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La patología de la derecha


 

patología

Del fr. pathologie, y este de patho- 'pato-' y -logie '-logía'.

1. f. Med. Parte de la medicina que estudia las enfermedades.

2. f. Med. Conjunto de síntomas de una enfermedad. U. t. en sent. fig. Patología social.

3. f. Constr. Estudio de los defectos y problemas que presenta una construcción.

Diccionario de la Real Academia Española, edición del tricentenario

 

Resumen

Este artículo explora la patología de la derecha política desde una perspectiva crítica, destacando dos síntomas clave: la pérdida de un freno moral y la visión patrimonial del Estado. En respuesta al diagnóstico de José Mujica, quien considera que la "reacción" caracteriza a la derecha, se argumenta aquí que la reacción no es una patología, sino la esencia misma del pensamiento conservador. Para comprender las verdaderas patologías de la derecha, se analizan cómo la desvinculación de la ética religiosa ha propiciado una libertad negativa sin restricciones y un individualismo extremo. En segundo lugar, se aborda el sentido patrimonial del Estado en la derecha, que percibe el poder como su propiedad exclusiva y utiliza estrategias para mantener su dominio, incluso si esto implica socavar instituciones y el orden democrático. Este análisis permite entender cómo la pérdida de un fundamento moral y la instrumentalización del poder han radicalizado a la derecha contemporánea, llevándola a debilitar los principios de convivencia en las democracias occidentales.

 

Abstract

This article explores the pathology of the political right from a critical perspective, highlighting two key symptoms: the loss of a moral brake and the patrimonial view of the state. In response to José Mujica's diagnosis, which defines "reaction" as a core characteristic of the right, it is argued here that reaction is not a pathology but rather the essence of conservative thought. To understand the true pathologies of the right, the article analyzes how the disengagement from religious ethics has fostered unrestricted negative freedom and extreme individualism. Secondly, it addresses the right's patrimonial sense of the state, seeing power as its exclusive property and using strategies to maintain dominance, even at the expense of democratic institutions and order. This analysis sheds light on how the loss of a moral foundation and the instrumentalization of power have radicalized the contemporary right, leading it to undermine principles of coexistence in Western democracies.

 

Índice

Introducción

Pérdida del freno moral

Sentido patrimonial del Estado

 

Introducción

Hace algunos años, el periodista español Jordi Évole (1) entrevistó al expresidente uruguayo José Mujica (2). Durante la entrevista, Évole le preguntó cuál era, a su juicio, la patología de la izquierda, a lo que Mujica respondió: "El infantilismo, confundir el deseo con la realidad".

Coincidía plenamente con el expresidente en su diagnóstico y escribí un artículo (La patología de la izquierda) en el que desarrollaba esta idea del infantilismo, basándome principalmente, aunque no exclusivamente, en el pensamiento de los autores Srnicek (3) y Williams (4).

Estos autores hablan de la "política folk", una constelación de ideas e intuiciones dentro de la izquierda contemporánea que moldea las formas de organizarse, actuar y pensar la política, pero que, al final, no trasciende los límites impuestos por la ideología neoliberal hegemónica. Según Srnicek y Williams, esta política amenaza con debilitar a la izquierda, ya que no puede expandirse más allá de los intereses locales, al estar basada en estrategias incapaces de generar cambios permanentes, que es precisamente el objetivo del progresismo.

En la misma entrevista, Évole le preguntó a Mujica cuál era la patología de la derecha, y el político contestó: "La reacción".

Creo que Mujica se equivocaba. La reacción no es la patología de la derecha, sino su esencia, su naturaleza. El pensamiento conservador busca conservar, y por eso debe reaccionar ante el cambio, ante la novedad. Es natural que se oponga a las aventuras prometedoras que aspiran a mejorar lo establecido, sustituyendo lo que ha funcionado de una manera determinada durante generaciones, aunque sea de forma deficiente.

A una izquierda ideal con propuestas, le respondería una derecha ideal con contrapropuestas —reaccionarias por definición—, y de esta dialéctica ideal surgiría una síntesis provechosa para la sociedad. Idealmente, claro.

Por tanto, no es la reacción la patología de la derecha. Así que vamos a iniciar la búsqueda de lo que hace que el pensamiento conservador no funcione de manera ideal.

A mí me vienen a la mente dos síntomas perniciosos que constituyen la patología conservadora. En primer lugar, parece que la derecha anda desenfrenada; cada día que pasa es más osada en sus diversas manifestaciones. Una vez que crees que lo has visto todo y que la situación no se podía tensar más, al día siguiente dan una nueva vuelta de tuerca.

En segundo lugar, un clásico fundacional que ha existido desde siempre es el sentido patrimonial del Estado. Dicho de una manera menos formal: la consideración de las instituciones como su cortijo.

