Don Jesús Gil y Gil alcalde de la ciudad de Marbella y presidente del Atlético de Madrid |
El
inefable Jesús Gil y Gil (1)
parió una palabra que no se encuentra en el diccionario de la Real Academia, a
pesar de que el escritor Francisco Umbral (2) porfió – no sin altas dosis de ironía- por
incluirla sin éxito. La palabra es “ostentóreo”.
Y no
estuvo mal Don Jesús pues, aunque fue creación involuntaria, atinó con la
palabreja ya que es fusión de otras dos que si tienen sentido: ostentoso y
estentóreo. Ostentoso es adjetivo sinónimo de llamativo, que llama la atención
por su apariencia lujosa o aparatosa y tiene un carácter la mayor parte de las
veces peyorativo. Estentóreo se dice de aquellas voces que retumban, que suenan
firmes, ruidosas y fuertes. Así que la fusión de ambas podría aplicarse a personas,
animales o cosas, que son aparatosas, firmes, retumbantes, con tanto boato o
firmeza que te sientes apabullado y, en el caso de las personas, son tan
contundentes y de opiniones tan notorias que te callas en su presencia y, las
personas como yo de natural sensatas y de buen carácter, dejan pasar como pasa
el viento del norte.
Pues
bien, yo conozco a personas ostentóreas. En
concreto conozco a un empresario, con el que me une una de esas relaciones no
muy estrecha pero si continua e inevitable, que es el prototipo de la ostentoriedad. Le veo pocas veces,
siempre intento evitarle o despacharle tan pronto como pueda, para evitar tener
que oír opiniones tales como “todos los
funcionarios son corruptos” o “si se
colgara de la cuerda a uno o a dos todo sería distinto”.
Una
vez en una fiesta de cumpleaños, con un ambiente distendido de copa en la mano
y tarde veraniega, en un jardín inmaculado de los alrededores de Madrid, en
aquella época en la que la aplicación del proceso de Bolonia (3) estaba en el horizonte
pero todavía no había llegado, dijo de manera ostentosa con su estentórea voz:
“no sé por qué protestan tanto si al fin
y al cabo Bolonia está muy bien, ¿cuántas asignaturas estúpidas, que te hacían
perder el tiempo, estudiamos en la carrera?”.
Su
comentario mereció cierto consenso de aquellos que no lo conocían lo suficiente
– al fin y al cabo todos hemos tenido asignaturas que nos resultaron odiosas - y
le animaron con respuestas de aprobación lo que dio alas al ostentóreo, que encontró en el auditorio
un terreno abonado a su filosofía. Después de aumentar la radicalidad de su
discurso terminó con un “¿Para qué
necesita un ingeniero saber de lengua?”, “¿para qué necesita un filólogo saber
de matemáticas?”.
Al
llegar a este punto había perdido ya las miradas de admiración y contemplé
divertido los esfuerzos de algunos de salir de aquel círculo que se había
formado alrededor de él. “Hombre, no está
de más que el ingeniero tenga una culturilla y que al filólogo no le engañen
con las vueltas de la compra” – le dije yo dándole una salida - “No seas básico, sabes perfectamente lo que
quiero decir”- contestó dándome un portazo en la cara.
El ostentóreo simplificaba mucho el asunto,
tenía una forma grosera de decir las cosas pero fijaba su punto de mira en uno de
los debates principales que, acerca de la Declaración de Bolonia y del proceso
subsiguiente, se ha mantenido en los últimos años: las consecuencias que para
la formación de los profesionales tiene la especialización de los estudios que
preconiza el acuerdo boloñés.
Pero
empecemos por el principio, ¿qué es el proceso de Bolonia?. La Declaración de
Bolonia fue un acuerdo que en 1999 firmaron los ministros de Educación de la
mayoría de los países de Europa, tanto de la Unión Europea como de otros países
que en general no suelen formar parte de este tipo de convenios como Turquía o
Rusia.
La
idea era poner en marcha un proceso de convergencia hasta constituir en 2010 un
espacio universitario común en el que las titulaciones fueran equivalentes y
directamente homologables.
