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Adiós, Estado del Bienestar, adiós

"Saludos del Estado del Bienestar"

Dentro de unos años, no tantos como quisiera, entraré en una edad en la que dependeré más de los demás de lo que dependerán los demás de mí, y esa, queridos lectores, tal y como andan los tiempos, es una situación muy peligrosa.

Me gustaría que a esa edad dispusiera de una pensión digna y mis necesidades sanitarias estuvieran cubiertas cuando es probable que más lo necesite. Pero con todo lo que está cayendo tengo mis dudas, dudas que no tenían las generaciones inmediatamente anteriores a la mía.

También, ya que estoy consiguiendo darles a mis hijos una buena educación, me gustaría que mis nietos pudieran acceder a una educación al menos tan buena  como la actual y que, mis hijos como padres, pudieran elegir para sus hijos en igualdad de condiciones entre una educación pública o privada de calidad con entera libertad y que esta libertad no sea teórica o sobre el papel sino muy real. Y sobre esto también tengo mis dudas.

Y puestos a pedir, me gustaría seguir contando con una sanidad pública, que cuando necesite una operación haya un quirófano, que cuando necesite un hospital haya uno cerca abierto, con médicos y enfermeros en número suficiente que atiendan con medios técnicos adecuados y con sueldos justos. Y sobre esto, como no, tengo serias dudas.

Tengo mis dudas porque  el Estado del Bienestar no está en muy buena forma, ya lo estaba mucho antes de esta crisis galopante que vivimos, viene descafeinándose desde hace 30 años gradualmente, y en los últimos tiempos parece que esta tendencia está cogiendo carrerilla.

La razón última del Estado del Bienestar estriba en que el gobierno debe garantizar unos estándares mínimos de renta, alimentación, salud, vivienda y educación como un derecho político, como puede ser el derecho al voto o el derecho a la inviolabilidad del domicilio.


La conquista de este derecho no fue fácil, como no lo fue la conquista del derecho al voto o del resto de los derechos de la persona. En el caso concreto del Estado del Bienestar, requirió de una lucha, a veces violenta, de generaciones de nuestros antepasados y la aportación teórica de varios autores desde Stuart Mill a Keynes. Este período de desarrollo se puede contemplar desde la segunda mitad del siglo XIX, durante el proceso de industrialización de Occidente, hasta la floreciente etapa económica mundial que se abrió después de la Segunda Guerra Mundial.

Gracias al Estado del Bienestar, por primera vez en la historia, las pensiones, la seguridad social, el seguro de desempleo, la educación gratuita y otras medidas de este tenor establecieron una red de cobertura que permitió que las familias, sin tener en cuenta diferencias de renta, pudieran vivir el presente sin la angustia de un porvenir incierto.

Además, como indica el gran sociólogo español Manuel Castells en su artículo “El futuro del Estado del Bienestar en la sociedad informacional”, diversos trabajos comparativos han puesto de manifiesto la influencia positiva del Estado del Bienestar sobre el crecimiento económico durante el período 1950-1975, a través de varios mecanismos.

En primer lugar, la paz social permitió relaciones industriales estables. En segundo término, el aumento de la renta de las familias derivado de no tener que dedicar recursos que el Estado cubría, aumentó el consumo. Además las cuantiosas inversiones del Estado mejoraron los bienes y servicios colectivos. Todo ello, conjuntamente, produjo una expansión del empleo.

Entonces, ¿qué es lo que ha pasado?, ¿por qué ha dejado de ser rentable?, ¿por qué hay tanta gente que ha dejado de apoyarlo?.

Manuel Castells señalaba ya en 1996, en el artículo precitado, las causas principales de este declive: la crisis presupuestaria de las finanzas públicas, la crisis de competitividad y la crisis de legitimidad social.

Lo esencial de los problemas de financiación del Estado del Bienestar proviene de la carga creciente de las pensiones y de los gastos sanitarios debido al aumento de la esperanza de vida y la bajada de la tasa de natalidad. Problemas que no se han solucionado con la gran corriente migratoria que hemos recibido en los últimos años, es más, existe la percepción de que la inmigración ha provocado un aumento del gasto sanitario sin que se haya compensado del todo por el consiguiente aumento de las cotizaciones.

