Resumen
Este artículo describe las impresiones de alguien –que soy yo
– que disfruta de una mala salud de hierro y se las tiene que ver – más a
menudo de lo que quisiera- con el honorable y antiguo gremio de los médicos,
por los que siente – a pesar de que siempre que está enfermo aparecen uno o
varios con rostro enigmático– agradecimiento y cierto afecto.
Se da un repaso a las relaciones entre médico y paciente
desde el punto de vista del paciente. Querido lector. Sé paciente y léelo.
Abstract
This article describes the impressions of someone - that's
me - who enjoys robust ill health and has to deal - more often than he would
like - with the honorable and ancient guild of physicians, for whom he feels
gratitude and a certain affection despite the fact that whenever he is ill one
or more appear.
A review is given of doctor-patient relations from the
patient's point of view. Dear reader. Be patient and read it.
El pintor Goya atendido por el Dr.
Arrieta (pintura de Goya) |
Índice
- Introducción
- Los médicos de familia
- El médico especialista
- Los cirujanos
- El espíritu crítico
Introducción
Si hay una palabra que se ajusta a su significado es el
término “paciente”. Un paciente es una enfermo que sufre toda clase de
martirios proporcionados por los médicos con el fin de recobrar la salud o, al
menos, para mejorar su estado, o bien, poniéndonos más pesimistas, para que la
cosa no vaya a más. Por tanto, la mayor cualidad de un paciente es la paciencia
para soportar los tratamientos, sobrellevar el dolor, no dejarse amilanar por
el miedo o no sucumbir a la depresión.
El paciente se diferencia del enfermo porque para serlo es
necesario estar en mano de un médico. No hay paciente sin médico, el enfermo se
transforma en paciente bajo la práctica médica. Antes de haber médicos solo
había enfermos y, por supuesto, todos los pacientes son enfermos pero no todos
los enfermos son pacientes.
Ser un paciente implica necesariamente que te encuentras en
una situación pasiva, te llega una enfermedad y acabas en el médico, a partir
de ese momento el juego no depende en gran parte de ti, pero no tienes por qué
conformarte con esa situación, puedes convertirte en un buen paciente.
Ser un buen paciente es, en cambio, trastocar una situación pasiva
en proactiva, no se puede curar uno mismo solo con una actitud positiva, pero
puedes poner el rumbo hacia la salud si ofreces toda tu colaboración, dices
toda la verdad y nada más que la verdad sobre tu estado sin exageraciones ni
omisiones y tienes toda la entereza de la que seas capaz.
Todo esto lo sé bien porque yo soy un enfermo crónico, de
hecho, de no ser por la medicina moderna - quiero decir que si estuviéramos
cuarenta o cincuenta años atrás - yo llevaría muy probablemente unos cuantos
años criando malvas en el cementerio de la Almudena.
Dicho esto, no me hago ilusiones, también puedo afirmar que
la medicina como institución no siempre funciona bien, es víctima de intereses
económicos y políticos; por otra parte, sus tratamientos te mantienen con vida,
pero al mismo tiempo vaya usted a saber qué efectos secundarios están produciendo
en el cuerpo del paciente.
En cualquier caso, prefiero la ciencia médica a cualquiera
de las alternativas que por ahí se esgrimen cuando la medicina oficial no acaba
de solucionar los problemas, léase la homeopatía, el curanderismo o ese amor
por lo natural que bien esconde productos cuyo procesado se escamotea, o bien,
sustancias con orígenes no contrastados científicamente.
Mi experiencia como paciente me ha llevado a clasificar a
los médicos en tres categorías si estudiamos el tema desde un punto de vista
funcional: los médicos de familia, los especialistas y los cirujanos. Ya sé que
no soy muy original y que es una verdad de Perogrullo, pero desde el punto de
vista del paciente, es la mejor clasificación que podemos hacer.
