Páginas

El Taichi

El autor en el campeonato de España de Wushu realizando la forma de 42 movimientos Yang
 
Cuando en los años ’70 cursaba yo el bachillerato en el Colegio Salesiano San Rafael de Elche, tenía un profesor de Educación Física de cuyo nombre no me acuerdo pero de su apodo sí. Le llamábamos “el Lute” como el famoso forajido español de la segunda mitad del siglo XX (1).

No es que el “Lute” fuera mala persona, no venía de ahí su mote, es que  era un portento de la naturaleza, un hombre muy fornido, más dotado de músculo que de inteligencia abstracta. Parecía un legionario veterano de las guerras de África, un Millán Astray sin mutilaciones (2).

Yo no estaba precisamente entre sus favoritos, pues – aunque siempre me gustaron los deportes de equipo, se me daba bien el fútbol – nunca entendí el correr por el correr sin llegar a ninguna parte, ni el subir una cuerda para volver a bajarla, ni el saltar al potro porque todo lo que sube inevitablemente baja e intentaba convencer con razones lógicas a aquel hombretón de la inconveniencia de tales ejercicios, y él respondía a este esfuerzo con cincos pelados porque en aquel entonces en la asignatura de gimnasia no se suspendía a nadie.

Un día insistió en que había que saltar un instrumento de tortura conocido como “plinto”, consistente en una serie de cajas rectangulares de madera que se encajaban una encima de otra hasta alcanzar una altura variable dependiendo del número de cajas que se pusieran. La última caja tenía pegado un colchón de “skai” para evitar daños mayores.

Aquel día el “Lute” había decidido que ya éramos mayores y añadió una caja más. Una vez montado el artilugio se puso a buscar una víctima entre sus adolescentes pupilos para probar las nuevas dimensiones del plinto. Yo me sentí un candidato con muchas probabilidades pues había hecho algún comentario de fina ironía acerca de ciertas actividades de la clase. Y así fue. Pero no se lo puse fácil, dotado para el camuflaje de forma natural, me despisté entre los muchachos de mayor tamaño, aún así, con mucha constancia me supo encontrar y me dijo – cómo a él le gustaba comunicar las malas noticias – mirándome a los ojos y señalándome con el dedo: “Barajas tu serás el primero”.

No me supe negar. Todavía mandaba en España el invicto caudillo, un profesor podía darte una bofetada y quedarse tan ancho, y una bofetada del “Lute” era más de temer que el salto que se me solicitaba.

Así que me apresté para el salto, corrí y me la pegué. La cajita que había añadido resultó decisiva. Caí del lado opuesto llevándome el colchón de “skai”. Al dolor de la costalada se unió el dolor al amor propio a resultas de la carcajada general de toda la clase de 3ºB.

Y en el suelo me dí cuenta de que o hacía algo o iba a convertirme en el hazmerreír para el resto del bachillerato. Y me vino la inspiración. Los ejercicios gimnásticos siempre se acababan poniendo los brazos en cruz. Así que me levanté, hice como que me limpiaba el polvo y extendí mis brazos como si hubiera saltado perfectamente. La clase advirtió en el gesto toda la intencionalidad que yo quería darle y continuó riéndose pero de otra manera, dejaron de reírse de mí para reírse conmigo haciendo comentarios acerca de lo cachondo que era “el Barajas”.

Pero lo más sorprendente es que el “Lute”, que había permanecido impasible hasta ese momento con cara de pocos amigos, no pudo contener la carcajada, me dio un abrazo agarrándome por el cuello y me frotó la mano por encima de la cabeza – allí dónde años después perdería el pelo – y me dijo: ¡eres la hostia Barajas!”. Aquella evaluación me puso un ocho.


El cuerpo del delito, un plinto estándar

Cuento esta anécdota porque yo no he sido - como podéis comprender por esta historia que os he contado – un gran deportista. Correr, saltar o colgarme no han sido actividades de mi gusto - me han parecido siempre pertenecientes a un estado evolutivo anterior de las personas - a no ser que fuera por una razón de peso como el hecho de introducir un balón esférico en una portería. Y sin embargo, en plena madurez, con sobrepeso, con mil cosas en las que pensar, con decenas de compromisos ineludibles, un deporte me ha atrapado y lo practico desde hace trece años. Este deporte se llama taichi o taichi chuán (3).

El taichi es una de las artes marciales internas chinas (4) y, como arte marcial, todos los movimientos corresponden a defensas y ataques, sólo que, con el tiempo ha ido adquiriendo un cierto sentido – me da un poco de miedo el decirlo por que no se me malinterprete – físico-espiritual.

Físico porque es un ejercicio, un deporte con claros beneficios para la salud. En China, el país de origen del taichi, es un deporte que practican gentes de todas las edades, desde niños a ancianos. Es muy común verles en los parques públicos, en los trabajos, en las azoteas de las casas, en las encrucijadas de las calles haciendo los movimientos de taichi con la armonía, la fluidez y la naturalidad del que ha aprendido su técnica desde muy temprana edad.

El sentido espiritual – aunque podríamos calificarlo también de intelectual - del taichi viene de que constituye una técnica de meditación en movimiento. Cada movimiento requiere de un enorme trabajo de concentración: la posición de los pies y de las rodillas, la colocación de la cadera, el movimiento de las manos y la mirada acompañándolas, la relajación de codos y hombros, el cuello y la respiración acompasada, profunda. Tienes que estar tan pendiente de todos estos elementos que el tiempo no pasa, los problemas no existen, tú eres el único que vive en el Universo conocido. De hecho, cuando se hace el taichi en grupo y te tienes que ajustar al ritmo general de los otros, el taichi para mi pierde parte de su esencia, pues tu respiración no es igual a la de los demás, tu centro de gravedad no está exactamente en el mismo lugar que el de tu vecino y tienes que ceder parte de la satisfacción en aras de la sincronía del grupo, aunque resulta también una actividad reconfortante, aparte de ser  un bonito espectáculo.

Lo esencial de la práctica del taichi está representado por las llamadas formas, consistentes en secuencias de movimientos que se siguen unos a otros en una sucesión, que si se hace bien, debe ser fluida; de manera que el observador no distinga cuando termina un movimiento y cuando empieza el siguiente. Las formas representan una lucha contra un adversario imaginario y los movimientos son ejercicios de defensa y ataque.

Los movimientos tienen distintos nombres que nos permiten identificarlos. Los nombres, herederos de la civilización y la filosofía china, son de una belleza poética sin par. Por ejemplo, entre otros muchos tenemos, “la grulla blanca extiende sus alas”, “separar la crin del caballo”, “rechazar al mono”, “acariciar el cielo con manos como nubes” y, mi preferido, “clavar la aguja en el fondo del mar”. Al parecer estos nombres tienen un significado hermético imposible de trasladar a otras lenguas y culturas cuando se traducen del chino.

