Constructivismo social

 

Berger y Luckmann

 

Resumen

El constructivismo social ha emergido como una de las perspectivas más influyentes en las ciencias sociales contemporáneas, aunque su enseñanza y clasificación dentro de las corrientes sociológicas tradicionales han sido problemáticas. Su capacidad de infiltrarse en múltiples disciplinas, desde la sociología cultural hasta la economía, ha sido su mayor fortaleza y, al mismo tiempo, la razón de su esquiva identidad teórica.

Desde sus orígenes en la fenomenología, el interaccionismo simbólico y la sociología del conocimiento, el constructivismo ha planteado que la realidad no es un hecho dado, sino el producto de interacciones y acuerdos sociales. Berger y Luckmann formalizaron esta visión. Esta perspectiva ha sido clave para deconstruir categorías como género, raza o enfermedad, así como para entender fenómenos contemporáneos, desde la educación hasta la comunicación digital.

El constructivismo sigue siendo una herramienta epistemológica fundamental para interrogar la realidad y cuestionar lo que damos por hecho. Su verdadero legado no está en una escuela teórica unificada, sino en su capacidad para plantear una pregunta incómoda y siempre vigente: ¿qué realidad estamos construyendo y quién la define?

 

Abstract

Social constructivism has emerged as one of the most influential perspectives in contemporary social sciences, although its teaching and classification within traditional sociological currents have been problematic. Its ability to permeate multiple disciplines, from cultural sociology to economics, has been its greatest strength and, at the same time, the reason for its elusive theoretical identity. 

Rooted in phenomenology, symbolic interactionism, and the sociology of knowledge, constructivism argues that reality is not a given fact but the product of social interactions and agreements. Berger and Luckmann formalized this vision. This perspective has been key to deconstructing categories such as gender, race, or illness, as well as understanding contemporary phenomena ranging from education to digital communication. 

Constructivism remains a fundamental epistemological tool for interrogating reality and questioning what we take for granted. Its true legacy does not lie in a unified theoretical school but in its ability to pose an uncomfortable and ever-relevant question: What reality are we constructing, and who defines it?

Índice

  • Introducción
  • Orígenes
  • Bases Teóricas
  • La sociedad como construcción dialéctica
  • Implicaciones
  • Críticas

 

Introducción

Cuando estudiaba sociología, el constructivismo nunca ocupó un lugar propio en los temarios, a diferencia del funcionalismo, la sociología crítica o el interaccionismo. Aparecía, sí, pero diluido como herramienta metodológica en estudios aplicados o como comentario al margen en análisis de género, ciencia o cultura. Tampoco la bibliografía lo rescataba: en los manuales clásicos aparecía repartido por el texto e, incluso en la Enciclopedia de la Sociología, apenas merecía una página. Era un fantasma teórico omnipresente en las discusiones contemporáneas, pero imposible de fijar en un capítulo.

Para entenderlo, había que reconstruirlo como un Frankenstein sociológico. Un poco de Foucault (1) aquí, un párrafo de Berger (2) y Luckmann (3) allá, una nota al pie sobre Goffman (4)(5). Esta fragmentación generaba —y genera— una paradoja: ¿cómo algo tan central para la sociología actual puede ser tan esquivo en su enseñanza?

La respuesta está en su naturaleza antiesencialista. A diferencia del funcionalismo —con sus axiomas sobre el orden social o el marxismo —con su dialéctica materialista—, el constructivismo no es un sistema, sino un método de sospecha. Su objetivo es desmontar lo que parece natural: la raza como biología, la enfermedad como dato neutral, el género como esencia, el dinero como objeto ahistórico. Al revelar su raíz social y negociada, se infiltra en todos los campos, pero se resiste a ser encerrado en uno propio.

Esta ambigüedad no es un fracaso, sino su triunfo. Mientras el funcionalismo se estancó en su rigidez, el constructivismo mutó, se introdujo en la sociología cultural, los estudios poscoloniales e incluso la economía. Su texto fundacional —La construcción social de la realidad (1966)— no creó una escuela, sino un virus epistemológico: la idea de que hasta lo más objetivo (como un diagnóstico médico o una moneda) es un artefacto social.

Pero aquí yace la paradoja: su éxito como crítica lo condena al ostracismo pedagógico. Al rechazar dogmas, elude definiciones estáticas; al fragmentarse en mil aplicaciones, se vuelve irreconocible como teoría unificada. Así se explica la angustia del estudiante para aprenderlo: debe rastrearlo en los márgenes de la sociología médica, en los análisis foucaultianos del poder o en las etnografías de Latour sobre laboratorios.

¿Cómo resolver esta tensión? No clasificándolo como "escuela", su legado no está en manuales, sino en una pregunta incómoda: ¿Qué realidad damos por hecha, y quién la construyó?

 

Orígenes

El constructivismo social sostiene que la realidad no es un hecho dado, objetivo o fijo, sino una construcción activa creada por individuos y sociedades a través de la interacción, la comunicación y la atribución de significados. Según este enfoque, lo que consideramos «real» depende de acuerdos sociales y contextos culturales, lo que desafía radicalmente las visiones esencialistas (como la biología como destino) y objetivistas (como la economía clásica, que ve el mercado como ley natural). Esto no significa que se niegue la existencia del mundo material, sino que se enfatiza la manera en que lo interpretamos y lo dotamos de significado.

Para hacerse una idea de lo revolucionario de este pensamiento, el lector puede imaginar decirle a alguien en 1950 que el género, la raza o incluso una enfermedad no son «hechos naturales», sino que tienen mucho de artefacto social negociado históricamente. Probablemente te habrían mirado como a un loco... o algo peor. Para llegar a un planteamiento de este alcance —y que la gente no se te echara encima— fue necesario que otros autores allanaran el camino. La idea de la construcción social de la realidad fue el fruto de un diálogo entre varias tradiciones teóricas, entre las que destacan la fenomenología, el interaccionismo simbólico y la sociología del conocimiento.

La fenomenología de Husserl (6) y, en su versión sociológica, la propuesta por Schutz (7)(8), exploró cómo la experiencia humana se estructura a través de significados compartidos. El interaccionismo simbólico, desarrollado en la primera mitad del siglo XX por George H. Mead (9)(10), demostró que incluso las instituciones más sólidas se basan en interacciones cotidianas entre individuos cargadas de contenido simbólico. Por su parte, Karl Mannheim y otros teóricos de la sociología del conocimiento estudiaron cómo el conocimiento está influenciado por su contexto social e histórico, sentando las bases para entender cómo las realidades se construyen socialmente.

El salto final se produjo en 1966, cuando Berger y Luckmann proclamaron que «la realidad se construye socialmente» en su obra homónima.

 

Bases Teóricas

Para construir esa realidad negociada, Berger y Luckmann proponen un proceso dialéctico en tres etapas: externalización, objetivación e internalización.

En la externalización, las personas proyectan en el mundo social sus ideas, valores y prácticas (por ejemplo, cuando un grupo crea una norma no escrita como "respetar la fila del supermercado".

Durante la objetivación, las proyecciones externalizadas adquieren vida propia y son percibidas como hechos objetivos independientes (la fila ya no es una costumbre, sino "algo que siempre ha existido y debe cumplirse").

Por último, en la internalización, los individuos asimilan estas realidades objetivadas y las integran en su propia comprensión del mundo (un niño aprende que saltarse la fila es "malo", sin cuestionar por qué).

Este proceso no es lineal, sino un ciclo constante, lo que internalizamos hoy (por ejemplo, usar mascarillas durante una pandemia) mañana puede externalizarse como una nueva norma. Al ser un proceso continuo, las construcciones sociales no son estáticas: cambian con el tiempo en respuesta a circunstancias emergentes, interacciones renovadas y contextos históricos específicos. Es lo que podríamos llamar la historicidad de la realidad, la idea de que incluso lo que percibimos como inmutable está sujeto a replanteamientos.

El papel del lenguaje es primordial: es una herramienta fundamental en la construcción de la realidad, ya que permite la comunicación de significados y la creación de categorías compartidas. El lenguaje no es un mero instrumento de comunicación, sino la estructura simbólica que sostiene, modela y transforma la realidad social.

Berger y Luckmann señalan que el lenguaje presenta las siguientes funciones: constructor de significados, soporte para las instituciones sociales, instrumento de poder y motor de la transformación social.