Los médicos de
familia
Antaño, cuando era yo un niño, a este tipo de médico se le
llamaba “de cabecera”. Es el médico de proximidad, el primero al que se acude
para que identifique lo que te pasa. El que receta los medicamentos cuando se
es crónico, el que trata las enfermedades menos graves, el que envía a los pacientes
a los especialistas según los síntomas cuando la cosa es más seria y, en cierto
modo, cuando todo funciona bien es el confesor, el psicólogo y la primera
barrera contra un muy natural miedo a lo que pueda pasarte.
El paciente proactivo debe elegir un médico de familia accesible,
con ojo clínico, digno de confianza, de su mismo entorno social si es posible y
con la consulta cercana al domicilio.
Una vez elegido, debe cultivarlo, en el sentido de visitarlo
con la frecuencia necesaria – ni más ni menos – pero siempre al mismo y no
andar cambiándolo por razones nimias como que “hoy no me ha saludado bien” o “cuánto
ha tardado en atenderme”.
El buen paciente, aquel que vela por su propia salud, debe conseguir
que su médico de cabecera le conozca, es decir, que sepa sobre su psicología
básica, su historia, su entorno familiar y social, su nivel socioeconómico y
cultural.
Asimismo, el paciente proactivo debe estudiar al médico,
conocer sus reacciones, sus motivaciones, sus intereses, debe estar atento a lo
que otros pacientes cuentan de él o ella. Debe hacerse una imagen lo más
compacta y fidedigna posible.
Sólo con el conocimiento mutuo entre el médico y el paciente,
con la confianza del galeno en que lo que dice el enfermo es cierto y con la
confianza del paciente en que el médico va a actuar siempre a su favor, la
relación entre ambos -y por ende la salud del enfermo- irá mejor.
El médico
especialista
El médico especialista se circunscribe a un área de
conocimiento específico, por esta razón tan simple, recibe el nombre de esa
especialidad clínica: urólogo, cardiólogo u otorrinolaringólogo – término que
siempre me ha hecho mucha gracia -.
Incluso, en el mundo tan especializado en el que vivimos, la
especialidad se estructura por segmentos de población como el cardiólogo
pediátrico o el gerontólogo o se especializa por técnicas determinadas como la
electrofisiología cardíaca o el anestesista.
En cualquier caso, lo usual es que el médico de cabecera –
cuando los síntomas así lo piden – te derive a un especialista, el que considere
el más adecuado.
La relación entre paciente y especialista plantea dos
problemas que se presentan siempre independientemente de cuán bueno sea el
paciente o de si el médico, como se decía antes, es una eminencia: son el
problema del viacrucis y el problema de la relación impersonal.
El viacrucis se produce nada más llegar a las manos
del especialista y es inevitable. El especialista empezará a solicitar pruebas
más o menos invasivas y a enviarte a otros especialistas porque la mayoría de
las veces no está claro si el problema se localiza en un órgano u otro. Vas
creyendo que tienes un problema de riñón y realmente el origen del mal está en
el estómago o en el bazo o en la vejiga.
A partir de ese momento comienza el viacrucis, empiezas a
solicitar citas previas, a dar vueltas por el hospital, se detectan nuevos
males que no se buscaban, lo que te envía a nuevos especialistas y a nuevas
pruebas. Con suerte, unos meses después mejoras, pero ya no serás el mismo que
cuando empezaste el viacrucis, sabrás mucho más de medicina, puede que te falte
alguna parte de tu cuerpo que te vino de serie pero que realmente no servía
para mucho y, si servía, tienes un medicamento que te permite vivir sin ella.
Al final, serás menos paciente con respecto a la salud y más
impaciente con respecto a colas de espera, tratamientos o viajes al hospital.
El caso es que el paciente habrá dejado parte de su vida en el viacrucis con el
fin de mantenerse con vida.