El taichi no es único, existen multitud de estilos que se han ido formando a lo largo de la historia. Unos son más marciales y otro más suaves, pero todos son taichi. Las formas se identifican generalmente por el número de movimientos de que constan y por la escuela o estilo al que pertenece. Así por ejemplo tenemos la forma de 24 movimientos del estilo Yang, la forma de 18 movimientos de estilo Chen o la forma de 18 movimientos de estilo Wudang.

Existen también formas con arma (5), son especialmente bonitas las formas con abanico y con espada. El lector aceptará sin problemas a la espada como arma, hay abundante tradición histórica en esto de causar daño al prójimo con una espada, ahora bien, el uso del abanico como arma no deja de ser una novedad. En la China antigua los caminos no eran muy seguros y los monjes y otras personas, de natural pacíficas, debían protegerse con aquello que tenían más a mano. Los abanicos de los que hablamos tenían filos de cuchilla en sus varillas, pero tranquilos, los que usamos nosotros no, si no a estas alturas no me quedarían dedos y no estoy dispuesto a sacrificar tanto por la práctica de este deporte.

También existe la modalidad de taichi a dos o “tuishou”  en el que ambos practicantes se enfrentan tocándose con sus brazos o manos. En un ciclo continuo, uno de ellos ejerce presión sobre el otro, que cede a esa presión y la neutraliza, para pasar él mismo a continuación a ejercer presión sobre su compañero (6). Es complicado pues no sólo tienes que controlar los movimientos propios sino interpretar los del compañero. Conseguir fluidez y armonía en estos movimientos representa una gran labor de concentración y de conocimiento del otro.

En general todas estas técnicas requieren de mucho tiempo de aprendizaje. El que no tenga paciencia no está muy preparado para la práctica del taichi. La buena noticia es que uno puede aprender lo básico de cada forma, lo que nosotros llamamos “el gran movimiento”, e irse perfeccionando poco a poco. Nunca dejas de perfeccionar, esa es precisamente otra de las cosas que me hacen atractivo este deporte, siempre hay detalles que aprender o mejorar.

A mí personalmente, las formas largas, digamos que a partir de 18 movimientos, me ha costado aproximadamente un año aprenderlas. Las cortas, aproximadamente seis meses. Pero ese es el principio, debes seguir practicándolas para mejorarlas.

Para mí, hay dos principios básicos en el taichi. En primer lugar está la suavidad. La suavidad entendida como la necesidad de moverse de manera natural, relajada, suelta, fluida y con la respiración acompasada al movimiento. Si en el movimiento estiras el cuerpo y los brazos, expiras, si encoges el cuerpo y los brazos, inspiras.

En segundo lugar está conseguir adaptar el taichi a tu cuerpo. Es evidente que todos tenemos unas condiciones físicas diferentes. Unos somos más bien gordos, otros flacos, unos jóvenes, otros no tanto. Yo no puedo bajar tanto como un joven, ni subir la pierna hasta la altura de mi pecho, pero eso no significa que no pueda hacer taichi bien. Es más, si yo, que no puedo, intentara llevar a mi cuerpo a posturas que no me puede dar, entonces no estaría haciendo taichi. El taichi no se ha hecho para sufrir sino para disfrutar. El taichi se ha hecho para conocer tu cuerpo y darte equilibrio, en el sentido físico y ético, no para castigarte con disciplina de acero.

Podría hablaros de la filosofía que rodea al taichi, podría hablaros de lo que medicina tradicional china dice acerca de los beneficios que aporta una buena gestión del “chi” – esa energía cósmica de cultura china que circula por nuestros meridianos, que captamos telúricamente del suelo a través de los pies y del Cosmos a través de la cabeza -, incluso podría hablaros de los beneficios que la práctica de este deporte ha aportado a mis amigos; pero resulta que yo soy occidental, cartesiano, la única energía que conozco se mide en julios y las experiencias de los demás son de ellos, yo no las he vivido, así que ese es un camino que yo no puedo transitar.

Pero lo que si puedo hacer es contaros mi experiencia personal. Practico taichi por las noches, después de una jornada de trabajo y de vida en una ciudad bastante estresante como es Madrid, llego agotado y de mal humor al tatami. Después de hacer varias formas, soy otra persona, como si me acabara de levantar, lleno de energía como si me hubiera tomado un bote de azucarillos y, sobre todo, con la mente libre de runrunes y con un punto de optimismo, que ya es difícil con el carácter más bien pesimista que tengo.

Cuando durante el verano dejo de hacer taichi con asiduidad me vuelven los torticolis, los dolores musculares y las tensiones. Pero sobre todo, hace unos años pasé por un serio problema de salud que me afectó, entre otras muchas cosas a la musculatura. Me hicieron muchas pruebas médicas. Me dijeron que tenía los músculos de las piernas anormalmente desarrollados, que eso me salvaba de quedarme postrado, que qué deporte practicaba, cuando les dije que tan solo hacía taichi me dijeron que sería otra cosa, rugby o fútbol o algo así me dijo la analista, “¿pero me ve usted edad de hacer rugby?”, le contesté. Por cierto que me salvó la medicina occidental, que todo hay que decirlo.

En general hay en nuestra sociedad bastante ignorancia acerca de lo que es el taichi. Hay algunos que directamente no saben lo que es, otros recuerdan una especie de baile lento que hacen los chinos y acompañan el comentario con gestos grotescos - al menos para nosotros los iniciados - que quieren parecerse a los movimientos que alguna vez han visto en algún documental o a algún loco solitario en la playa o en el parque. Por ahí me he encontrado con alguno que piensa que los que practicamos taichi somos una especie de secta, vegetarianos, budistas y no sé cuantos disparates más, y les sorprende que alguien como yo – tan poco dado a lo que ellos consideran extravagancias - se dedique a estos menesteres. Pocos saben que es un arte marcial y tienen una idea que, aunque leve y superficial, sea más o menos exacta de lo que es el taichi.

Esta ignorancia generalizada se produce a pesar de que desde los años ’60 ha habido un florecimiento en Occidente de algunas características culturales que provenían de Oriente. De alguna manera se buscaba en las culturas orientales lo que faltaba en la nuestra, una cierta orientación hacia el interior de nosotros mismos. La cultura occidental, se decía, busca dominar el entorno externo, Oriente nos lleva a buscarnos a nosotros mismos, representa una mirada a nuestro interior, luego hemos visto que también se les da bien esto de dominar el mundo. A esta tendencia no fue ajena el acercamiento a la cultura india de los “Beatles” y del movimiento “hippie”. Y con este acercamiento se empezó a hablar del yoga como medio para alcanzar esos beneficios internos o, al menos, como medio para la relajación ante una civilización que cada vez más exigía soportar unas buenas dosis de estrés.

A este movimiento se añadió una mayor publicidad de cultura china en los ’70. Cierto romanticismo revolucionario que contemplaba con buenos ojos a la revolución maoísta, mezclada con notas de filosofía taoísta que nos llegaban a través de series de televisión como Kung-Fu (7), Frontera Azul (8) – aquella serie japonesa sobre la novela homónima china – o las películas de Bruce Lee y su “be water my friend”. Todo esto nos hizo saber que había una filosofía, una antiquísima sabiduría china, muy lírica pero respetable, y una serie de artes marciales que cultivaban el espíritu y el cuerpo. Este fue el sustrato cultural sobre el que muchos de mi generación nos acercamos a lo chino.

