Cuando en España se dice “meterse en un jardín”, se hace referencia al hecho de que te has buscado complicaciones sin un motivo que lo justifique, de manera alegre, desinteresada o inconsciente. Lo digo porque tengo muchos seguidores en Latinoamérica y es posible que el objeto de este escrito pueda levantar alguna que otra ampolla, es posible entonces que me esté metiendo en un jardín, pero creo que es bueno debatir civilizadamente y explicar la postura mayoritaria en este lado del Atlántico sobre el asunto controvertido de si España ha de pedir perdón a los países que una vez fueron parte de los territorios de la monarquía hispánica.
Hace bien poco, durante su toma de posesión y
delante del rey de España, el presidente de Perú – Pedro Castillo – cargó
contra la monarquía hispánica por el período colonial, culpándole de los males
estructurales de su país. Hace unos tres años, poco después de su estreno como
presidente de México, Andrés Manuel López Obrador – AMLO para los amigos -,
exigió en una carta que España pidiera perdón a los indígenas mexicanos por las
fechorías cometidas durante el virreinato.
Ambas cuestiones están relacionadas, el
argumento es que el virreinato fue una institución opresora y España o su rey
deben pedir perdón por ello, o en versiones más extremas e interesadas, que se
devuelva el oro sustraído; digo extrema porque a ver quién le echa un galgo a
un oro que se perdió hace tanto y que nosotros ni queremos ni podemos pagar.
Es este un tema recurrente entre parte de
Iberoamérica y España, sobre todo en algunos países con fuerte presencia
indígena, la cuestión surge una y otra vez. Los latinos exigen y los españoles
pasan. Yo mismo, cuando he viajado por esos pagos, he recibido alguna que otra
andanada sobre mi posible relación con los desmanes de antaño.
El que el virreinato fue opresor es una
cuestión en la que no voy a entrar, tengo mis dudas de que los virreyes de
América fueran más opresores que sus homólogos de España, pero como los colonialismos
son malos por definición admitiremos que fue una institución opresora sin
discutir, aunque – para no quedarme nada en el tintero - no parece que el
colonialismo español fuera de los peores.
Me voy a fijar en la cuestión del perdón. El
acto de perdonar tiene dos fases: la petición del perdón y la acción de perdonar.
En la primera parte, alguien que ha perjudicado solicita al ofendido que suprima, o al menos remita, la deuda, ofensa, falta, delito u otra cosa
dolosa. Y he aquí el problema, esta solicitud es libre e individual, la
petición de perdón de una nación a otra por fechorías del pasado es difícil de
materializar, pues hay que convertir una acción individual en colectiva.
Perdonar también es libre e individual, cada
uno – según le viene en gana – puede reducir o borrar la culpa del ofensor. Que
yo sepa, solo Dios quita culpas por obligación, siempre que se siga el
procedimiento adecuado, que para eso Él es muy Suyo.
No creo siquiera que el rey de España tenga
en sus manos la representatividad para pedir perdón, entre otras cosas porque
nadie le ha elegido ni para eso, ni para ninguna otra cuestión, heredó el negocio
de su padre. Pasados los tiempos en los que la soberanía era otorgada
directamente por Dios, la única razón de la existencia de la monarquía es la
tradición, sacralizada por una parte importante de la población española que
constituye su base social.
Es más, dudo mucho que, cuando algún
canciller alemán o primer ministro belga han perdido perdón a otros pueblos por
terribles fechorías en tiempos históricos mucho más recientes, tuvieran la
representatividad de sus ciudadanos. Estos hechos son gestos políticos, más o
menos moralizantes, pero sin contenido real.
Pero si no veo muy claro cómo alguien puede
tener la representatividad de pedir perdón por una nación, tampoco creo que
nadie esté en condiciones de perdonar por todo un pueblo. ¿Quién admitiría las
disculpas del rey? ¿López Obrador? ¿algún líder indígena? ¿realmente las instituciones de las repúblicas
iberoamericanas permiten un nivel tal de organización y autonomía a las
poblaciones originarias?
Tengo que decir que a mí no me importa pedir
perdón, si causo algún mal – usualmente por descuido o ignorancia – no tengo
inconveniente en excusarme, pues yo he sido el responsable del perjuicio. Si
piso a alguien en el metro pido perdón al instante, otra cosa, es que pida
perdón al nieto de la persona a la que mi abuelo pisó en el metro en 1942, no
me siento concernido por esta acción pasada, porque entonces tendría que
admitir que la culpa se difunde por vía genética y que los pecados de los padres
pasan a los hijos. Algo con lo que estoy en completo desacuerdo.