Vamos a ocuparnos de estos dos puntos con más detalle.

 

La pérdida del freno moral

En Occidente tanto el pensamiento como la praxis conservadora han perdido el freno que suponía la religión. Jamás en la historia las gentes, que antes eran consideradas “de bien”, se han apartado tanto del cristianismo en su comportamiento y en su práctica diaria. Hoy en día la frase “yo soy católico no practicante” es la que más se escucha en las conversaciones, y los que van a misa dejan las enseñanzas cristianas en la iglesia, para cuando se están tomando el vermú dominical ya no recuerdan nada de la homilía.

La democracia cristiana ha desaparecido del panorama político europeo con la notable excepción de Alemania, aunque al partido alemán se le conoce mucho más por sus siglas CDU que por Unión Demócrata Cristiana. La mayoría de los partidos de derecha europeos no hace gala del pensamiento cristiano, más allá de una referencia a sus orígenes fundacionales o a una lejana referencia a la inspiración de sus principios.

En las culturas católicas esto ha supuesto el abandono de la doctrina social de la Iglesia en favor de los principios antisociales del neoliberalismo y en las culturas protestantes el abandono del sentido moral que el luteranismo y el calvinismo introdujo en los principios del capitalismo.

Las consecuencias de todo esto son conocidas: La falta de caridad, no digamos ya de solidaridad que nunca fue un valor de la derecha; el desprecio por lo social; el uso indiscriminado del bulo y de la mentira política; la destrucción de las instituciones con tal de obtener el poder; esto último, no sólo es inmoral, sino que atenta contra la propia naturaleza de ser conservador.

Sé que la praxis política del desprecio por lo social, el engaño, la exageración y la demagogia se ha utilizado desde antes de que las derechas abandonaran a Dios, generalmente bajo el escudo de lo que solemos llamar hipocresía. Lo que quiero expresar es que antes existía un freno moral que hoy ya no está; este freno no evitaba las prácticas indeseables, pero sí las contenía en cierta medida. Había personas profundamente afectadas por la ética cristiana; hoy, el número de esas personas es menor. Y se nota.

Algún lector podría aducir que exagero, pero el día que vi al presidente saliente (y ahora reentrante) de los Estados Unidos llamar al asalto al Congreso por no haber sido reelegido me di cuenta de que ese proceso proceloso de la derecha mundial hacia la inmoralidad es irreversible.

Pero ¿con qué ha sido rellenado este vacío moral que ha dejado la ausencia de Dios?, pues con nuevos ídolos: el mercado y la libertad.

El mercado es el ser supremo, es como el Dios del antiguo testamento. “Es el mercado señores” dijo aquel prohombre, que fue directamente de la presidencia de Fondo Monetario Internacional a la cárcel de Soto del Real, como si esa frase lo explicara todo. El mercado está en todas partes, juzga, tiene una mano invisible que lo ajusta todo, es infalible y es omnipresente, todos estos atributos que hasta ahora solo se le adjudicaban a Dios. Como Jehová, el mercado exige una fe ciega porque sus caminos son inescrutables.

En el caso de la libertad hay que explicar qué tipo de libertad defiende la derecha actual por todo el mundo. En la filosofía política, desde los tiempos de Isaiah Berlin (5) se habla de dos tipos de libertad: la negativa y la positiva.

La libertad negativa es la que tienen los individuos frente a la interferencia arbitraria de otros individuos, colectivos o instituciones, normalmente se identifica como oposición a la acción del Estado. Está libertad se iza como un estandarte contra oponentes supuestamente totalitarios.

En realidad, se trata de un concepto raquítico pues se traduce en un mínimo de libertad contra el poder del Estado y en las libertades económicas para vender nuestra fuerza del trabajo y para escoger entre los resplandecientes bienes de consumo, en su versión castiza, la libertad de tomar cañas en una terraza.

Bajo la libertad negativa los ricos y los pobres están considerados como entes iguales que disfrutan de la misma cantidad de libertad pese a las diferencias evidentes en sus capacidades para actuar.

La libertad positiva Berlin la define como la capacidad de autodeterminación, o el control sobre las propias decisiones y acciones, en tanto ser racional y autónomo. Aquí, la libertad implica no solo la ausencia de barreras, sino la realización de una vida plena según la voluntad propia, libertad "para" hacer o ser algo.

Más tarde, pensadores como Amartya Sen (6), Martha Nussbaum (7) con su teoría de las capacidades (8) y, sobre todo, Philippe Van Parijs (9) desarrollaron el concepto de libertad real o sintética, un concepto intermedio entre la libertad negativa y positiva. La libertad sintética reconoce que un derecho formal sin una capacidad material resulta ineficaz. Por ejemplo, se disfruta de la libertad formal de no aceptar un trabajo, pero gran parte de la gente se ve forzada a aceptar cualquier cosa que se le ofrezca; por lo tanto, no son realmente libres. A diferencia de la libertad negativa, la libertad real o sintética está vinculada al poder, entendido como la capacidad de producir efectos intencionales en las cosas o en las personas.