Es un constructor de significados en cuanto transforma experiencias subjetivas y prácticas colectivas en objetos simbólicos compartidos. Sin él, conceptos abstractos como justicia, tiempo o identidad carecerían de existencia social.

Las instituciones sociales (leyes, mercados, sistemas políticos) dependen del lenguaje para su existencia y legitimidad. Este proceso implica, por un lado, una objetivación: el lenguaje convierte normas abstractas en hechos sociales (ej.: contrato como promesa jurídicamente vinculante). Y, por otro lado, una transmisión intergeneracional: conceptos como patrimonio o ciudadanía se heredan mediante narrativas lingüísticas que los naturalizan. Un caso paradigmático es el de los Estados nacionales, cuya existencia se fundamenta en relatos históricos, constituciones escritas y símbolos (himnos, banderas) transmitidos verbalmente.

El lenguaje no es neutral, refleja y reproduce relaciones de poder. Quien controla el discurso, define los límites de lo aceptable mediante categorización y jerarquización. Mediante categorización social ya que términos como ilegal vs. refugiado, o terrorismo vs. resistencia, legitiman acciones políticas. Con la naturalización de las jerarquías, expresiones como los roles de género o la ley del mercado enmascaran construcciones culturales como fenómenos inevitables. Dado el papel que representa el lenguaje en la teoría constructivista, y el éxito de esta idea en la segunda mitad del siglo XX, todos los movimientos sociales buscan apropiarse del discurso dominante.

Por último, el lenguaje es un motor del cambio social. En un momento histórico determinado, el lenguaje la reconfigura y, al mismo tiempo, una vez se ha impuesto esa nueva versión de lo real, la estabiliza. Así que, desde un cierto punto de vista, los conflictos sociales suelen ser, en esencia, luchas por la definición. Ejemplos históricos de esto que decimos son la redefinición de los derechos humanos tras la Segunda Guerra Mundial o, más recientemente, los debates sobre la identidad de género y el sexo biológico.

La sociedad como construcción dialéctica

Como ya hemos señalado, el constructivismo social ha tenido una profunda influencia en las ciencias sociales. A continuación, destacamos algunas de sus repercusiones más transformadoras.

Crítica a las verdades absolutas: el constructivismo cuestiona la existencia de verdades universales y objetivas. Lo que llamamos "verdades" son acuerdos temporales, no reflejos de una realidad inmutable.

Énfasis en la agencia humana: aunque reconoce la influencia de las estructuras sociales, el constructivismo subraya el papel activo de los individuos en la creación y transformación de la realidad.

Deconstrucción de categorías sociales: ha sido fundamental para entender cómo categorías como el género y la raza no son hechos biológicos, sino construcciones sociales.

Impacto en la educación y la comunicación: el constructivismo ha transformado la comprensión del aprendizaje y la transmisión de significados. Ha impulsado, por ejemplo, pedagogías activas en las que el estudiante construye el conocimiento. Además, la forma en que se comparten contenidos en plataformas como Wikipedia refleja claramente su filosofía.

Relevancia en la era digital: en un mundo globalizado y conectado, que podríamos calificar como una "realidad beta permanente", el constructivismo permite analizar cómo las nuevas tecnologías y los medios de comunicación están redefiniendo las realidades sociales. Es una herramienta clave para comprender el impacto de las redes sociales, tanto en la creación de hiperrealidades —en el sentido planteado por Baudrillard (11) (12)— como en la configuración de identidades líquidas, ejemplificadas en los avatares que reconstruyen la personalidad en entornos virtuales.

 

Críticas

El constructivismo social ha revolucionado las ciencias sociales, pero su enfoque radical no está exento de cuestionamientos. Estas son algunas de las críticas más recurrentes, que invitan a un diálogo necesario sobre sus alcances y riesgos.

Algunos argumentan que el constructivismo puede derivar en un relativismo radical, donde todas las afirmaciones sobre la realidad serían igualmente válidas y ningún concepto u objeto —por más abstracto y puro que sea— escaparía a la categoría de convención social. Esta postura lleva a su crítica más mordaz: el relativismo autodestructivo. Si todo es una construcción social (incluidas nociones como justicia, verdad científica o derechos humanos), ¿qué impediría justificar atrocidades alegando que son simplemente "productos culturales"?

Otro cuestionamiento señala que el constructivismo a veces subestima el papel de las condiciones materiales y económicas en la configuración de la realidad. Críticos como David Harvey (13) sostienen que el constructivismo tiende a ignorar las restricciones materiales que limitan o condicionan las construcciones sociales. Por ejemplo, por mucho que el género sea una construcción, el parto o una enfermedad siguen siendo experiencias encarnadas. Existe, además, el riesgo de caer en un idealismo ingenuo: creer que cambiar el lenguaje —por ejemplo, decir “persona en situación de calle” en lugar de “mendigo”— basta para transformar realidades estructurales.

Desde el punto de vista metodológico, estudiar los procesos de construcción social implica una enorme complejidad analítica. Aplicar el constructivismo exige enfoques cualitativos que, aunque profundos, presentan desafíos como:

La dificultad para generalizar: si cada realidad es única, ¿cómo extraer patrones universales?

El sesgo del observador: el investigador, al interpretar significados, proyecta inevitablemente sus propias construcciones culturales.

La limitada escalabilidad: mientras el positivismo genera datos medibles, el constructivismo requiere años de inmersión. ¿Es viable este enfoque para diseñar políticas públicas urgentes?

El sociólogo Randall Collins (14) lo resumió con precisión: “El constructivismo nos dio un mapa para navegar significados, pero a veces olvidamos que el mapa no es el territorio”.

 

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo

 

