La Atribución: de Entomólogos e Insectos

Foto tomada del blog Psicología Social



 “El ser humano es muy buen entomólogo pero como insecto es muy malo”, esto dijo el gran dramaturgo y novelista español Antonio Gala (1) a su entrevistadora. Se lo dijo como si tal cosa, como si comentara el tiempo o la última jornada de la Liga. Lo dijo con tanta naturalidad que sólo después de un rato, repitiendo en voz baja la frase me di cuenta de la profundidad y sentido de la misma. Lo cierto es que Gala estaba definiendo con una sola sentencia, gran parte de nuestra vida social.

Y es que los humanos nos pasamos media vida interpretando los gestos, los modos de hacer y de decir de nuestros congéneres, tratando de predecir sus comportamientos y racionalizando el porqué de sus conductas, de esta manera sabemos cómo comportarnos nosotros mismos, cómo reaccionar ante las actitudes de los demás. Desde los simples desconocidos con los que nos cruzamos en la calle y que no volveremos a ver, hasta los comportamientos de nuestros seres queridos, de nuestro cónyuge, de nuestros hijos o padres. 

Gala alude al hecho de que, a fuerza de pasarnos la vida en estos menesteres, acabamos por ser expertos interpretando al otro, de la misma manera que el entomólogo es experto en el comportamiento y características de los insectos. En cambio, disimulamos muy mal ante el escrutinio de los demás, por eso somos malos insectos porque se lo ponemos muy fácil al que nos escruta. 

Mi mujer suele decir de mí que soy como un libro abierto, al menos para ella, a veces pienso que es capaz de atravesar mi cráneo y succionar mis pensamientos y, si por un casual no lo consigue, tiene la suficiente confianza como para decirme: "¿en qué estás pensando?". En ocasiones no la contesto, no porque quiera guardarme nada para mí sino que es que no estoy pensando en nada y me da vergüenza reconocerlo. Me da que las mujeres no son capaces de no pensar en nada y no conciben ese maravilloso estado de latencia mental, ese ensimismamiento,  que los hombres hemos desarrollado durante nuestra evolución.

Y el mecanismo que utilizamos para ese tipo de interpretaciones se denomina atribución, atribución causal o proceso atributivo. Mediante la atribución buscamos las causas de los sucesos que ocurren a nuestro alrededor y no quedamos tranquilos hasta que no tenemos una explicación, siquiera transitoria, de esto que nos rodea y nos intriga. Para ello, según Heider (2), recurrimos a unas reglas de inferencia basadas en el sentido común que él denomina “psicología ingenua de la acción”. 
 
En este proceso atributivo, cuando se realiza sobre las intenciones de nuestros semejantes, tenemos un actor, el otro, que se comporta según una conducta y un observador, nosotros, que realizamos un proceso de deducción que es la atribución de unas causas a esa conducta. Evidentemente podemos cambiar los papeles y ser nosotros los actores y el otro el observador. De hecho todos somos actores y observadores continuamente y al mismo tiempo, pues, cuando se produce una interacción, yo explico la conducta del otro al mismo tiempo que el otro trata de explicar mi conducta.

Para ello, siempre según Heider, realizamos cuatro tipos de análisis. En primer lugar nos preguntamos acerca de la capacidad del actor para realizar o no la conducta en cuestión. En segundo término analizamos la dificultad de la tarea que realiza el actor, bien porque la tarea es difícil en sí misma, bien por las circunstancias que envuelven el desarrollo de su conducta. En tercer lugar el observador analiza la motivación del actor para realizar o no la acción y, por último, nos cuestionamos acerca del esfuerzo que emplea el actor para llevar a cabo esa conducta.

Una vez realizadas estas preguntas el observador, o sea, cada uno de nosotros cuando observa el comportamiento de los demás, encuentra o cree encontrar las causas de la conducta y Heider divide estas causas entre causas internas o personales, que radican en el actor – la personalidad, la disposición a acometer el acto o la motivación -, y las causas externas o ambientales – la situación, la estructura social o la cultura -. No es lo mismo robar una manzana en un puesto de frutas porque quieres gastarle una broma al frutero que porque tienes hambre y no tienes dinero. Y es curioso este punto de vista porque evidentemente cuanta mayor sea la fuerza del elemento ambiental menor será la responsabilidad del actor.



