Benedict Anderson |
En un artículo anterior cuestioné – sin duda afectado por la
cuestión catalana- la definición de nación desde la ciencia política. En mi
búsqueda de respuestas, identifiqué tres preguntas clave: la existencia de
naciones sin una base étnico-cultural homogénea, la vocación política de
ciertos pueblos dentro de un Estado, y la diferencia entre la existencia de un
grupo étnico y una nación. El politólogo Andrés de Blas distingue entre nación
política y nación cultural para abordar estas preguntas. La nación política se
fundamenta en el Estado y la ideología liberal, mientras que la nación cultural
se basa en la realidad étnica y cultural del grupo. Por otra parte, Rokkan y Urwin proponen un
modelo de movilización regionalista que describe una progresión desde la
integración total en un Estado hasta la demanda de autodeterminación.
En este nuevo artículo, que tiene vocación de continuidad
con respecto al anterior, se tratan dos enfoques de tinte más sociológico. Las “comunidades
imaginadas” de Benedict Anderson y el neonacionalismo de David McCrone.
Anderson introduce la idea de las "comunidades
imaginadas", argumentando que la nación es una construcción moderna que
permite a las personas sentir una conexión común sin conocerse. Las naciones
son imaginadas, limitadas y soberanas, surgidas en la Ilustración como
respuesta a la crisis de la religión y la autoridad monárquica. Anderson
sostiene que el nacionalismo reemplazó a la religión como fuente de propósito y
continuidad, aunque su teoría ha sido criticada por ser eurocéntrica y simplificar
la diversidad cultural y el papel del Estado.
David McCrone, por su parte, define el neonacionalismo como
un fenómeno que surge cuando un grupo social redefine su identidad dentro de un
Estado nación debido a la globalización. Este neonacionalismo puede centrarse
en la autonomía en lugar de la independencia total y es menos exclusivista,
promoviendo una identidad nacional adaptable. Sin embargo, su enfoque ha sido
criticado por idealizar el neonacionalismo, subestimar el nacionalismo
tradicional y no considerar suficientemente las implicaciones económicas y
políticas de estos movimientos.
Abstract
In a
previous article, influenced undoubtedly by the Catalan issue, I questioned the
definition of a nation from the perspective of political science. In my search
for answers, I identified three key questions: the existence of nations without
a homogeneous ethno-cultural basis, the political vocation of certain peoples
within a state, and the difference between the existence of an ethnic group and
a nation. The political scientist Andrés de Blas distinguishes between
political nation and cultural nation to address these questions. The political
nation is based on the state and liberal ideology, while the cultural nation is
grounded in the ethnic and cultural reality of the group.
Rokkan and Urwin, on the other hand, propose a model of regionalist mobilization that describes a progression from full integration into a state to the demand for self-determination. In this new article, intended as a continuation of the previous one, two more sociological approaches are discussed: Benedict Anderson's "imagined communities" and David McCrone's neonationalism.
Anderson introduces the idea of "imagined communities," arguing that the nation is a modern construct that allows people to feel a common connection without knowing each other. Nations are imagined, limited, and sovereign, arising in the Enlightenment as a response to the crisis of religion and monarchical authority. Anderson contends that nationalism replaced religion as a source of purpose and continuity, though his theory has been criticized for being Eurocentric and for oversimplifying cultural diversity and the role of the state.
David
McCrone, on the other hand, defines neonationalism as a phenomenon that arises
when a social group redefines its identity within a nation-state due to
globalization. This neonationalism may focus on autonomy rather than total
independence and is less exclusivist, promoting an adaptable national identity.
However, his approach has been criticized for idealizing neonationalism,
underestimating traditional nationalism, and not adequately considering the
economic and political implications of these movements.
Índice
- La idea de nación desde la ciencia política
- Las comunidades imaginadas de Anderson
- Sociología del nacionalismo de McCrone, el neonacionalismo
La nación desde la
ciencia política
Hace ya bastantes años, cuando empezó el proceso catalán
hacia el independentismo, empecé a preguntarme seriamente acerca de qué es una
nación; un término que damos por hecho, pero que cuando lo intentamos definir como
fenómeno no conseguimos establecer unos límites claros sobre qué
comunidades constituyen una nación y cuáles no.
Por aquel entonces escribí un artículo en este mismo blog al
que puse el título: “¡Somos una gran nación! ¿ah sí? ¡define nación!”, en el que me esforzaba por
encontrar una solución a este problema acercándome desde el punto de vista de
la ciencia política.