Notas

  1. Michel Foucault, nacido como Paul-Michel Foucault (Poitiers, Francia, 15 de octubre de 1926-París, 25 de junio de 1984) fue un historiador de las ideas, psicólogo, teórico social y filósofo francés. Fue profesor en varias universidades francesas y estadounidenses y catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de France (1970-1984), en reemplazo de la cátedra de Historia del pensamiento filosófico, que ocupó hasta su muerte Jean Hyppolite.  Su trabajo ha influido en importantes personalidades de las ciencias sociales y las humanidades. Foucault es conocido principalmente por sus estudios críticos de las instituciones sociales, en especial la psiquiatría, la medicina, las ciencias humanas, el sistema de prisiones, así como por su trabajo sobre la historia de la sexualidad humana.
  2. Peter Ludwig Berger (Viena, Austria; 17 de marzo de 1929-Brookline, Massachusetts; 27 de junio de 2017)1 fue un teólogo luterano y sociólogo vienés. Fue director e investigador senior del Instituto de Cultura, Religión y Asuntos Mundiales de la Universidad de Boston. Fue conocido, sobre todo, por su obra La construcción social de la realidad: un tratado en la sociología del conocimiento (1966), que escribió junto con Thomas Luckmann.
  3. Thomas Luckmann (Jesenice, 14 de octubre de 1927-10 de mayo de 2016) fue un sociólogo alemán de origen esloveno. Sus campos de investigación principales fueron la sociología de la comunicación, sociología del conocimiento, sociología de la religión, y filosofía de la ciencia.
  4. Erving Goffman (11 de junio de 1922, Mannville, Alberta, Canadá-19 de noviembre de 1982, Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos) fue un sociólogo y escritor considerado como el padre de la microsociología. Estudió las unidades mínimas de interacción entre las personas centrándose siempre en grupos reducidos. Esto lo diferencia de la mayoría de estudios sociológicos que se habían realizado hasta el momento, siempre a gran escala. Goffman es uno de los sociólogos más importantes del siglo XX con Pierre Bourdieu, Max Weber, Durkheim o George H. Mead. Apoyándose en el trabajo de estos últimos, trató de profundizar en una sociología más interesada en los procesos micro-sociales de interacción. Su interés central como teórico del interaccionismo simbólico fue estudiar la influencia de los significados y los símbolos sobre la acción y la interacción humana.
  5. Para ampliar información sobre Goffman ver el artículo “El Interaccionismo Simbólico III: el Enfoque Dramatúrgico de Erving Goffman” en este mismo blog.
  6. Edmund Gustav Albrecht Husserl (Prossnitz, 8 de abril de 1859-Friburgo, 27 de abril de 1938) fue un filósofo y matemático alemán,[1] discípulo de Franz Brentano y Carl Stumpf, fundador de la fenomenología trascendental y, a través de ella, del movimiento fenomenológico, uno de los movimientos filosóficos más influyentes del siglo XX.
  7. Alfred Schütz (13 de abril de 1899 - 20 de mayo de 1959) sociólogo y filósofo austriaco, de origen judío, introductor de la fenomenología en las ciencias sociales. Nació en Viena, donde estudió leyes y economía con, entre otros, Hayek y von Mises. Exiliado desde 1933, llegó en 1939 a Estados Unidos, donde, pudo integrarse en la Nueva Escuela de Investigación Social de Nueva York. Se inspiró, entre otros, en Henri Bergson, en la escuela austríaca de economía y en el pensamiento de Edmund Husserl de quien fue discípulo directo.
  8. Para ampliar información sobre la fenomenología y Schütz ver el artículo “La Sociología Fenomenológica: Alfred Schütz” en este mismo blog.
  9. George H. Mead (27 de febrero de 1863 - 26 de abril de 1931), filósofo pragmático, sociólogo y psicólogo social estadounidense. Teórico del primer conductismo social, también llamado interaccionismo simbólico en el ámbito de la ciencia de la comunicación. Nació en South Hadley, Massachusetts. Cursó estudios en varias universidades de Estados Unidos y Europa e impartió clases en la Universidad de Chicago desde 1894 hasta su muerte. Con influencias de la teoría evolutiva y la naturaleza social de la experiencia y de la conducta, recalcó la emersión del yo y de la mente dentro del orden social y en el marco del simbolismo lingüístico que usan las personas para comunicarse (interaccionismo simbólico). A partir de la crítica al conductismo de J. B. Watson denominó su propia corriente como conductismo social. Pensaba que el yo surge por un proceso social en el que el organismo se cohíbe. Esta timidez es el resultado de la interacción del organismo con su ambiente, incluyendo la comunicación con otros organismos.
  10. Para ampliar información sobre el interaccionismo simbólico ver los artículos:  El Interaccionismo Simbólico I: George Herbert Mead”, El Interaccionismo Simbólico II: después de Mead”, El Interaccionismo Simbólico III: el Enfoque Dramatúrgico de Erving Goffman” en este mismo blog.
  11. Jean Baudrillard (Reims, 27 de julio de 1929-París, 6 de marzo de 2007) fue un filósofo y sociólogo francés, crítico de la cultura francesa. Su trabajo se relaciona con el análisis de la posmodernidad y la filosofía del postestructuralismo.
  12. Para ampliar información sobre Jean Baudrillard ver el artículo “La hiperrealidad de Baudrillard” en este mismo blog.
  13. David Harvey (31 de octubre de 1935 en Gillingham, Kent, Inglaterra) es un geógrafo y teórico social marxista británico. Desde 2001, es catedrático de Antropología y Geografía en la City University of New York (CUNY) y Miliband Fellow de la London School of Economics. En 1997, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad de Buenos Aires.
  14. Randall Collins (nacido el 29 de julio de 1941) es un sociólogo estadounidense que ha sido influyente tanto en su enseñanza como en la escritura. Ha enseñado en muchas notables universidades de todo el mundo y sus trabajos académicos han sido traducidos a diversos idiomas. Collins es actualmente Profesor Emérito de Sociología en la Universidad de Pensilvania. Es un líder social contemporáneo cuyas áreas de especialización incluyen la macrosociología histórica de los cambios políticos y económicos; la microsociología, incluyendo la interacción cara-a-cara y la sociología de los intelectuales y de los conflictos sociales. Está considerado como uno de los principales estudiosos no marxistas de la teoría del conflicto en los Estados Unidos, y sirvió como presidente de la American Sociological Association de 2010 a 2011

 

Bibliografía

Berger Peter L. y Luckmann Thomas (2013). La construcción social de la realidad. Amorrortu Editores

Swatos William H. (2007). Constructionism. The Blackwell Encyclopedia of Sociology. Blackwell Publishing

Hacking, I. (1999). The Social Construction of What? Harvard University Press

Castells, M. (1996). La era de la información: economía, sociedad y cultura" (Volumen 1: La sociedad red). Alianza Editorial.

Mancionis John J. y Plummer Ken (2005). Sociología. Pearson Educación

Ritzer George (2003). Teoría Sociológica Moderna. Mac Graw-Hill


Un poco de luz acerca de MUFACE

 


Resumen

Los conflictos recurrentes entre el Gobierno y las aseguradoras privadas cada vez que expira un concierto ponen en el centro del debate público a la institución de MUFACE. Para que este debate sea serio y productivo, es indispensable un conocimiento mínimo del tema; sin embargo, en los medios se han difundido todo tipo de imprecisiones. Esta situación impide cualquier posibilidad de discusión rigurosa y, como resultado, no se logra abordar de manera coherente un problema que afecta a la seguridad sanitaria de toda la población, y no solo a los funcionarios.

Este artículo busca aclarar, de forma clara y concisa, qué es MUFACE, cuáles son los servicios que ofrece, cómo se financia y, a partir de ahí, permitir que cada persona —con un conocimiento adecuado del asunto— forme su propio juicio y desarrolle una opinión bien fundamentada. Solo así podremos fomentar un debate constructivo y avanzar hacia una solución.

Abstract

The recurring conflicts between the Government and private insurance companies whenever a contract expires place the MUFACE institution at the center of public debate. For this debate to be serious and productive, a minimum understanding of the subject is essential. However, the media have spread all kinds of inaccuracies. This situation prevents any possibility of a rigorous discussion and, as a result, makes it impossible to coherently address a problem that affects the healthcare security of the entire population, not just civil servants.

This article aims to clearly and concisely explain what MUFACE is, the services it provides, and how it is funded. From there, it seeks to enable everyone—armed with adequate knowledge of the matter—to form their own judgment and develop a well-founded opinion. Only in this way can we foster a constructive debate and move towards a solution.


Índice

  • ¿Qué es MUFACE?
  • El origen de MUFACE durante el esplendor del mutualismo
  • Servicios que ofrece
  • Los conciertos con las aseguradoras privadas
  • Posible incorporación de MUFACE al Régimen General de la Seguridad Social 


¿Qué es MUFACE?

MUFACE, cuyo nombre oficial es Mutualidad de Funcionarios de la Administración Civil del Estado, es un organismo público español encargado de gestionar prestaciones sociales y sanitarias para los funcionarios en activo de la Administración General del Estado (AGE), los jubilados y sus familiares; según los datos más recientes disponibles, MUFACE cuenta con aproximadamente 1,2 millones de afiliados.

Aunque MUFACE es la más conocida, no es la única mutualidad de este tipo. Para los miembros de las Fuerzas Armadas existe el Instituto Social de las Fuerzas Armadas (ISFAS), y para los empleados de la administración de justicia, la Mutualidad General Judicial (MUGEJU). Ambos organismos comparten una estructura y un funcionamiento similares a los de MUFACE.

Al igual que la Seguridad Social, que se financia mediante las aportaciones de los trabajadores, las empresas y, en su caso, los Presupuestos Generales del Estado, MUFACE se financia con las aportaciones de los funcionarios y del Estado en su doble papel de empleador y garante cuando es necesario. En esencia, ambos sistemas siguen el mismo esquema: empleados, empleador (o empresa) y el Estado como respaldo subsidiario.

 

El origen de MUFACE durante el esplendor del mutualismo

MUFACE se creó en 1969, en un contexto en el que la existencia de mutualidades sectoriales era algo común. En España, ya existía una tradición de sistemas de protección social diferenciados para grupos profesionales específicos. Esta segmentación respondía tanto a las particularidades de cada sector como a la evolución histórica de la protección social en el país.

La protección social en España comenzó a desarrollarse a finales del siglo XIX y principios del XX, inicialmente a través de mutualidades y seguros privados. Estos sistemas estaban dirigidos a colectivos concretos, como trabajadores de ciertas industrias, funcionarios o profesionales liberales. En el caso de los funcionarios públicos, contaban desde el siglo XIX con un sistema de protección específico conocido como “Clases Pasivas”, que garantizaba pensiones y otras prestaciones a los empleados del Estado y sus familias.

