Emblema del Metro de Madrid |
Cómo os conté en otro de mis artículos - Yo,
Rafael, Gastón y …. ¡Oh Dios! Hitler - mi tío Rafael, aquél de la memoria
extraordinaria y de las estadísticas de las cañas de cerveza, me contó todo
tipo de historias, pero no versaban sobre princesas cautivas en torres de
castillos lejanos en el tiempo y el espacio, ni sobre ogros, ni pulgarcitos o
garbancitos, ni de naves siderales surcando el espacio más allá del Cinturón de
Orión. Tampoco, cuando crecí, me recomendó ninguna novela a las que he sido tan
aficionado desde muy jovencito. El tío Rafa odiaba la ficción, ¿por qué dejarse
mecer por lo inventado si la realidad tiene ya de por sí tanto que contar?.
Amaba la realidad, sobre todo si había sido testigo directo o indirecto o, al
menos, contemporáneo de ella.
Destacaba en tres temas la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil española y la
geografía de las principales ciudades del mundo. A modo de anécdota os contaré
que la primera vez que fui a París sabía exactamente dónde estaba todo sin
necesidad de ningún mapa ni de ninguna
guía, de tantas veces que me había hablado de sus calles y plazas. Aunque
también me habló de historias acerca de nuestra familia y sobre su ciudad,
Madrid, y sobre sus personajes cuando todavía la ciudad tenía una dimensión
humana y había una pequeña galería de personas peculiares, fuera de lo común, que
era conocida por todos. Hoy los locos son anónimos.
Sólo con sus historias, si dispusiera yo de
su memoria, podría rellenar durante años este blog. Pero no tengo esa suerte. La
historia que os voy a contar hoy me la refirió hace muchos años y mezcla varios
de sus temas favoritos la Guerra Civil ,
Madrid y su Metro y no es muy conocida más allá de unos pocos especialistas.
La construcción del Metro de Madrid fue una
prueba de la modernidad que aspiraba alcanzar aquella pobre España de comienzos
del siglo XX. La primera línea se inauguró, en presencia del rey Alfonso XIII,
el 17 de octubre de 1919. El primer tramo, la línea 1, iba de la estación de
Sol a la de Cuatro Caminos, con 3,48 kilómetros y 8 estaciones. Se tardaba 10
minutos en hacer el recorrido. Imaginaos el impacto social de aquel acontecimiento
en una ciudad de 700.000 habitantes. Se abrió al público el día 31 de octubre y
fue tal el éxito del nuevo medio de transporte que en el primer año fue
utilizado por 14 millones de viajeros.
El ritmo de crecimiento de la ciudad, que
empezó a ser espectacular – en 1930 alcanzó el millón de habitantes -, vino
acompañado del crecimiento del metro, así en el momento de estallar la guerra,
la red estaba formada por 34 estaciones y 20,60 kilómetros .
Se componía de 4 líneas, la 1 desde Tetuán hasta el Puente de Vallecas, la 2 desde
Cuatro Caminos a Ventas o Diego de León, la 3 desde Sol a Embajadores y, la
protagonista de esta historia el Ramal que entonces se denominaba Ópera -
Norte[i], Ópera porque parte de la
plaza de Isabel II en donde se encuentra el Teatro Real y Norte por la Estación de los
Ferrocarriles del Norte, que era la compañía propietaria.
El Ramal se construyó para salvar el desnivel
que hay entre la estación del Norte y el centro de la ciudad y para que los
viajeros, dentro de un concepto muy moderno de intercambio de transporte,
pudieran acceder a la red de metro de la capital desde la estación que daba
servicio a casi todas las líneas de larga distancia que partían hacia el norte
de España.
Sabemos por la historia que una gran parte del
Ejército se rebeló contra la
República el 18 de julio de 1936, pero no con la fuerza
suficiente como para dar un golpe de Estado y ya está, sanseacabó, sino que
vino después una guerra de tres años. El ejército colonial de África se rebeló
en su mayoría y, después de cruzar el estrecho del Gibraltar, realizó un avance
muy rápido hasta Madrid, ciudad a la que puso sitio a finales del mismo año. Y
allí se quedó hasta que finalizó la guerra.