La crisis de competitividad tiene mucho que ver con la formación de una economía global. La globalización  cambia la estructura de la competencia entre empresas, países y regiones. Países que, por razones históricas, ofrecen niveles mucho más bajos de protección social disponen de ventajas competitivas, además, la difusión tecnológica en los nuevos países industrializados ha elevado extraordinariamente la productividad y la calidad en la estructura industrial y de servicios avanzados en dichos países, todos sabemos, por poner un ejemplo, lo buenos y baratos que son los indios haciendo software. De hecho, las empresas reaccionaron desplazando fábricas y oficinas a países con menores costes en lo que se ha venido en llamar “deslocalización”. Estas estrategias empresariales reducen la base del empleo en Europa y agravan la crisis del Estado del Bienestar.

En cuanto a la crisis de legitimidad, en los últimos años se ha producido un cambio cultural importante que se manifiesta en varias tendencias.

En primer lugar se viene dando una creciente segmentación de la sociedad debido a la reorganización tecnológica y económica actual. La economía se ha desplazado desde el sector de la industria, más comprometido y concienciado,  hacia los servicios y ha causado una polarización entre trabajos altamente cualificados y trabajos sin cualificación. Este proceso, un amigo mío lo describe de una manera muy gráfica: “nos han puesto corbata y nos hemos creído que ya no somos trabajadores”.

En esas condiciones, las normas universales del Estado del Bienestar, son miradas con recelo por un numeroso grupo que piensa poder sacar mejor provecho con la utilización individual de sus recursos que se manifiesta en una creciente tendencia a la privatización que se plasma en un mayor uso de los servicios privados de sanidad y educación.

En este modo de pensar, los que nos llevan ventaja son los ciudadanos norteamericanos, quienes opinan de manera mayoritaria que ellos no tienen por qué pagar la sanidad de otros, sin tener en cuenta que tarde o temprano a todos nos toca, que la enfermedad suele ser terriblemente costosa para una familia en particular sin el apoyo de los servicios del Estado. Curiosamente, estos mismos ciudadanos norteamericanos son fervientes partidarios de la escuela pública.

Este fenómeno de deslegitimación en la práctica nos lleva a que las instituciones del Estado se vayan especializando más en los grupos más desfavorecidos lo que, a su vez, realimenta el rechazo de esos sectores más privilegiados que contribuyen más al sistema. Así se van rompiendo los lazos de solidaridad en las que estaba basado el Estado del Bienestar.

A este fenómeno no le es ajena la creciente hegemonía del individualismo en nuestro sistema de valores.  La crisis de las organizaciones sociales de solidaridad, la decadencia de las ideologías políticas progresistas que no han conseguido llevar a cabo sus proyectos de reforma y la crisis de la familia patriarcal en favor de la nuclear, han convergido hacia el reforzamiento del individuo como centro de los procesos de acumulación de riqueza y poder, el deseo material y la búsqueda de soluciones particulares a problemas que hasta hace bien poco se resolvían de manera colectiva.

Si todos estos cambios culturales e ideológicos los juntamos a las contradicciones estructurales del Estado del Bienestar y lo agitamos bien en una coctelera obtenemos gran parte de los argumentos del interesado discurso neoliberal de las elites gobernantes en contra de esta forma de organización social.

El resultado final es que vemos que cuando vienen mal dadas, las instituciones sociales relacionadas con la sanidad pública, la educación y la seguridad social son las primeras en sufrir severos recortes y no hay una respuesta social adecuada más allá de los sectores implicados directamente.

Puede que el Estado del Bienestar sea caro, puede incluso que sea un lujo desde un punto de vista puramente economicista, pero, ¿acaso no es necesario?, ¿nuestras sociedades no tiene recursos suficientes para mantenerlo?, ¿podríamos hacerlo más rentable?, y ya de puestos, ¿no podríamos cambiar al dinero como único patrón de medida de todas las cosas?, ¿no podríamos meter los beneficios sociales como beneficios y no como gastos?, ¿podríamos dejar de pensar en algo más que dividendos y cuentas de resultados?.

Para solucionar la crisis del Estado del Bienestar, Castells propone en su artículo, la transición del Estado del Bienestar al Estado del Buen Obrar con nuevas políticas e instituciones de solidaridad más acordes con la sociedad postindustrial. El artículo tiene 15 años y algunas de esas políticas tienen un cierto sabor a rancio pero no porque se hayan experimentado y hayan fracasado sino porque su discusión acabó hace tiempo, sobrepasadas por el peso de los acontecimientos. Y de paso ya comentaré que por este continuo goteo de malas noticias que recibimos al minuto, siguiendo la prima de riesgo de la deuda española en tiempo real, dentro de poco nos parecerá hasta frívolo hablar del Estado de Bienestar.

En cualquier caso, sean cuales sean las medidas que se adopten para salvarlo, pasan por la vía de que los ciudadanos estemos realmente convencidos de que merece la pena hacerlo. Y esto quizás sea lo peor, que no se debate, andamos sumergidos en una miasma de posiciones equidistantes entre el letargo de los más interesados en que el Estado del Bienestar se mantenga sano, el discurso de los partidos –presionados por las élites económicas - de irlo minando gradualmente y el aumento del sector de los que piensan que lo público no tiene remedio. 


Juan Carlos Barajas Martínez




Apéndice para los muy interesados:

Por no alargar en demasía esta entrada en el blog os abro un apéndice en la que se explican las medidas propuestas por el profesor Castells para solucionar la crisis del Estado del Bienestar.

Para Castells en la nueva economía, una fuerza de trabajo cualificada, adaptable y flexible es la fuente esencial de la nueva productividad. Pero ese capital humano no consiste sólo en trabajadores detentadores de conocimientos técnicos avanzados, sino en trabajadores que disponen de condiciones de vida que los hacen sanos, educados y productivos. Difícilmente habrá adaptación y flexibilidad de la fuerza de trabajo si la pérdida o la variación de un empleo determinado equivale a la pérdida de la red de seguridad mínima con que cuenta la familia. Es decir, en la nueva economía, invertir en lo social, es al mismo tiempo, invertir en productividad. De hecho, esto es lo que hace empresas punteras del sector tecnológico como Google.

Esta nueva economía informacional tiene su talón de Aquiles, es potencialmente excluyente, puede autosatisfacer sus necesidades de trabajo con un grupo relativamente reducido de profesionales altamente cualificados. Para evitar esto, propone  la intervención estratégica del Estado sobre los sistemas de educación y formación que recualifiquen al conjunto de la población, en función de los cambios tecnológicos y organizativos; y la reforma del empleo y del trabajo, procediendo a una reducción ordenada de las horas de trabajo y de las modalidades de actividad productiva, con una reducción equivalente del salario y creación de puestos de trabajo sustitutivos.

Propone, asimismo,  una nueva política social, cuyo eje central y el núcleo básico de la capacidad de financiarla, es una nueva política para la vejez y el ciclo de vida. Es necesario mantener en el empleo a los trabajadores de entre los 55 y 65 años, alargando así el período productivo, mediante políticas de reciclaje que aprovechan su experiencia profesional, combinada con nuevos conocimientos. Y una mejor gestión hospitalaria, ya que buena parte de las camas de hospitales ocupadas por personas mayores por periodos largos podrían ser sustituidas, a menor costo, por formas de asistencia a domicilio y minirresidencias de nuevo tipo.

En el mismo sentido de la política social propone ampliar los mecanismos de solidaridad a la sociedad civil. Habiendo establecido la primacía de las instituciones públicas en la gestión de la solidaridad, debe sin embargo estimularse la iniciativa de la sociedad civil en el tratamiento de sus propios problemas. Y no solamente por descargar parte del presupuesto o del trabajo a la Administración pública, sino porque la generosidad individual y la responsabilidad colectiva del voluntariado asistencial es un recurso esencial de la cultura de las sociedades que no debe perderse. Parte del presupuesto público debe destinarse al desarrollo de la iniciativa privada en la gestión de la solidaridad.