En 1963, se creó el Seguro Obligatorio de Vejez e Invalidez (SOVI), que sentó las bases de la Seguridad Social moderna en España. Sin embargo, en el momento de la fundación de MUFACE, la Seguridad Social aún no ofrecía una cobertura universal y uniforme, lo que permitió que muchos colectivos, incluidos los funcionarios, mantuvieran sus propios sistemas de protección. En aquel entonces, el mutualismo no era la excepción, sino la norma.

A partir de la década de 1980, el sistema nacional de la Seguridad Social se fue universalizando, lo que llevó a la progresiva desaparición de muchas mutualidades. Sin embargo, MUFACE quedó fuera de este proceso, consolidándose como un régimen de seguridad social paralelo al sistema general.

 

Servicios que ofrece

MUFACE proporciona a sus afiliados tres tipos principales de asistencia: asistencia sanitaria, prestaciones económicas y ayudas sociales.

La asistencia sanitaria ofrecida por MUFACE tiene una cobertura muy similar a la que ofrece el Sistema Nacional de Salud(1). Esto significa que incluye los mismos servicios médicos, intervenciones quirúrgicas, pruebas diagnósticas, criterios de baja, lista de medicamentos subvencionados y demás prestaciones sanitarias, sin diferencias ni exclusiones adicionales.

En cuanto a las prestaciones económicas, MUFACE cubre parcialmente situaciones como incapacidad temporal, maternidad y paternidad, así como subsidios por riesgos laborales.

Por último, dentro de las ayudas sociales, los afiliados pueden acceder a subsidios para gastos funerarios, ayudas por nacimiento o adopción, entre otras prestaciones.

 

Los conciertos con las aseguradoras privadas

El Gobierno español convoca concursos periódicos —normalmente plurianuales— para la atención sanitaria de los funcionarios a través de aseguradoras privadas. Estos procesos, complejos y regulados, se ajustan a las normas de contratación pública.

El objetivo principal es seleccionar a una o varias aseguradoras privadas que brinden cobertura sanitaria a los funcionarios y sus familiares que optan por la modalidad privada en lugar de la asistencia sanitaria pública.

Este es, quizás, el aspecto más polémico del sistema, y lo es desde un doble enfoque. Por un lado, por las controversias que rodean el proceso de adjudicación del concurso, especialmente en lo relativo a la renovación de contratos y al equilibrio entre costes y calidad del servicio. Por otro, porque genera un debate social sobre el privilegio que supone para los funcionarios y sus familiares en un momento en el que el Estado de bienestar está en entredicho, las políticas públicas favorecen directa o indirectamente a la sanidad privada en detrimento de la pública, y el derecho a la sanidad universal es cuestionado desde posturas neoliberales.

Así, cada año, los afiliados a MUFACE pueden elegir entre los servicios de la sanidad pública y los ofrecidos por las entidades privadas que resultaron adjudicatarias en el concurso vigente. Si, por ejemplo, el concurso es ganado por tres aseguradoras, cada beneficiario dispondrá de cuatro opciones, aunque deberá seleccionar una y solo una de ellas.

Durante ese período, el afiliado recibe atención sanitaria a través del equipo médico y los hospitales asociados a la aseguradora elegida. En casos excepcionales —muy raros, dado que los hospitales privados están cada vez mejor dotados—, si la aseguradora no pudiera proporcionar la atención requerida, un hospital público actuaría de manera subsidiaria. No obstante, los gastos derivados correrían a cargo de la entidad aseguradora.

Se pueden describir las ventajas e inconvenientes que esta situación supone para los afiliados a MUFACE, aunque siempre desde una perspectiva subjetiva. Lo que para algunos puede ser una ventaja, para otros puede representar una desventaja, y en muchos casos no existen datos concretos que permitan fundamentar afirmaciones objetivas.

Entre las ventajas de optar por la vía privada, destaca en primer lugar la aparente facilidad para elegir médico. Además, se percibe que las listas de espera son menos frecuentes y, si existen, son más cortas. Otra ventaja es la posibilidad de acudir directamente al especialista sin necesidad de pasar por el médico de familia, lo que, si bien no está claro si es beneficioso para la salud y para la eficiencia del sistema, sin duda agiliza el proceso desde un punto de vista individual. Los hospitales privados suelen estar mejor equipados para atender a los familiares y, por lo general, disponen de habitaciones individuales. Por último, los afiliados pueden elegir entre la sanidad pública y varias aseguradoras privadas, lo que les permite seleccionar la opción que mejor se adapte a sus necesidades personales o geográficas. En general, lo que más se valora es la rapidez en la atención médica no urgente que ofrece la sanidad privada.

Entre las desventajas de la vía privada, los afiliados a MUFACE suelen destacar que, fuera de Madrid y de las grandes ciudades, los equipos médicos y los hospitales privados son menos numerosos. En algunas provincias, apenas hay especialistas privados en determinadas áreas, lo que supone un problema para los afiliados que eligen esta opción, ya que no siempre se reside en Madrid; también es un problema cuando el beneficiario se desplaza de su lugar de residencia ya que la enfermedad puede surgir en cualquier lugar.

Relacionado con lo anterior, en caso de urgencia, el paciente debe ser trasladado a un hospital concertado con la aseguradora elegida. De lo contrario, una vez superada la urgencia y siempre que la causa de la atención médica no pertenezca a una lista de razones tasadas, el afiliado deberá hacerse cargo de los gastos incurridos.

Además, existe una percepción generalizada de que, aunque las aseguradoras ofrecen una amplia gama de servicios, algunos tratamientos o especialidades pueden no estar cubiertos, lo que obliga a los afiliados a recurrir a la sanidad pública en ciertos casos. Cuando esto ocurre, suele ser después de que los tratamientos privados no hayan surtido efecto y se hayan agotado las opciones disponibles. Esto representa un claro perjuicio para la salud del asegurado porque el alargamiento en la detección de un diagnóstico adecuado suele provocar problemas graves y sinsabores físicos y anímicos.

 

Posible incorporación de MUFACE al Régimen General de la Seguridad Social

Las convocatorias realizadas para la renovación del concierto a finales de 2024 han quedado desiertas, y el Gobierno se ha visto obligado a realizar una nueva convocatoria. Parece existir un riesgo real de que la negociación no prospere y haya que trasladar a los beneficiarios de MUFACE que, en su momento, eligieron una aseguradora privada al Sistema Nacional de Salud.

Dicho traslado no debería realizarse como consecuencia de una ruptura de negociaciones, sino como fruto de una decisión política consensuada por la sociedad española (2). Es precisamente de esta manera rápida e irreflexiva como no se debería actuar.

La decisión de trasladar a los afiliados de MUFACE al Sistema Nacional de Salud implicaría la incorporación repentina —en los meses siguientes a la ruptura de las negociaciones— de 1.500.000 personas a la sanidad pública. De ellas, se estima que 800.000 se integrarían en la Comunidad de Madrid. El número total de personas que han escogido recibir la asistencia sanitaria mediante aseguradoras privadas  (actualmente ASISA, ADESLAS y DKV) es de 1.007.322. 

La distribución por edad de la población mutualista de MUFACE con prestación sanitaria privada es en términos de distribución porcentual por franjas de edad la siguiente: la población pediátrica (0-14 años) representa el 11.8%, la población joven (15-34 años) el 13.9%, el grupo de población entre los 35 y los 64 años son el 42.4%, mientras que los mayores de 65 años suponen el 31.9%. Esto representa una población envejecida avocada a usar más los servicios médicos.

Esta situación supondría una carga enorme para los servicios médicos públicos, que no parecen estar preparados para asumirla, en gran parte debido a las políticas sanitarias deficientes de los gobiernos autonómicos, entre los que destaca, por méritos propios, el de la mencionada Comunidad de Madrid.

Además, surgen preguntas cruciales: ¿qué pasará con los pacientes que están en pleno tratamiento, atendidos por médicos que conocen su evolución? ¿O con aquellos que esperan una intervención quirúrgica? ¿Cómo afectará a los enfermos que ya dependen de la Seguridad Social pública, que de repente tendrán que "competir" por recursos con los recién incorporados?

Todos los problemas de organización en la sanidad pública dejan un rastro de víctimas. Los recortes presupuestarios, los cambios de políticas, la falta de recursos, la masificación de los servicios y las decisiones basadas en principios ideológicos —que, aunque puedan ser legítimos en su intención, no se acompañan de medidas presupuestarias adecuadas, una planificación realista ni objetivos claros— representan un grave riesgo para la salud pública.