En las últimas décadas, la derecha en Occidente ha pasado de considerar la libertad —inspirada en una ética cristiana ahora abandonada— como algo sospechoso que podría conducir al libertinaje, pues había dudas sobre lo que la gente haría con ella, a proclamar la libertad en su versión negativa como una herramienta a la que recurrir cuando algo se opone a lo que uno quiere hacer, sea legítimo o no. Parafraseando a un personaje inspirador de la derecha española: ¿Quién me va a decir cuánto vino puedo beber? Pues, si estás en tu casa, nadie; pero si vas a conducir, el código de circulación sí lo hará.

Este amor por la libertad negativa está alcanzando cotas alarmantes de radicalismo con los llamados libertarios. Antes, los libertarios eran los anarquistas, los seguidores de Bakunin (8) en la Primera Internacional (9), así que supongo que los milicianos de la CNT(10) se revolverían en sus tumbas si supieran que el término ahora se refiere más al anarcocapitalismo que al anarcosindicalismo. Más de uno no habría entregado su vida a la causa para que las cosas acabaran así.

Los libertarios capitalistas, con influencia en Estados Unidos y Argentina, sostienen que el Estado no debería existir en absoluto y que todas las funciones, incluidas la seguridad y la justicia, pueden y deben ser provistas por individuos o empresas privadas en un sistema de mercado totalmente libre. Un llamamiento que en la práctica lleva a la ley del más fuerte.

 

El sentido patrimonial del Estado

Existe una clara tendencia en la derecha política a considerar el Estado como una propiedad privada —suya, por supuesto—, en claro contraste con la izquierda, que tiende a verlo como un instrumento, como una herramienta para lograr ciertos fines. Sentido patrimonial versus sentido instrumental.

De esta manera, un político conservador llevará a cabo su labor de gobierno desde una cultura política que lo inclina a actuar como lo haría el dueño de un negocio o una propiedad. Esto no implica necesariamente que su gestión vaya a ser deficiente, ya que hay quienes administran bien sus propios asuntos; sin embargo, con esta mentalidad son menos propensos a una gestión pública transparente y participativa.

Solo desde este punto de vista se puede comprender la idea de que cualquier inquilino de la Casa Blanca, el Elíseo o la Moncloa que no sea de su misma corriente política es visto como un okupa. Asimismo, en países con una cultura política más deficiente, se sostiene sin rubor que cualquier pacto de gobierno o coalición es legítimo si lo forman partidos de derecha, pero es ilegítimo y una burla a las urnas si la coalición de gobierno es de izquierda.

Por eso, el período de estancia en la oposición les resulta insufrible, ya que hay otros ocupando lo que consideran su casa natural, es decir, el poder. Basta imaginar que, por un pacto social, tuviéramos que abandonar nuestra propia casa y dejarla en manos de intrusos durante al menos un cuatrienio.

Como la estancia en la oposición resulta insufrible, se busca acortar el período al mínimo tiempo posible. Se buscan atajos, se fuerzan mecanismos, se exagera lo nimio, se denuncia lo normal como abominación. En este proceso demoledor, pueden poner en peligro la convivencia y el propio Estado; pero cualquier desaguisado, consideran, será corregido cuando vuelvan al poder. Lo peligroso de este proceso es que, por una parte, pueden llegar a quebrar el Estado y, en segundo lugar, no son tan competentes como para arreglar lo que destrozan.

Algún lector podría pensar que cómo puede conjugarse la búsqueda del Estado mínimo con el concepto del Estado propiedad pues normalmente el propietario con sentido común no quiere que su negocio sea mínimo. Lo cierto es que el sentido patrimonial de lo público no ciega tanto como para considerar al Estado como su propiedad real, se trata más bien, de una ideología que busca el usufructo vitalicio de la gestión del poder.

De esta manera, si el Estado me preocupa en términos de orden y mando, pero no me quita el sueño su eficacia —al fin y al cabo, en casa hago lo que me da la gana— sí puedo ver al Estado como un garante de las pérdidas privadas, una manera de socializar las pérdidas y privatizar las ganancias.