Este
es el Espacio Europeo de Educación Superior que - para conseguir el intercambio
de titulaciones, estudiantes, profesores e investigadores – ha establecido un
grupo de medidas entre las que destacan:
un sistema de titulaciones “legible” y comparable basado en tres ciclos –
grado, máster y doctor – copia del sistema anglosajón al que se le atribuye
virtudes incontestables, una especie de “euro académico” el llamado crédito
ETCS (European Credit Transfer System) que corresponde a unas 25 a 30 horas lectivas y que es la herramienta con la que se
homologan los títulos entre países firmantes, el aprendizaje basado en una
evaluación continua del estudiante y con un carácter práctico y, por último en
línea con los tiempos que corren, que las universidades se financien con medios
propios y que no sea el Estado el que apechugue con las facturas o, al menos,
lo haga progresivamente en menor medida.
En
definitiva, se trataba de globalizar el sistema educativo y eso no es
esencialmente malo ni bueno, es más, si revisas los objetivos es difícil
encontrar alguno con el que estar en desacuerdo. Cómo estar en desacuerdo con
que el título académico de mis hijos se homologue de forma casi automática en
todos los Estados de Europa o que se les evalúe continuamente en vez de jugarse
la asignatura al todo o nada de un examen final.
Luego
en principio debería ser un proceso este de Bolonia bueno para los países,
ciudadanos y empresas, sin embargo tuvo que soportar mucha oposición de los
sectores implicados. Pero claro, todo depende de cómo se hagan las cosas,
también el sueño de una Europa unida era dulce y nos estamos ahora adentrando en
una pesadilla “orwelesca” con unas instituciones poco democráticas y pactos a
espaldas de los ciudadanos. Precisamente una de las principales críticas al
proceso ha sido, como en su día expresó el catedrático de filosofía Manuel Cruz
(4), la falta de un
debate abierto en el que pudieran participar todos los sectores afectados sino
que las autoridades académicas designaron comisiones técnicas que decidieron
sobre las cuestiones esenciales del mismo, al menos en España.
Muchos eminentes sociólogos han
destacado que el sistema educativo tiene como función principal, no la
educación y formación de las personas que es el objetivo reconocido, sino la
selección del personal con vistas al mercado de trabajo. Talcott Parsons (5), que describe el
sistema educativo norteamericano, Baudelot y Establet (6), que se centran en un caso más cercano
a nosotros como es el francés, destacan que este proceso de selección comienza
desde la escuela primaria, en la que se realizaría una primera selección basada
en el rendimiento pero con una fuerte influencia del nivel social de las
familias de los alumnos. Ya hemos visto en otros artículos que las aspiraciones
educativas reciben la influencia de los padres y del grupo de compañeros. Los
padres de clase alta suelen animar más sus hijos a ir a la universidad y
les proporcionan modelos de rol que les llevan a tener aspiraciones educativas
altas (7).
En la educación secundaria se
efectuaría la bifurcación definitiva entre los que van a proseguir los estudios
y los que se van a competir al mercado de trabajo, en este proceso de selección
vuelve a influir de manera primordial el estatus socioeconómico de las familias.
Pero,
¿ahí termina la selección?. Evidentemente no, la selección continúa en la universidad.
Bowles y Gintis (8)
aseveran que los empleadores han aprendido por experiencia que las credenciales
académicas actúan como sucedáneos de las cualidades que ellos consideran
importantes. El credencialismo es un buen predictor del nivel de desempeño que
el futuro empleado puede llegar a ofrecer, además es legal pues los títulos
están reconocidos por el Estado y existe un amplio consenso social para su aplicación,
a lo que habría que añadir que son muy baratos para las empresas pues es el
Estado y las familias las que se hacen
cargo de los costes. Ahí está la raíz del fenómeno que popularmente se ha
conocido como “titulitis” y de manera más profesional como credencialismo (9).
En
este sentido, el proceso de Bolonia, podría plantearse como una vuelta de
tuerca en este sistema de selección de personal. Veamos, el nuevo sistema ha supuesto
un aumento de la especialización de las titulaciones. Uno de los objetivos de
la reforma era la racionalización y reducción de las titulaciones, sin embargo
el número de titulaciones distintas se multiplicado por tres, ¿por qué?. Pues
porque el objetivo real perseguido era la especialización de los estudios.