De todas las formas, supongamos que se
pudiera pedir perdón de manera colectiva, y que algún representante de un
pueblo pudiera pedir perdón a otro. Supongamos, que ya es mucho suponer, que
ese representante fuera yo por voluntad divina o por el azar. ¿Pediría yo
perdón en nombre de España?, pues no.
Esto no es una salida de tono de un
nacionalista hiperventilado, es fruto de haberme hecho esta pregunta y de
haberme contestado con una serie de argumentos que estoy dispuesto a compartir.
El primero es el argumento histórico. Y
es que no se puede juzgar un período de tiempo pasado con la mentalidad actual.
Es algo que a menudo dicen los historiadores, he oído incluso a alguno del
prestigioso Colegio de México decirlo. En tiempos de la conquista, apenas
saliendo de la Edad Media, no se había producido la ilustración, ni la
revolución francesa, ni la declaración de los derechos del hombre, ni se había
constituido el Tribunal de la Haya, ni existía el concepto de genocidio ni
muchos otros hechos históricos que han configurado nuestra ideología actual.
Quiere decirse que no había las cortapisas ideológicas actuales para evitar
animaladas. En este caso no es que la ignorancia de la ley no impida su cumplimiento,
es que no existía tal ley.
En consonancia con el párrafo anterior está
el argumento recurrente. Si el argumento histórico no fuera válido,
España – la del siglo XXI – podría pedirles cuentas a Italia, Túnez o el Líbano
– todas también del siglo XXI – por los crímenes y saqueos cometidos por los
romanos, cartagineses y fenicios, antes de que el buen Jesucristo naciera y
pusiera el año cero en el calendario. Podríamos acabar exigiendo perdones los
unos a los otros sin fin; en Europa tras siglos de guerras, tendríamos un lío
importante, a lo peor volvíamos a tiempos más oscuros.
Mi tercer argumento es jurídico. Ni
España existía como Estado en los siglos XV y XVI, ni México, ni Perú, ni siquiera
existían los pueblos indígenas tal y como son ahora, los indígenas de entonces
no son los pueblos originarios de ahora como los italianos no son romanos, han
pasado 500 años. Si no existían como Estado, no se les puede pedir
responsabilidades desde un punto de vista jurídico.
El siguiente argumento es el genético.
Los actuales habitantes de estas repúblicas, mestizos o criollos, son
descendientes de aquellos españoles que fueron a la conquista de nuevas
tierras. Los españoles actuales, descienden de los españoles de entonces que se
quedaron en la península Ibérica. Si fuera cierto que la culpa se hereda entre
generaciones, algo que me parece absurdo, mayor responsabilidad deberían tener
los latinoamericanos actuales.
Por último, está el argumento pragmático.
Algunos historiadores cuentan que, con la independencia, la población indígena
empeoró sus condiciones de vida, en algunas repúblicas hubo una gran represión.
En cualquier caso, desde este lado del océano no se advierte, según la
información que nos alcanza, una mejora en las condiciones sociales de estos
pueblos. Han pasado 200 años y ya han tenido suficiente tiempo para solucionar
los males estructurales que según el Sr. Castillo les dejó el virreinato. A lo
mejor, mirando al pasado (y mira que me gusta la historia) hacia sociedades que
ya no existen o pidiendo disculpas a la antigua potencia colonial o con gestos
inútiles que no conducen a nada salvo a distraer la atención, no se solucionan
los problemas estructurales. A lo mejor hay que pensar entre todos en cómo afrontar
el futuro desde la igualdad y la cooperación entre los pueblos.
No obstante lo dicho en todo este artículo,
si un amigo mexicano (que los tengo) me dijera que necesitaba que le pidiera
perdón a él por las consecuencias de la conquista (cosa que no veo a ninguno de
ellos haciendo), yo se lo pediría sin pensar en quién tiene la culpa, porque
sería mi responsabilidad que se sintiera bien y porque soy dueño de pedir
perdón por mí mismo y no por los demás. Sin embargo, no espero ni necesito que ningún
amigo francés (que también los tengo) se disculpe conmigo, ni siquiera a Macron
(este no es amigo mío) porque mira que fueron cabrones los franceses durante la
guerra de la Independencia hace 200 años.
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo