El Potlatch

Invitación a un Potlatch en 1912. Fuente Wikipedia. Licencia Commons Creative
 
Cuando uno estudia una carrera universitaria hay asignaturas que no te gustan nada aunque sea la carrera de tu vida y sea vocacional. Te parecen aburridas o inútiles, no les encuentras sentido y no sabes por qué forman parte del programa, seguro que algún catedrático maligno la ha metido como materia troncal con el único fin de hacerte la vida imposible, o bien, el profesor es tan malo que no entiendes nada y te hace odiarla. Te cuesta un imperio sacarlas adelante y te acuerdas de ellas el resto de tu vida. Fulanito, ¿Te acuerdas del derecho romano?, ¿de las ciencias de la administración?, ¿del análisis numérico?....  ¿cómo voy a olvidarlo Menganito?, ¡con lo que me costó aprobarla?.

Hay otras asignaturas que ni fu ni fa, están en el programa y eso te basta, son de trámite, te lo tomas profesionalmente y las apruebas. De éstas ni te acuerdas.

Pero hay otras que te enamoran, te gustan, te parecen interesantes, no te conformas con lo que te dan en clase y amplias con más libros o artículos, lo cual tiene su peligro porque le quitas tiempo a otras asignaturas. También puede ser que el profesor sea tan bueno que te haga amar su materia. He confesado por ahí que me pasó, cuando estudiaba informática, con la lógica formal y el profesor José Cuena. En este grupo de asignaturas, las que te gustan de veras, tengo que incluir a la antropología social (1).

La antropología social es difícil de distinguir de la sociología, al menos por sus definiciones, ambas ciencias comparten su interés en las relaciones, la organización y el comportamiento sociales. Más que en la teoría, se diferencian más bien en la práctica. La sociología se centró en el estudio del occidente industrial y la antropología en las sociedades no industriales. La sociología se centró en métodos de recolección y de análisis de datos y, durante años, las técnicas de muestreo han sido fundamentales  y los estudios se realizaron desde los gabinetes, desde los despachos. En cambio los antropólogos se han dedicado más a la observación participante (2), es decir, se han sumergido en las sociedades que estudiaban, se inmiscuyeron en la vida de las tribus de cazadores-recolectores, de las pequeñas sociedades ágrafas, visitaron selvas y desiertos, eran unos auténticos aventureros que nos describieron la vida de los indios de las praderas, del crisol de culturas que es Papua-Nueva Guinea o de los temibles Yanomamos del Amazonas, a medio camino entre las novelas de aventuras y la ciencia.

Aunque también es cierto que, con la creciente comunicación interdisciplinar, se está produciendo una convergencia entre la antropología y la sociología. Muchos antropólogos trabajan en sociedades industriales, en donde estudian temas muy diversos que incluyen el declive rural, la vida interna de las ciudades o el papel de los medios de comunicación de masas en la creación de patrones culturales.

Leer un libro de divulgación de antropología puede ser tan divertido como leer una novela de aventuras o un cómic, como “Las minas del Rey Salomón” de Haggard (3) o “La oreja rota” de Hergé (4). Yo recomiendo especialmente “Vacas, cerdos, guerras y brujas” del antropólogo norteamericano Marvin Harris (5).

Entre los muchos comportamientos aparentemente inexplicables y, sobre todo, tremendamente curiosos de las sociedades estudiadas por los antropólogos está la ceremonia del Potlatch.

Cuando un mismo fenómeno social sucede en todas las sociedades y en todas las culturas los antropólogos hablan de “universal cultural”. Uno de esos universales culturales es el “impulso de prestigio”. En todas las culturas las personas buscan el prestigio social, eso lo sabemos. En nuestra sociedad damos premios literarios al que destaca escribiendo, premios Nobel del física al que descubre una partícula inconcebible y probablemente inexistente pero a ver quien es el guapo que les discute, medallas a los soldados que destacan por su valor, los diplomáticos se intercambian medallas como los niños cromos, se conceden premios de nombre tan cacofónico como “Pichichi” al que mete más goles en la liga de fútbol y los políticos… mejor dejo a los políticos que me tienen contento y me puedo perder.

Son reconocimientos que dan prestigio social al reconocido, aunque a veces, es el reconocido el que da prestigio al premio como pasa con el Planeta o con el Príncipe de Asturias. En España además, el reconocimiento te suele llegar después de muerto, “Dios nos libre del día de las alabanzas” decía mi padre, pero eso es harina de otro costal.

Así que es normal la búsqueda del prestigio y el reconocimiento del mérito cuando éste es patente. Pero lo que ya no es tan normal es el hambre de aprobación social que se presenta en algunos pueblos, de manera que a veces se compite por el prestigio social de forma feroz, hasta el punto de que la competencia se convierte en un fin en sí mismo, tanto que toma la apariencia de una obsesión que va en contra del sentido común y de los cálculos racionales de los costes materiales de esa persecución de la aprobación general.

Lo que parece ser una de estas formas maníacas de búsqueda de estatus se descubrió entre los amerindios que poblaban la costa del Pacífico Norte de Estados Unidos y Canadá. Se trataba de una competencia de consumo desaforado de bienes  y despilfarro exagerado  denominado Potlatch. El objetivo de esta ceremonia era donar o destruir más riqueza que el rival, demostrando que se disponía de más bienes que nadie en una cultura en la que los títulos de familia provenían del culto a los antepasados y en la que una pluralidad de jefes similares en categoría podían hacer gala del mismo pedigrí, de manera que todos y cada uno de ellos estaba inseguro de su estatus. Dado que todos eran descendientes de los mismos personajes reales o míticos, tenían que hacer algo  que impresionara al personal, algo así como encender los puros con billetes de cien euros para indicar que te sobra el dinero.

La ceremonia más o menos funcionaba así, un jefe local actuaba como anfitrión e invitaba a un jefe rival y a sus seguidores con una gran cantidad de regalos valiosos. Los huéspedes menospreciaban lo que recibían y prometían celebrar un nuevo potlatch que dejaría al de su anfitrión a la altura del betún, mientras que el jefe anfitrión se jactaba de todo lo que les daba y de lo pobres que eran sus rivales. Herido en su amor propio, el jefe huésped y sus seguidores prometían desquitarse e invitaban  a sus rivales a un nuevo potlatch en el que regalaban mayores cantidades de objetos de valor que las recibidas por ellos anteriormente.

Dado que en este juego todo el mundo ensalzaba su propia riqueza y desprendimiento y ridiculizaba la riqueza y la generosidad de los demás se necesitaba la figura del árbitro. Había especialistas independientes en el cálculo de los bienes que se entregaban en cada ceremonia y estimaban lo que se debía despilfarrar para igualar o superar la apuesta en cada partida.

En algunas ceremonias, durante los llamados “Festines de grasa” (6) se quemaban bienes, como mantas u objetos de cobre, llegando a veces a destruir las cabañas en las que se celebraba el festín.

El Potlatch se hizo famoso con el libro “Patterns of Culture” de la antropóloga norteamericana Ruth Benedict (7), que describía la ceremonia entre los Kwakiutl (8), una tribu indígena de la Columbia Británica. En la época en que se publicó el libro, 1934, se pensaba que era el impulso de prestigio la causa de los potlatch y así lo dejó escrito Benedict, que pensaba que todo el sistema económico aborigen del noroeste del Pacífico estaba al servicio de esta obsesión.

