En nuestra cultura, ¿está sobrevalorada la higiene en los cuartos de baño?



En las familias de clase media en las que ambos cónyuges trabajan fuera de casa y los hijos van alcanzando esa edad en que las tonterías infantiles dejan de tener  gracia, la fuerza que las mantiene unida, la argamasa que junta sus miembros no es el amor – que es imprescindible -, no es el respeto mutuo – que es ineludible -, ni siquiera es la educación de los hijos – que es insoslayable -; es.…………la asistenta. En mi casa, Santa Svetlana de Ucrania, ¡Dios la proteja!.

El caso es que Svetlana tiene que irse de vacaciones a sus estepas de procedencia, descanso al que tiene todo el derecho del mundo, dejándonos sumidos un vacío profundo. Y ese mes sin ella nos pone a prueba el amor que sin duda nos tenemos, el respeto mutuo que nos profesamos y la educación de nuestros hijos que tanto esfuerzo y dinero nos ha costado y nos cuesta.

Un sábado del pasado mes de julio andábamos toda la familia de limpieza general y, con una valentía digna de encomio, encargué a mi hijo mayor de 17 años y casi 1,90 metros de altura, la limpieza de su cuarto de baño. Los lectores que seáis padres seguro que entendéis lo que quiero decir.

Después de iniciarle en los secretos de la limpieza del lavabo y a la hora de tener que coger él el estropajo, me dijo muy serio – en un tono yo diría que cuatro puntos por debajo de “cabreado” y dos puntos por encima de “contrariado” – que la limpieza del cuarto de baño, en nuestra cultura, está sobrevalorada.

Yo le contesté, diez puntos por encima de “confuso” y tres puntos por debajo “de no te pierdas”, que la mierda, la suciedad y las bacterias no conocían de culturas.

Pero minutos después, cuando andaba yo liado con mi baño, estuve dándole vueltas a su frase. Aparte de que semánticamente se trataba de una barbaridad provocada por las pocas ganas de limpiar que tenía, el término cultura estaba bien traído. Y me pregunté si él sabía exactamente lo que significa la palabra cultura en las ciencias sociales y si había reflexionado sobre los modos de pensar de nuestra sociedad acerca de la limpieza o, simplemente como decía el director de mi colegio, aquel cura salesiano norteño - apodado “el Danone” por el buen carácter que tenía –, había oído campanas y no sabía exactamente dónde.

Porque la palabra cultura es de esas que admite múltiples significados y acepciones – son siete  las reconocidas por el Diccionario de la Real Academia - y su uso es tan común que a veces pierde su sentido y el que la dice quiere decir una cosa y el que la escucha entiende otra.

En sociología, cultura, es el conjunto de valores, creencias, actitudes y objetos materiales que constituyen el modo de vida de una sociedad. Esto incluye los modos de pensar, de actuar, de relacionarse los unos con los otros y, a su vez, con el mundo exterior. Los antropólogos, sin negar lo anterior, destacan el hecho de que la cultura es un método de adaptación social al medio, y que la realidad cambiante en el entorno de una sociedad modifica su cultura.

Por tanto, hay tantas culturas como sociedades y son tan dignas nuestra cultura occidental, a la que pertenecemos, como la cultura española, más nuestra todavía, o la de los indios yanomanos de las selvas de América del Sur.

Y ya dentro de una cultura, tampoco es lo mismo – por poner un ejemplo próximo - la sociedad española de 1975 que la actual, imaginaos a alguien que falleciera el 20 de noviembre de 1975 – no necesariamente el que estáis pensando - y ahora levantara la cabeza, no reconocería el país en el que vivió. Así que la cultura de una sociedad no es estática, con el tiempo se producen cambios culturales.

Esta enorme variedad de culturas que tenemos en nuestro mundo - cada vez menor por la acción de la globalización pero todavía enorme -, hace que los gestos, el lenguaje, los símbolos y los patrones culturales sean muy distintos, a veces contrapuestos, cuando no antagónicos. Todos sabemos que es de buena educación entre los árabes eructar después de comer, pero haz lo mismo en casa de tu novia el día que conoces a sus padres.