El problema se puede reducir a contestar a tres cuestiones.
En primer lugar, por qué hay naciones que no han necesitado ni han contado en
su origen con el sustento de una realidad étnico-cultural homogénea como podría
ser el caso de las repúblicas americanas. En segundo término, por qué determinados
pueblos han manifestado una vocación política singular estando ya insertos en
un Estado como Cataluña o Escocia y, por último, por qué la existencia de un
pueblo o grupo étnico no equivale necesariamente a la existencia de una nación
como los lapones de Finlandia que, al menos por ahora, no reclaman un Estado
propio.
El politólogo español Andrés de Blas(1) propone, para
contestar a las dos primeras preguntas, la existencia dos tipos de naciones: la
nación política y la nación cultural.
La nación política no tiene como fundamento necesario
la existencia de un grupo étnico. Sería el caso de algunos Estados-Nación
europeos que surgieron en la Edad Moderna y, sobre todo, el caso de los Estados
Unidos y las naciones de Iberoamérica que surgieron de la rebelión liberal
contra el colonialismo. En este caso la nación surge en un momento histórico
determinado como una referencia para soportar ideológicamente el Estado, es el
Estado el que crea la nación y no al revés, y podemos afirmar que este esquema
ha funcionado en muchos sitios.
En estos casos el Estado asume el carácter multiétnico
de su realidad, creando lazos culturales de nueva creación o bien originarios
de unos de los grupos étnicos existentes en su territorio. Una nación de este tipo debe crear un
nacionalismo específico, acorde en líneas generales con el nacionalismo
liberal, un nacionalismo a la medida del ciudadano y no del particularismo
étnico, se debe centrar en el individuo, su dignidad y los derechos intrínsecos
de la persona.
La nación cultural o étnica tiene su fundamento en
una realidad cultural que reclama como indispensable la realidad prepolítica
del grupo étnico, del pueblo, basándose en la idea de que una lengua hace una
cultura y ésta lleva necesariamente a la constitución de una nación. Las ideologías
nacionalistas impulsoras de este tipo de nación cuentan con una notable
capacidad para efectuar síntesis y sincretismo entre hechos reales y míticos,
tienen un obligado gusto por la diversidad, por establecer hechos diferenciales
y un inevitable entusiasmo por lo que es propio a cada pueblo.
Para contestar a la tercera cuestión, debemos preguntarnos
previamente si existe un camino en la evolución desde el grupo étnico hasta la
nación cultural y, en el ejemplo que hemos formulado previamente, si los lapones están en marcha hacia el
desarrollo de una identidad nacional y a una aspiración a constituir su propio
Estado.
Rokkan (2) y Urwin (3) han planteado un proceso de
movilización regionalista que podría ajustarse a esta problemática, una
especie de escalera en la que cada peldaño implica una disminución
de los apoyos sociales, por lo que la subida por la escalera hacia la
independencia se hace más difícil conforme se van subiendo peldaños.
La escalera arrancaría de una entidad territorial
plenamente integrada en un Estado, sin una entidad cultural separada.
Aparecen las primeras asociaciones regionalistas de defensa cultural que
inician la construcción de la identidad periférica.
El segundo peldaño suele ser la protesta a cargo ya de
partidos políticos con un grado elevado de apoyo electoral que tratan de que se
incorporen sus demandas territoriales a la agenda del sistema político
central. Aparece el regionalismo propiamente dicho.
El peldaño siguiente se concreta en un mecanismo de poderes
autónomos compartido entre el gobierno central y un gobierno a escala
regional.
El cuarto paso, envuelto en una retórica federalista,
implica una autonomía regional absoluta y una autoridad central que se ocupa
de los asuntos interregionales.
El quinto escalón consistiría en el desarrollo de
estructuras políticas con suficiente fortaleza para pedir la
autodeterminación, los partidos que la promueven son de carácter
fuertemente nacionalista.
Es esta una visión politológica que no comprende totalmente
todo el problema ni creo que resuelva todos los casos, por ejemplo, no estoy
seguro de que los lapones estén subiendo estos peldaños tal y como los
describen Rokkan y Urwin, aunque si parecen responder a muchos casos conocidos,
sobre todos los relacionados con la civilización occidental.
Vamos a completar esta visión con dos enfoques más
sociológicos: Las comunidades imaginadas de Anderson (4) y el neonacionalismo
de McCrone (5).
