Tigranes II el Grande |
El primer mensajero
que dio la noticia sobre la
Llegada de Lúculo
estuvo tan lejos de complacer a
Tigranes que éste le
cortó la cabeza por sus dolores
Vidas de Plutarco,
historiador romano
-¡Ay de mi Alhama!
Cartas le fueron
venidas
que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el
fuego,
y al mensajero matara.
-¡Ay de mi Alhama!
Romance de la pérdida
de Alhama
Dice la historia que pertenecer
al gremio de los mensajeros en la antigüedad no era un buen oficio y que había
muchas plazas vacantes. Dado que la antigüedad fue un período en el que, en
general, la vida humana no valía mucho y se estaba muy lejos de publicar ningún
manifiesto, cuerpo legal o declaración que protegiera los derechos humanos,
había cierto hábito en las autoridades del momento en matar a aquellos que
trajeran malas noticias, culpándoles a ellos de las felonías cometidas por
otros o, simplemente, que los hechos sucedidos no estaban en consonancia con
sus deseos. De hecho, quizás después de todo por humanidad o quizás por
economía de medios pues no ganaban para mensajeros, en algunas culturas los
dioses acabaron por protegerlos constituyéndose
gremios sagrados como los heraldos helenos o los painani aztecas (1).
Sigmund Freud (2) consideraba el hecho
de matar al mensajero como una defensa, como un caso extremo de enfrentar lo insoportable.
Una forma de reducir la frustración porque las cosas no salen como planeaba el
tirano de turno o porque el destino muestra una tozudez enervante en seguir sus
propios designios y no los de un endiosado botarate.
Así que, como cuenta Plutarco (3), cuando Triganes II
el grande (4) mató
a su mensajero porque el general romano había llegado demasiado pronto y con demasiadas
tropas y no le cuadraba con los planes que tenía o, cuando según el romance,
Boadil (5) mató al
suyo y quemó la carta en la que le comunicaron la caída de Alhama, porque veía
que su reino se les escapaba de las manos, manifestaban de forma tan violenta como les permitía su
poder absoluto, una irresistible necesidad de borrar la mala noticia. ¿Pero que
es lo que provocaba ese tremendo malestar?, ¿qué podría estar en el origen de
un proceso que desemboca en una cólera irrefrenable y una agresión brutal?. (6)
Para entenderlo lo primero que
tenemos que reconocer es ese malestar que sentimos todos los seres humanos,
cuando la percepción de nuestro entorno no coincide con la idea que tenemos de
ese mismo entorno o cuando actuamos en contra de nuestra ideología, o cuando
dos de nuestras ideas entran en
contradicción ante una decisión. Gracias a Dios, ni tenemos el poder de los
tiranos, ni somos tan cafres, ni estamos acostumbrados a que nos consientan
todo y se colmen todos nuestros deseos desde la cuna.
A este sentimiento lo denominó
disonancia cognitiva el gran psicólogo social León Festinger (7) y elaboró una teoría
sobre la misma que es una de las más fructíferas de la psicología social tanto
por la investigación abundante a la que ha dado lugar como por las
controversias y reformulaciones que ha originado entre los expertos.
En primer lugar, Festinger puntualiza que hay que entender el término
cognición como el conocimiento que la persona tiene sobre sí misma –
sentimientos, emociones o creencias sobre el yo -, sobre su conducta o sobre su
entorno. Son creencias que la persona experimenta como reales – aunque pueden
no serlo – y que pueden referirse a una realidad física, psicológica o social.
En segundo lugar, Festinger
utiliza el término disonancia para describir esa diferencia entre la cognición
del mundo real y el mundo real mismo, entre lo que debería ser y lo que
realmente es, o cuando la idea es una pero la conducta es otra.
La disonancia cognitiva, al igual
que sucede con el hambre o con la frustración, tiene un componente de
activación fisiológica, de ansiedad, que produce sensaciones desagradables de
diferente grado según la persona o la situación disonante. Pero sea cual sea el
grado de la sensación desagradable, desde el simple malestar a la ira, el
individuo necesita reducirla para recuperar el bienestar.