De hecho, algunos teóricos señalan que la principal diferencia entre el liberalismo clásico y el neoliberalismo radica precisamente en la idea del Estado mínimo. El Estado neoliberal es interventor; su función es crear y mantener los mercados mediante constructos materiales, técnicos y legales, como puede ser un sistema legal que refuerce los derechos de propiedad o promueva la desregulación normativa. El Estado neoliberal no debe ser pasivo, sino activo y enérgico. Debe reducir al mínimo sus efectos nocivos sobre la economía y, al mismo tiempo, eliminar todos los obstáculos para su funcionamiento libre. El principio subyacente sería: un Estado pequeño pero matón.

 

Juan Carlos Barajas Martínez

Sociólogo

Nota especial

Este artículo forma parte de una serie de dos sobre las patologías políticas, el artículo anterior es: La patología de la izquierda

Notas

  1. José Alberto Mujica Cordano (Montevideo, 20 de mayo de 1935), más conocido como Pepe Mujica, es un político uruguayo. Fue el 40.º presidente de Uruguay entre 2010 y 2015.
  2. Nick Srnicek (nacido en 1982) es un escritor y académico canadiense. Actualmente es profesor de Economía Digital en el Departamento de Humanidades Digitales, King's College London. Srnicek está asociado con la teoría política del aceleracionismo y una economía posterior a la escasez.
  3. Alex Williams es profesor de sociología en la Universidad de Londres.
  4. Isaiah Berlin (6 de junio de 1909-5 de noviembre de 1997) fue un politólogo, filósofo e historiador de las ideas de etnia judía, nacido en la actual Letonia y nacionalizado británico; considerado como uno de los principales pensadores liberales del siglo XX. Entre sus principales contribuciones al terreno de la filosofía y la teoría política destacan la distinción de libertad positiva y libertad negativa, el término Contrailustración o el llamado pluralismo de valores.
  5. Amartya Kumar Sen (Santiniketan, Bengala —Raj británico—, 3 de noviembre de 1933) es un economista indio de etnia bengalí. En 1998 fue laureado con el Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel. En 2021 obtuvo el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.
  6. Martha Craven Nussbaum (Nueva York, 6 de mayo de 1947) es una filósofa estadounidense. Sus intereses se centran, en particular, en la filosofía antigua, la filosofía política, la filosofía del derecho y la ética.
  7. La teoría o enfoque de las capacidades de estos autores, discute  cómo la libertad real no solo implica la ausencia de restricciones, sino también la creación de condiciones que permitan a las personas realizar sus potencialidades, lo cual podría entenderse como una "libertad sintética" en un sentido amplio.
  8. Philippe van Parijs (Bruselas, 23 de mayo de 1951) es un filósofo belga y economista político. Principalmente, se le conoce por ser un defensor del concepto de renta básica y por ofrecer uno de los primeros tratamientos sistemáticos de los problemas de la justicia lingüística.
  9. Mijaíl Aleksándrovich Bakunin (Priamújino, Torzhok, Imperio ruso, 30 de mayo de 1814 - Berna, Suiza, 1 de julio de 1876), conocido como Mijail Bakunin, fue un teórico político, filósofo, sociólogo y revolucionario anarquista ruso. Es uno de los más conocidos pensadores de la primera generación de filósofos anarquistas junto a Piotr Kropotkin, Pierre-Joseph Proudhon, Carlo Cafiero y Errico Malatesta. Está considerado uno de los padres de este pensamiento, dentro del cual propuso los planteamientos del anarcocolectivismo. Su legado marcó una fuerte influencia para el socialismo revolucionario, el ateísmo militante, el movimiento obrero, el anarcosindicalismo y los posicionamientos ético-filosóficos y críticos del autoritarismo y el poder político.
  10. La Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional fue una organización fundada en Londres en 1864 que agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. Colaboraron en ella Karl Marx, Friedrich Engels y Mijaíl Bakunin.
  11. La Confederación Nacional del Trabajo (CNT) es un sindicato anarquista español, el cual desempeñó un papel fundamental en la consolidación del anarquismo en España en el primer tercio del siglo XX, creando un contraste con el resto de los países donde el movimiento anarquista tuvo alguna incidencia, pero en declive por aquella época. Entre las agrupaciones políticas socialistas o de izquierda de España, la CNT —tanto la histórica (1910 a 1939) como su sucesora legal (1977) y otras informales— se ha caracterizado por la propuesta de una colectivización asamblearia de la economía y la sociedad.

 

Bibliografía

Berlin, Isaiah (2005). Dos conceptos de libertad y otros escritos. El libro de bolsillo – Filosofía. Alianza Editorial

Van Parijs, Philippe (1996). Libertad real para todos. Qué puede justificar el capitalismo, si hay algo que pueda hacerlo. Editorial Paidós

Srnicek, Nick; Williams, Alex. Inventar el futuro. Poscapitalismo y un mundo sin trabajo. Malpaso Editores

La patología de la derecha © 2024 by Juan Carlos Barajas Martínez is licensed under CC BY-NC-SA 4.0