Actualmente se piensa otra cosa. En el libro citado anteriormente, Marvin Harris argumentaba que la situación era justamente la contraria, era la rivalidad de estatus la que estaba al servicio del sistema económico de los Kwakiutl. Según Harris, si consideramos todas las aldeas Kwakiutl como una unidad, el potlatch estimulaba el flujo de objetos de valor en direcciones opuestas, activando la economía local.

Todos los ingredientes básicos de estos festines, salvo sus aspectos destructivos, están presentes en muchas sociedades primitivas dispersas por el mundo (9). Lo básico del potlatch, el festín competitivo, es un mecanismo casi universal para asegurar la producción y distribución de productos entre pueblos que todavía no han desarrollado una clase dirigente. Creando una red de distribución de productos en un ámbito regional, incentivando la productividad de manera que no se produzcan hambrunas en época de pérdida de cosechas o guerras. Actuaban incluso como cámaras de compensación, en el caso de que una aldea sufriera de carestía, por ejemplo por una mala cosecha, era invitada a un potlatch por otra más afortunada y se cambiaba hambre por prestigio, algo así como lo que decía mi madre, “dame pan y dime tonto”.

Lo que despistó a Benedict y otros antropólogos de su tiempo fue la parte destructiva de la ceremonia. Pero, como indica Harris, muy probablemente esa conducta derive del contacto con las poblaciones de origen europeo. Entre otras causas (10), el aumento de bienes que se produjo entre los Kwatiutl  con el comercio con los blancos, hizo que subiera el listón a la hora de impresionar y  los jefes anhelantes de prestigio modificaran su conducta, empezaron a destruir objetos de valor con el fin de demostrar su poderío. Para cuando llegaron los antropólogos el despilfarro era irracional.

Estas son formas de redistribución económica y de demostración de estatus primitivas, pero no cometamos el error de considerarlas absurdas. Como dice Philip Kottak la costumbre del potlatch responde a adaptaciones a periodos de alternancia de abundancia y escasez en el plano local, en una región geográfica en la que los recursos que el entorno natural provee fluctúan de año en año y de un lugar a otro.

Además, ¿hemos progresado tanto?. ¿Cómo se comportan nuestras clases dirigentes a la hora de demostrar su estatus?. Los grandes fastos de Estado, las grandes ceremonias públicas, religiosas o privadas, los premios que se conceden a los no participantes, las grandes edificaciones para demostrar el poder de la institución que las construye, los vehículos enormes y lujosos, las joyas y vestidos, las alfombras rojas que conducen siempre a sitios exclusivos a los que no todo el mundo puede entrar. El impulso de prestigio se sigue basando en la ostentación.

¿Y a la hora de la redistribución de la riqueza?, en el ámbito privado, los salarios descomunales de los que arruinan empresas y bancos, los premios en “stock options” y otros gajes de los que recortan el sueldo a los demás. La burla del mecanismo básico de redistribución de la riqueza en las sociedades modernas,  cuanto más tienen menos impuestos pagan. Se recorta la sanidad, la educación y las pensiones, grandes logros modernos en aras de la reducción de la pobreza, mientras la desigualdad crece. Bien pensado, vivimos en una sociedad con más medios pero mucho más desigual que la de los Kwatiult.

No, no es como para presumir ni para criticar costumbres de las llamadas sociedades primitivas.

Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo

Notas:
(1)    La antropología es una ciencia holítisca que estudia el pasado, presente y futuro de la biología humana, la sociedad, el lenguaje y la cultura. La antropología incluye 4 disciplinas principales consideradas por muchos, la mayoría en realidad, como ciencias independientes: antropología social o sociocultural, arqueológica, biológica y lingüística
(2)    La observación participante es una técnica de observación utilizada en las ciencias sociales en donde el investigador comparte con los investigados (objetos de estudio según el cánon positivista) su contexto, experiencia y vida cotidiana, para conocer directamente toda la información que poseen los sujetos de estudio sobre su propia realidad, o sea, pretender conocer la vida cotidiana de un grupo desde el interior del mismo.
(3)    Si por curiosidad quieres saber más de “Las minas del Rey Salomón” pulsa aquí
(4)    Si por la misma curiosidad quieres saber más sobre la obra maestra de Hergé, la ventura de Tintín, “La oreja rota” pulsa aquí
(5)    Para leer una biografía de Marvin Harris pulse aquí
(6)    Los festines de grasa eran la versión extrema del potlatch, vertían cajas de aceite, obtenido del enlancon o “pez bujía”, al fuego situado en el centro de la cabaña. Mientras las llamas chisporroteaban, un humo oscuro y denso llenaba la habitación. Lo huéspedes permanecían impasibles en sus asientos o se quejaban del ambiente frío.  En algunos festines de grasa la casa acababa por quemarse y se convertía en una ofrenda al potlatch, causando la mayor vergüenza entre los huéspedes y gran regocijo entre los anfitriones.
(7)    Para leer una biografía de Ruth Benedict pulse aquí 
(8)    Para ampliar información sobre los Kwatiult pulse aquí 
(9)    En Melanesia y por Nueva Guinea están los llamados grandes hombres o “big men” que deben su estatus superior al gran número de festines que patrocinan a lo largo de su vida. Si deseas aprender más sobre los grandes hombres pulsa aquí
(10)    Otra de las causas principales de la deriva destructora del potlatch en relación con el contacto con las poblaciones europeas fue demográfica. Las enfermedades que trajeron los europeos diezmaron a la población indígena, con menos población, menos trabajadores y la lucha por conseguir sus servicios dependía del prestigio del jefe que quería contratarlos.


 
 Un minuto de un documental sobre el Potlatch


Bibliografía:

Antropología. Una exploración de la diversidad humana.
6ª Edición
Conrad Phillip Kottak
McGraw-Hill
Madrid 1999

Vacas, credos, guerras y brujas
Marvin Harris
El libro de bolsillo
Antropología
Alianza Editorial
24ª reimpresión
Madrid 2003

Licencia Creative Commons

TIempos Modernos

Este es el segundo artículo sobre sociología de las organizaciones, la semana anterior publiqué “Un mundo feliz” sobre el taylorismo, el fordismo y su influencia en la sociedad de su tiempo y en la actual. El presente artículo trata sobre la Escuela de Relaciones Humanas que supuso una humanización de las técnicas de organización del trabajo.

cartel anunciador de la película "Tiempos Modernos"

La semana pasada, cuando estudiamos el taylorismo y el fordismo, acudimos para ilustrar ambos  conceptos a dos obras maestras, una de la literatura - “Un mundo feliz” de Aldous Huxley – y otra del cine – “Metrópolis” de Fritz Lang. Hoy quiero traer aquí una tercera, también del cine, la genial película “Tiempos Modernos” (1) de Charles Chaplin de 1936, que critica – desde el humor más fino e inteligente – exactamente lo mismo, el maquinismo, la alienación y la deshumanización en el trabajo en aras de la eficacia y la productividad.