Imagen tomada de blog Alumno Sociólogo

 
Es evidente que el proceso atributivo tiene una clara dimensión social. Acabamos de ver como las causas ambientales son muy importantes en dicho proceso, y ese ambiente es social. Por otro lado, las personas realizan a menudo atribuciones partiendo de creencias anteriores que suelen estar compartidas culturalmente y que se adquieren durante el proceso de socialización (3), es lo que algunos autores denominan atribuciones sociales.

Es también curioso analizar las diferentes percepciones de la situación según seas actor u observador. Cuando eres actor las atribuciones o mejor dicho, autoatribuciones, suelen ser externas – no solemos decir “he suspendido” sino “me han suspendido” - pero cuando estás en la posición del observador sueles atribuir la conducta a las características personales del actor – “ha suspendido porque no estudia” -. Esto pasa, según Jones y Nisbett (4), por tres razones. En primer lugar porque el observador desconoce si la conducta es representativa o no del actor, algo que éste si sabe, ajustando su atribución más adecuadamente. En segundo lugar, el actor puede recurrir a la atribución externa para eludir las responsabilidades de su conducta – “no es que no haya estudiado es que el profesor me tiene manía” – mientras que el observador carece de dicha necesidad. Y por último, porque para el observador lo saliente es la conducta del actor porque es lo que llama su atención, mientras que para el observador lo que le afecta es la situación pues debe actuar frente a ella.

Pero claro, cuando andamos observando a lo demás no podemos ir por esos mundos de Dios a tontas y a locas, necesitamos tener alguna técnica personal para saber que lo que atribuimos es válido o no. Los que saben de esto a este proceso lo llaman validez atributiva. Para Kelley (5) las personas valoramos tres tipos de informaciones: la existencia de consenso, la distintividad y la consistencia.

La existencia de consenso hace referencia a si la mayor parte de las personas responden de la misma manera a un misma situación, es decir, si ves bajar a los toros por la calle de la Estafeta (6) habrá mucho consenso en que hay que correr. Hay distintividad de grado alto cuando el actor responde de forma diferente a otras personas en ciertas circunstancias, en nuestro ejemplo podría ser que un corredor decide torear en vez de correr. La consistencia alta se produce cuando el actor responde siempre igual frente al mismo estímulo o situación,  siempre que los toros bajan por la Estafeta los corredores sale escopetados calle abajo. Cada uno de estos tipos de información puede adquirir dos niveles, alto y bajo, y se pueden combinar entre sí de múltiples formas. 

A este modelo se le llama de Covariación de Kelley y, según el mismo, los sujetos, para formular sus juicios atributivos, examinan como covarían entre sí los diversos elementos de información de que disponen aplicándoles los niveles altos o bajos a las propiedades de consenso, distintividad y consistencia (7).

Ahora bien, la vida no es tan bonita, en realidad no siempre se dispone de tanta información, ojalá yo hubiera tenido toda la información necesaria cuando he tomado una decisión. Este es uno de los puntos que más se critica del modelo de Covariación. Normalmente tomamos decisiones o adoptamos ciertas posturas sin contar con todos los elementos de información. A veces no es cuestión de falta de información sino de falta de tiempo, tienes que adoptar una decisión, opinar o comportarte de alguna manera rápidamente, sin apenas tiempo. En estas ocasiones casi siempre las personas recurrimos a recetas ya elaboradas, a preconcepciones acerca de qué causas van asociadas a qué efectos. Es lo que los psicólogos sociales han dado en llamar los esquemas causales.

Los psicólogos hablan de dos esquemas causales básicos. Las Causas Suficientes Múltiples - que se aplica cuando la conducta a explicar puede obedecer a distintas causas, todas presentes en el momento del suceso y todas suficientes por si solas para producirlo – y las Causas Necesarias Múltiples – que se aplican cuando el efecto sólo se produce al actuar conjuntamente dos o más causas. 