Y, por último, una de las propuestas más interesantes como intento para evitar la competencia desleal de los países emergentes. La necesidad de elegir entre dos alternativas: a) Un proteccionismo arancelario reforzado, quizás no deseable y b) Un pacto social global anexo al Acuerdo del GATT (hoy Organización Mundial del Comercio) en el que las reducciones arancelarias fuesen acompañadas de armonizaciones sucesivas en los niveles de protección social y medioambiental existentes en los distintos países.

Todo esto no será posible sin la constitución de alianzas sociales que aúnen la acción de sindicatos,  de asociaciones ciudadanas, de empresas comprometidas y agentes económicos con visión de largo plazo. Para articular un pacto social y económico de carácter estratégico institucionalizado e impulsado en última instancia por las instituciones públicas.  La hipótesis de Castells es que el proceso de recomposición puede darse en las zonas de máximo contacto entre el Estado y la sociedad civil, es decir, en los gobiernos locales y regionales.

Bibliografía:

Manuel Castells Oliván
El futuro del Estado del Bienestar en la sociedad informacional
Revista Sistema nº 131, 1996

George H. Sabine
Historia de la Teoría Política (3ª edición, 4ª reimpresión)
Fondo de Cultura Económica
Madrid 1999

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Basada en una obra en sociologiadivertida.blogspot.com.

4 comentarios:

  1. Una vez más otro documentadísimo y acurado análisis. Tal vez el menos divertido de todos los publicados hasta ahora: el terror acecha tras cada linea...

    Siempre he pensado que la salud empieza por cuidarse uno mismo. Y tal como están las cosas se ha convertido en la única esperanza para mi futuro sanitario. El futuro económico es el que aún veo peor y con casi nula esperanza...

    Estoy totalmente a favor de una sanidad pública, pero con control. No puede repetirse esa época de 'manga ancha' en la prescipción de fármacos. Veo de forma positiva que cada vez se apliquen más las visitas domiciliarias sustituyendo días de ingreso innecesario y costoso. Además, en ningún sitio hay más riesgo de enfermar que un hospital. En resumen, creo que una reestructuración de la Sanidad es necesaria. Pero lo que ya veo imposible es una reestructuración cerebral de la sociedad que cada día nos lleva más al individualismo más insolidario.

    Carles.

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  2. Carles, estoy de acuerdo contigo. Si nos centramos en la sanidad, habría q reestructurarla, aplicando racionalidad al gasto que no significa q no se paguen medicamentos u operaciones a quien los necesita. Yo quiero Estado del Bienestar pero también quiero buena gestión. Te voy a dejar un hueco para q completes mis artículos. Un abrazo.

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  3. Ah, prometo hacer el próximo más divertido.

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  4. El estado del bienestar ha sido consecuencia de un desarrollo socioeconómico basado en una gran producción y consumo de energía y recursos: El Gran Capital se dio cuenta de que ganaba mucho más dinero si los obreros ganaban y gastaban mucho. En la situación actual, no solo 500 millones de privilegiados del primer mundo vivirán así, sino que están llamando a la puerta otros 3.000 millones (súmese la población de China, India, Brasil, etc.).
    ¿Cual es el problema? Sencillamente que el planeta tiene unas dimensiones limitadas - una esfera de 6.500 millones de kilómetros de radio - y ya no hay recursos para mantener a tanta gente ganando y gastando. El petróleo se acaba (ya estamos en el pico de Hubert, cénit o como queramos llamarlo), hay gas, carbón y uranio para este siglo - esperemos que no se usen, que entonces sobrepasaremos los 5ºC de aumento de temperatura global y sería una catástrofe - y lo mismo pasa con el cobre, cinc, estaño...
    Esto se puede corregir de dos maneras:
    1.- Reconsiderando la forma de producir y consumir, de forma que se pueda disponer de recursos de forma ilimitada - sostenible es más moderno -, que obligaría a una redistribución de la riqueza y que llevaría a la ruina a las multinacionales.
    2.- Reduciendo el estado del bienestar de los países ricos, rebajar los derechos de los trabajadores del primer mundo, hasta que sean comparables con los de chinos e indios, y construir para los ricos más ricos paraísos más o menos artificiales donde puedan vivir lejos del mundanal ruido que están provocando.
    Nuestros partidos, y 20 millones de votantes suyos, avalan la opción 2.
    Una panda de locos seguimos luchando por la 1

    Maquilo

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