Sólo que como uno tiene esta pequeña alma de poeta hoy acudo al humor, pues el movimiento teórico que representa la Escuela de Relaciones Humanas va en dirección opuesta al taylorismo y al fordismo. Trató de humanizar la organización de la fábrica. Por eso una obra humorística me parecía la mejor manera de empezar. Os recomiendo – antes de entrar en materia – echéis un vistazo al siguiente vídeo, son los cinco primeros minutos de la película, seguro que os saca una sonrisa.

5 primeros minutos de "Tiempos Modernos"


Para hablar de la Escuela de Relaciones Humanas tenemos que situarnos históricamente. Estamos en la década de 1920, con el taylorismo en plenitud de forma. En las empresas todo se mide, los puestos de trabajo se organizan “científicamente” y, por eso, los psicólogos industriales empiezan a aparecer por las fábricas. Su primera función, tal y como comentábamos en el artículo anterior, fue la selección del personal. Dentro de la filosofía del taylorismo estaba la idea de que para todo puesto de trabajo había una persona idónea. Entonces los psicólogos industriales trataron de investigar cómo elaborar tests para la selección del mejor hombre para una tarea concreta.

Una vez hecho el desembarco en la empresa, los psicólogos ampliaron sus estudios. Empezaron a investigar cómo determinar cómo se ve afectado el rendimiento de un individuo por la temperatura, luminosidad, humedad, ruidos, es decir, por las condiciones físicas del trabajo o, más interesante todavía, comenzaron a investigar sobre cuáles son los efectos del aburrimiento producido por un trabajo repetitivo. Continuaron con la tradición tayloriana pero, poco a poco, fueron modificando el modelo mecánico de comportamiento organizacional – que no tenía en cuenta las variables psicológicas y sociales del individuo – por un modelo más humano. Los directores comenzaron a conceder importancia a los factores humanos y es cuando empieza a decirse que el factor humano es lo más importante de la empresa.

En este contexto nace la Escuela de Relaciones Humanas, un movimiento intelectual muy amplio formado por múltiples autores que contemplan la organización desde distintas perspectivas, incluso hay distintas definiciones del movimiento, a nosotros nos interesa la definición que relaciona dicha escuela con los estudios que tratan de examinar empíricamente el comportamiento humano en los marcos organizacionales, principalmente en los industriales. Y dentro de la Escuela nos interesan por su representatividad los estudios del gran sociólogo y psicólogo australiano Elton Mayo (2).

Todo empezó con un experimento emprendido por Elton Mayo en la planta “Hawthorne” de la empresa eléctrica “Western Electric(3). Este es uno de los estudios  más famosos que se han realizado en el marco de las ciencias sociales, tanto por su duración, ocho años, como por los resultados obtenidos. Puede ser considerado como el punto de partida y la principal fuente de inspiración de todos los estudios posteriores en la línea de las relaciones humanas.

Como hemos comentado unos párrafos más arriba, los psicólogos industriales habían desembarcado en la empresa y venían muy influenciados por el taylorismo. El objetivo principal de la investigación era el análisis de las condiciones de trabajo en relación con la producción, es decir, lo que pretendían era relacionar el trabajo del obrero con variables físicas del entorno de dicho trabajo, la luz, la humedad, la temperatura.

Los resultados no fueron concluyentes, fueron muy confusos. Los dos primeros años de trabajo no aportaron gran cosa, podríamos calificarlo como un fracaso. De hecho, incluso en esto, en el fracaso, el experimento resultó útil. Se aprendió de los errores, en psicología se denomina precisamente “Efecto Hawthorne”(4) a la reacción psicológica por la que los sujetos de un experimento muestran una modificación en algún aspecto de  su conducta como consecuencia del hecho de saber que están siendo estudiados, y no en respuesta a ningún tipo de manipulación contemplada en el estudio experimental.

Pero, tras estos dos años, gradualmente, los investigadores fueron dándose cuenta de que variables tales como la iluminación o la humedad no pueden ser consideradas separadamente del sentido que cada individuo les asigna, de su actitud y preocupaciones frente a ellas. Y cambiaron la metodología. Entrevistaron a los empleados e investigaron sobre su satisfacción o insatisfacción, su moral, sus sentimientos con respecto al trabajo e investigaron también la historia personal y el origen de los entrevistados.

Los investigadores se dieron cuenta de que la explicación del comportamiento de los trabajadores se encontraba no tanto en las características de su personalidad individual sino más bien en la organización social que ellos mismos habían construido como estructura paralela a la organización oficial; de tal forma que los principales determinantes del comportamiento laboral se encuentran en la estructura y cultura del grupo que se forma espontáneamente en la empresa por la interacción de los individuos durante su trabajo.

Observaron, por ejemplo, que ante una medida coercitiva de la dirección, los trabajadores desarrollaban contramedidas tendentes a suavizar o neutralizar en la medida de lo posible la orden superior. Hasta el punto de que se descubrió que la cantidad a producir un día de trabajo estaba también determinada por las normas del grupo, pues los trabajadores no podían dejar de tener en cuenta las reglas del grupo sin tener que sufrir las sanciones oficiosas de sus compañeros.

Mayo y sus discípulos comprendieron que las empresas constituían un sistema social, con un conjunto de valores y creencias comunes que emerge de la interacción de los individuos que trabajan juntos, con sus propios mecanismos de control social, es decir, con un sistema de recompensas y sanciones aceptado con un cierto grado de conformidad por parte de los miembros del grupo. De tal forma que en todas las empresas se constituye una doble organización. La organización formal constituida por las reglas oficiales de la dirección y por el comportamiento que de ellas se deriva y, la organización informal, que se constituye por las normas - y el comportamiento derivado de éstas  - surgidas de la interacción entre los obreros durante su trabajo diario, el sistema social paralelo. Por tanto, existía una lógica de los sentimientos y unas normas del grupo diferentes y a veces opuestas a la lógica de la dirección.

Además, la vida del grupo resultaba para el individuo una fuente de satisfacción social y de estabilidad emocional a la par que permitía a los miembros del mismo un aumento de su control sobre su entorno, ser menos dependientes de la dirección y más capaces de resistir frente a todo cambio proveniente del exterior y que pudiera amenazar su posición económica o social.

Así que a la dirección le quedan dos opciones básicas. La primera es la mala, no tener en cuenta las necesidades, sentimientos y opiniones de sus trabajadores expresadas por la organización informal de la empresa o, la opción buena, no intentar destruir la organización informal de la planta, mas al contrario, tomarla en cuenta y asegurarse de que sus normas  están en armonía con los fines de la organización. La buena dirección escucha a los trabajadores e intenta encontrar un camino para conciliar las necesidades de éstos con los objetivos de la empresa.

Mi experiencia personal de veintisiete años trabajando en un entorno muy burocrático y muy jerárquico va en la línea de lo dicho por Mayo. Cuanto mayor ha sido el espíritu colaborador de mis superiores mayor ha sido la colaboración que le hemos prestado los subordinados y, al contrario, cuanto más “ordeno y mando” se nos ha aplicado menor ha sido la colaboración y se ha realizado una mayor oposición sorda y muy efectiva por cierto. Allá donde no llegaban las normas se tomaba la acción más contrapuesta a la dirección y lo bueno es que cuando algo les salía mal no sabían de dónde venían los tiros, entonces era el momento de las frases históricas del tenor de “he enviado a mis barcos a luchar contra los hombres no contra los elementos”.

