, que la prensa se cebó con él por su inacción.

El modelo de Piliavin está también en la Wikipedia, por si hay alguien interesado, en  http://en.wikipedia.org/wiki/Helping_behavior.

Ya fuera del modelo de Darley y Latané, las características de las personas que necesitan ayuda es otro de los factores que influyen en la decisión de ayudar. Es más probable que se ayude a una persona atractiva que a una persona que nos produce aversión – a ver si la figura romántica del caballero andante salvando a la princesa era porque ésta era guapa y tenía dote - y, también, es mucho más probable que se ayude a personas semejantes a nosotros que a personas muy diferentes. Y, por supuesto, es mucho más probable la ayuda en el caso de que la persona necesitada sea de nuestro grupo social o de nuestra familia.

Desde que estudié por primera vez el caso de Kitty Genovese me he preguntado qué hubiera hecho yo en esta situación y siempre me respondo que no hubiera esperado media hora para llamar a la policía.

Juan Carlos  Barajas Martínez

Bibliografía
Elena Gaviría , “Altruismo y conducta de ayuda”, dentro del libro “Psicología Social”, McGraw-Hill, Madrid año 2000.