Además, si MUFACE se integrara en el régimen general de la Seguridad Social, el presunto agravio comparativo derivado de la posibilidad de elegir seguros privados seguiría existiendo en aquellas mutualidades que no enfrentan problemas en la renovación de sus respectivos concursos.

Por ello, lo primero es debatir con honestidad si resulta más justo y eficiente unificar a todos los trabajadores bajo un único sistema de protección o, por el contrario, mantener el statu quo. Si se concluye que la unificación es la mejor opción, no debería esperarse a un conflicto que deje solo nueve meses para la transición, que es lo que la Ley de Contratos permite prorrogar el convenio.

El plan B que propone el Ministerio de Sanidad si las aseguradoras no se presentan al concurso es aprovechar esos 9 meses, para realizar una incorporación paulatina estratificada por letra de comienzo del primer apellido, edad y aseguradora prestadora de servicios,  singularizando su aplicación a nivel de cada Comunidad Autónoma. El plan, que no es tan alocado como para incluir ciertas salvaguardas, amplía a un año la transición para casos de pacientes inmersos en procesos terapéuticos que precisen continuidad. Esto parece insuficiente, en su lugar, debería aprovecharse un período completo del convenio para diseñar un plan de trabajo e implementar los cambios de manera más gradual. 

Una estrategia viable y que conlleva más seguridad, siguiendo el ejemplo de casos similares —como el de la gestión de las pensiones de los funcionarios mediante las clases pasivas—, sería aplicar el criterio de extinción progresiva de los colectivos a partir de una fecha determinada. De este modo, la transición se llevaría a cabo de forma escalonada, permitiendo que las personas más afectadas por el cambio permanezcan dentro del concierto hasta la desaparición paulatina de dicho grupo.

 

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo y funcionario de la AGE

 

Notas

  1. La Seguridad Social en España cubre la extracción de muelas en casos necesarios, especialmente si hay infección, caries avanzada o riesgo para la salud del paciente. Sin embargo, la cobertura es limitada y suele centrarse en extracciones de urgencia o necesarias por razones médicas. La Seguridad Social también cubre la atención psicológica y psiquiátrica con ciertas limitaciones. MUFACE no cubre directamente la odontología ni la psicología, ofrece ayudas puntuales.
  2. Ya de paso, puestos a igualar la cobertura, esto debería aplicarse a todas las prestaciones. Se podría corregir el hecho de que los jubilados de MUFACE paguen un 20% más por los medicamentos que los pensionistas del Régimen General, y que las pensiones de los jubilados que aún se rigen por el cálculo de las Clases Pasivas de la AGE se determinen de la misma manera que las del resto de los pensionistas.


Bibliografía

Ministerio de Sanidad Noviembre 2024. MUFACE: del seguro privado al Sistema Nacional de Salud


La teoría del intercambio II: Blau

 

Peter Blau

Resumen

George Homans sentó las bases de la teoría del intercambio, una perspectiva sociológica centrada en los intercambios de recompensas y costes en las interacciones sociales individuales. Este enfoque, inscrito en la microsociología, fue ampliado por Peter Blau, quien buscó explicar cómo los intercambios interpersonales influyen en la formación de estructuras sociales más complejas. Blau incorporó aspectos como la cultura y la estructura social, y desarrolló un análisis que transita de lo micro a lo macro, estableciendo un modelo de cuatro fases que van desde el intercambio interpersonal hasta la estructura social y el cambio societal. Este modelo supone un avance crucial en la difícil transición entre los niveles micro y macro de la sociología.

 

Abstract

George Homans laid the foundations of exchange theory, a sociological perspective focused on the exchanges of rewards and costs in individual social interactions. This approach, rooted in microsociology, was expanded by Peter Blau, who sought to explain how interpersonal exchanges influence the formation of more complex social structures. Blau incorporated aspects such as culture and social structure, developing an analysis that transitions from the micro to the macro level, establishing a four-phase model that progresses from interpersonal exchange to social structure and societal change. This model represents a crucial advancement in addressing the challenging transition between micro and macro levels in sociology.

 

Índice

  • Introducción
  • De micro a macro
  • Normas y valores
  • Conclusión

Introducción

A principios de la década de 1950, George Homans (1) estableció las bases de la teoría del intercambio, una teoría sociológica que hacía hincapié en los procesos elementales de intercambio de recompensas y costes en la interacción social entre individuos (ver “La teoría del intercambio I: Homans” en este mismo blog). Este enfoque se inscribe dentro de la microsociología.

Peter Blau (2) tomó el testigo de Homans ampliando la teoría. Blau buscó explicar lo que Homans dejó sin abordar: cómo los intercambios en la interacción social influyen en la formación de estructuras sociales más complejas. Para ello, recuperó aspectos que Homans había obviado, como la cultura y la estructura social.

Blau realizó un análisis de los intercambios entre actores y avanzó hacia el estudio de estructuras más amplias, que eran producto de esos intercambios. De este modo, terminó analizando los intercambios entre grandes estructuras sociales. Así, convirtió la teoría en un enfoque macrosociológico, logrando, quizás, la mejor aproximación a la siempre difícil transición entre lo micro y lo macro.

De micro a macro

Cualquier solución a un problema que se desarrolla desde lo microscópico hasta lo macroscópico pasa por un procedimiento que contemple distintos niveles intermedios o pasos para ir de lo pequeño a lo grande, y la sociología no puede permitirse el lujo de ser una excepción (ver “Un modelo multinivel de sociedad” en este mismo blog).

Y esto fue lo que hizo Blau, estableció una secuencia de cuatro niveles a los que denominó “fases”, que parten del intercambio interpersonal para producir la estructura social y el cambio social al final del proceso. Los procesos internos de cada una de estas fases generan la siguiente.

La primera fase la componen las transacciones de intercambio entre personas, ya definidas exhaustivamente por Homans, que dan lugar a la siguiente fase: la diferenciación de estatus y poder, que conduce a la tercera, la legitimación y la organización, y que, a su vez, produce la cuarta: la oposición y el cambio. De esta forma, avanzamos desde la interacción social personal hasta el ámbito societal.

Veamos esto con más detenimiento. En el nivel individual, las teorías de Homans y Blau son similares. Las personas establecen relaciones sociales mediante recompensas que se dan unas a otras; estos vínculos se mantienen y se refuerzan gracias a dichas recompensas. En cambio, si las recompensas son insuficientes, los vínculos se debilitan y terminan por romperse.

Las recompensas intercambiadas pueden ser intrínsecas (más abstractas y simbólicas) como el amor, el afecto o el respeto; o extrínsecas (más materiales) como el dinero o el trabajo. La cuestión es que las partes casi nunca pueden ofrecerse recompensas del mismo valor, esto representa una fisura por donde se cuela la desigualdad; en el intercambio surge una asimetría de poder, una dependencia del más recompensado con respecto al que proporciona más recompensas.

Cuando una parte necesita algo de otra, pero no puede llegar a ofrecer a cambio algo de igual importancia, dispone de cuatro opciones. En primer lugar, la parte necesitada puede obligar al otro a proporcionar la ayuda. En segundo término, puede identificar otra fuente de ayuda disponible. En tercer lugar, puede pasar sin eso que necesita. Y, por último y más importante, puede endeudarse con la otra parte dándole lo que Blau denominaba un “crédito generalizado” en su asociación con ella. Este crédito puede ser exigido por la segunda parte cuando necesite algo del deudor. Esta característica de la relación interpersonal es la base del poder.

Es en este punto, con las diferencias de poder en la interacción social, donde surge la estructura social. Esta, sin embargo, adquiere vida propia e influye a su vez en las relaciones interpersonales.

En un primer nivel, la estructura social es grupal, ya que las interacciones sociales ocurren, en primer lugar, dentro de los grupos sociales. Un grupo social puede definirse como un conjunto de personas en el que cada una cuenta con una identidad reconocida por el resto y mantiene una relación o vínculo con los demás. Todos los seres humanos formamos parte de diferentes grupos de muy distinta naturaleza, características y tamaño. Incluso podemos concebir la estructura de una sociedad en función de los grupos que la conforman, de modo que esta se presenta como una tupida red de grupos sociales en los que los individuos están implicados en mayor o menor grado. Cuanto más complejas son las sociedades, a más grupos pertenece una persona.

Según Blau, las personas forman parte de aquellos grupos en los que perciben que las recompensas intragrupales superan las de cualquier otro grupo. Dentro del grupo social, como hemos visto, se producen dependencias y diferencias de poder debido a la asimetría en el intercambio de recompensas. Aquellos más capaces de recompensar tienen mayores posibilidades de alcanzar posiciones de liderazgo. La diferenciación en el grupo es inevitable, al igual que el surgimiento del liderazgo.

Blau también se trasladó al nivel societal y distinguió entre dos tipos de organización social. El primer tipo emerge de los procesos de intercambio: son los grupos que acabamos de analizar. El segundo tipo de organización no surge de manera natural como los grupos, sino que se establece de forma manifiesta para alcanzar objetivos específicos, como la fabricación de bienes, la creación de un club deportivo, la consecución de fines colectivos o políticos, entre otros numerosos ejemplos.

En ambos tipos de organización hay grupos de liderazgo y de oposición. En el primer tipo, los líderes de gobierno y oposición surgen de los procesos de interacción. En el segundo, los grupos de liderazgo y oposición se forman dentro de la estructura de la organización con un sentido funcional.

Visto lo expuesto hasta aquí, está claro que en los grupos pequeños la estructura social se desarrolla en el día a día de la interacción social. Pero ¿qué ocurre en las estructuras complejas? La mayoría de las interacciones entre los miembros de una organización compleja no son directas, por lo que su estructura no puede derivar únicamente de los intercambios de recompensas entre sus miembros. Entonces, ¿cuál es la argamasa con la que se construyen esas organizaciones? Blau dio una respuesta: las normas y los valores.

 

Normas y valores

Gracias a Blau, hemos identificado que las normas y los valores actúan como los principales mecanismos que conectan las estructuras sociales complejas. Estas herramientas facilitan la vida social al mediar en las transacciones sociales, permitiendo el intercambio social indirecto que sustituye al intercambio social directo de los grupos sociales. Además, contribuyen tanto a la integración como a la diferenciación social dentro de las organizaciones, al tiempo que regulan el desarrollo de su estructura interna, tanto en sus aspectos funcionales como orgánicos.

En el caso de las normas sociales, estas reemplazan el intercambio directo por una forma indirecta: el intercambio entre la colectividad y el individuo. Es la colectividad la que establece una relación de intercambio con cada individuo.

Un ejemplo de esto se observa en las organizaciones formales. En estos entornos, los miembros en posiciones superiores no prestan ayuda directa a quienes ocupan posiciones inferiores como retribución por los servicios que brindan. En lugar de eso, es la organización, como entidad colectiva, la encargada de distribuir recompensas, generalmente en forma de compensaciones económicas.

En la formulación de Blau, las normas desempeñan un papel clave al trasladar el intercambio desde el nivel interpersonal (propio de los grupos sociales) al nivel del intercambio entre el individuo y la colectividad. Por su parte, el concepto de valor amplía este análisis, llevándolo al nivel societal, donde se exploran las relaciones entre colectividades. Según Blau, el contexto valorativo es el medio que da forma a las relaciones sociales, y los valores compartidos actúan como vínculos mediadores tanto en las asociaciones sociales como en las transacciones sociales a gran escala.

Los valores particularistas, por ejemplo, constituyen los medios para la integración y la solidaridad. Estos valores sirven para unir a los miembros de un grupo en torno a cuestiones como el patriotismo o el trabajo bien hecho. Los valores particularistas también marcan la diferencia entre quienes pertenecen a la estructura social y quienes no, es decir, cumplen una función unificadora.

Conclusión

El análisis de Blau trasciende ampliamente la versión de la teoría del intercambio desarrollada por Homans. Mientras que Homans centra su atención en el individuo y la conducta individual, estos elementos quedan casi relegados en la concepción de Blau, quien los toma únicamente como punto de partida.

Blau dirige su enfoque hacia grupos, organizaciones, colectividades, sociedades, normas y valores, abordando cuestiones fundamentales sobre lo que cohesiona a las grandes unidades sociales y lo que las diferencia, temas clásicos de los enfoques macrosociológicos.

Sin embargo, desde mi perspectiva, podría haber definido con mayor precisión los conceptos de grupo y de estructura social compleja. Su enfoque generalista a veces dificulta distinguir si su análisis se dirige a un grupo social o a una estructura social más amplia.

Aunque Blau afirmó que su objetivo era ampliar la teoría del intercambio al nivel societal, en el proceso transformó esta teoría hasta el punto de hacerla casi irreconocible. A pesar de ello, su trabajo constituye una valiosa contribución a un problema que la sociología aún no ha resuelto de manera completa: comprender y explicar la transición entre el nivel micro y el nivel macro del análisis social.

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo

Notas

  1. George Caspar Homans (Boston, 11 de agosto de 1910-Cambridge, 29 de mayo de 1989) fue un sociólogo estadounidense. Homans fundó una teoría estrictamente deductiva del comportamiento social en Estados Unidos y contribuyó en gran medida a la teoría del intercambio social. Se distinguió especialmente como analista de grupos.
  2. Peter Michael Blau (Viena, 7 de febrero de 1918 - Nueva York, 12 de marzo de 2002) fue un sociólogo y teórico estadounidense. Produjo teorías con muchas aplicaciones dentro de los fenómenos sociales, incluida la movilidad ascendente, oportunidad de trabajo, la heterogeneidad, y cómo las estructuras de población pueden influir en el comportamiento humano. También fue el primero en trazar la gran variedad de fuerzas sociales, apodado "espacio Blau" por Miller McPherson. El "espacio Blau" se sigue utilizando como guía por los sociólogos y se ha ampliado para incluir las áreas de la sociología que no fueron específicamente por Blau. En 1974 Blau fue elegido presidente de la Asociación Americana de Sociología.

 

Bibliografía

Fararo Thomas J. (2007). Homans, George (1910–89). The Blackwell Encyclopedia of Sociology. Blackwell Publishing

Lovaglia Michael J. (2007). Social Exchange Theory. The Blackwell Encyclopedia of Sociology. Blackwell Publishing

Lizardo Omar (2007). Blau Peter.The Blackwell Encyclopedia of Sociology. Blackwell Publishing.

Ritzer George (2001). Teoría Sociológica Moderna. Mc Graw Hill


Mapa mental de la teoría de Blau


La teoría del intercambio II: Blau © 2024 by Juan Carlos Barajas Martínez is licensed under CC BY-NC-SA 4.0 

La patología de la derecha


 

patología

Del fr. pathologie, y este de patho- 'pato-' y -logie '-logía'.

1. f. Med. Parte de la medicina que estudia las enfermedades.

2. f. Med. Conjunto de síntomas de una enfermedad. U. t. en sent. fig. Patología social.

3. f. Constr. Estudio de los defectos y problemas que presenta una construcción.

Diccionario de la Real Academia Española, edición del tricentenario

 

Resumen

Este artículo explora la patología de la derecha política desde una perspectiva crítica, destacando dos síntomas clave: la pérdida de un freno moral y la visión patrimonial del Estado. En respuesta al diagnóstico de José Mujica, quien considera que la "reacción" caracteriza a la derecha, se argumenta aquí que la reacción no es una patología, sino la esencia misma del pensamiento conservador. Para comprender las verdaderas patologías de la derecha, se analizan cómo la desvinculación de la ética religiosa ha propiciado una libertad negativa sin restricciones y un individualismo extremo. En segundo lugar, se aborda el sentido patrimonial del Estado en la derecha, que percibe el poder como su propiedad exclusiva y utiliza estrategias para mantener su dominio, incluso si esto implica socavar instituciones y el orden democrático. Este análisis permite entender cómo la pérdida de un fundamento moral y la instrumentalización del poder han radicalizado a la derecha contemporánea, llevándola a debilitar los principios de convivencia en las democracias occidentales.

 

Abstract

This article explores the pathology of the political right from a critical perspective, highlighting two key symptoms: the loss of a moral brake and the patrimonial view of the state. In response to José Mujica's diagnosis, which defines "reaction" as a core characteristic of the right, it is argued here that reaction is not a pathology but rather the essence of conservative thought. To understand the true pathologies of the right, the article analyzes how the disengagement from religious ethics has fostered unrestricted negative freedom and extreme individualism. Secondly, it addresses the right's patrimonial sense of the state, seeing power as its exclusive property and using strategies to maintain dominance, even at the expense of democratic institutions and order. This analysis sheds light on how the loss of a moral foundation and the instrumentalization of power have radicalized the contemporary right, leading it to undermine principles of coexistence in Western democracies.