En cuanto a los equipos de trabajo que he dirigido siempre he intentado la vía de la buena dirección, mucho antes de leer sobre Elton Mayo. Por carácter, siempre he sido colaborador, una especie de “primus inter pares”, a veces esto me ha creado problemas de autoridad y, otras veces directamente no lo he conseguido, en otras ocasiones me he encontrado superado por el Síndrome del Cabo Cuartel (5), es decir, mucha complejidad en el trabajo, mucha responsabilidad que no puedes traspasar a nadie y poca autoridad. Pero no puedo estar más seguro de que he obtenido mucho más de mis compañeros por esta vía que por la del autoritarismo. De hecho siempre pensé que siendo autoritario es posible que consigas más en el plazo corto, pero a la larga es muy contraproducente.

A partir de las conclusiones del estudio Hawthorne, Mayo que tampoco fue ajeno a influencias de otros sociólogos como Durkheim y Pareto, desarrolló – qué manía tienen los autores en filosofar, les pierde ese afán por arreglar el mundo. Con lo bien que había quedado explicando las relaciones interpersonales en las empresas - una filosofía general acerca de los problemas de nuestra civilización industrial a la que aquejaban los males introducidos por el industrialismo como el debilitamiento de la familia, la atomización del individuo, la ansiedad, la anomia (6) o el aislamiento.

La solución para Mayo, es una nueva sociedad en la que la planta laboral, convertida en una unidad armónica, con una organización informal y formal bien integrada, sería el centro de la vida individual, dando a la persona la seguridad emocional y las satisfacciones sociales que ya no se pueden encontrar en otros sitios.

Después de Elton Mayo hubo muchas más aportaciones dentro de la llamada Escuela de relaciones humanas, como Warner que introdujo la variable sindical que dejó fuera del estudio Mayo, o los autores del Interaccionismo Simbólico que profundizaron en el estudios de las actividades reales de los trabajadores (7) y en la manera  en que las personas establecen contactos entre sí. Estas investigaciones aportaron nuevos resultados y conclusiones pero nos quedamos con Mayo por ser suficientemente representativo y para no hacer más extenso este artículo.

Se le ha reprochado a Mayo en particular y a toda la escuela en general que fijaron el estudio exclusivamente en el individuo y en los pequeños grupos y no en la organización en su conjunto. Esa visión “micro” de las organizaciones les llevó a no ver que la mayoría de los conflictos en el interior de la industria no son consecuencia de las relaciones interpersonales, sino de diversos factores extraorganizacionales. Los conflictos internos suelen alcanzan puntos de equilibrio, pero una agresión externa puede tener consecuencias muy graves, por poner un ejemplo, una reconversión industrial puede barrer los cimientos de muchas empresas.

Puede ser que todo esto sea cierto, no seré yo el que lo desmienta, pero gracias a la Escuela de Relaciones Humanas a cambio obtuvimos una visión de la empresa que hasta ese momento no se había  realizado y que explica muchas de las situaciones y conflictos que surgen en el interior de las organizaciones. Pero, sobre todo, se dio una paso importante hacia la humanización de las organizaciones después de varios pasos en la senda de la mecanización, no sólo de las empresas, sino también del papel de las personas en las empresas. No hay que olvidar que las personas no somos máquinas.

Quizás sin esta escuela de pensamiento no habría ahora empresas como Google y en menor medida, otras empresas del sector tecnológico como Microsoft, Yahoo o Apple que miman a sus empleados, que crean ambientes que fomentan la creatividad, relajados, con colores alegres, con salas de juegos, “buen rollo” y sonrisas. Auténticos paraísos empresariales a los que sólo tienen acceso los muy buenos en sus especialidades. Empresas éstas a las que, por cierto, les va muy bien.

O, al menos, eso es lo que nos venden. Me gustaría hablar con alguien que trabaje allí, porque yo personalmente no voy a experimentarlo, porque no creo que a mí me contraten a estas alturas, para mí no hay esperanza de alcanzar ese nirvana, quizás en otra vida. Me gustaría hablar con un “elegido” sólo por curiosidad y saber – entre otras cosas - cómo se le mide la productividad, si hay empleados mayores de cincuenta años o si admiten a obesos y a fumadores. Solo por curiosidad repito, se lo debo a Elton.

Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


Sala de juegos de la sede de Goolge en Zurich


Notas:
(1)  Para mayor información sobre la película Tiempos Modernos haced clic aquí  o en la versión inglesa que es un poco mejor (no mucho)  
(2) Para mayor información sobre la vida y obra de Elton Mayo haced clic aquí
(3) Para más información acerca del estudio de la “Hawthorne plant” haced clic aquí
(4) Para más información acerca del efecto “Hawthorne” haced clic aquí
(5) Acceso al artículo “El síndrome del cabo cuartel” aquí 
(6)    En ciencias sociales, la anomia es la falta de normas o incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad. Es un término muy importante en la sociología de Durkheim. Para más información haced clic aquí
(7)    Los interaccionistas simbólicos estudiaron lo que los trabajadores realmente hacían (actividades) y no lo que pensaban o sentían que hacían (sentimientos)


Bibliografía:

Organización y Burocracia
Nicos P. Mouzelis
Ediciones Península
3ª edición Barcelona 1991

Blog Siglo XXI, observar y observado



Licencia Creative Commons

¿Un mundo feliz?

Portada de una edición antigua obtenido del blog "una pizca de cine.."



¡Oh qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad!
¡Oh mundo feliz,
en el que vive gente así!


William Shakespeare
La Tempestad, acto V


Mi primer contacto con la famosa obra de Aldous Huxley fue a través de una serie de televisión, correría 1980 ó 1981. Y ya entonces me atrapó. Bastantes años después leí el libro y me atrapó más todavía. La novela, escrita en 1932, es una sátira futurista sobre la sociedad surgida de la segunda revolución industrial basada en el maquinismo, la eficiencia, la medición de tiempos de trabajo, la producción en cadena y todas las características que constituyeron la base de lo que se denominó el fordismo, en honor de Henry Ford (1) el industrial norteamericano que puso en marcha la primera cadena de montaje.

En esta sociedad futurista hasta a los seres humanos se les fabrica en serie como a los automóviles y en vez de clases sociales hay categorías (2), a las que se pertenece de por vida según sales de la cadena de montaje. Los alfa, los beta, los gamma, los delta y los epsilones - las distintas clases de seres humanos que salen de la cadena - tienen sus características físicas e intelectuales concebidas como especificaciones técnicas – igual que las especificaciones de los automóviles o de los programas de ordenador - y que les hacen apropiados para las distintas funciones en la sociedad. Directivos, empleados, trabajadores en una sociedad cuyas autoridades consideraban perfecta. Desde un punto de vista de la teoría sociológica sería la sociedad funcionalista llevada al extremo, sin conflictos, cada uno con su posición y función asignada.