Luego el planteamiento de la
teoría de la disonancia cognitiva es muy sencillo. La existencia de cogniciones
que no son coherentes entre sí, consonantes en la terminología de Festinger,
produce en la persona un estado psicológico de incoherencia, Festinger diría
disonancia, que es incómodo y que la persona se esforzará en paliar intentando
hacer esas cogniciones más coherentes.
Teorías hay que achacan este
manejo de la realidad a la necesidad de coherencia lógica que el ser humano,
como ser racional, busca denodadamente (8). Pero según la teoría de la disonancia
cognitiva, no es la lógica y la racionalidad lo que motiva la búsqueda de la
coherencia sino la necesidad de justificar el comportamiento o las creencias.
Detrás de este proceso no está un sujeto racional sino un sujeto “racionalizador”. No se busca la
consistencia para ser lógicos sino para recuperar el bienestar psicológico.
Según Festinger, entre los
elementos de conocimiento que conforman nuestra cognición sobre el entorno,
pueden existir tres tipos de relaciones. Dos elementos que no tienen nada que
ver el uno con el otro son irrelevantes.
Dos elementos relevantes o
importantes el uno para el otro son disonantes
cuando son contradictorios o incoherentes y consonantes
en caso contrario.
La magnitud de la disonancia
depende de varios factores. Se puede experimentar disonancia cuando la mujer
pregunta al marido qué tal le sienta un vestido y éste le responde que muy bien
aunque le siente como a un Cristo dos pistolas. También se experimenta
disonancia cuando el mismo marido le oculta a la mujer otra relación amorosa.
En ambos casos se trata de una mentira pero es evidente que suele suscitar más
inquietud la segunda que la
primera. Por tanto, el grado de la disonancia que la persona
experimenta depende, en primer lugar, de la importancia que concedemos a los
elementos disonantes, no es lo mismo una mentira piadosa que una mentira que
oculta una infidelidad.
En segundo lugar, en la magnitud
de la disonancia influye el número de cogniciones relevantes disonantes que
presenta una situación. En la primera de las mentiras del marido hay elementos
disonantes, le está mintiendo a su mujer, pero también los hay consonantes, le
miente porque quiere que esté contenta. En cambio, en la segunda, se me ocurren
mil motivos disonantes de carácter moral que condenan la conducta.
En tercer lugar, habrá mayor
disonancia si la persona tiene un buen concepto de sí misma, en cambio, si la
idea que tiene de sí misma es desfavorable en relación con el comportamiento
realizado o la situación a la que se enfrenta, no le producirá disonancia
puesto que no contradice su autoconcepto. Si el marido que ha caído en la
tentación de la carne y oculta su infidelidad tiene un concepto ético de sí
mismo muy elevado, o ha recibido una educación religiosa y su visión del mundo
está marcada por esa educación, el sufrimiento por la disonancia entre su ética
y su conducta será mucho mayor que el de una persona que se ha movido en un
ambiente de mayor laxitud moral.
La motivación para reducir la
disonancia depende del grado o la intensidad con la que se manifiesta. Cuanto
mayor sea la experiencia de inquietud psicológica, mayor será el interés en
restablecer el bienestar.
Las personas utilizan varias
formas de reducir la disonancia y el sufrimiento que conlleva. La primera de
ellas es cambiar uno o más elementos de forma que sean más coherentes entre sí.
Puede retractarse de la conducta eligiendo otra alternativa o modificar las
creencias o las actitudes. También se puede cambiar la importancia de los
elementos dando mayor valor a las creencias que apoyan la conducta elegida o
hacen más tragable la situación que se enfrenta. Se pueden añadir nuevos
elementos cognitivos que apoyen la conducta o suavicen la situación. Se puede
recurrir a la ayuda externa como el alcohol o los medicamentos o, si eres más
sensato, acudir a la consulta de un psicólogo que te ayudará a manejar esos
elementos cognitivos a situaciones menos disonantes.