 

Índice

Introducción

Pérdida del freno moral

Sentido patrimonial del Estado

 

Introducción

Hace algunos años, el periodista español Jordi Évole (1) entrevistó al expresidente uruguayo José Mujica (2). Durante la entrevista, Évole le preguntó cuál era, a su juicio, la patología de la izquierda, a lo que Mujica respondió: "El infantilismo, confundir el deseo con la realidad".

Coincidía plenamente con el expresidente en su diagnóstico y escribí un artículo (La patología de la izquierda) en el que desarrollaba esta idea del infantilismo, basándome principalmente, aunque no exclusivamente, en el pensamiento de los autores Srnicek (3) y Williams (4).

Estos autores hablan de la "política folk", una constelación de ideas e intuiciones dentro de la izquierda contemporánea que moldea las formas de organizarse, actuar y pensar la política, pero que, al final, no trasciende los límites impuestos por la ideología neoliberal hegemónica. Según Srnicek y Williams, esta política amenaza con debilitar a la izquierda, ya que no puede expandirse más allá de los intereses locales, al estar basada en estrategias incapaces de generar cambios permanentes, que es precisamente el objetivo del progresismo.

En la misma entrevista, Évole le preguntó a Mujica cuál era la patología de la derecha, y el político contestó: "La reacción".

Creo que Mujica se equivocaba. La reacción no es la patología de la derecha, sino su esencia, su naturaleza. El pensamiento conservador busca conservar, y por eso debe reaccionar ante el cambio, ante la novedad. Es natural que se oponga a las aventuras prometedoras que aspiran a mejorar lo establecido, sustituyendo lo que ha funcionado de una manera determinada durante generaciones, aunque sea de forma deficiente.

A una izquierda ideal con propuestas, le respondería una derecha ideal con contrapropuestas —reaccionarias por definición—, y de esta dialéctica ideal surgiría una síntesis provechosa para la sociedad. Idealmente, claro.

Por tanto, no es la reacción la patología de la derecha. Así que vamos a iniciar la búsqueda de lo que hace que el pensamiento conservador no funcione de manera ideal.

A mí me vienen a la mente dos síntomas perniciosos que constituyen la patología conservadora. En primer lugar, parece que la derecha anda desenfrenada; cada día que pasa es más osada en sus diversas manifestaciones. Una vez que crees que lo has visto todo y que la situación no se podía tensar más, al día siguiente dan una nueva vuelta de tuerca.

En segundo lugar, un clásico fundacional que ha existido desde siempre es el sentido patrimonial del Estado. Dicho de una manera menos formal: la consideración de las instituciones como su cortijo.

Vamos a ocuparnos de estos dos puntos con más detalle.

 

La pérdida del freno moral

En Occidente tanto el pensamiento como la praxis conservadora han perdido el freno que suponía la religión. Jamás en la historia las gentes, que antes eran consideradas “de bien”, se han apartado tanto del cristianismo en su comportamiento y en su práctica diaria. Hoy en día la frase “yo soy católico no practicante” es la que más se escucha en las conversaciones, y los que van a misa dejan las enseñanzas cristianas en la iglesia, para cuando se están tomando el vermú dominical ya no recuerdan nada de la homilía.

La democracia cristiana ha desaparecido del panorama político europeo con la notable excepción de Alemania, aunque al partido alemán se le conoce mucho más por sus siglas CDU que por Unión Demócrata Cristiana. La mayoría de los partidos de derecha europeos no hace gala del pensamiento cristiano, más allá de una referencia a sus orígenes fundacionales o a una lejana referencia a la inspiración de sus principios.

En las culturas católicas esto ha supuesto el abandono de la doctrina social de la Iglesia en favor de los principios antisociales del neoliberalismo y en las culturas protestantes el abandono del sentido moral que el luteranismo y el calvinismo introdujo en los principios del capitalismo.

Las consecuencias de todo esto son conocidas: La falta de caridad, no digamos ya de solidaridad que nunca fue un valor de la derecha; el desprecio por lo social; el uso indiscriminado del bulo y de la mentira política; la destrucción de las instituciones con tal de obtener el poder; esto último, no sólo es inmoral, sino que atenta contra la propia naturaleza de ser conservador.

Sé que la praxis política del desprecio por lo social, el engaño, la exageración y la demagogia se ha utilizado desde antes de que las derechas abandonaran a Dios, generalmente bajo el escudo de lo que solemos llamar hipocresía. Lo que quiero expresar es que antes existía un freno moral que hoy ya no está; este freno no evitaba las prácticas indeseables, pero sí las contenía en cierta medida. Había personas profundamente afectadas por la ética cristiana; hoy, el número de esas personas es menor. Y se nota.

Algún lector podría aducir que exagero, pero el día que vi al presidente saliente (y ahora reentrante) de los Estados Unidos llamar al asalto al Congreso por no haber sido reelegido me di cuenta de que ese proceso proceloso de la derecha mundial hacia la inmoralidad es irreversible.

Pero ¿con qué ha sido rellenado este vacío moral que ha dejado la ausencia de Dios?, pues con nuevos ídolos: el mercado y la libertad.

El mercado es el ser supremo, es como el Dios del antiguo testamento. “Es el mercado señores” dijo aquel prohombre, que fue directamente de la presidencia de Fondo Monetario Internacional a la cárcel de Soto del Real, como si esa frase lo explicara todo. El mercado está en todas partes, juzga, tiene una mano invisible que lo ajusta todo, es infalible y es omnipresente, todos estos atributos que hasta ahora solo se le adjudicaban a Dios. Como Jehová, el mercado exige una fe ciega porque sus caminos son inescrutables.

En el caso de la libertad hay que explicar qué tipo de libertad defiende la derecha actual por todo el mundo. En la filosofía política, desde los tiempos de Isaiah Berlin (5) se habla de dos tipos de libertad: la negativa y la positiva.

La libertad negativa es la que tienen los individuos frente a la interferencia arbitraria de otros individuos, colectivos o instituciones, normalmente se identifica como oposición a la acción del Estado. Está libertad se iza como un estandarte contra oponentes supuestamente totalitarios.

En realidad, se trata de un concepto raquítico pues se traduce en un mínimo de libertad contra el poder del Estado y en las libertades económicas para vender nuestra fuerza del trabajo y para escoger entre los resplandecientes bienes de consumo, en su versión castiza, la libertad de tomar cañas en una terraza.

Bajo la libertad negativa los ricos y los pobres están considerados como entes iguales que disfrutan de la misma cantidad de libertad pese a las diferencias evidentes en sus capacidades para actuar.

La libertad positiva Berlin la define como la capacidad de autodeterminación, o el control sobre las propias decisiones y acciones, en tanto ser racional y autónomo. Aquí, la libertad implica no solo la ausencia de barreras, sino la realización de una vida plena según la voluntad propia, libertad "para" hacer o ser algo.

Más tarde, pensadores como Amartya Sen (6), Martha Nussbaum (7) con su teoría de las capacidades (8) y, sobre todo, Philippe Van Parijs (9) desarrollaron el concepto de libertad real o sintética, un concepto intermedio entre la libertad negativa y positiva. La libertad sintética reconoce que un derecho formal sin una capacidad material resulta ineficaz. Por ejemplo, se disfruta de la libertad formal de no aceptar un trabajo, pero gran parte de la gente se ve forzada a aceptar cualquier cosa que se le ofrezca; por lo tanto, no son realmente libres. A diferencia de la libertad negativa, la libertad real o sintética está vinculada al poder, entendido como la capacidad de producir efectos intencionales en las cosas o en las personas.

En las últimas décadas, la derecha en Occidente ha pasado de considerar la libertad —inspirada en una ética cristiana ahora abandonada— como algo sospechoso que podría conducir al libertinaje, pues había dudas sobre lo que la gente haría con ella, a proclamar la libertad en su versión negativa como una herramienta a la que recurrir cuando algo se opone a lo que uno quiere hacer, sea legítimo o no. Parafraseando a un personaje inspirador de la derecha española: ¿Quién me va a decir cuánto vino puedo beber? Pues, si estás en tu casa, nadie; pero si vas a conducir, el código de circulación sí lo hará.