La religión oficial del Estado Mundial huxleyano consagra a Henry Ford como Dios, como el referente religioso supremo, al estilo de Jesucristo para nuestra civilización; de hecho, la novela transcurre en el siglo VII después de Ford y, en esta era inventada por Huxley, el año cero es 1908, año en el que Ford inventa la cadena de montaje y la producción en serie. La obra está repleta de frases en donde la palabra "Ford" reemplaza a lo que en vida real se utiliza como Dios. Por ejemplo: "¡Por Ford!", "¡Ford! Eso es increíble", o "Su Fordería" para referirse a las autoridades en lugar de “Su Excelencia” o “Su Eminencia”.

Los nombres de los personajes son composiciones de nombres de personas reales, por ejemplo el personaje “Primo Mellon” es composición de Primo de Rivera – el dictador de España en los años ’20 – y de Andrew Mellon – un millonario filántropo norteamericano (3).

Es una obra llena de ironía y de crítica mordaz hacia un tipo de economía industrial que se había puesto de moda en los países desarrollados, que había provocado cambios sociales y culturales, y que a Huxley parece que no le gustaba nada.

¿Pero qué tipo de ideología o de pensamiento había detrás de este modo de producción?. ¿Cuándo y por qué surgió?. Bien, para contestar a estas preguntas y, antes de hablar del fordismo, hay que referirse a un movimiento teórico previo que se conoce como taylorismo.

La segunda mitad del siglo XIX es un período de notables innovaciones tecnológicas, científicas, sociales y económicas que propiciaron un gran desarrollo de la industria siderúrgica, química, eléctrica y del transporte, así como la utilización de nuevas formas de energía diferenciadas del clásico carbón. Este proceso de desarrollo industrial a su vez propició un nuevo desarrollo del capitalismo, nace el capitalismo financiero y nacen las grandes combinaciones horizontales y verticales de empresas, se acrecienta velozmente, sobre todo a partir de 1890, el proceso de fusión y concentración, aparecen los grandes cárteles, trusts y holdings.

Si la primera revolución industrial se caracterizó por su carácter eminentemente británico, su dependencia energética del carbón y la máquina de vapor como exponente tecnológico, la segunda se caracteriza por su extensión geográfica – se desarrolla, además de en el Imperio Británico en Alemania, Italia, Francia, Países Bajos y, sobre todo, en Estados Unidos que emerge como superpotencia en los albores del siglo XX – , se caracteriza también por el uso intensivo del petróleo y la electricidad como fuente de energía y por el motor de combustión interna como exponente tecnológico.

La complejidad y tamaño crecientes de las empresas, unido a la acentuación de la división del trabajo, crearon agudos problemas de coordinación. Apareció entonces una urgente necesidad de racionalización de las relaciones hombre-hombre y hombre-máquina en la industria.

Con la mecanización de la producción los ingenieros industriales pasaron a ocupar una posición estratégica en la estructura social de la empresa. Y éstos, elevados a posiciones de autoridad en el esquema de las empresas, empezaron a aplicar los principios de la ingeniería – que tan bien habían resultado para la resolución de los problemas técnicos – a la administración y organización del trabajo en la fábrica.

El taylorismo surge en este período histórico como consecuencia de todo este proceso de aplicación de la ingeniería a la organización. Su autor, Frederic W. Taylor (4), que de simple obrero llegó a ser ingeniero, tuvo el mérito – no de inventar  técnicas de ordenación científica del trabajo – sino de haber llegado a integrar en un sistema coherente las diversas técnicas e ideas ya existentes que andaban desperdigadas por manuales de organización de distintas instituciones y empresas.

Por tanto, el taylorismo no es una teoría sociológica, no se interesa por los problemas de la sociedad en su conjunto sino  que trata acerca de los problemas prácticos de eficiencia, basa su campo de estudio en el individuo, estudia al obrero como unidad aislada. Si ha llegado a influir de un modo notable sobre la sociedad en su conjunto no ha sido por su vocación intelectual comprensiva de la sociedad sino por su aplicación generalizada en el mundo de la empresa.

El fin del taylorismo es el incremento en la productividad de la organización. Para ello aboga por una aproximación empírica y experimental a los problemas de gestión del trabajo en una fábrica. Taylor pensaba que detrás de cada puesto de trabajo había leyes que se podían descubrir a partir de la observación y la medición y, que una vez conocidas esta leyes, podrían ser aplicadas a un puesto de trabajo concreto. Creía que el conocimiento científico podía reemplazar los métodos improvisados o dejados a la intuición o experiencia del trabajador.

Dejar de lado el conocimiento del trabajador implicaba la separación radical entre el planteamiento de los trabajos y la ejecución de los mismos. El nuevo papel del obrero sería, por tanto, la simple ejecución del trabajo y esto nos lleva a que la selección del trabajador no puede ser hecha al azar, sino que tiene que estar también científicamente realizada para lograr que para cada tarea sea elegida la persona idónea. Es en este momento cuando empiezan los procesos de selección del personal en las empresas.

La filosofía subyacente en el taylorismo se completa con otro importante principio: la cooperación de los trabajadores y directivos. Taylor pensaba que, una vez descubiertas las leyes “naturales” que describen el trabajo y la producción, una vez determinado – en bases a tales leyes – el tiempo idóneo para la ejecución de una tarea y medido el esfuerzo necesario, se podía definir el salario exacto para cada puesto de trabajo de una manera objetiva y científica. Por consiguiente, no queda lugar para el conflicto y ni para las querellas puesto que nadie puede contestar los hechos científicos.

Siguiendo con este razonamiento no tiene ya sentido la lucha de clases y, desde luego para Taylor, el papel de los sindicatos es pernicioso y anacrónico. Los trabajadores conseguirían mucho más en sus ambiciones personales actuando de manera aislada que recurriendo a soluciones colectivas.

¿No os suena toda esta canción?. ¿No hay en este discurso argumentos recurrentes que el nuevo – no tan nuevo como puede verse – liberalismo utiliza machaconamente?. El taylorismo considera al trabajador como un instrumento más de la producción, como una máquina con sus especificaciones, sus condiciones de trabajo, sus costes. Y como tal tiene que ser manejado. Esta concepción del trabajador no toma en cuenta los sentimientos, las actitudes, los fines personales de los individuos y, por tanto, ni entra a considerar la posibilidad de la incentivación de las personas. No hay conciencia de que el obrero es un ser social, influido en su comportamiento por su vinculación con la estructura social general y la cultura de los grupos a los que pertenece. Y, por otra parte, peca de una inocencia pueril pues no considera la posibilidad de que estalle el conflicto entre el empresario y el obrero porque hay unas leyes naturales – en un contexto completamente artificial por cierto – que son indiscutibles. El taylorismo ha despreciado las variables psicológicas y sociológicas del comportamiento organizacional y sobreestima las posibilidades de la ciencia para resolver todos los problemas.

Y ya, para terminar con el taylorismo, hay que señalar que no todo lo que dijo Taylor es falaz, el invento se le desmadró cuando más allá de medir y organizar se puso a filosofar.

El fordismo aplicó parte de las ideas de taylorismo pero fue menos militante en sus aspectos más mecanicistas. Apareció en el siglo XX promoviendo la especialización, la transformación del esquema industrial y la reducción de costes pero, a diferencia del taylorismo, ésta innovación no se logró principalmente a costa del trabajador sino a través de una estrategia de expansión del mercado.