El otro problema clásico reside en la relación impersonal
entre médico y paciente. El paciente puede conocer a su especialista, pero es muy
difícil que el especialista conozca al paciente. Si acudes a verle con cierta
regularidad puede que le suene tu cara, que sepa a grandes rasgos qué te pasa,
pero es imposible que conozca los detalles porque entre dos visitas del mismo
paciente por su consulta pueden pasar varios meses y en el interregno cientos de
otros enfermos han visitado al médico.
Es entonces cuando la historia clínica adquiere la
máxima importancia. El paciente debe desconfiar del especialista que empieza a
atenderle inmediatamente sin repasarse la historia. Dado que el médico no puede
recordar los detalles de tus males es necesario que dedique tiempo a repasar tu
historia.
Hay especialistas que, entre paciente y paciente, dedican
unos minutos a solas con el fin de repasar la historia y otros que leen la
historia con el paciente delante para, si se tercia, hacerle preguntas. Yo
personalmente prefiero estos últimos.
Es una tontería impacientarse, siendo paciente, si el médico
tarda en atenderte; sobre todo si sabes que está dentro de la consulta con un
enfermo y no en la cafetería del hospital. Eso significa que dedica tiempo a
los pacientes y que cuando te toque te va a dedicar a ti el tiempo necesario.
El buen paciente debe fijarse en cosas como la facilidad que
tiene el médico para hacerse una idea del estado de su estado salud a partir de
los datos de la historia, normalmente eso implica que en consultas anteriores
ha anotado lo necesario para poder recuperar la información en cualquier momento,
tarea que es mucho más difícil de lo que parece. Depende de cómo se escribe,
pero también de cómo se lee y se comprende.
Es bueno también que el paciente seleccione una institución
hospitalaria que centralice – si es con ordenadores mucho mejor- todas las
historias de todos los especialistas, de manera que esté disponible para cada
enfermo toda la información médica que se ha ido anotando tras las consultas y
las pruebas.
Otro consejo importante es que el paciente, para cuando se
vea en la obligación de cambiar de médico, se haga una historia clínica
paralela en la que guardar una copia de sus pruebas, de sus informes médicos,
incluso es muy útil apuntar después de cada consulta las impresiones personales,
lo que el especialista le ha dicho y el tratamiento que le ha prescrito. Con
eso se evita que al cabo de los días no recuerdes si el médico te dijo que te
tomaras las pastillas cada ocho horas o a las ocho horas.
Los cirujanos
Alguien definió a los cirujanos como unos técnicos que
infringen heridas mortales a sus pacientes de manera controlada con el fin de
curarles. ¿Exagero?, no creo, ¿acaso no es una herida mortal sacarte el corazón
de tu cuerpo, conectar este último a una máquina, mientras los cirujanos lo
operan encima de la mesa, para una vez recompuesto volverlo a dejar dentro de
tu caja torácica?.
El de los cirujanos es el tercer nivel de atención al
enfermo, cuando los dos anteriores no han funcionado. Si a los pacientes los
especialistas apenas los conocen, con los cirujanos pasa justo el contrario,
muchas veces los pacientes no llegan a conocer al que se ha metido en su
cuerpo, lo ha cercenado, rajado y cosido. Entras en el quirófano, te duermen y
despiertas en una sala sin rastro del perpetrador de tus heridas. Lo cierto es
que cuanto más ambulatoria y sencilla es la operación menos aparece el cirujano;
si éste te visita antes y te trata después la cosa es seria.
Hay un cierto parecido entre los quirófanos y la industria.
Algunos funcionan como cadenas de montaje, las camillas van agolpándose en una
sala de preparación, luego los pacientes van pasando por los distintos
quirófanos y, al terminar, pasan a una sala de recuperación, para acabar el
periplo quirúrgico en la habitación de la planta.
