Edgar Allan Poe dejó escrito:
“nuestros recuerdos son traidores y marchitos”. Nuestra memoria no está sólo
mediatizada por su mayor enemigo, el olvido, sino también por nuestros
sentimientos y por nuestras convicciones. Será por esta razón por la que hay tanto
debate, no ya sobre el franquismo per se – asunto sobre el que se debería
hablar más, sobre todo de algunos asuntos que todavía la sociedad española no
se atreve a afrontar, nos falta memoria histórica - , sino que más bien el
debate se mueve por la senda menos interesante de si el franquismo fue una
dictadura atroz o, por el contrario, una dictadura ligera o dictablanda. Es menos interesante porque
en realidad la cuestión no resiste el más mínimo análisis serio.
En primer lugar, cada uno de los
que vivió en aquella época, cuenta su historia según le fue. Si de alguna
manera estabas relacionado con el régimen, te sentías como pez en el agua y tus
recuerdos son positivos. Si pertenecías a las clases que no estaban invitadas
al festín, la cosa cambiaba y algunos recuerdos son malos e, incluso, trágicos.
Pero más allá de esto, de las
vivencias personales, señores, el
gobierno del general Franco fue – por encima de todo – una dictadura militar,
que en sus casi cuarenta años fue pasando de tener un tinte filofascista muy
violento a ser un régimen autoritario tecnocrático de violencia más selectiva.
Pero siempre bajo mandato del espadón, bajo palio, con un bastón de mando en
una mano y la cruz en la otra hasta que la muerte nos separó.
Así que hoy en los medios no es
extraño encontrarse gente que reivindica aquella época como algo que no era tan
malo como se lo pinta, que si no te metías en política podías vivir bien, que
si no hablabas de lo que no te dejaban hablar no pasaba nada. Que era algo que
ya está superado, pero que fue una fase necesaria a la que no hay que volver.
Que tuvo realizaciones importantes, que pensaba en el trabajador – o “productor” que se decía en la jerga de
entonces pues “trabajador” tenía
resonancias marxistas -, que fundó la seguridad social, que convirtió el país
en una potencia industrial. A mí se me ocurre a bote pronto que en Francia
también tuvieron un general, que fue elegido en las urnas, también crearon la seguridad social, antes que nosotros, y eran y son industrialmente más poderosos
que nosotros. Así que a lo mejor fue una fase innecesaria a la que no hay que
volver.
Pero, ¡ay amigo!, da la
casualidad de que yo vivía ya, tenía 15 años cuando murió el dictador, y no me dan gato por liebre. Yo tengo mis
propios recuerdos, los recuerdos del niño que fui, la remembranza de las
conversaciones de mis mayores, mi socialización en las costumbres y normas de
la época, y asistí – en algunos casos protagonicé – situaciones que no se
podían reproducir en ningún otro país de Europa occidental.
Entonces, ante los recuerdos de
los que reivindican la dictablanda se
alzan mis propios recuerdos de la infancia que no la dejan en buen lugar. Y si
ellos tienen derecho a contar su historia yo tengo tanto derecho como ellos a
contar la mía.
Por lo tanto, he sacado mis
recuerdos de un armario polvoriento y he intentado recuperar ese niño que fui,
y van surgiendo de ese armario relatos de cosas que pasaron delante de mí. Pero
no sólo cuento lo malo, describo el ambiente, describo no sólo el porrazo del
guardia de la porra sino aquello por lo que nos reíamos y éramos felices, la
vida tal como la recuerdo desde las lentes de un niño y desde el sentido
crítico de un adulto.
Voy sacando microrrelatos –
apenas un folio - conforme mi memoria los recupera, poco a poco, sin un orden
predeterminado. En un momento dado - cuando voy en el tren de cercanías o cuando
me estoy lavando los dientes, o bien, cuando se me va de viaje la mente en una de esas reuniones de trabajo
tan aburridas - me viene a la memoria un recuerdo. Entonces lo apunto en mi
libreta – la libreta que llamo “de pensamientos”, que me acompaña siempre - y
espero una mejor ocasión para escribir el correspondiente relato.
Los he publicado y seguiré
publicando en mi microblog – Micro Sociología Divertida - y les he dado el nombre general de “Recuerdos de un niño del franquismo”. Pues para mí, un “niño del franquismo”, es
aquel que nació y se educó en pleno apogeo de la dictadura.
He sido completamente sincero
cuando los he escrito. Todo es tal y como lo recuerdo, pero hemos dicho que los
recuerdos son traidores y marchitos, admito que mis relatos no son actas
notariales. Los recuerdos de la infancia son además paradójicos, por un lado
tienen una fuerza enorme, están grabados a fuego en nuestra memoria, pero por
otro lado tienen un cierto toque de ensoñación, un barniz onírico por el que al
final no estás seguro si lo soñaste, lo viviste o ambas cosas. De todas formas
es lo único que tengo y es lo que os ofrezco. Ahí los dejo para los que quieran
leerlos.
En la posguerra, un anuncio que se convirtió en un hito de la publicidad
en España, fue el de una sombrerería cercana a la Puerta del Sol que decía: “Los rojos no usaban sombrero”. Se
aprovechaba de la represión del régimen y el consiguiente deseo de no querer
ser identificado como de izquierdas, de “no significarse” como se decía en la
época, para provocar la necesidad de comprar sombreros en aquella tienda. Si se
piensa en ello, se trata de una publicidad muy efectiva, muy poco ética, muy
indicativa de lo que pasaba en el país y de que la dictablanda no era tan blanda como quieren hacernos ver.
Para hacer promoción de mis
humildes escritos no voy a recurrir a algo parecido, por ejemplo: “Los fachas no leen Sociología Divertida”,
sería absurdo, más teniendo en cuenta que no me llevo ni un duro, que me gusta
que me lean pero que no deja de ser un hobby.
Además, ¿por qué habría de cerrarme a un grupo de lectores?. A lo mejor abren
los ojos.
Juan Carlos Barajas Martínez
Niño del franquismo
Historias de un niño del franquismo