A veces la disonancia aparece, o
es más fuerte, después de haber tomado una decisión o haber enfrentado una
situación y, claro, el comportamiento ya realizado no se puede cambiar a
posteriori. Entonces la persona para reducir la disonancia debe racionalizar su
conducta. Dos mecanismos muy comunes son la justificación post-decisional y la
justificación del esfuerzo.
Tomar una decisión entre dos
alternativas produce un conflicto interno pero, una vez el individuo se ha
decidido, el conflicto desparece y en su lugar aparece la disonancia pues
elegir supone renunciar a las alternativas no elegidas que seguro tenían sus
puntos favorables. Solo sí daba un poco igual qué decisión tomar, por ejemplo,
tomarse un helado de nata o de chocolate o ir a La Cibeles por la calle de
Alcalá o por la Gran Vía,
la disonancia no aparecerá. La justificación post-decisional consiste en restar
importancia a la decisión tomada – al
final qué más da si Fulanito va a hacer lo que le dé la gana - , o bien,
incrementar la actitud positiva hacia la alternativa elegida – aunque no le gusta a Fulanito lo hice por su
bien - o pensar que las consecuencias de elegir una u otra alternativas van
a ser las mismas – no voté Fulanito porque
todos los políticos son iguales -.
Hay veces que perseguimos un
objetivo que nos cuesta mucho esfuerzo, que nos cuesta mucho tiempo y dinero.
Decidir entre realizar cualquier acción costosa o abandonar en el empeño
produce disonancia. Yo mismo me he visto en esta tesitura cuando se trataba de
decidir si seguir opositando, con el enorme esfuerzo económico, físico,
intelectual y familiar que representaba o abandonar definitivamente con lo que
suponía de renuncia a una mejora importante profesional, económica, de estatus
y de ilusión.
Después de realizar una acción a
costa de grandes sacrificios cualquier creencia que ponga en cuestión la
utilidad de la conducta producirá una fuerte disonancia y, por tanto, pondrá en
marcha la motivación para reducirla buscando las creencias que justifiquen esa
acción. Esto es precisamente la justificación del esfuerzo.
Todo esto tiene una dimensión
social, Festinger lo reconoció pero no lo desarrolló suficientemente, de hecho
por ahí le llovieron las críticas. Los significados o las creencias son
construcciones sociales. La influencia de la cultura, del proceso de
socialización, de la clase social, del estatus y de los roles sociales entre
otras características, influyen en la concepción del mundo de las personas y en
su forma de comportarse. Por lo tanto, la contradicción entre los significados
y creencias no puede reducirse tan sólo a un proceso mental interno.
Y el entorno social influye no sólo en el grado de la disonancia sino
también en la motivación para eliminar el malestar asociado, en los cambios de
actitud, en el proceso de racionalización
y las justificaciones a posteriori que
hacemos para volver a sentirnos bien.
Conocí a un directivo de una
empresa, al que apliqué a menudo la teoría de Festinger – uno es así de “friqui” - para comprender su
comportamiento. Se indignaba cuando las cosas no salían como él creía que debían
salir, normalmente por que no tomaba decisiones correctas a tiempo y aplicaba
el olvido cuando las había tomado pero incorrectamente, tenía una visión muy
optimista de la situación de su negocio y, cuando algún mensajero le abría los
ojos y le demostraba lo catastrófico de sus gestiones, no diré que llegaba a la
altura del gran Tigranes, pero el valiente se llevaba una buena reprimenda. Al
cabo de un tiempo sus colaboradores aprendieron a darle la información que
quería oír, a dibujarle la situación como él esperaba, sólo cuando la cosa no
tenía remedio se adentraban en el terreno de la verdad, mientras tanto, actuaban
al margen de sus decisiones en la medida de lo posible. El directivo y los
empleados eran más felices y el negocio iba un poco mejor.