Pero no vayamos de listos. A menudo nuestras atribuciones son erróneas o incurren en sesgos, por muchos mecanismos de seguridad, como los descritos en los últimos párrafos, utilicemos. Me viene a la cabeza la anécdota acerca de un amigo mío que confiaba mucho en sus intuiciones. La verdad es que le habían ayudado mucho a lo largo de su carrera. Estaba convencido de que el programador Fulanito salía a escondidas con la operadora Menganita. Según él, la conducta que veía en ambos, miradas de soslayo, risas cómplices, lenguaje corporal contenido, denotaba una relación a la que no querían dar pábulo porque trabajaban en el mismo sitio. Le advertí en vano que estaba equivocado. Yo conocía al muchacho en cuestión y sabía que tenía novia, otra chica distinta, y que estaba haciendo planes para casarse. Lo peor es que la historia acabó en un rumor, y los rumores, como ya dije en otro artículo de este blog, hacen daño.

Así que, dado que una misma conducta se puede interpretar de formas muy distintas y que en los juicios atributivos no suelen existir criterios infalibles, en ellos se puede incurrir en sesgos o errores. Los dos errores más comunes son el error fundamental y el error último.

 
El error fundamental consiste en la tendencia a explicar la conducta de los demás en función de sus disposiciones internas tales como la personalidad o el carácter no teniendo en cuenta las circunstancias que rodean a ese comportamiento. Parece que existe una base cultural en este sesgo pues hay estudios que indican que es más característico de los países influenciados por la ética protestante.



No cometas el error fundamental de atribución conmigo. Imagen del blog Psicología Social

El error último es típico de las relaciones entre grupos. Se trata de atribuir los éxitos del propio grupo a causas internas – “hemos ganado el partido porque éramos mucho mejores” – y los fracasos a causas externas – “hemos perdido porque el árbitro nos ha perjudicado”-. 

¿Cuáles son las funciones de la atribución?, ¿para qué sirve?. En primer lugar las atribuciones nos sirven para controlar las situaciones, para preveer los comportamientos de los demás, para adoptar una conducta ante las conductas ajenas, en definitiva, las atribuciones tienen una función de control de nuestras relaciones. Uno de los efectos paradójicos de esta función es la tendencia a percibir negativamente a las personas que sufren alguna desgracia o que tienen un defecto, achacándoles las causas de sus males, es decir, la culpabilización de las víctimas. “Fulanito ha cogido tuberculosis, claro, ¡tanto vino y tantas mujeres!”. Esto se puede explicar como un deseo de creer que tanto esas desgracias como esos defectos son controlables, que siguiendo una conducta determinada esos peligros se pueden conjurar, por ejemplo, que evitando el vino y las mujeres se puede evitar el contagio de la tuberculosis. 

Existe también una función de autoestima. Ya hemos hablado de que existe una tendencia a atribuir los éxitos a causas internas y estables, “he aprobado por mi constancia y capacidad”, y los fracasos a factores externos e inestables, “he suspendido porque el profe me tiene manía”. Esto nos ayuda a superar los fracasos y reducir la tensión emocional derivada de los mismos.

Por último, existe una función de autopresentación, un intento por controlar la imagen que de nosotros tienen los demás. ¿Cómo lo hacemos?, pues intentado proyectar una imagen favorable de nosotros mismos para influir en las atribuciones que de nosotros y de nuestro comportamiento realizan los demás.

Tengo una conocida que cuando me ve, unas veces me saluda y otras veces no. A mí, mis padres me enseñaron a decir un “buenos días” o un “hola” con una sonrisa y, ya el hecho de que no me saluden me fastidia, pero lo que me repatea es que lo hagan aleatoriamente, porque no sé a qué atenerme. Si sé que el otro me responde no me importa adelantarme y soltar el “buenas tardes” primero, si el otro sé que no me responde no le dices nada y sanseacabó; pero si no tienes garantías de que te respondan el asunto es más peliagudo porque si saludas y no te hacen caso te sienta realmente mal, pero si te saludan y tu andas medio despistado y respondes tarde y tartamudeando también te sientes mal, la educación de tus padres pesa mucho.

Me he preguntado muchas veces por qué esta mujer actúa así, ¿le habré hecho algo?, ¿me habrá visto?, ¿me tendrá envidia?, ¿me considerará inferior?, ¿aparte de mal insecto seré tan mal entomólogo que no soy capaz de interpretarla?. Al final he llegado a una atribución, a una causa interna y estable, la buena señora es…  gilipollas.

Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo

Notas
  1. Antonio Gala es un dramaturgo, novelista y ensayista español.
  2. Fritz Heider fue un psicólogo austríaco de la escuela gestáltica.
  3. La socialización es el proceso mediante el cual el ser humano aprende e interioriza, en el transcurso de su vida, los elementos socioculturales de su medioambiente, los integra a la estructura de su personalidad, bajo la influencia de experiencias y de agentes sociales significativos, y se adapta así al entorno social en cuyo seno debe vivir.
  4. Edward E. Jones fue un eminente psicólogo social de las universidades Duke y Princeton. Richard E. Nisbett es profesor de psicología social en la Universidad de Michigan, investigador eminente en cognición social, clases sociales e influencia de la cultura en la psicología social.
  5. Harding Harold Kelley, profesor emérito de psicología de la UCLA y un pionero distinguido y colaborador de la psicología social
  6. Estafeta es el nombre de una famosa calle de la ciudad de Pamplona (España), debido a que los encierros de San Fermín discurren por ella.
  7. Existen tres combinaciones del modelo de covariación que se califican como fundamentales pues determinan con claridad la atribución que realizará el observador frente a la conducta del actor:
COMBINACIONES
Consenso
Distintividad
Consistencia
ATRIBUCIÓN
1
Alto
Alta
Alta
Al estímulo
2
Bajo
Baja
Alta
Al actor
3
Bajo
Alta
Baja
A las circunstancias

  1. Gilipollas es un insulto, bastante malsonante, que es de sobra conocido en España pues se usa con profusión en todos los rincones del país, en cambio, puede ser desconocido por los lectores americanos. Gilipollas es sinónimo de tonto, estúpido o necio. Es cercano al boludo argentino o a ciertos usos de la palabra comemierda en el Caribe, aunque esta última según el diccionario de la RAE es persona despreciable. El origen legendario del término es de lo más curioso, existía en la época del Duque de Osuna, allá por el siglo XVI, un eximio personaje de alto copete llamado Don Gil Imón. Unas fuentes le señalan como un destacado fiscal del Consejo de Hacienda de la época de Felipe III. Otras fuentes parecen indicar que este representante gubernamental era en realidad un insigne alcalde de Madrid. D.Gil Imón gustaba de codearse con gentes de las más altas esferas; acudía a reuniones de boato y pompa donde se debatía acerca de asuntos de Estado de gran trascendencia. Asistía a estos actos sociales siempre en compañía de sus dos hijas, que eran muy feas y con una inteligencia prácticamente nula. Su presencia en ceremonias, fiestas y compromisos no sorprendía a nadie, y mucho menos que acudiera siempre en compañía de sus hijas. Hasta no hace mucho a los muchachos se les llamaba “pollos” y a las chicas “pollas”, actualmente se ha impuesto la palabra en su forma femenina como término malsonante de pene y nadie la utiliza como sinónimo de muchacha, aun quedan por ahí doblajes antiguos de películas con ese significado. Así que cada vez que llegaba a una fiesta, el público asistente, con bastante mala baba exclamaba: !Ahí llegan D. Gil y sus pollas!. Rápidamente la asociación de ideas fue inevitable se  comenzó a fusionar en un mismo término la estulticia con las "pollas" o hijas del fiscal. Así, "Gil y "pollas" pasaría a ser cita o comentario explícito que aludía a la torpeza mental. Por cierto D. Gil Imón tiene calle en Madrid.

Bibliografía:

J. Francisco Morales
Procesos de Atribución
Psicología Social
McGraw-Hill
Madrid 2000

María Teresa Sanz de Acebo Baquedano
Presentación Procesos de Atribución
Psicología Social
UNED 2009

Wikipedia inglés

Wikipedia en español


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La Atribución: de Entomólogos e Insectos por Juan Carlos Barajas Martínez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

3 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el artículo. Pero, ¿realmente eres capaz de no pensar en nada?.

    Un abrazo
    Anselmo

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  2. Gracias por tu agradable comentario. En cuanto en lo de pensar en nada yo lo entiendo como ese estado de no pensar en nada en concreto y tu mente se desliza por distintas imágenes mientras permaneces absorto. Para mi es distinto de dejar la mente en blanco, yo eso, no lo consigo por mucho q lo intente.
    Un abrazo Anselmo.

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  3. No se puede pensar en nada, es solo una metáfora.

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