Hoy en día, el tremendo poder político, económico y militar de China, hacen que veamos a todo lo que proviene de allí de otra manera. Todavía entendemos que tienen que mejorar el control de calidad de sus productos, que tienen que distribuir mejor la riqueza – aunque quiénes somos nosotros para dar lecciones -, y que un poquito de democracia no les vendría mal, pero vemos a los chinos de otra manera. Hay más respeto por su cultura milenaria.

En China la gente practica taichi a todas las edades, cuando son jóvenes como complemento a la práctica de artes marciales que exigen de mayor agilidad y fuerza, los mayores lo hacen como técnica medicinal que aporta múltiples beneficios. La práctica del taichi forma parte de su cultura. En España es distinto, es un deporte minoritario, lo suelen practicar personas de edad madura, algunas influenciadas por alguien para resolver algún problema físico, o para evitar el deterioro de las articulaciones, para lo que el taichi es idóneo. En cualquier caso yo se lo recomiendo a todo el mundo, independientemente de la edad, sexo y condición. Es realmente saludable.

A veces pienso que si el “Lute” pudiera verme hacer esos extraños movimientos sinuosos y sínicos, se partiría de la risa y me diría al oído: “Barajas, eres la hostia”.


Juan Carlos Barajas Martínez
Practicante de taichi y sociólogo



Dedicatorias

Al “Lute” dondequiera que esté, por haberme hecho correr, saltar, arrastrarme más allá del mero hecho de seguir a una pelota.

A Presen, mi maestra de taichi - la reina de la armonía de la mano con el pie, el codo con la rodilla y el hombro con la cadera – que me ha enseñado todo lo que sé y sé que me enseñará mucho más todavía en el futuro.

A todos los compañeros del club de taichi Jie-Shao, sobre todo, a mi querido grupo y en especial a Gerardo y María Eugenia, el taichi no sería lo mismo sin compañeros como ellos.


Notas:

(1)    Eleuterio Sánchez Rodríguez (El Lute) fue un famoso fugitivo español de los años ’60 y que actualmente es abogado y escritor, después de estudiar derecho en la cárcel. Fue tan famoso que se han hecho películas y canciones sobre él, una de las más conocidas internacionalmente fue la del grupo disco “Boney M”. Mi recuerdo sobre él está unido a una noche de vuelta en el coche a Miraflores de la Sierra con mi familia y en la llamada “Cuesta de los pobres”, una pareja de la Guardia Civil nos detuvo y lo primero que hizo el guardia fue meter la metralleta por la ventanilla del conductor mientras nos apuntaban con sus linternas, nos dieron un susto de muerte, y recuerdo que mi padre se quejó gritando “oiga que somos una familia” y el guardia, avergonzado, decir “es que buscamos al Lute”. Para ampliar información sobre el Lute pulsad aquí.
(2)    José Millán Astray fue un militar fundador de la Legión española que fue herido varias veces en combate y tenía varias mutilaciones. Para ampliar información acerca del Millán Astray pulsad aquí.
(3)    Como todas las palabras procedentes del chino la palabra taichi tiene muchas transliteraciones al alfabeto latino. Yo he utilizado la forma taichi que es la admitida por el diccionario de la Real Academia. Por cierto, según dicho diccionario, taichi es: “m. tipo de gimnasia china, de movimientos lentos y coordinados, que se hace para conseguir el equilibrio interior y la liberación de energía”. Lo de gimnasia chirría un poco la verdad.
(4)    Para saber más sobre las artes marciales internas pulsad aquí
(5)    Las armas son: espada recta, sable, vara larga, vara corta, vara de tres metros, el abanico, la lanza y la alabarda china
(6)    Las cuatro fuerzas básicas de taichi son peng (la fuerza que sube), lu (la fuerza que desvía), ji (la fuerza que presiona) y an (la fuerza que empuja), las cuatro fuerzas se usan en la práctica del tuishou y alguna o varias están presentes en todos los movimientos de las formas.
(7)    La serie de televisión Kung-fu contaba las andanzas de un monje Shaolin por los Estados Unidos en el siglo XIX. Fue una serie tremendamente popular que mezclaba recuerdos en el templo con retazos de filosofía con una acción en tiempo presente en la que el monje tenía que reparar alguna situación y dar algún mamporro. Para ampliar información acerca de esta serie pulsad aquí
(8)    La Frontera Azul – ¿quién de mi edad no se acuerda del Liang Shang Po? -, otra serie mítica de los años ’70. Trataba de guerreros invencibles en la antigua china. Inolvidable su comienzo cuando una voz en “off” decía: “no desprecies a la culebra porque no tenga cuernos, quizás se reencarne en dragón”, que no sabíamos muy bien lo que quería decir pero impresionaba un montón. O aquella otra frase genial “los templos tienen las puertas abiertas y están vacíos, las cárceles tienen las puertas cerradas y están llenas”.  Para ampliar la información pulsad aquí.

Notas adicionales:

1. Hay múltiples páginas web que hablan de taichi basta con googlear un poco. A mi me gusta aprendetaichi.com
2. Si quieres empezar a practicar taichi yo buscaría un club serio ya que en esta historia hay mucho fraude y mucho aprendiz metido a maestro. El taichi está integrado como deporte asociado en la Federación Española de Judo. Yo buscaría en las páginas web de las federaciones regionales, por lo menos en la de Madrid hay una lista de clubes. Yo pertenezco al club Jie-Shao de Las Rozas.
3. Aunque es un poco discordante con la filosofía del taichi, al menos yo lo veo así, si estás federado puedes acceder a grados o cinturones. Los cinturones en taichi son amarillo, naranja, verde, azul, marrón y negro. Para alcanzar estos grados tienes que dominar diversas técnicas y realizar correctamente distintas formas, evidentemente cada vez más complejas conforme vas avanzando.
4.  Se puede competir en taichi, a mi personalmente también me parece un poco discordante con la filosofía de este deporte, pero se puede hacer. Hay diversos campeonatos. Destaca el campeonato de España. La competición consiste en la realización de una forma ante un jurado de árbitros que puntúan la ejecución, la técnica, la armonía, etc. 
5. La Wikipedia tiene artículos bastante correctos acerca de el taichi, wushu, etc.

La forma de 10 movimientos Yang, la más fácil y corta.
(La chica lo hace realmente bien)

Licencia Creative Commons

De la caridad y de la solidaridad




La caridad es humillante porque se ejerce verticalmente y desde arriba;
la solidaridad es horizontal e implica respeto mutuo.