¿No pasará esto también en La
Moncloa (9)?. A veces pienso que sí. Imagino al Presidente
de turno rodeado de colaboradores al que tienen que pasarle la información del
pulso del país. No les imagino diciendo: “todo
es un desastre” sino más bien “las
raíces de nuestra economía son vigorosas”. Los asesores políticos, además
de llevarle el paraguas al jefe para que no se moje como dicen los politólogos,
para mí que se encargan de reducir la disonancia cognitiva de sus asesorados.
Si lo hacen, no lo hacen por caridad sino porque así duran más en el puesto. Si
no, ¿cómo se explican esas terribles segundas legislaturas de los presidentes
del Gobierno?... y alguna primera también.
La cita del principio de Plutarco,
después de matar al mensajero, acaba de la siguiente forma: “y sin ningún hombre atreverse a llevar más
información, y sin ninguna inteligencia del todo, Tigranes se sentó mientras la
guerra crecía a su alrededor, dando oído sólo a aquellos que lo halagaran”.
Al final la perdió y los romanos incorporaron a Armenia a su imperio. Al
parecer el “síndrome de la Moncloa (10)” no es nuevo.
Juan Carlos
Barajas Martínez
Sociólogo
A Rosana Claver, socióloga e
investigadora, amiga, compañera de estudios que osó sacar mejores notas que yo y otra fanática de la teoría de la disonancia
cognitiva.
Notas:
- Los heraldos tenían muchas misiones diferentes aparte de ser mensajeros, eran embajadores, chambelanes, mayordomos, entre otras funciones. Los painani eran correos que gozaban de inmunidad aunque si he de hacer caso a alguna novela histórica más de uno fue víctima de la ira de los emperadores.
- Sigmund Freud fue un médico neurólogo austriaco de origen judío, padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX.
- Mestrio Plutarco fue un historiador, biógrafo y ensayista griego a caballo entre los siglos I y II
- Tigranes II el Grande, fue un rey de Armenia del sigo I antes de Cristo que amplió el reino pero al final de su reinado perdió su independencia frente a la República Romana de la que se convirtió en tributario.
- Boabdil fue el último rey del reino nazarí de Granada. Perdió su reino en una guerra de diez años contra los Reyes Católicos.
- La teoría de la disonancia cognitiva no entra la descripción de cómo se transfiere la cólera en agresión, se queda en el terreno de las actitudes y la motivación.
- León Festinger fue autor el de “A Theory of Cognitive Dissonance” (1957), obra en la que expone su teoría de la disonancia cognitiva, que revolucionó el campo de la psicología social, y que ha tenido múltiples aplicaciones en áreas tales como la motivación, la dinámica de grupos, el estudio del cambio de actitudes y la toma de decisiones
- Entre esas teorías está la teoría del equilibrio de Heider (1958) y la teoría de la congruencia de Osgood y Tannebaum (1955)
- Este es un término muy conocido por los lectores españoles pero no necesariamente por los latinoamericanos. El Palacio de la Moncloa es la residencia y la sede de la presidencia del Gobierno de España. Está situado en el distrito del mismo nombre al noroeste de Madrid. El Presidente del Gobierno es equivalente al Primer Ministro británico, dirige el poder ejecutivo pero no es el Jefe del Estado, que en ambos casos es el monarca, que – en un alarde de albañilería política - reina pero no gobierna. También se usa el término “monclovita” para referirse a lo políticamente relacionado con el palacio en su función de sede del gobierno.
- El síndrome de la Moncloa es un término periodístico que hace referencia al endiosamiento o alejamiento de la realidad que afectaría a todos los sucesivos presidentes (la definición es de la Wikipedia).
Bibliografía:
Mercedes López-Sáez
Cambio actitudinal como
consecuencia de la acción
Psicología Social
McGraw-Hill
Madrid 2000
C Gómez
Disonancia cognitiva y
pensamiento racional
Prácticas de Psicología Social
UNED
Madrid 1998
Wikipedia en español e inglés
La Teoría de la Disonancia Cognitiva por Juan Carlos Barajas Martínez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://sociologiadivertida.blogspot.com.es/.