Pero no fue por generosidad o magnaminidad, la razón era que si hay mayor volumen de unidades de un producto cualquiera - debido a la tecnología de ensamblaje - y su costo es reducido - por la razón tiempo/ejecución - habrá un excedente de lo producido que superará numéricamente la capacidad de consumo de la élite económica, de las clases altas que eran hasta entonces las  tradicionales y únicas consumidoras de tecnologías. Es decir, se daba un fenómeno que la socióloga Saskia Sassen denomina lógica de inclusión en el sistema. Al sistema político-económico le interesaba incluir a los trabajadores como consumidores. Por lo tanto, tenían que disfrutar de mejores condiciones, entre ellas, un salario más alto.

Aparece entonces un obrero especializado con un estatus mayor al proletariado de la primera industrialización y también surge la clase media del modelo norteamericano que se transformará en la cara visible del arquetipo del “american way of life”. Pero el sistema excluye del control de la producción a los trabajadores, como solía ocurrir cuando el obrero además de poseer la fuerza de trabajo, poseía los conocimientos necesarios para realizar su trabajo de forma autónoma, de esta manera el capitalista quedaba fuera de los tiempos y modos de producción.

El fordismo - con ayuda anterior del taylorismo - llega para romper con ese monopolio del trabajo, por un trabajo alienante con características que llevan al obrero a perder ese "monopolio" y, por ende, a perder el control de los tiempos de producción.

La idea de la producción en cadena produjo transformaciones sociales y culturales que podemos resumir en la idea de la cultura de masas. Se produjo una expansión interclasista del consumo que derivó en nuevos estímulos y códigos culturales, la sociedad del consumo la llamamos. En general, la clase trabajadora de los países desarrollados empezó a vivir mejor, al menos materialmente.

El sistema alcanzó su madurez después de la Segunda Guerra Mundial bajo el Estado del bienestar keynesiano en el que se desarrolló una forma de capitalismo de rostro humano competidor, como modelo de sociedad, con los socialismos reales en medio de una guerra fría que enfrentaba a ambos modelos.

¿Y qué ha pasado desde entonces?. Ha habido una nueva revolución industrial, la revolución que ha traído la invención del ordenador y la mejora en las comunicaciones, tanto en el aspecto de la comunicación de la información como en el transporte de personas y mercancías. El mundo se ha hecho más pequeño, se ha convertido en una “aldea global “, según el término acuñado por el filósofo canadiense Marshal Mcluhan (5). Las consecuencias de esta revolución de la información se agregan a las anteriores revoluciones industriales como las capas de los estratos en geología. De manera que vivimos en una sociedad con características de la sociedad industrial y de la sociedad postindustrial o de la información.

Con la economía global han perdido importancia los mercados nacionales y, por tanto, los consumidores nacionales. Ahora el mercado es mundial. También ha perdido importancia dónde se produce, se puede producir en cualquier parte del mundo, en dónde sea más barato. Tampoco hay dos modelos de sociedad, el capitalismo quedó como modelo triunfante, como pensamiento único. Y surgió el fenómeno de la economía financiera predominando sobre la economía real, ya no es tan necesario producir para ganar dinero basta con especular. Han surgido poderes emergentes en el tercer mundo que antes no contaban para nada con una clase obrera más barata que la de los países desarrollados. De tal forma que los consumidores ya no son tan necesarios y la clase trabajadora no tiene porque vivir tan bien como solía, ya no es una condición para el funcionamiento del sistema o, mejor dicho, ya no es una condición para ganar dinero pues el sistema se me antoja más inestable.

Todos estos acontecimientos que he resumido en los párrafos anteriores han provocado un cambio muy importante que Saskia Sassen denomina “lógica de la expulsión”(6). Ya no es prioritario integrar a las masas en el sistema económico como consumidores, sigue siendo importante, pero ya no es lo más importante. Por lo tanto, se pueden bajar sueldos y recortar beneficios sociales con lo que las clases trabajadoras y medias viven peor, incluso en los países más desarrollados.

¿Y que ha quedado del fordismo?. Como señalamos anteriormente vivimos en unas sociedades muy complejas que incorporan elementos del industrialismo y del postindustrialismo. El fordismo sigue ahí, en las fábricas, pero con menor influencia. Hay autores que señalan que ha sido sustituido, a partir de la crisis de los años ’70, por el toyotismo, que se caracteriza por estar pensado para economías con crecimiento aceptable y apertura a mercados exteriores y que se basa fundamentalmente en los principios de fábrica mínima, es decir, personal mínimo y capaz de rotar y realizar múltiples funciones, burocracia mínima, producción adaptada a la demanda con almacenaje cero y robotización y automatización de los procesos de producción.

El toyotismo no ha tenido el predicamento de las teorías anteriores. Nadie ha escrito una novela cuyos protagonistas digan: ¡por Toyota! o ¡gracias a Toyota!. No me parece ahora mismo que la sociedad del mundo feliz de Huxley esté de moda como posibilidad futura. La novela, aparte del poso de cachondeo que dejaba detrás de su ironía, describía una sociedad - más que alienada – ñoña. Al menos sus miembros se lo pasaban aparentemente muy bien entre banalidades y unos hábitos sexuales despreocupados y promiscuos. Llamadme pesimista pero ahora mismo mi visión personal del futuro es otra, más cercana a la obra maestra del expresionismo alemán: la película muda Metrópolis de Fritz Lang de 1926(7)

Cartel anunciador de la película obtenido del blog (1+1 una historia...)


Vi esta película en el cine en 1985 en una versión remozada con música de Giorgo Moroder e imágenes resaltadas con un solo color, escala de rojos o de azules o de grises dependiendo del dramatismo de la escena. Me recuerdo en mi butaca totalmente anonadado por la potencia de las imágenes y por aquel argumento desolador de la ciudad de la superficie llena de tecnología, riquezas y comodidades en contraste con la ciudad subterránea, en donde los obreros trabajaban sin descanso, en condiciones alienantes y suma pobreza. Por cierto, al final, cómo no, todo terminaba con una revolución, así que, apliquémonos el cuento y cambiemos el rumbo, porque por el camino que llevamos…



Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo



Escena de la película con música de Kraftwerk

Notas

(1)    Para ver una biografía de Henry Ford pulsad aquí
(2)    He puesto categorías por no llamarlas castas. Pero hay que admitir que a lo que más se parecen es a las castas.
(3)    Para ver más nombres compuestos y otros detalles de la obra “Un mundo feliz” pulsad aquí
(4)    Para ver una biografía de Frederic Taylor pulsad aquí
(5)    Más información sobre “aldea global” aquí
(6)    Para consultar más información acerca de Saskia Sassen pulsad aquí
Video de una entrevista muy interesante con Saskia Sassen



(7)    Para ver más información acerca de la película Metrópolis pulsad aquí

Nota final: Brown, Lauder y Ashton hablan de taylorismo digital.  Taylorismo digital o taylorismo informático, referido a la organización del trabajo, se denomina a la organización global del trabajo profesional y técnico del conocimiento -tradicionalmente desempeñado por las clases medias profesionales- bajo las condiciones de automatización mediante la digitalización e informatización, reducción de salarios, deslocalización y competencia en los mismos términos a los que en su día fueron sometidos los trabajos artesanales o manuales por el taylorismo. Es un tema en el que he profundizado poco y el término es muy nuevo, pero se parece a lo que expresaba yo en el artículo "La proletarización de los informáticos", aunque yo reducía el fenómeno al ámbito español y mi tesis es que la informática no ha llegado a ser una profesión en el sentido sociológico del término sino una semiprofesión.

Bibliografía

Organización y Burocracia
3ª Edición
Nicos P. Mouzelis
Ediciones Península
Barcelona 1991

Administración de la producción como ventaja competitiva
Eduardo Jorge Arnoletto
Eumed.net (Universidad de Málaga)
Málaga 2007

http://es.wikipedia.org

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El efecto de mera exposición


Hace más años de los que quiero reconocer, siendo mi hijo mayor poco más que un bebé, mi mujer, el niño y yo hicimos un viaje en nuestro coche desde Madrid a Murcia del que nunca me olvidaré.

Hay una edad en los niños pequeños en que nos les importa ver un video o escuchar una canción ochocientas veces, lo sabemos muy bien los padres que somos las víctimas propiciatorias de esa característica infantil.

En tiempos de aquel viaje a Murcia (1) estaba de moda la película de “El Rey León” y, cómo no, su banda sonora compuesta por Elton John. Dentro de la banda sonora de la película estaba la canción “Hakuna Matata”, una alegre tonadilla cuyo mensaje era algo así como “canta y sé feliz”, un mensaje muy optimista que gritaba una pandilla muy despreocupada formada – cosas de Disney - por un jabalí africano, un león destronado y un pícaro suricato. De hecho, la traducción del swahili de “hakuna matata” es “no hay problema”.

El caso es que no recuerdo en qué promoción nos regalaron una cinta de casete con el tema del Rey León y “hakuna matata” cantados en la primera cara, y las versiones instrumentales de ambas canciones en la segunda cara, era pues una cinta con cuatro canciones. El radiocasete del coche era de aquellos que una vez se completaba una cara de la cinta cambiaba el sentido de giro del motor y leía la otra cara, es decir, música sin fin.

Al salir de casa, el niño pidió la cinta en cuestión. Al principio la música me hacía gracia, al llegar a la provincia de Cuenca, incluso me gustaba, además el niño se dormiría pronto. En Albacete, el niño no se dormía y seguía jaleando la canción de aquel maldito jabalí africano y la alegre tonadilla comenzaba a cansar. En la provincia de Murcia era algo más que cansancio lo que sufríamos, odiaba cortésmente a la puñetera cancioncita, el niño no se dormía ni a la de tres y cada vez que hacíamos un intento de cambiar la cinta emitía un llanto agudo más estridente que el de jabalí disneyano.





El resultado fue que nos pasamos los cuatrocientos y pico kilómetros que separan Madrid de Murcia escuchando la dichosa música. Puedo asegurar que a pesar de la cantidad de años que han pasado, cada vez que escucho la canción me acuerdo del viajecito con un doble sentimiento, por un lado tengo un sentimiento de repulsa por el empacho musical pero por otro me acuerdo de la imagen en el retrovisor de mi hijito moviendo en su sillita manos y piernas al compás de la música y riéndose a carcajadas, y siento mucha nostalgia. Siento nostalgia porque ya es todo un hombre que me mira, con un punto de socarronería juvenil, desde su atalaya de un metro noventa. Sentimientos agridulces, ya sabéis cómo es la vida.

Lo que pasó en aquel viaje fue que mi mujer y yo estuvimos expuestos a altas dosis de un fenómeno que en psicología se denomina “efecto de mera exposición”(2). Este efecto fue descubierto por el psicólogo social norteamericano Robert Zajonc en 1968. Zajonc observó que la exposición repetida a un estímulo o mensaje que inicialmente es neutral o positivo, ya se trate de una cara, de una melodía musical o de un logotipo nunca antes visto,  es suficiente para que las personas incrementen sus respuestas afectivas y evaluativas hacia dicho objeto. En cambio, si la disposición inicial al estímulo es negativa, lo única que hará la repetición del mismo será empeorar la respuesta del observador.

Dicho de otro modo, si escuchas en la radio una determinada canción  y tu reacción inicial es “ni fu ni fa”, es decir, te es completamente igual, no te emociona; si te empiezan a repetir la canción en “los 40 principales”(3) varias veces al día, aumenta tu disposición a que esa música – inicialmente neutra – te guste. Y acaba gustándote. Eso lo saben las discográficas desde hace mucho y usan fórmulas repetitivas para promocionar las canciones pagando a las emisoras de radio para que repitan la canción hasta la saciedad y lo llevan haciendo desde antes del experimento de Zajonc.

En 1989, Bornstein encontró que el efecto de mera exposición estaba influenciado por el tiempo y la frecuencia de exposición. Por ejemplo, el efecto favorable hacia el estímulo tiende a estabilizarse tras un número elevado de repeticiones, entre 10 y 20 presentaciones, punto a partir del cual, el efecto incluso puede decrecer, que es lo que me pasó cuando llegamos finalmente a Murcia y ya no soportaba escuchar de nuevo la canción.

Borstein también descubrió que cuanto más breve fuera el tiempo de exposición al estímulo la magnitud del efecto era mayor, es decir, que los mensajes o estímulos breves tienen más posibilidad de ser más agradables al receptor (4).

A la hora de explicar por qué se produce este efecto se han planteado diversas hipótesis, a mi me hacen bastante gracia dos. En primer lugar la que los psicólogos, tan amantes ellos de poner etiquetas a todo, llaman “teoría de la reducción de la incertidumbre”. Propuesta por Harrison, sostiene que las sucesivas exposiciones a un estímulo reducen la competición entre las posibles respuestas a dicho estímulo, lo cual representa una sensación agradable que se atribuye al mismo. La segunda es la “teoría de la fluidez perceptiva” de Jacoby que sostiene que un estímulo presentado previamente sería más fácil de percibir que otro similar y nuevo, pudiendo las personas atribuir esa fluidez o facilidad al estímulo presentado. O quizás se deba a ambas causas, no parecen excluyentes.

La repetición es también una herramienta clásica de aprendizaje, nos lo dice la experiencia y nos lo confirman los neurólogos. ¿Quién no se acuerda de haber cantado repetidamente en voz alta las tablas de multiplicar?. Al parecer la repetición ayuda a afianzar las conexiones neuronales de nuestra memoria. De hecho, os puedo asegurar que yo, que soy un negado para recordar las letras de las canciones, al pasear por las calles de Murcia, me sabía el “Hakuna Matata” como el propio cantante, aquel malhadado jabalí que respondía al nombre de “Pumba”.

Se me ocurre una tercera propiedad de la repetición de estímulos y mensajes. Cuando una persona o institución repite machaconamente el mismo mensaje, con rotundidad, con seguridad, sin asomo de duda, provoca en el otro - el receptor del mensaje – una semilla de credibilidad, algo así como, “si lo dice tantas veces y está tan seguro pues debe ser verdad” . De hecho, al pasear por la calles de Murcia – en esa primavera maravillosa que suele disfrutar esa ciudad – y tarareaba la cancioncilla de marras, creía que la vida está para disfrutarla y que no hay que tomarse las cosas demasiado en serio, “Carpe diem”. Y esto os lo dice el que suscribe que suele ser bastante cenizo.

Sea por lo que fuere – el efecto de mera exposición, el aprendizaje repetitivo o la inducción de credibilidad - el sistema de repetir mensajes se utiliza en muchos órdenes de nuestra vida desde la publicidad hasta la pobres y sufridas madres de todas las partes del mundo que siempre nos recuerdan los mismos mensajes continuamente, “hijo cámbiate de calzoncillos no vayas a tener un accidente”, “el plátano está feo por fuera pero por dentro está muy rico”, “recoge tu habitación o te lo tiro todo a la basura”. Estos mensajes parece que no tienen efecto sobre el consumidor o sobre el hijo, pero al final el consumidor acaba comprando el detergente que se le anuncia machaconamente y el hijo acaba recogiendo su habitación…… cuando deja la casa de sus padres.

Todos estos efectos útiles de la repetición de mensajes, positivos unas veces y negativos otras, hacen que está técnica se utilice también, cómo no, en la política. Escenario éste en el que abundan toda clase de triquiñuelas, añagazas, prestidigitaciones y alevosías. Toda técnica que el ser humano utilice para confundir o engañar o – en el mejor de los casos - convencer a otros seres humanos de cosas que en buena parte de los casos van en contra de sus propios intereses, es útil en la política.

Así hemos podido escuchar o leer muchas veces los mismos mensajes: “El Estado soy yo”, “América es la tierra de la libertad”, “ein volk, ein reich, ein führer”, “puedo prometer y prometo”,”vamos a crear tropecientosmil puestos de trabajo”, “¡váyase Sr. González!”, “en Irak hay armas de destrucción masiva”, y voy a parar porque hay miles (5).

Centrándonos en España está tarea la hace mejor el Partido Popular que el Partido Socialista, los populares ganan por goleada, los socialistas son más torpones en estas cosas. Sospecho, pues no tengo ninguna prueba y puedo estar equivocado, que tienen una especie de gabinete de crisis de frases para salir del paso. Cada vez que sucede algo que pueda representar alguna ventaja o algún peligro para sus intereses el gabinete acuña urgentemente una frase, breve, enérgica, de esas que se dirige a las vísceras del oyente y no al cerebro. Luego se distribuye entre los dirigentes populares quienes la repiten continuamente ante todos los medios de comunicación que les preguntan. Pasadas unas horas de la situación que ha provocado la emisión repetida del mensaje, pasan a comentarios más pensados, que han sido diseñados con más información y reflexión pero que uno sigue sospechando que ese gabinete fantasma sigue detrás de ellos.

La última vez que hemos podido ver este comportamiento ha sido con el escándalo del ex tesorero del Partido Popular, el Sr. Bárcenas. Los dos principales diarios de Madrid, El País y El Mundo, han destapado una presunta distribución de sobresueldos a los dirigentes del partido en dinero negro obtenido de comisiones ilegales. A las pocas horas de salir a la luz, quizás a los pocos minutos, ya estaban los dirigentes emitiendo el mensaje de urgencia, esta vez neutro, sin entrar a valorar: “No me consta que haya habido comisiones ilegales en Partido Popular”. “El-no-me-consta” se hizo muy famoso. Pasadas veinticuatro horas cambiaron el mensaje y empezaron a poner en duda a las fuentes, al Partido Socialista que había abierto la boca muy poquito hasta ese momento, al Sr. Bárcenas, a la veracidad del cuaderno manuscrito que era el origen de todo. Había comenzado el contraataque.

Es una maquinaria muy poderosa la propaganda del Partido Popular, a la que no es ajena un grupo notable de medios de comunicación, y tengo una terrible curiosidad como sociólogo sobre la evolución del caso. Es muy grande la indignación que ha levantado, incluso entre los votantes propios, y habrá que estudiar el comportamiento de esa maquinaria y cómo varía la respuesta de la opinión pública expuesta a su propaganda en un país que está sumido en una terrible crisis económica, social y política. Esta vez lo tienen bastante más difícil. Veremos.

Entretanto me quedaré con los recuerdos de aquel viaje en que éramos más jóvenes y mi hijo era mi hijito. Viaje que parecía completamente rutinario y que sin embargo, pasados casi dieciocho años, todavía lo tengo presente como si hubiera pasado ayer mismo. Es el tremendo poder de la repetición.



Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


Notas:

(1)    Murcia es una ciudad del sureste de España de casi 450.000 habitantes (su área metropolitana ronda los 700.000) situada a 408 kilómetros de Madrid. Se trata de una importante ciudad de servicios en la que el sector terciario ha sucedido a su antigua condición de exportadora agrícola por antonomasia, gracias a su célebre y fértil huerta, por la cual era conocida con el sobrenombre de la Huerta de Europa. Entre sus industrias más destacadas se encuentran la alimentaria, la textil, la química, la de destilación y la fabricación de muebles y materiales de construcción. Para más información acerca de la ciudad de Murcia pulse aquí.
(2)    Para más información acerca del efecto de mera exposición pulse aquí.
(3)    Inicialmente comenzó siendo un programa de radio en la emisora Radio Madrid de la Cadena Ser en 1966, que difundía la lista de las 40 canciones más populares en España, la lista se confeccionaba por votación popular. Actualmente es una cadena de emisoras en FM que sólo se dedica a la música popular las 24 horas del día. Está presente en España y otros 10 países de Latinoamérica y Estados Unidos.
(4)    Borstein descubrió que la magnitud del efecto de mera exposición se ve facilitada cuando se impide a los sujetos reconocer el mensaje durante la exposición mediante tiempos de exposición muy breves o enmascarándolos. También se produce mayor efectividad cuando los estímulos son poco familiares y carecen de significado así como cuando la elaboración cognitiva de los mismos es relativamente baja. Esto me lleva a pensar en la gran efectividad de las campañas de publicidad en las que el mensaje está oculto, por ejemplo cuando se va a sacar un nuevo coche al mercado un día determinado y el eslogan de la campaña es “algo maravilloso va ocurrir el día tal”. No hay relación directa entre el mensaje y el objeto del mensaje.
(5)    He puesto diversos eslóganes políticos y frases de políticos de distinta procedencia simplemente como ejemplos conocidos que a todos nos suenan. No estoy comparando el mensaje nacionalsocialista de “ein volk, etc…” con los demás. Que nadie sea tan susceptible por favor.

Bibliografía:

La eficacia relativa del efecto de mera exposición y del condicionamiento clásico en la formación de preferencias
Pablo Briñol y otros
Universidad Autónoma de Madrid
Revista Psicothema
Año 2000, Vol 12, nº 4, pp. 586-593

Psicología Social
J. Francisco Morales, Carmen Huici y otros
Universidad Nacional de Educación a Distancia
Editorial McGraw-Hill
Madrid 2000

Vídeo de "Hakuna Matata", seguro que si lo veis repetidas veces os gustará:



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