En las últimas décadas, esta industrialización médica también
se puede observar por la disminución del periodo del internamiento del enfermo
en el hospital, por la introducción continua de nuevas técnicas quirúrgicas y
por el desarrollo de múltiples sistemas mecánicos, electrónicos y robóticos que
ayudan en el proceso.
El buen paciente solo entrará en el quirófano cuando no le
quede más remedio ya que suele ser el tratamiento más invasivo y arriesgado.
Meterse en esa carnicería hipercontrolada por un motivo frívolo o por una mala
información es un disparate. En toda operación, aún en las más inocuas, algo
puede ir mal y el paciente es el sujeto pasivo, lo que significa que ese algo
que puede ir mal lo hará sobre su cuerpo.
No digo yo que el paciente no tenga miedo, es inevitable y
directamente proporcional a la gravedad del diagnóstico, pero a las puertas del
quirófano se debe tener en cuenta que el paciente ya no puede hacer nada, que
está en manos de otros y eso debería ser una idea tranquilizadora, al menos,
para mí lo es.
El espíritu
crítico
Jamás en toda la historia de la humanidad las personas han
necesitado tanto del espíritu crítico. Jamás en toda la historia de la
humanidad ha habido tantas distracciones, tanta información, tanta desinformación,
tanta complejidad, tanta rapidez, tanta liquidez y, por qué no decirlo, tanta
estupidez.
Uno de los grandes problemas de la medicina actual es que
está muy mediatizada por los intereses económicos. En el ámbito de la sanidad
pública, nuestro mundo neoliberal trata de disminuir el gasto público y, en el
ámbito privado, el objetivo es aumentar el gasto de paciente. Al mismo tiempo
se puede constatar una descapitalización de la sanidad pública en favor -en
flujo gradual y constante – de la sanidad privada.
El triunviro de la República romana Craso (que acabó
perdiendo la cabeza a manos de los partos sin que éstos tuvieran ningún ánimo
quirúrgico por otra parte) era el hombre más rico de Roma; ¿sabéis cual era su
negocio?, tenía la concesión de los bomberos de Roma. Era un gran negocio
porque aquellas “insulae” de varios pisos de madera y ladrillo tenían una
tendencia indiscutible a arder, pero sobre todo, porque Craso negociaba con los
vecinos de las casas en llamas el precio de los servicios antiincendios. La
sanidad es todavía mejor negocio porque la vida es aún más importante para las
personas que la casa.
He venido observando por mi experiencia que ese interés
económico de la medicina lleva a proponer tratamientos que pudieran ser
innecesarios o a negar tratamientos caros necesarios dependiendo del beneficio
que el proponente pueda sacar.
Entiéndaseme bien, todavía no se ha llegado al punto – o al
menos conmigo no han llegado – a proponerme tratamientos que no estén indicados
por los manuales de la medicina oficial; pero cada enfermo es un mundo, más
allá de que la enfermedad puede ser la misma el efecto en cada persona puede
ser distinto, y lo que afirmo es que en las ocasiones en que me he visto en esta
situación, se pasaba de puntillas por las características de mi estado
de salud en el momento que hacían innecesario el estipendio o al menos eso me
parecía a mí.
Tener criterio, pensar en pros y contras, someter a crítica
lo que te dicen los médicos y cirujanos, no significa no hacer ni puto caso de
lo que te digan – ya hemos quedado en que eso no te convierte en buen paciente
- sino que buscas la mejor solución a tu problema.
En estos casos, cuando la sospecha te asalta, no metas a tu
cuerpo sin más en el quirófano o a tu cabeza dentro del aparato de radioterapia,
busca una segunda opinión si puedes, o bien, habla con tu amigo médico - todos
tenemos a alguien – aunque haga mucho tiempo que no hablas con él, a lo mejor
no te puede dar la mejor respuesta, pero apostaría a que sí sabe quién tiene la
respuesta correcta a tu caso. Porque algo que aprendí muy joven es que no es tan
importante saber una cosa como saber quién lo sabe.
Paciente