Vaya por delante que me declaro en contra de toda forma de colonialismo, no puedo dejar de decirlo pues puedo ser malinterpretado. Esta forma de relación entre las naciones es perversa y siempre ha buscado el aprovechamiento de los recursos de un país a favor de otro.
Hace más años de los que quisiera reconocer me tocó viajar muchas veces a Latinoamérica por motivos de trabajo. Es un continente maravilloso. Cada país es distinto, pero también, todos tienen un sustrato común y, en ese sustrato, reconozco partes de mi propio país. Por lo tanto, cuando vas por esas tierras no te sientes tan extranjero como en otros países y es muy fácil hacer amigos.
Y con estos amigos me he encontrado muchas veces en discusiones un tanto bizantinas, sobre muchos asuntos controvertidos que están siempre latentes, apuntados en esa agenda oculta que tenemos a medias españoles y latinoamericanos, que surgen cuando empieza a haber confianza y se disipa el temor a ofender.
Así, entre otros temas recurrentes, a veces aparecía la discusión sobre si hubiera sido mejor para ellos que la potencia colonial hubiera sido el Imperio Británico en vez de España o Portugal.
Su tesis principal es que, de haber sido conquistados por los anglosajones, la cultura habría sido más práctica, más institucional y respetuosa con la legalidad, mejor organizada y más dada promover la libre empresa y el progreso económico. Es decir, que habrían tenido más posibilidades de haber llegado a ser unos “Estados Unidos de Suramérica”.
Y no se puede decir que no lo intentaron. Nada más independizarse - ahora estamos celebrando con distinto éxito el bicentenario de aquellas revoluciones - las jóvenes repúblicas latinoamericanas dirigidas por la burguesías criollas se miraron en el espejo de su gigante hermana del norte y copiaron su constitución y su sistema político.
La verdad es que la idea era lógica, si funcionaba al norte por qué no iba a funcionar en el sur y además ya estaba hecha con lo cual se ahorraban un montón de trabajo, pero lo cierto es que la constitución de los Estados Unidos se ha revelado como la carta magna más peligrosa que han conocido los tiempos, allá donde se ha impuesto han proliferado los golpes de estado, las guerras civiles y la suspensión frecuente de la propia constitución. No ha funcionado en ningún sitio, excepto en los propios Estados Unidos, que llevan 224 años con ella.
Probablemente no funcionó nunca porque no estaba basada en la realidad social ni en la cultura de los países que la quisieron aplicar. Salvando las distancias, cuando el General Douglas McArthur se planteó dotar de una constitución democrática al Imperio del Japón, como hombre inteligente que era, no la hizo de tono presidencialista sino parlamentaria.
Bueno volviendo al asunto de qué metrópoli fue mejor, aparte de que se habrían ahorrado un montón de dinero en academias de inglés, yo no comparto del todo su entusiasmo sobre las bondades de haber sido colonizado por los británicos. Es más, estoy seguro de que alguno de mis frecuentes interlocutores en este tipo de descabelladas discusiones, ni siquiera hubiera existido de haber sido la historia diferente, ya que el imperialismo británico en general fue bastante excluyente en eso de mezclarse, de dar origen al mestizaje como hicieron los colonizadores ibéricos. Los ingleses han sido más partidarios de la segregación, del tú aquí y yo allí. Pocahontas hubo muy pocas.
Pero, ¿por qué?. ¿Por qué los españoles y los portugueses dieron origen a naciones mestizas y los británicos a naciones con etnias segregadas?.
Mi padre solía decir que se debía a que los conquistadores españoles provenían de un país, puerta sur de Europa, que había sido invadido por muchos pueblos a lo largo de la historia. Si habían sido conquistados por fenicios, cartaginenses, romanos, suevos, alanos, vándalos – estos parece que eran bastante “hooligans” – visigodos y árabes, no podían tener aspiraciones de pureza racial. De hecho, al comienzo de la conquista, todavía había sectores importantes de la población española de origen morisco.
Pero esa explicación, que se la he oído a otras personas además de a mi padre, no acaba de convencerme, pues la sociedad española, como la de las demás naciones de la época, no era muy partidaria de la tolerancia étnica y religiosa.
Otra explicación que he escuchado por ahí es la famosa “salidez” de los ibéricos que, víctimas de un desenfrenado apetito concupiscente, no miraban con quien yacían y, al yacer con las mujeres locales de manera despreocupada, tenían hijos. Sin descartar la concupiscencia ibérica, mucho me temo estoy de acuerdo con la Iglesia Católica cuando afirma que es general en todo el género humano y no me creo que nuestros vecinos del norte carezcan de ella, a juzgar por su comportamiento en las playas de Benidorm, que se puede calificar de muchas maneras excepto de civilizado. La simple “salidez” no puede ser la explicación sino el mecanismo reproductivo, la herramienta.
¿Entonces qué ocurrió?, pues la mejor explicación la he encontrado en el libro “Antropología, una explicación de la diversidad humana” del antropólogo norteamericano Conrad Phillip Kottak. Según Kottak el comportamiento diferente durante el período colonial entre los colonizadores españoles y portugueses, de un lado, y británicos, de otro lado; incluso el comportamiento diferente de las poblaciones actuales de América del Norte y del Sur respecto a las formas de adscripción a la etnia, se debe al modelo de colonización que siguieron unos y otros.
En el modelo ibérico, eran hombres solitarios y aventureros los que iniciaron la colonización americana, en cambio, en caso de los británicos, eran familias enteras de puritanos las que comenzaron la colonización de América del Norte. En el sur los españoles no llevaban a sus mujeres por lo que no les quedaba otra que emparejarse con las mujeres locales con las que tuvieron hijos y los reconocieron como sus herederos. En el norte llevaban a sus esposas, así que cada vez que una india le ponía ojos golositos a un peregrino del Mayflower, éste miraba a su espalda y veía a la correspondiente peregrina empuñando su rodillo de amasar listo para caer en las lascivas espaldas de sus maridos, suficiente como para reordenar los apetitos desordenados.
Parte de ese espíritu puritano lo siguen teniendo en los Estados Unidos, se manifiesta en la vida política y social, puedes mentir al país metiéndolo en una guerra para buscar armas de destrucción masiva que no existen, pero no puedes mentir sobre tu relación (¿o mejor felación?) con una becaria.
Como es una sociedad tan grande y tan compleja, la imagen que se envía al resto del mundo es caleidoscópica, es el país de los telepredicadores por un lado y el mayor exportador de pornografía por otro lado, tienen las comunidades Amish y el barrio “gay” de San Francisco, “Viva la Gente” y “Black Eyed Peas”, y así podemos tirarnos todo el día. Lo dicho, una sociedad muy grande y compleja, quizás por eso su constitución sólo les ha funcionado a ellos.
En cuanto a Latinoamérica, hay que decir que en los últimos años ha emprendido el camino correcto. Puede y debe conmemorar sin complejos sus bicentenarios, pero no debe lamentar el pasado. Es el continente que mejor capea el temporal de crisis y alguna de sus naciones se encuentra entre las potencias emergentes del panorama mundial. Brasil y Chile han experimentado progresos sociales y económicos impresionantes. Quizás haya llegado la hora de este Continente, quizás sea el Continente del futuro, muchos de nosotros – a este lado del océano – nos alegraríamos de que así fuera.
Juan Carlos Barajas Martínez