Las comunidades
imaginadas de Anderson
La idea moderna de nación es una construcción reciente,
contradictoria con las premisas nacionalistas que la sitúan en épocas remotas.
Las afirmaciones de que la patria se remonta al pleistoceno, o incluso al mundo
antiguo o medieval, son completamente falsas. Antes del siglo XVIII no existían
las naciones tal como las entendemos hoy; si acaso existían, sus integrantes no
eran conscientes de formar parte de una nación.
Con el desarrollo de la ideología nacionalista, inicialmente
alrededor de la idea de la nación política, surgió la antítesis consistente
en que el concepto de nación se había concebido para convencer a la gente de
que pertenecía a una unidad de destino universal como se decía en tiempos pretéritos. En 1800, el filósofo alemán
Johann Fichte (6) defendió un Estado centralizado que se aislara del mundo para
crear un sentido de identidad nacional (Volksgeist). En 1861, poco después de
la unificación italiana, Massimo d’Azeglio (7) afirmó: “Ya hemos creado Italia,
ahora hay que crear italianos”. El antropólogo Ernest Gellner (8), en los años
'60 del siglo pasado, escribió: “el nacionalismo no es el despertar de la
conciencia de las naciones, inventa naciones allá donde no existen”. Más
recientemente, el filósofo francés Étienne Balibar (9) opinó que cada pueblo es
el proyecto de un proceso nacional de etnización.
En esta corriente se incluye al teórico social y político
Benedict Anderson, quien sostiene que asumimos la idea de nacionalismo como algo
dado con el nacimiento. Si naces en un lugar determinado, tienes una
nacionalidad determinada, del mismo modo que naces con un género determinado.
Anderson cuestiona toda la base del nacionalismo y define el concepto de nación
como una comunidad política imaginada, inherentemente limitada y soberana.
Imaginada, porque los miembros de una nación, sin
importar lo pequeña que sea, nunca llegarán a conocer a la mayoría de sus
compatriotas, pero en la mente de todos ellos persiste la idea de una conexión
común. Limitada, porque incluso las naciones más extensas tienen
fronteras, aunque estas puedan ser flexibles y cambiar con el tiempo; si no,
que se lo pregunten a Polonia. A pesar de su variabilidad, las fronteras
existen. Ninguna nación ha considerado jamás la inclusión de todos los
habitantes del mundo, a diferencia de las religiones. Soberana, porque
generalmente reivindica para sí un Estado que le permita desarrollar su
identidad entre las demás naciones del mundo.
La soberanía, dice Anderson, forma parte también de
la idea de nación porque el concepto surgió durante la Ilustración. El siglo de
las luces apagó en cierto modo a la religión; esta perdió el lugar
incuestionable que ocupaba en la mente de la población, y ya no se aceptaba tan
fácilmente que los monarcas fueran elegidos directamente por Dios para gobernar
a los pueblos. El concepto de soberanía permitía la existencia de una
estructura nacional sin necesidad de apelar a un dogma religioso. De hecho, las
repúblicas dominan el panorama de las formas de gobierno, y las monarquías que
sobreviven lo hacen reinando, pero no gobernando, en un malabarismo difícil de
justificar políticamente.
Sin embargo, según Anderson, la crisis religiosa provocada
por la racionalidad de la Ilustración conllevó que algunas de las preguntas
trascendentes que solían contestarse desde la fe quedaran sin respuesta
evidente: ¿qué sentido tenía ahora la vida? ¿Qué razones había ahora para vivir
o morir? El nacionalismo proporcionó un nuevo propósito vital, un motivo
para vivir -para algunos descerebrados, incluso un motivo para morir- y, en
todo caso, proporcionaba un sentido de continuidad, un cielo terrenal.
La teoría de Anderson ha recibido críticas, sobre
todo chirría cuando se aplica al mundo árabe, que por motivos culturales sigue
definiéndose por la fe religiosa. Se le acusa de ser eurocéntrica, ya
que se basa principalmente en ejemplos europeos, y de no considerar
adecuadamente las particularidades de otras regiones como África, Asia y
América Latina. Además, algunos críticos creen que Anderson simplifica el papel
de la cultura y la lengua en la formación de las naciones, pasando por alto
la diversidad y complejidad de las identidades nacionales. También se señala
que su teoría subestima la influencia del Estado y las elites políticas en la
creación de identidades nacionales.