La línea del frente se estabilizó de forma un
tanto caprichosa e inconcebible en tiempos de paz. Digo inconcebible porque hoy
puedes pasear por donde estaba el frente e ir de dónde estaba un bando al otro
en un par de zancadas. Por ejemplo en la Ciudad Universitaria la Facultad de
Medicina era republicana y el lugar en donde ahora está la Facultad de Ciencias
de la Información era nacional, y solo hay que cruzar una calle. Más al sur, el
parque del Oeste – todavía están ahí como testigos mudos los fortines y
casamatas – era republicano, por el límite de parque el frente llegaba al
Puente de los Franceses y, a partir de éste y hacia el sur, el frente lo
marcaba el río Manzanares, y justo en el centro de esa zona está la antigua
estación del Norte, hoy en día de Príncipe Pío.
El frente tal y como se quedó hasta el fin de la guerra fuente: www.madrid1936.es |
Para bajar las tropas republicanas desde el
centro de la ciudad al frente, por la
Cuesta de San Vicente, quedaban muy expuestas a los disparos
enemigos que podían tirar con todo lo que tenían desde el otro lado río, desde la Casa de Campo. La solución era
obvia, el mismo recorrido lo hacía por debajo de tierra el Ramal del metro. Así
que en vez de viajeros la línea transportó soldados y material de guerra.
Se daba una situación muy curiosa. Al estar
el frente tan cerca del centro de la ciudad, los milicianos y soldados cumplían
un horario que podría calificarse de horario de trabajo. Iban por la mañana con
la amanecida, luchaban y guerreaban todo el día y luego retornaban – los que no
tenían servicios de guardia – a sus casas y cuarteles por la noche. Debía de
ser una situación muy extraña incluso en aquellos tiempos tan especiales. ¡La
gente ponía el despertador para ir a matarse!.
Otra de las misiones de los trenes del Ramal
era evacuar a los muertos y heridos. De tal forma que por una de las direcciones
bajaban los soldados y por la de retorno subían las bajas. Al llegar a Ópera,
pasaban los cadáveres a trenes especiales en la línea 2, como la gente se
refugiaba de los bombardeos en los andenes o simplemente viajaba pues el Metro
no cerró en ningún momento, apagaban las luces de los trenes cuando iban
pasando por las estaciones con el fin de que los ciudadanos no contemplaran el
penoso cargamento camino del cementerio. Una vez superada la estación, ya en el
túnel, volvían a encender las luces. De esto fue testigo mi tío, entonces un
muchacho de 15 años que, 40 años después, me lo contaría a mí.
Hoy en día, mudos los cañones desde hace
muchos años, el Metro de Madrid es una de las redes de tren metropolitano más
extensas del mundo. Tiene 324 kilómetros de vía, 238 estaciones y 2,5
millones de viajeros diarios.
Pero el Ramal sigue igual, los trenes son
mucho más modernos, es más, son automáticos. Pueden ir sin conductor aunque la
política del Metro es que siempre lleven alguien a cargo. Saben que hay más de
uno, entre los que me incluyo, que no montarían en el tren sin nadie al
volante. Decía, que el Ramal sigue igual, no se ha ampliado, no ha crecido, no
se ha hecho un hombre, no se ha convertido en una línea a pesar de que hay
varias que cruzan el Manzanares hacia los nuevos barrios del oeste de la
capital.
Lo que si ha cambiado es la estación del
Norte, empezando por el nombre, ahora es del Príncipe Pío, el nombre de la
montaña sobre cuya falda descansa. Ha dejado de ser una estación de larga
distancia y ahora pasan por ella 3 líneas de Metro, varias de trenes de
Cercanías, tiene un intercambiador de transportes para autobuses que van hacia
los barrios y las ciudades-dormitorio del oeste, tiene cines y un fabuloso
centro comercial.
No hace mucho, estuve una temporada
trabajando cerca de la Plaza Mayor ,
en un edificio histórico en estado ruinoso. Todos los días tomaba el metro en
Príncipe Pío y subía hasta Ópera y por las tardes desandaba el camino. Por las
mañanas iba como siempre se va al trabajo, un poco a disgusto, con el mal sabor
de boca del madrugón, aburrido por la rutina, mirando hacia la oscuridad del
túnel para no ver las caras de los demás cuya expresión era más o menos igual
que la mía. Una vez, hay que ver que caprichosa es la memoria, me acordé de la
historia de los milicianos cogiendo el metro para ir a la guerra de la misma
forma que yo lo cogía para ir a un cómodo trabajo. Y me imaginé qué sentirían,
el nudo en el estómago que deberían tener, el mal sabor del miedo en la boca,
con el fusil Mauser fuertemente asido en la mano en vez del maletín; y me
sentí un privilegiado, un enorme y desagradecido privilegiado con la vida que
me ha tocado vivir.