Por
ejemplo, anteriormente existía un único tipo de ingeniero informático con una
formación general, cuando llegaba a la empresa se especializaba por ejemplo en
ingeniería del software y más concretamente, en programas de gestión de
empresas. Gran parte de esa especialización corría a cuenta de la empresa,
mediante cursos de formación específica y mediante la participación en
proyectos concretos, dado que en vez de cobrar por un analista “senior” se tarifaba por un analista “junior”, o bien, engañaba al cliente
dando gato – “junior” – por liebre –
“senior” -. Si con el nuevo sistema
de Bolonia se crea una titulación de grado en ingeniería de software, parte de
esa formación posterior en la empresa no es necesaria. Si se crea una
titulación de grado de ingeniería del software en gestión de empresas, todavía
es menor el coste de formación por parte de la empresa. Y, ¿sobre quien recae
el coste?, sobre los que pagan la matrícula universitaria: la familia y el
Estado. Y como el Estado está en franca retirada en esto de pagar en cuestiones
sociales – eso ya no se lleva - pues la gran perjudicada de todo este asunto es
la familia que sufre una subida continua de las tasas académicas.
Por
eso no es de extrañar que en 1995 – cuatro años antes de la Declaración de
Bolonia -, la European Round Table of
Industrialists o Mesa Redonda de los Empresarios Europeos que es un lobby que agrupa a las empresas
multinacionales europeas, publicó un informe en el que se presentaba su visión
sobre los procesos de educación y aprendizaje cuyas aspiraciones se acercan
mucho a las conclusiones del acuerdo final. De esta manera la visión crítica
frente al proceso de Bolonia afirma que el poder económico europeo, formado por
éste y otros lobbies, ha sentado las
bases de la reforma universitaria. Para los críticos, esta reforma al servicio
y mayor gloria de la empresa privada, se ha querido camuflar entre los cambios
que se juzgan positivos por la mayoría de los actores implicados.
El caso es que puede ser que la reforma sea buena para las empresas, pero, ¿lo es
para las personas?. El gran sociólogo francés Pierre Bourdieu (10) hablaba de títulos de nobleza escolar y los definía como aquella titulación académica que aparte de garantizar formalmente
una competencia específica – como el título de ingeniero – garantizaba la posesión de una “cultura general” tanto más considerable como prestigiosa era la titulación. Bourdieu ponía el ejemplo de que, en Francia, los títulos de las “Grandes Ècoles”(11) garantizaban una competencia que se extendía mucho más allá de los que se suponía que garantizaban. Todo ello porque se exigía de manera tácita a los poseedores de
esos títulos que se hicieran con esa cartera de conocimientos aunque no se exigiera formalmente. Esto está en la antítesis del ingeniero iletrado que preconizaba mi ostentóreo conocido y parece que también está en la antítesis de lo que preconiza la reforma de Bolonia. Me gustaría saber de qué manera han gestionado en las “Grandes Ècoles” parisinas las reformas derivadas de la Declaración de Bolonia, supongo que habrán incrementado la parte tácita de las exigencias culturales. En cualquier caso, una mayor especialización lleva a alejar los estudios universitarios de los títulos de nobleza escolar hacia títulos académicos plebeyos. El que quiera nobleza cultural, o simplemente una culturilla general, que se la pague.
Pero
voy a ir un poco más lejos. Si algo demuestra el funcionamiento de la sociedad
del siglo XXI es que el entorno general en el que vivimos es terriblemente
cambiante, dinámico, muy dependiente de la moda y del último grito y no estoy
hablando solamente del vestido, hablo de todos los sectores sociales, y el mercado de trabajo no es una excepción. Me
gustaría saber en qué academia militar estudió el general chino que dirige esa
mítica división de ciberguerra que dicen que hay en Shangai, probablemente fue
cadete de caballería. El licenciado en derecho, farmacia, sociología,
informática o medicina que no está al corriente de lo que se cuece en su
profesión, que no lee revistas especializadas ni realiza cursos de puesta al
día queda completamente desfasado.