Eduardo Galeano (poeta uruguayo)

En el colegio de mis hijos organizan todos los años el “día de la solidaridad”. En ese bienintencionado día se ponen a la venta todo tipo de trabajos manuales hechos por los críos, se venden cosas que ya no usas en casa – lo que significa en la práctica una magnífica oportunidad para que la madres se deshagan de los viejos juguetes que los niños ya no usan pero que por mor de una infantil nostalgia no quieren desprenderse -, los padres colaboran en talleres como buenamente pueden, los muchachos de secundaria montan un “pasaje del terror” - con sus zombis, sus momias y su Frankenstein -  que hace las delicias de los más pequeños, los chicos de bachillerato ponen un tenderete de hamburguesas y todo el mundo intenta ayudar y pone su mejor disposición.

El día tiene un tema, puede ser un mercado medieval o puede tratar sobre  Harry Potter, o sobre la serie vampírica de “Crepúsculo” y, sobre todo, hay un objetivo o una meta; unas veces pagar una operación en España a un chaval del tercer mundo o ayudar a edificar una escuela en una aldea remota de la América Latina más deprimida.

A mi me parecía bien la idea, cómo voy a estar en desacuerdo con ayudar a otros menos afortunados y, aunque estuviera en desacuerdo no lo diría, pues de lo contrario quedaría fatal. El problema fue que conforme pasaban los años y más reflexionaba sobre el asunto había más cosas que me chirriaban.

Para empezar por qué la solidaridad iba siempre dirigida hacia lugares remotos, ¿no teníamos un tercer mundo local, cercano, en nuestra misma ciudad?, no digo que no se ayudara a la aldea de Guatemala o al chaval de Guinea Conakry, pero, de vez en cuando, una ayudita a un poblado de chabolas de Madrid tampoco habría sido mala cosa.

Además, a partir de cierto momento, se empezó a observar un cierto “talibanismo” en conseguir, por supuesto que de forma bienintencionada, el máximo dinero posible. De manera que se confundía el fin con los medios, la ayuda dejó de ser el fin y fue la recaudación la que se convirtió en el objeto prioritario de manera que cuando preguntabas a un niño que por qué se hacía todo este jaleo el interpelado no contestaba bien, lo primero que le venía a la cabeza era para conseguir la mayor suma posible, no para ayudar al que lo necesitaba.

Se llegó incluso, a que el Colegio entregara el dinero de la comida de un día a la causa, mientras que los niños debían traerse un bocadillo de casa. Bueno, no pasa nada porque un día los niños coman un bocadillo en vez del menú diario, pero es que no había opción. No tenías el elemental derecho a no estar de acuerdo y me da la impresión de que en toda esta historia es esencial la libertad de elección, uno debe ser libre para ser solidario porque si no, no hay solidaridad que valga, es como pagar un impuesto redistributivo, que no está mal pero no es lo mismo.

Todo esto me hizo pensar un día, mientras paseaba entre los puestos de venta entre las alegres madres disfrazadas de mesoneras o de damas medievales, buscando los trabajos de mis hijos para comprarlos, que no era el día de la solidaridad lo que habíamos organizado sino el día de la caridad. Palabra que ha sido sustituida del lenguaje usual por tener en la actualidad peor prensa. No se suele oír “soy caritativo” pero si que se escucha, “yo soy solidario”.

Según el diccionario de la Real Academia la palabra caridad tiene ocho acepciones, de las cuales, tres me parecen interesantes con relación al asunto que estamos tratando.

En primer lugar el diccionario dice que la caridad es “una de las tres virtudes teologales que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Aquí el hecho de dar lo que te sobra al que no tiene está implícito, no se alude directamente, si quieres al prójimo como a ti mismo se supone que le vas a ayudar en lo que puedas pero siempre bajo la óptica de que la mayor parte de tu amor debe estar dirigido hacia Dios, cuyo reino – por cierto según Sus propias palabras – no es de este mundo. Esta definición es la de caridad cristiana.

El segundo significado que nos interesa, que coincide con la tercera acepción de la palabra, hace también referencia a la caridad religiosa pero es mucho más directa, el diccionario dice: “limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados”. Aquí la palabra limosna significa – siempre según nuestra Academia – “dinero, alimento o ropa que se da a los indigentes”. En esta definición ya se entra en materia y se alude directamente al hecho de que alguien que puede permitírselo ayuda a alguien que lo necesita. Y esa ayuda tiene implícito un cierto sentido de verticalidad y de distancia. De verticalidad pues el que está en mejor posición ayuda al que está más abajo socialmente, ya que se sobreentiende un cierto orden social, se sobreentiende la existencia de una estratificación social. De distancia porque el donante puede poner un cómodo espacio entremedias ya sea geográfico o social.

El tercer significado, que es la cuarta acepción de la palabra caridad, es el que más se acerca a la palabra solidaridad, el diccionario dice: “actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”. Esta es la definición que más me gusta pues, a fuer de ser genérica, no entra en diferencias sociales, cualquiera puede ser solidario con el sufrimiento de otro, un pobre podría – según esta definición- tener caridad de un rico, pues hay que hay que tener en cuenta aquello de que los ricos también lloran, menos que los pobres es verdad, pero el destino acaba dando golpes a todos. Esto me recuerda aquella letra de Facundo Cabral (1), “pobrecito mi patrón, piensa que el pobre soy yo”.

Así que culturalmente atribuimos a la palabra caridad por un lado un sentido religioso y, por otro, una cierta verticalidad entre el que puede permitirse la ayuda y el que la necesita. Y por eso no es bien vista la palabra fuera de los pórticos de las iglesias. Es una palabra que parece corresponder con otra época, cuando no había seguridad social, sólo la beneficencia que de manera incompleta, pues eran mucho mayores las necesidades que los remedios, proporcionaban algunas instituciones entre las que destacaba la Iglesia y sus órdenes religiosas que casi disponían de un monopolio en esto de ayudar al prójimo. Era la época anterior a los tiempos democráticos, antes de que el Estado asumiera como derecho de los ciudadanos la atención sanitaria, la educación y el derecho a un trabajo digno. Ideológicamente la caridad pertenece al Antiguo Régimen.

Época a la que parece que volvemos a pasos agigantados gracias a los asesinos de lo público que - con nuestra complicidad, la de los ciudadanos aletargados - imponen dogmas no comprobados en la práctica que lo que esconden es una estrategia para convertir estos derechos en negocio, y volver a pagar por la sanidad, por la educación y porque el trabajo sea tan escaso que haya un ejército de trabajadores de reserva (2). Dicho de otra manera, que el que pueda lo pague, y el que no, a la beneficencia.

La palabra solidaridad, en cambio, ha ido con el tiempo adquiriendo cierto prestigio, en la misma medida en que la palabra caridad lo perdía. Según la Real Academia solidaridad es “la adhesión circunstancial a la causa de otro”. Aparte de ser terriblemente genérica la definición, en ninguna parte se dice que una causa solidaria implique la donación de bienes, puede también ser apoyo moral o la toma de una determinada posición ética o política.

Sin embargo, en el lenguaje usual, la palabra solidaridad tiene un sentido de ayuda entre iguales, tiene un aire de horizontalidad donde caridad tiene un sentido de verticalidad. Cuando se habla de un motor o – en sentido figurado de un equipo de trabajo -, se habla de funcionamiento solidario entre sus partes que deben actuar a un mismo tiempo y ritmo para que el conjunto funcione correctamente. En el derecho se habla de obligación solidaria cuando las partes deben realizar alguna acción de manera conjunta como por ejemplo el pago de una deuda.

Ese sentido de colaboración solidaria se aprecia en la sociología de Durkheim (3) que la utilizó para su análisis del trabajo social. A Durkheim le encantaba usar una analogía organicista de la sociedad, ésta para él, estaba formada por distintas estructuras sociales que trabajaban conjuntamente, de manera solidaria, para su estabilidad y buen  funcionamiento. El trabajo social, en esta visión, se presenta como algo así como el trabajo colaborativo de los órganos de un cuerpo biológico o el funcionamiento de los engranajes de una maquinaria.

Emile Durkheim, uno de los padres de la sociología 



Para Durkheim existen dos tipos ideales de sociedad. El tipo más primitivo, caracterizado por la solidaridad mecánica, presenta una estructura social indiferenciada con poca o ninguna división del trabajo. El tipo más moderno, caracterizado por la solidaridad orgánica, presenta una mayor y más refinada división del trabajo.

Su interés al abordar la cuestión de la solidaridad era descubrir lo que mantenía unida a la sociedad. Una sociedad caracterizada por la solidaridad mecánica se mantiene unificada debido a que la totalidad de sus miembros tienen aptitudes y conocimientos similares.

Por el contrario una sociedad caracterizada por la solidaridad orgánica se mantiene unida debido a las diferencias entre las personas, ya que tienen diferentes tareas y responsabilidades. Toda vez que cada persona realiza en la sociedad moderna una gama de tareas relativamente pequeña necesita a otras muchas para poder vivir.

Por tanto, para Durkheim, la sociedad moderna se mantiene unida por obra de la especialización de las personas y de la necesidad de los servicios de otras muchas, en un funcionamiento que calificó como solidario.

Volviendo a esta pequeña historia de la caridad y de la solidaridad, la palabra solidaridad tiene un olor a lucha obrera, a las aportaciones de los trabajadores para aguantar las estrecheces derivadas de las huelgas. El prestigio de la palabra solidaridad se cimentó en aquellos conflictos que enfrentaron al movimiento obrero con los patronos en la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. Obreros que rechazaban la caridad del Estado de beneficencia preindustrial y porfiaban por sus derechos, por conseguir lo que ahora disfrutamos desde las vacaciones y la jornada de ocho horas, hasta las ya citadas sanidad y educación. Era la solidaridad obrera. Aquellos obreros no querían ni oír hablar de la palabra caridad.

Conforme el capitalismo fue adquiriendo rostro humano, sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, y las conquistas obreras se fueron institucionalizando, es decir, cuando el Estado las fue incorporando a su acervo constitucional convirtiéndose en el Estado Social y Democrático de Derecho, la caridad fue perdiendo terreno. Si el ciudadano tenía derechos sociales y económicos, aparte de los civiles, no tenía sentido la beneficencia y la caridad, las personas tenían la protección del Estado, su bienestar no tenía por qué depender de particulares ni de instituciones privadas como las religiosas. Ideológicamente la solidaridad pertenece al Estado de Bienestar.

En este razonamiento lo que falla es que, a pesar del progreso económico de esta segunda mitad del siglo XX, seguía habiendo desigualdad social y un claro desfase entre medios y necesidades, con lo cual  aunque los derechos sociales eran recogidos por las constituciones más modernas y el Estado se erigía en Estado de Bienestar, seguía habiendo personas que no encajaban, personas abandonadas y necesitadas de ayuda, privada o pública.

A finales del siglo XX también la Iglesia católica se apuntó a la moda de la solidaridad, sin perder de vista su visión de la caridad como virtud teologal por supuesto, la doctrina social de la Iglesia incorporó el principio de solidaridad en la encíclica de Juan Pablo II “Sollicitudo rei socialis”. Esta encíclica la define como el conjunto de aspectos que relacionan o unen a las personas, la colaboración y la ayuda mutua que ese conjunto de relaciones promueve y alienta que deben partir de los valores evangélicos y que deben contribuir al crecimiento, progreso y desarrollo de todos los seres humanos. La solidaridad es necesaria, según este documento, especialmente para con los más necesitados sean países o personas.

Y ahora nos encontramos en un momento de transición, el milenio nos ha devuelto hacia atrás. Aquí, en nuestra casa, nuestra Constitución sigue teniendo el Título I Capítulo 3º en el que se habla de los derechos sociales y económicos pero cada vez más son papel mojado. Nuestro sistema económico, más global que nunca, nos impone la austeridad donde parece ser más fácil, sobre las personas más desfavorecidas, porque no son rentables cuando se busca la eficiencia económica como logro del beneficio a cualquier precio y no la mejor distribución de la riqueza. Se privatiza todo, por lo tanto también se privatiza la ayuda al otro, el que quiera ayudar que se lo pague.

Cuando era joven, la muerte prematura de mis padres me puso prácticamente en una situación de indigencia. Me pilló en una edad apta para el trabajo pero demasiado joven como para haber aprendido un oficio, en una época – la segunda crisis del petróleo - en la que el paro juvenil también alcanzaba cotas astronómicas, aunque bien es verdad que no llegamos a las cifras actuales.

Entonces no tenía yo preocupaciones filosóficas, la pregunta que me atormentaba era acerca de lo que comería al día siguiente, esto es lo que tiene la mera subsistencia, que mata a la filosofía. En esta situación, me salvó la amistad de los amigos de verdad, la magnífica solidaridad de unas cuantas personas, e, incluso, la bendita caridad de otras. El necesitado de verdad no se puede permitir el lujo de tener orgullo, lo único que realmente se puede permitir es aceptar la ayuda venga de quien venga y de la forma que venga, sea solidaria o caritativa.

Por lo tanto, si me preguntáis sobre si es mejor la solidaridad que la caridad os contestaré que prefiero la solidaridad, en eso estoy con la opinión generalizada, pero que la caridad no tiene para mí el sentido peyorativo que ha alcanzado, no por el trasfondo religioso que tiene que yo soy bastante descreído, sino porque – mientras el mundo sea tan desigual entre las personas de distinta clase y distinto país - lo importante realmente es ayudar. Pero también pienso que debe llamarse al pan, pan, y al vino, vino, y no disfrazar a la caridad tildándola de solidaridad. Eso sí que es una moda y un encubrimiento que tranquiliza conciencias pero contribuye a mantener el status quo.


Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


Agradecimientos
A la asociación profesional Las Llaves de Oro de España de conserjes de grandes hoteles porque cuando falleció uno de ellos, mi padre, me demostraron  con creces su solidaridad cuando más lo necesitaba. En especial querría nombrar a su presidente de entonces Jaime Balmori.
A algunos amigos de mi padre ya fallecidos que me ayudaron a pesar de haber sido a sus ojos un jovencito incrédulo, sabelotodo e “izquierdoso”.
Y a mis amigos de toda la vida y sus familias, a los que no agobiaré con más dedicatorias pues ya han aguantado varias.


Notas:

(1)    Facundo Cabral fue un cantautor, poeta, escritor y filósofo argentino. Su multifacética obra, no exenta de fino humor, estuvo siempre guiada por la crítica social. Para obtener más información sobre su obra o vida pulsa aquí.
No me resisto a dejaros aquí una interpretación de Facundo Cabral


(2)    Carlos Marx acuñó el término “ejército industrial de reserva” si quieres más información puedes mirar aquí.
(3)    Emile Durkheim fue un gran sociólogo francés, considerado junto a Carlos Marx y Max Weber uno de los padres fundadores de la sociología como ciencia. Fue el que estableció la sociología como disciplina académica y probablemente fue el primer sociólogo funcionalista. Para obtener más información pulsa aquí.


Bibliografía

Diccionario de la Real Academia Española. Vigésimo segunda edición. 2001.
http://lema.rae.es/drae/

Teoría sociológica clásica. Tercera edición.
George Ritzer
McGraw-Hill
Madrid 2001

Wikipedia
La Enciclopedia Libre
http://es.wikipedia.org



Licencia Creative Commons

El Rumor




So lernt ich traurig den Verzicht
Keing Ding sei das Wort gebricht

Y supe con tristeza de la renuncia
Ningún rumor puede reemplazar a la palabra


Stefan George 1868-1933
Poeta alemán



Solemos ver a la Edad Media como una etapa de la historia sombría, bestial y decadente. Algo así como la adolescencia de la cultura occidental, mil años baldíos entre la caída del Imperio Romano de Occidente y la caída del Imperio Romano de Oriente a manos de sus respectivos bárbaros.

Y algo hay de verdad en esa visión, pero lo cierto es que se olvida que fue un período muy largo con luces y sombras, mucho más dinámico de lo que la cultura popular presupone, en el que hubo todo tipo de acontecimientos con múltiples contactos entre civilizaciones, muchos de ellos tuvieron una gran proyección hacia el futuro, sentaron las bases del desarrollo de la posterior expansión europea y del nacimiento de una incipiente vida urbana y una burguesía que con el tiempo desarrollaron el capitalismo. Que nos puede parecer en los tiempos que corren otra forma de opresión poco refinada, y lo es, pero que si lo comparamos con la sociedad feudal no deja de ser un progreso en el largo e inacabado – y a veces parece que inacabable - camino del ser humano hacia formas socialmente más avanzadas.

Así que en nuestra retina cultural se haya impresa la imagen de los autos de fe, de las luchas a sangre y fuego contra las mil herejías que se fueron sucediendo, de las cruzadas, de las persecuciones de brujas, de los pogromos. Se atribuye a esta época oscura el nacimiento de los pogromos. Los pogromos son linchamientos multitudinarios, espontáneos o premeditados, ejercidos por una población mayoritaria hacia un grupo particular, étnico o religioso, acompañado de la destrucción de sus vidas y de sus bienes, de sus casas, de sus negocios y de sus centros religiosos. El término hace referencia sobre todo a las persecuciones de los judíos que salpican la historia de todos los países europeos.

El sistema era siempre el mismo, en épocas de hambruna o de pestes o de cualquier otra calamidad pública las juderías se convertían en el chivo expiatorio de los gentiles. Alguien inventaba un rumor acerca del envenenamiento del agua por los judíos o que cocinaban bebés cristianos en nauseabunda manifestación de canibalismo o que secuestraban muchachas para la trata de blancas. Los prejuicios abonados durante siglos de difícil convivencia creaban el sustrato perfecto para la violencia. El virus del rumor estaba activado, el hecho de que los judíos prestaran dinero, tuvieran una religión diferente, fueran endogámicos y vivieran todos juntos en un mismo barrio hacía el resto.

Pero sería injusto dejar el dudoso honor de los pogromos a la Edad Media, aunque nos venga inmediatamente la imagen a la cabeza, hubo persecuciones antes, las hay documentadas durante el Imperio Romano y sabemos positivamente que las ha habido después, hasta nuestros días.

De hecho - no hace muchos años, ya pasado el holocausto de la Segunda Guerra Mundial - ocurrió un hecho terrible y poco conocido en la civilizada ciudad de París. Este suceso es un ejemplo de cómo un rumor puede activar una conducta violenta contra un grupo étnico y como un Estado moderno puede acallar la publicidad de un hecho como este con una eficacia terrible.

Para hablar de la masacre de París de 1961 hay que presentar al villano de la historia: Maurice Papon. Este hombre real parece sacado de una novela histórica cuyo cruel villano, en una situación convulsa, pasa de un régimen político a otro cometiendo tropelías siempre bajo la protección de los poderosos y cuando llega su fin te deja frustrado porque piensas que no ha pagado convenientemente por sus crímenes.

Papon tuvo una gran habilidad para borrar sus crímenes. Siendo secretario general del prefecto del departamento de la Gironda (Burdeos) durante el gobierno de Vichy (1), supervisó la deportación de 1.645 judíos franceses, muchos de ellos niños, que acabaron en los campos de concentración. Después de la liberación de Francia aparentó ser gaullista y se salvó de las depuraciones. En 1961 era el jefe de la policía de París cuando la masacre, que se ocultó al público general y se impidió su investigación. Entre 1978 y 1981 fue ministro del Gobierno francés y, entre 1981 y 1983 fue alcalde de una pequeña ciudad del centro de Francia, sin que su pasado le pasara factura hasta que el famoso semanario satírico “Le canard enchaîné” destapó el asunto de su colaboracionismo con los nazis. Después de 17 años de juicios, un tribunal le halló culpable de crímenes contra la humanidad y le condenó a 10 años de prisión que no cumplió en su totalidad porque lo excarcelaron debido a su avanzada edad. Buen currículo, un “angelito” que decía mi padre (2).

En octubre de 1961, los argelinos residentes en París llevaron a cabo una manifestación pacífica para protestar contra la represión en Argelia y pedir la independencia. Papon organizó una respuesta represiva maquiavélica, con perdón del pobre Maquiavelo. Hizo correr el rumor entre la policía de que los manifestantes habían asesinado a un gendarme. Y la policía actuó con una violencia inusitada, apaleó, disparó y arrojaron los cuerpos inertes al Sena. Dependiendo del historiador se cifran entre 40 y 200 los manifestantes asesinados. Hasta 1998 no se han obtenido datos oficiales que confirman la tragedia (3).

En ambos casos, en los pogromos y en la represión de París, se inventa un infundio, se hace correr mediante el boca a boca, es decir, se crea un rumor, y los estereotipos y prejuicios abonan una respuesta violenta.