Desde una perspectiva histórico-materialista, se
argumenta que Anderson no presta suficiente atención a las estructuras
económicas y de clase que también moldean las naciones. Su enfoque culturalista
omite cómo las relaciones de producción y la lucha de clases pueden influir en
las identidades nacionales. A pesar de estas críticas, la teoría de Anderson ha
vuelto al debate público con la pujanza de movimientos independentistas en
Europa occidental. Su idea de la nacionalidad imaginada está resultando ser tan
controvertida como influyente.
Por último, sólo querría hacer un apunte jocoso: Anderson
era hijo de padre inglés y madre irlandesa, quienes participaron activamente en
el movimiento nacionalista irlandés. Algo en su hogar tuvo que influir en él
cuando les salió a sus padres tan contrario al nacionalismo.
Sociología del
nacionalismo de McCrone, el neonacionalismo
El sociólogo escocés David McCrone define el neonacionalismo
como un fenómeno que tiene lugar cuando un grupo social trata de redefinir su
identidad particular en el seno de un Estado nación del que forma parte.
Según McCrone, las fuerzas económicas, políticas y
culturales activadas por la globalización han coincidido con la
emergencia del neonacionalismo. De manera que el Estado se ve afrontando una
doble lucha: por un lado, supranacional y, por otro lado, interna.
Tanto en el caso de las identidades nacionales de la nación
política como en las neonacionalistas, se forjan a partir de las mismas materias
primas históricas: la lengua, unos mitos culturales, una historia singular
y unos ideales sociales comunes. Cuando un número suficiente de personas invoca
estas materias primas en pro de una causa común, se activa la solidaridad.
McCrone asegura que se necesita relativamente poco material
histórico-mítico; bastan unos pocos símbolos culturales para galvanizar el
sentimiento neonacionalista.
También señala que el sentimiento de ser distinto en el seno
de un Estado puede ser el factor principal que lleva a exigir más autonomía o
la independencia. Además de estas reivindicaciones, existen otros motivos como
la injusticia fiscal o el reparto desigual de los recursos.
Según McCrone, el neonacionalismo y el nacionalismo se
diferencian, en primer lugar, en que el neonacionalismo no necesariamente
busca la creación de un estado-nación independiente en el sentido tradicional.
Puede estar más enfocado en la autonomía y el autogobierno dentro de
estructuras más grandes, como federaciones o uniones supranacionales.
Por otro lado, el neonacionalismo tiende a ser menos
exclusivista y más inclusivo en términos de identidad, promoviendo una visión
de la nación que es abierta y adaptable a la diversidad.
El enfoque de David McCrone sobre el neonacionalismo ha sido
objeto de varias críticas desde diferentes perspectivas académicas y
políticas. En primer lugar, algunos críticos argumentan que McCrone idealiza el
neonacionalismo, presentándolo de manera demasiado positiva y sin considerar
adecuadamente sus aspectos negativos. Señalan que, en la práctica, los
movimientos neonacionalistas pueden seguir siendo exclusivistas y pueden
fomentar divisiones dentro de la sociedad.
En segundo término, se le critica por subestimar la
persistencia y la influencia del nacionalismo tradicional. En muchos
casos, los movimientos que él clasifica como neonacionalistas todavía contienen
elementos significativos de nacionalismo étnico y exclusivista.
Aunque McCrone enfatiza la adaptabilidad del neonacionalismo
en el contexto de la globalización, algunos críticos sostienen que no
aborda suficientemente cómo las fuerzas globales pueden limitar la efectividad
y el alcance de los movimientos neonacionalistas.
En cuarto lugar, la definición de neonacionalismo
puede ser considerada vaga y demasiado amplia. Esto puede dificultar la
distinción clara entre el neonacionalismo y otras formas de nacionalismo
contemporáneo.
También se ha señalado que algunos de los ejemplos
empíricos utilizados por McCrone no siempre se alinean perfectamente con su
teoría. Por ejemplo, los movimientos de independencia en Escocia y Cataluña a
veces han mostrado tendencias más tradicionales y exclusivistas que lo que su
teoría sugiere.
Algunos críticos también argumentan que el enfoque de
McCrone no considera adecuadamente las posibles consecuencias negativas
del neonacionalismo, como la fragmentación política, el aumento de tensiones
interregionales y la potencial inestabilidad.