Mucho habría que hablar sobre la cultura, pues el tema apenas esta enunciado, pero tiempo habrá de volver a estos conceptos. Lo que quería decir es que el uso que hizo mi hijo de la palabra cultura en su frase lapidaria era adecuado aunque no estuviera de acuerdo con él.

Tardó mucho nuestra sociedad en darse cuenta de que la higiene  pública y privada mejoraba la salud y alargaba la vida. Acordaos de esa imagen del medievo y, de buena parte de la época moderna, de las buenas gentes tirando sus aguas fecales a la calle al grito de ¡agua va!. La aplicación de medidas higiénicas – que en mi querida ciudad de Madrid comenzaron a aplicarse en tiempos de Carlos III a finales del siglo XVIII – fueron las que comenzaron a bajar la tasa de mortalidad, pues evitaron enfermedades y epidemias antes del invento de las vacunas y, por supuesto, de los antibióticos.

Pero es cierto que nuestra sociedad, después de conocer las mejoras en la calidad de vida y la salud que suponía aplicar medidas de higiene en nuestros cuerpos, casas y ciudades, se ha hecho una fan inquebrantable de todo tipo de productos de limpieza y profilaxis.

En los anuncios, en televisión, los productos de limpieza matan todo tipo de gérmenes que se representan con figuras rechonchas, sucias y de cara maligna. Las personas que salen son amas de casa con doctorados en asepsia, mujeres venidas de un incierto futuro con mal gusto para el vestir, mayordomos superhombres provistos de un algodón insobornable, patos mutantes montados sobre naves que son botes de detergente. Personajes todos que parecen haber salido de la saga Marvel.

Hasta el punto de que nuestros hogares son pequeños recintos hospitalarios domésticos en cuanto a las medidas de higiene y algunos alergólogos  andan por ahí diciendo – supongo que con el respaldo de su ciencia - que los que crecemos en estos entornos tan limpios andamos poco protegidos ante algunas alergias. Creo que estas eran las “campanas” que había oído mi hijo al decir que la higiene está sobrevalorada.

Pertenecemos a una sociedad bactericida pero también a una sociedad que tiene una esperanza de vida muy alta, supongo que tendremos que pagar el precio de que todos acabemos por padecer algún tipo de alergia.

Dedico este artículo a mis dos hijos, a los que quiero con toda mi alma. Al mayor porque con sus desafíos intelectuales previene que su padre tenga un Alzheimer temprano y, al menor, porque con su simpatía y su maravillosa sonrisa llena mi casa. A mi mujer, a la que adoro, que no le queda otra que aguantar a sus tres hombres. Y a Svetlana que, gracias a Dios, ya ha vuelto.

Juan Carlos Barajas Martínez



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5 comentarios:

  1. Hola Juan Carlos, hace poco descubrí tu blog y me encanta!! Soy antropóloga argentina, y doy clases en la universidad, y encuentro tus explicaciones muy interesantes, quizás este año pueda iniciar algunas de mis clases con algo de tu blog!!
    Te felicito!!

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  2. Muchísimas gracias Chiru da muchos ánimos comentarios como el tuyo. Tengo q admitir que soy un profesor frustrado, mi vida fue por otros derroteros, así que para mi es un inmenso placer que uses alguna de mis ideas en tus clases.

    Un saludo cordial y de nuevo, gracias

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  3. Con este post acabas de ganar una lectora incondicional. Te agrego a favoritos y espero que me autorices también a usar algunas de tus ideas en mis clases :-)

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  4. POr supuesto que puedes usarlas. Y gracias por ponerme en tus favoritos

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  5. Magnífico este post. Soy guía en la Alhambra, y me gusta hablar de los usos higiénicos que hemos heredado de la cultura islámica (y más cuando se comparan con los usos de Versalles) por lo que he encontrado tu post muy inspirador y acertado. Enhorabuena por todo el blog.

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