Juan Carlos Barajas Martínez
Notas:
[1] El Ramal ha tenido varias denominaciones a lo
largo de los años y de los regímenes políticos, a saber, empezó siendo – en
tiempos de Alfonso XIII – ramal Isabel II – Norte. En la Segunda República
le pusieron Ópera – Norte, por aquello de que Isabel II no había sido
precisamente republicana. En la Guerra Civil ,
volvieron a cambiarle el nombre y le pusieron Fermín Galán – Norte. Fermín
Galán había sido uno de los militares de la sublevación republicana de Jaca.
Después de la Guerra ,
volvió a la fórmula Ópera – Norte, qué raro que no la pusieran Generalísimo –
Norte. Y, por último, tras el cambio de denominación de la estación de tren,
Ópera – Príncipe Pío. Por cierto, en la monarquía española que yo sepa nunca ha
habido un Pío. El tal príncipe fue un noble italiano que compró las huertas que
había en el lado derecho de la actual Cuesta de San Vicente y ha dado nombre a
la montaña.
Fuente: www.madrid1936.es |
Historias
Matritenses: El Ramal Ópera- Príncipe Pío
Madrid
1936
Nota
Final:
Hoy
es 31 de diciembre de 2011, ponemos punto final a un annus horribilis para empezar inmediatamente con otro de similares
características, pero no pensemos demasiado en ello, tomaos un copazo y comed
la uvas con tranquilidad que luego hay quien se atraganta. Os deseo para este
año que viene, por este orden, toda la salud que sea posible – que es muy
necesaria y todo pasa por tenerla bien - , amor en grandes dosis – nunca es
bastante – y dinero, el suficiente para vivir con holgura, por lo menos que no
nos quiten más.
Feliz 2012 |
El Ramal Opera-Príncipe Pío por Juan Carlos Barajas Martínez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Basada en una obra en sociologiadivertida.blogspot.com.
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Me ha encantado!
ResponderEliminarQué suerte tener a alguien, como tu tío Rafael, que te pudiera contar, además en primera persona, todas esas historias, que ahora nos parecen anécdotas, pero que si se piensa bien, se llega a la conclusión con la que clausuras tu entrada: "Y me imaginé qué sentirían, el nudo en el estómago que deberían tener, el mal sabor del miedo en la boca, con el fusil Mauser fuertemente asido en la mano en vez del maletín; y me sentí un privilegiado, un enorme y desagradecido privilegiado con la vida que me ha tocado vivir."
En mi caso tenía a mi abuela, que sufrió la guerra también en Madrid, con las historias del metro. Me decía que los niños se divertían porque estaban todos juntos, pero luego llegaba la tensión de la mañana, de salir de la boca de metro y buscar tu edificio, tal vez encontrando un hueco enorme entre escombros.
Ojalá se pudiera acceder al archivo sonoro de cada persona que sufrió por activa o pasiva en esa barbarie. Nos asombraríamos de sus historias y veríamos de otra manera esta sociedad de opulencia que vivimos. Nos darían una lección de humildad.
Cahapeau Juan Carlos!
Feliz Feliz 2012!!!!
Siempre aprendiendo algo más de Madrid, gracias a tus relatos. Qué bien has definido que tenemos de todo y no valoramos nada y los que vienen detrás menos.
ResponderEliminarLuis Gorda
Querida Ana muchas gracias por tus comentarios. Mi padre - algún día tendré que hacer un post sobre él, lo que pasa es una figura de tanto peso en mi vida q me es muy difícil - también me contó cosas de los bombardeos áereos y de artillería. Lo peor era el pítido de las bombas al caer. Una de las cosas que más me impresionaron de mi infancia fue ver el terror dibujado en su cara cuando lo contaba, en una persona que para mi era la representación de la fortaleza. Yo no seré un "niño de la guerra", gracias a Dios, pero si soy "un niño de la posguerra". Un abrazo
ResponderEliminarGracias Luis, cómo se nota la edad y la sintonía.
ResponderEliminarUn abrazo muy fuerte