El
mercado de trabajo está sujeto a vaivenes continuos, hoy se necesitan
fisioterapeutas pero mañana pueden ser bromatólogos o neurocirujanos o
fontaneros. Pero dentro de una misma profesión también ocurre, volviendo al
ejemplo de antes, el perfil de un ingeniero de software cambia continuamente
según el paradigma de desarrollo en boga en ese momento o el tipo de aplicación
informática que se necesite, ahora por ejemplo están muy de moda las aplicaciones
para dispositivos móviles. Por lo tanto, en un mundo tan cambiante, la
especialización excesiva puede conducirte directamente a la cola del paro,
simplemente porque la especialidad en la que eres experto ha dejado de tener
interés económico. Puede resultar que para prepararte para el futuro y
blindarte ante los cambios del mercado de trabajo tengas que hacer varios
grados diferentes, o combinaciones de grados y másteres, que te den acceso a
especialidades distintas.
Así
que el proceso puede ser bueno para las
empresas pero no parece que sea tan bendito para las personas y las familias. Y
esto me preocupa, porque mis hijos están en edad de merecer y me tendré que
rascar el bolsillo para financiar estancias largas en la universidad, un bolsillo
muy raído por la crisis. Otros habrá que no puedan pagarlo cuando antes sí
podían. Como decía mi madre: “no tengo
propiedades ni fortuna yo sólo podré dejar a mis hijos una cultura”. De eso
se aprovechan, los padres intentamos dar a los hijos la mejor formación posible
e intentar dotarles de recursos ante un mundo que estamos dejando a las nuevas
generaciones, tan hostil y cambiante, tan amante de los poderosos, buscón del
beneficio a corto plazo por encima de todo y de todos.
Juan
Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
y padre
Notas:
- Jesús Gil y Gil fue alcalde de Marbella y presidente del Atlético de Madrid C.F. Para obtener más información pulsa aquí.
- Francisco Umbral fue escritor y periodista español miembro de la Real Academia. Para obtener más información pulsa aquí.
- Para obtener más información acerca del Proceso de Bolonia pulsa aquí.
- Manuel Cruz es catedrático de filosofía de la Universidad de Barcelona. Para obtener más información pulse aquí
- Talcott Parsons fue un sociólogo norteamericano, máximo exponente del Funcionalismo Estructural, para más información pulsa aquí
- Christian Baudelot es un sociólogo francés especializado en sociología de la educación. Para más información pulsa aquí. Roger Establet es un sociólogo francés especialista en sociología de la educación. Para más información pulsa aquí.
- Ver el artículo en este mismo blog “Investigación sobre el logro de las personas”.
- Samuel Bowles es un economista norteamericano profesor de la Universidad de Massachusetts para más información pulsa aquí. Herbert Gintis es matemático, y economista norteamericano, profesor de la Universidad de Massachusets. Para más información pulse aquí.
- El credencialismo es un término usado para describir, a menudo despectivamente, la excesiva dependencia de las credenciales, por ejemplo los títulos académicos, a la hora de la asignación de roles o estatus social.
- Pierre Bourdieu fue un sociólogo francés, una figura destacada de la sociología de la segunda mitad del siglo XX. Para obtener más información pulsa aquí
- Grandes Ècoles son establecimientos públicos y privados franceses de educación superior en los que se forman a las élites de ese país. Para más información pulsa aquí
Bibliografía
La
Distinción
Títulos
y cuarteles de nobleza cultural
Pierre
Bourdieu
Editorial
Santillana
Madrid
1998
El
fracaso universitario en la Universidad Politécnica de Madrid
Juan
Carlos Barajas Martínez
Web de
Sociología de Carlos Manzano
La
investigación sobre los logros de las personas
Juan
Carlos Barajas Martínez
Sociología
Divertida
La
descomposición de la universidad
José
Luis Pardo
Diario
El País 10/11/2008
El Ostentóreo y la Declaración de Bolonia por Juan Carlos Barajas Martínez se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en http://sociologiadivertida.blogspot.com.es/.