La psicología social se ha ocupado del estudio del rumor,  de cómo y por qué se propaga, de hecho - según Páez y Marqués (4) - constituye uno de los pilares fundacionales de esta ciencia. En este artículo nos vamos a ocupar de dar un vistazo a lo que la psicología social nos dice acerca de los rumores.

La palabra rumor viene del latín y significaba ruido confuso de voces, acepción que sigue manteniendo la lengua castellana (5). Un rumor es un hecho, real o imaginario, o una creencia que se transmite oralmente como cierta, sin medios probatorios para demostrarla. El infundio de Papon se convirtió en rumor en el momento en el que se difundió boca a boca entre los agentes de policía, es decir, que para que haya rumor debe haber transmisión de la información.

Podemos destacar del rumor tres dimensiones, La primera sería si el mensaje asociado al rumor es cierto o falso. La segunda sería si el mensaje que encierra el rumor es positivo o negativo. Y por último, si el mensaje se difunde con una determinada intención o bien surge espontáneamente.

El rumor en los casos que hemos visto hasta ahora es claramente falso e intencional, pero también hay rumores ciertos, noticias adelantadas, es muy común en el caso de nombramientos y ceses en empresas e instituciones públicas. Puede incluso que un rumor con una clara intencionalidad negativa y, en principio falso, sea posteriormente verdadero. Como el rumor sobre Mitterrand, que citan Páez y Marqués, en el que se decía sin pruebas que estaba enfermo de cáncer con el fin de debilitar su posición política y luego resultó años después que era cierto y falleció de esta enfermedad. Más que rumor fue profecía.

A veces el rumor se lanza como sondeo para ver la respuesta social a una cuestión determinada, lo hacen los gobiernos antes de aprobar una medida impopular. Se lanza el rumor, se estudia la respuesta de la sociedad y luego se toma la decisión final en función de los resultados, si la respuesta es muy negativa y no merece la pena tomar la decisión se asegura que es un rumor y se desmiente.

La mayoría de los rumores son de contenido negativo. Según investigaciones realizadas durante la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los rumores se asocian a la agresividad, seguidos por aquellos cuya difusión se debe a la ansiedad o el miedo y unos pocos tienen contenido optimista o positivo. Una explicación sencilla de este hecho es que los estímulos negativos tienen un mayor peso en la percepción social - probablemente porque tienen mayor valor informativo, sobre todo, información relacionada con nuestra seguridad o nuestro confort - que los rumores con contenido positivo normalmente relacionados con el cotilleo o la mera curiosidad.

Igual que la luz se propaga por un medio, y la velocidad de la luz depende del medio por el que se difunde, los rumores se difunden por el medio social y dependiendo del estado ciertas propiedades de ese grupo social, se difundirán a mayor velocidad o simplemente no llegarán a propagarse. Páez y Marqués, citan a este respecto, las investigaciones de Allport y Portman y de Rosnow.

Los primeros entendían que los rumores circulan cuando hay problemas importantes para los sujetos y cuando existe ambigüedad informativa. Decían, sin mucha rigurosidad matemática, que el rumor era función del producto de la importancia por la ambigüedad, es decir, R = I x A.

Rosnow replanteó el problema, para él, los rumores circulaban en función de tres factores: la incertidumbre general, la credibilidad del rumor y la ansiedad.

La incertidumbre general se produce cuando hay un desconocimiento general en la sociedad de por qué se producen ciertos hechos. Yo recuerdo la incertidumbre generalizada que se vivió en el mundo cuando apareció el SIDA y se desconocían las causas, y cómo parecía ser un castigo divino a modo de Sodoma y Gomorra enviado contra los homosexuales y los drogadictos que eran poblaciones de riesgo de contagio por sus hábitos. Como no se conocen datos fidedignos sobre el hecho que preocupa a una sociedad, se construyen rumores que apaciguan esa necesidad. Otro ejemplo, que viví en primera persona, fue la gran cantidad de rumores que se produjeron durante la agonía y muerte de Francisco Franco, rumores y chistes.

Además se da el fenómeno en la actualidad de que los medios de comunicación son muy rápidos, Internet y sus redes sociales alcanzan difusiones virales y abarcan un gran espacio social, pero esa rapidez y abundancia de información genera áreas de ambigüedad y semiconocimiento, que se colman mediante rumores. En Twitter hay un vicio recurrente que consiste en decir que determinada persona ha muerto, se producen miles de retuits, cunde el rumor por el orbe y luego se deshincha con la misma velocidad que se difundió.

La credibilidad o certeza es la confianza en la veracidad del rumor. Las personas, cuando transmiten un rumor, pueden creer o no creer en su veracidad pero sólo lo transmiten si es posible o factible, si el rumor tiene un núcleo de verdad, pues en caso contrario no serían tomados en serio por sus interlocutores.

La  ansiedad que experimenta ante el rumor el que lo difunde es otro de los factores que favorecen la propagación. Según los psicólogos sociales la ansiedad es un estado afectivo asociado a la aprensión ante un hecho posible negativo o amenazante. De alguna forma cuando alguien comparte un rumor negativo comparte también la ansiedad que conlleva y siente alivio.

Respecto a la importancia del rumor, Rosnow la descarta, pero existen estudios que la relacionan con la difusión de rumores. Aunque, ¡oh sorpresa!, de manera inversa, es decir, a mayor importancia del rumor menor difusión del mensaje. La razón que se esgrime para explicar este curioso fenómeno es que cuando la información que lleva el rumor es importante para el difusor y tiene consecuencias directas para su futuro, lo más probable es que tenga cuidado con la difusión del mismo y no lo retransmita. Supongamos que una persona es candidata a un puesto, se cuidará de distribuir rumores, tanto positivos como negativos, que pongan en peligro su nombramiento.

Hay autores que piensan que el impacto social es otra característica  que favorece la difusión de los rumores. Al parecer, cuanto mayor es el número de sujetos que han influido sobre una persona mayor es la tendencia de ésta a retransmitir el rumor. Del mismo modo, ciertos estudios indican que más se cree en los rumores cuanto más se han escuchado en el pasado y parece que el efecto de mera exposición (6) también tiene su influencia en esto de los rumores. Finalmente, son los sujetos de mayor información y más integrados socialmente los que más reciben y retransmiten rumores. En la antigua Unión Soviética los miembros del la inteligentsia (7), incluso los dirigentes del Partido Comunista, son los que más difundían los rumores, más creían en ellos y menos confiaban en las fuentes oficiales, y esto pasaba independientemente de que estuvieran en contra o favor del régimen. Supongo yo que debía ser por su propia experiencia con los mecanismos de propaganda de su partido lo que les llevaba a la desconfianza de las fuentes oficiales.