Por último, algunos analistas creen que McCrone no aborda
suficientemente cómo los intereses económicos y las estructuras de poder
influyen en los movimientos neonacionalistas. El neonacionalismo puede ser
impulsado por élites económicas que buscan maximizar sus intereses, lo cual
podría no beneficiar a toda la población.
En conclusión, el neonacionalismo, según David McCrone, es
una respuesta a las cambiantes condiciones políticas, económicas y culturales
del mundo contemporáneo. Es un enfoque que busca combinar el deseo de identidad
y autonomía con la realidad de la interdependencia global.
Sociólogo
Notas
1.
Andrés de
Blas Guerrero (San Sebastián, 1947) es un politólogo y catedrático español.
Se ha especializado en el estudio del nacionalismo. Ha escrito estudios sobre
el Partido Socialista Obrero Español durante la
Segunda República,
el republicanismo y su relación con el
nacionalismo español y sobre la cuestión nacional en el continente europeo.
2.
Stein Rokkan (4 de julio
de 1921 en Vågan - 22 de julio de 1979 en Bergen) fue un politólogo y sociólogo
noruego. Fue profesor de política comparada en la Universidad de Bergen.
3.
Derek W. Urwin es profesor de Política y
Relaciones Internacionales en la Universidad de Aberdeen. Su trabajo se centra
en la integración política y económica en Europa occidental desde la Segunda
Guerra Mundial. Uno de sus libros destacados es “The Community of Europe: A
History of European Integration Since 1945” (La Comunidad de Europa: Una historia
de la integración europea desde 1945), publicado en 1991.
4.
Benedict Richard
O'Gorman Anderson (Kunming, 26 de agosto de 1936-Batu, Java Oriental, 13 de
diciembre de 2015) fue un estudioso del nacionalismo y de las relaciones
internacionales, y uno de los más reconocidos
especialistas sobre la Indonesia del siglo xx.
5.
David McCrone es Profesor Emérito de Sociología
en la Universidad de Edimburgo. Es Fellow de la Royal Society of Edinburgh y de
la British Academy. Co-fundó el Instituto de Gobierno de la universidad en
1999. Ha escrito extensamente sobre la sociología y política de Escocia, así
como sobre el estudio comparativo del nacionalismo.
6.
Johann Gottlieb
Fichte (Rammenau, 19 de mayo de 1762-Berlín, 29 de enero de 1814) fue un
filósofo alemán de gran importancia en la historia del Filosofía occidental.
Como continuador de la filosofía crítica de Kant y precursor tanto de Schelling
como de la filosofía del espíritu de Hegel, es considerado uno de los padres
del llamado idealismo alemán. Es el creador de la tríada dialéctica en su
terminología tesis-antítesis-síntesis, que suele atribuirse a Hegel, aunque
este utilizó la denominación abstracto-negativo-concreto.
7.
Massimo Taparelli, marqués de Azeglio (Turín, 24
de octubre de 1798 – 15 de enero de 1866), fue un escritor, pintor, patriota y
político italiano.
8.
Ernest Gellner (París,
9 de diciembre de 1925-Praga, 5 de noviembre de 1995) fue un filósofo y
antropólogo social británico de origen checo.
9.
Étienne Balibar
(Avallon, Yonne, Borgoña, 23 de abril de 1942) es un filósofo marxista francés.
En 1960, se licenció en la Escuela Normal Superior de París, donde fue alumno
de Louis Althusser. Luego del fallecimiento de este último, se convirtió
rápidamente en el máximo exponente de la Filosofía marxista francesa. Está
casado con la física Françoise Balibar y es padre de la actriz Jeanne Balibar.
Bibliografía
C. Thorpe, C. Yuil, M. Hobbs, M. Todd, S. Tomley, M. Week
(2016): El Libro de la Sociología, Akal Editores.
Rokkan , S.
& Urwin, D. (1983): Economy, Territory, Identity: Politics of West European
Peripheries, Sage
G. H. Sabine (1999): Historia de la Teoría Política, Fondo
de Cultura Económica
Pastor Verdú J., de Blas Guerrero A. (1999): Fundamentos de Ciencia Política UNED
Lloyd C.
(2009): Nation-state and nationalism, The Blackwell Encyclopedia of Sociology,
Blackwell Publishing
La comunidad imaginada y el neonacionalismo © 2024 by Juan Carlos Barajas Martínez is licensed under CC BY-NC-SA 4.0