Este amor por la libertad negativa está alcanzando cotas alarmantes de radicalismo con los llamados libertarios. Antes, los libertarios eran los anarquistas, los seguidores de Bakunin (8) en la Primera Internacional (9), así que supongo que los milicianos de la CNT(10) se revolverían en sus tumbas si supieran que el término ahora se refiere más al anarcocapitalismo que al anarcosindicalismo. Más de uno no habría entregado su vida a la causa para que las cosas acabaran así.

Los libertarios capitalistas, con influencia en Estados Unidos y Argentina, sostienen que el Estado no debería existir en absoluto y que todas las funciones, incluidas la seguridad y la justicia, pueden y deben ser provistas por individuos o empresas privadas en un sistema de mercado totalmente libre. Un llamamiento que en la práctica lleva a la ley del más fuerte.

 

El sentido patrimonial del Estado

Existe una clara tendencia en la derecha política a considerar el Estado como una propiedad privada —suya, por supuesto—, en claro contraste con la izquierda, que tiende a verlo como un instrumento, como una herramienta para lograr ciertos fines. Sentido patrimonial versus sentido instrumental.

De esta manera, un político conservador llevará a cabo su labor de gobierno desde una cultura política que lo inclina a actuar como lo haría el dueño de un negocio o una propiedad. Esto no implica necesariamente que su gestión vaya a ser deficiente, ya que hay quienes administran bien sus propios asuntos; sin embargo, con esta mentalidad son menos propensos a una gestión pública transparente y participativa.

Solo desde este punto de vista se puede comprender la idea de que cualquier inquilino de la Casa Blanca, el Elíseo o la Moncloa que no sea de su misma corriente política es visto como un okupa. Asimismo, en países con una cultura política más deficiente, se sostiene sin rubor que cualquier pacto de gobierno o coalición es legítimo si lo forman partidos de derecha, pero es ilegítimo y una burla a las urnas si la coalición de gobierno es de izquierda.

Por eso, el período de estancia en la oposición les resulta insufrible, ya que hay otros ocupando lo que consideran su casa natural, es decir, el poder. Basta imaginar que, por un pacto social, tuviéramos que abandonar nuestra propia casa y dejarla en manos de intrusos durante al menos un cuatrienio.

Como la estancia en la oposición resulta insufrible, se busca acortar el período al mínimo tiempo posible. Se buscan atajos, se fuerzan mecanismos, se exagera lo nimio, se denuncia lo normal como abominación. En este proceso demoledor, pueden poner en peligro la convivencia y el propio Estado; pero cualquier desaguisado, consideran, será corregido cuando vuelvan al poder. Lo peligroso de este proceso es que, por una parte, pueden llegar a quebrar el Estado y, en segundo lugar, no son tan competentes como para arreglar lo que destrozan.

Algún lector podría pensar que cómo puede conjugarse la búsqueda del Estado mínimo con el concepto del Estado propiedad pues normalmente el propietario con sentido común no quiere que su negocio sea mínimo. Lo cierto es que el sentido patrimonial de lo público no ciega tanto como para considerar al Estado como su propiedad real, se trata más bien, de una ideología que busca el usufructo vitalicio de la gestión del poder.

De esta manera, si el Estado me preocupa en términos de orden y mando, pero no me quita el sueño su eficacia —al fin y al cabo, en casa hago lo que me da la gana— sí puedo ver al Estado como un garante de las pérdidas privadas, una manera de socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.

De hecho, algunos teóricos señalan que la principal diferencia entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo radica precisamente en la idea del Estado mínimo. El Estado neoliberal es interventor; su función es crear y mantener los mercados mediante constructos materiales, técnicos y legales, como puede ser un sistema legal que refuerce los derechos de propiedad o promueva la desregulación normativa. El Estado neoliberal no debe ser pasivo, sino activo y enérgico. Debe reducir al mínimo sus efectos nocivos sobre la economía y, al mismo tiempo, eliminar todos los obstáculos para su funcionamiento libre. El principio subyacente sería: un Estado pequeño pero matón.

 

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo

Nota especial

Este artículo forma parte de una serie de dos sobre las patologías políticas, el artículo anterior es: La patología de la izquierda

Notas

  1. José Alberto Mujica Cordano (Montevideo, 20 de mayo de 1935), más conocido como Pepe Mujica, es un político uruguayo. Fue el 40.º presidente de Uruguay entre 2010 y 2015.
  2. Nick Srnicek (nacido en 1982) es un escritor y académico canadiense. Actualmente es profesor de Economía Digital en el Departamento de Humanidades Digitales, King's College London. Srnicek está asociado con la teoría política del aceleracionismo y una economía posterior a la escasez.
  3. Alex Williams es profesor de sociología en la Universidad de Londres.
  4. Isaiah Berlin (6 de junio de 1909-5 de noviembre de 1997) fue un politólogo, filósofo e historiador de las ideas de etnia judía, nacido en la actual Letonia y nacionalizado británico; considerado como uno de los principales pensadores liberales del siglo XX. Entre sus principales contribuciones al terreno de la filosofía y la teoría política destacan la distinción de libertad positiva y libertad negativa, el término Contrailustración o el llamado pluralismo de valores.
  5. Amartya Kumar Sen (Santiniketan, Bengala —Raj británico—, 3 de noviembre de 1933) es un economista indio de etnia bengalí. En 1998 fue laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. En 2021 obtuvo el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.
  6. Martha Craven Nussbaum (Nueva York, 6 de mayo de 1947) es una filósofa estadounidense. Sus intereses se centran, en particular, en la filosofía antigua, la filosofía política, la filosofía del derecho y la ética.
  7. La teoría o enfoque de las capacidades de estos autores, discute  cómo la libertad real no solo implica la ausencia de restricciones, sino también la creación de condiciones que permitan a las personas realizar sus potencialidades, lo cual podría entenderse como una "libertad sintética" en un sentido amplio.
  8. Philippe van Parijs (Bruselas, 23 de mayo de 1951) es un filósofo belga y economista político. Principalmente, se le conoce por ser un defensor del concepto de renta básica y por ofrecer uno de los primeros tratamientos sistemáticos de los problemas de la justicia lingüística.
  9. Mijaíl Aleksándrovich Bakunin (Priamújino, Torzhok, Imperio ruso, 30 de mayo de 1814 - Berna, Suiza, 1 de julio de 1876), conocido como Mijail Bakunin, fue un teórico político, filósofo, sociólogo y revolucionario anarquista ruso. Es uno de los más conocidos pensadores de la primera generación de filósofos anarquistas junto a Piotr Kropotkin, Pierre-Joseph Proudhon, Carlo Cafiero y Errico Malatesta. Está considerado uno de los padres de este pensamiento, dentro del cual propuso los planteamientos del anarcocolectivismo. Su legado marcó una fuerte influencia para el socialismo revolucionario, el ateísmo militante, el movimiento obrero, el anarcosindicalismo y los posicionamientos ético-filosóficos y críticos del autoritarismo y el poder político.
  10. La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional fue una organización fundada en Londres en 1864 que agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. Colaboraron en ella Karl Marx, Friedrich Engels y Mijaíl Bakunin.
  11. La Confederación Nacional del Trabajo (CNT) es un sindicato anarquista español, el cual desempeñó un papel fundamental en la consolidación del anarquismo en España en el primer tercio del siglo XX, creando un contraste con el resto de los países donde el movimiento anarquista tuvo alguna incidencia, pero en declive por aquella época. Entre las agrupaciones políticas socialistas o de izquierda de España, la CNT —tanto la histórica (1910 a 1939) como su sucesora legal (1977) y otras informales— se ha caracterizado por la propuesta de una colectivización asamblearia de la economía y la sociedad.

 

Bibliografía

Berlin, Isaiah (2005). Dos conceptos de libertad y otros escritos. El libro de bolsillo – Filosofía. Alianza Editorial

Van Parijs, Philippe (1996). Libertad real para todos. Qué puede justificar el capitalismo, si hay algo que pueda hacerlo. Editorial Paidós

Srnicek, Nick; Williams, Alex. Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo. Malpaso Editores

La patología de la derecha © 2024 by Juan Carlos Barajas Martínez is licensed under CC BY-NC-SA 4.0