En general, las fuentes oficiales están muy desacreditadas y tienen más poder los rumores que los desmentidos. Como ya se ha dicho, la psicología social nos dice que esto es explicable por la asimetría de impacto de lo negativo – el rumor amenazante – sobre lo positivo – el desmentido -. Pero es que además, hoy en día, en España, las encuestas señalan que las principales instituciones y los más importantes personajes están en los niveles más bajos de confianza. Basta que un representante de la oficialidad, un ministro por ejemplo, diga algo para que amplias capas de la población piensen en que se va a hacer lo contrario de lo que dice. En estas condiciones un rumor tiene mucho más predicamento que un desmentido.

Una vez visto cómo se propagan los rumores y qué es lo que ayuda a su propagación, nos falta contestar a una pregunta esencial, ¿qué función social cumple los rumores?. Bien, pues según distintos autores (8) los rumores cumplen diferentes funciones.

En primer lugar  estaría la función catártica, mediante la expresión verbal del rumor se descarga o alivia la emoción que el rumor provoca. Según Delumeau los rumores surgen en momentos de inseguridad colectiva, son una manifestación de una ansiedad generalizada y constituyen un primer paso del proceso de alivio que va a permitir a la colectividad desembarazarse del miedo. Ahora bien, en este punto, no hay acuerdo, hay evidencias empíricas que sugieren lo contrario, la transmisión del rumor aumenta el miedo. Estos últimos autores, como Rosnow, son partidarios de que el rumor, más que una función catártica, lo que busca es justificar un estado emocional de ansiedad, es decir, la emoción se expresa y se valida socialmente.

Otros autores justifican el rumor como una función de conocimiento. Se trataría de un esfuerzo por dar sentido, por explicar algún hecho para el que no existe una explicación, el rumor actuaría como un sistema para atribuir un significado a ese hecho problemático.

También se habla de una función pragmática. Los rumores actúan como una  justificación del comportamiento colectivo. Lo hemos visto cuando hablábamos de los pogromos, el miedo al enemigo o la rivalidad con otro grupo social lleva a la propagación del rumor para justificar los ataques.

Otra causa del rumor, más frívola si se quiere pero no menos real, es la excitación estética. El rumor rompe la rutina y transmite de forma socialmente aceptable una información novedosa y que produce un efecto dramático que permite al sujeto, ya sea emisor o receptor, sentir compasión o placer morboso o envidia ante el sufrimiento o el triunfo de alguien. En esta categoría entrarían los rumores sobre famosos o famosillos tan de moda en nuestro país.

Por último, los rumores cumplen una función orientada a defender la identidad grupal o social, en este sentido el rumor está emparentado con el estereotipo y el prejuicio. Los seres humanos estamos muy dispuestos a aceptar cualquier barbaridad que nos confirme nuestros pensamientos previos de los demás y a defender cualquier idea preconcebida que confirme la bondad de los nuestros y de nosotros mismos. El rumor es otra herramienta que tiende a reforzar esta característica. Es curioso un experimento que citan Páez y Marqués. A un grupo de portugueses se les contó una historia sobre los horrores cometidos por los colonizadores de ese país en Brasil, y a otro grupo equivalente se les contó la misma historia pero asociada a conquistadores españoles y en Uruguay. La historia debían contársela a un tercer grupo, es decir, se construía un rumor a partir de la historia original. El resultado fue que los sujetos omitían o reproducían menos la información negativa cuando ésta se refería a los portugueses y le daba mucha mayor credibilidad, la difundían mucho más cuando el rumor afectaba a los españoles.

Los seres humanos necesitamos interpretar la realidad. Si no tenemos visión completa nuestra mente reconstruye a partir de los datos que tiene una imagen completa. Es muy curioso un ejercicio visual que se distribuía hace algún tiempo por Internet, se trataba de un texto con las letras de todas las palabras cambiadas de orden, creo que se mantenía el orden de las vocales. Pues bien, cualquier persona normal es capaz de leer el texto sin problemas, nuestro cerebro reconstruye las palabras. El rumor es una herramienta para reconstruir la realidad cuando nos falta información. Esa realidad puede ser una frivolidad o un asunto vital. Pero independiente de esto, como herramienta que es, como un martillo, un bisturí o un ordenador, sin ser en sí misma un arma, puede ser utilizada como tal. Y ya hemos visto la de veces que se le ha usado de esa manera a lo largo de la historia.


Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


Notas:
(1)    El gobierno de Vichy fue el gobierno títere que estableció el III Reich en Francia durante la ocupación. Para consultar más información al respecto pulsa aquí.
(2)    Si quieres consultar una biografía de Maurice Papon pulsa aquí. Si quieres consultarla en francés (mucho más completa) pulsa aquí.
(3)    Si quieres consultar más información acerca de la masacre de París pulsa aquí. Si quieres una información más completa pero en francés pulsa aquí.
(4)    La fuente principal que usado para este texto es el artículo de Darío Páez y José Marqués, “Conductas colectivas: Rumores, catástrofes y movimientos de masas”, dentro del libro “Psicología Social”, McGraw-Hill, Madrid 2000
(5)    El DRAE dice de la voz rumor:
    (Del lat. rumor, -ōris).
    1. m. Voz que corre entre el público.
    2. m. Ruido confuso de voces.
    3. m. Ruido vago, sordo y continuado.
(6)    El efecto de mera exposición, traté extensamente de este concepto en el artículo de mismo nombre en este mismo blog. El efecto de mera exposición consiste en el aumento de la disposición favorable de un sujeto hacia un estímulo neutral al aumentar la exposición repetida al mismo. La investigación básica de este efecto fue desarrollada por el psicólogo polaco-americano Robert Zajonc, que consiguió crear actitudes favorables hacia imágenes que carecían de significado para los sujetos, como sílabas sin sentido, ideogramas chinos o imágenes de personas. En la vida cotidiana, vivimos experiencias similares muy comunes. Por ejemplo, con la música, que suele gustarnos más cuando la hemos oído repetidas veces, por eso nos machacan en la radio con las mismas canciones. Lógicamente, si anteriormente ya existe una actitud negativa hacia el objeto, las exposiciones repetidas aumentan la negatividad de la evaluación. Por otra parte, la repetición exagerada de la exposición puede llevar a una especie de hartazgo que no favorecería, precisamente, los aspectos positivos de la actitud, sino todo lo contrario.
(7)    La intelligentsia o, en transliteración al español, inteliguentsia (del Latín intelligentia) es una clase social compuesta por personas involucradas en complejas actividades mentales y creativas orientadas al desarrollo y la diseminación de la cultura, incluyendo intelectuales y grupos sociales cercanos a ellos. El término ha sido tomado del ruso интеллигенция (transliterado como intelliguéntsiya), o bien del polaco. Los dos, a su vez, derivaron de la palabra francesa intelligence. Al comienzo, el término se aplicó en el contexto de Polonia, Rusia y más tarde, la Unión Soviética, y tuvo un significado más estrecho basado en la autodefinición de una cierta categoría de intelectuales. Para más información pulsa aquí
(8)    Páez y Marqués citan a Allport y Postman, Delumeau, Rosnow, Sherif y Harvey, Marc, Emmler, Bercheid, Turner y Killian, Valencia, Morales y Ursúa.

Licencia Creative Commons