Acabades les vacances, sí,
vaig veure que al meu món algú li havia
fet una cara nova. Sang i foc
Acabadas las vacaciones, sí,
vi que a mi mundo alguien le había
partido la cara. Sangre y fuego
Gabriel Ferrater (1922-1972). In Memoriam
I don’t care if Monday’s blue
No me importa si el lunes es triste
The Cure. Friday I’m in Love
I don't like Mondays
Tell me why
I don't like Mondays
I want to shoot
The whole day down
No me gustan los lunes
Dime por qué
No me gustan los lunes
Quiero asesinarlos
Bob Geldof. I don’t like the Mondays
He comentado algunas veces como desde los medios de comunicación se pregunta a los sociólogos de cierto renombre, a veces con alevosía, sobre los hechos sociales más diversos que se convierten en la noticia del momento, y éstos, se ven obligados a dar una opinión de urgencia muchas veces sin poder reflexionar lo suficiente sobre el tema.
Hasta ahora había sido algo que les pasaba a otros y yo asistía al hecho desde mi televisor o desde mi radio como mero espectador pero, no sé si porque era verano y no estaba la primera línea de sociólogos de cabecera a mano, o porque este blog empieza a salir con frecuencia en los resultados de los motores de búsqueda, o quizás por ambas razones, está vez me llamaron a mí e hice mi debut en las ondas.
Hace unos días me llamaron de Radio Nacional de España para dar mi opinión acerca del síndrome postvacacional. Yo le dije a la redactora que contactó conmigo que no tenía inconveniente pero que no era un especialista sobre el asunto de marras, ella me contestó que no tenía tanta importancia este hecho como que, habiendo hecho un repaso de mi blog, el estilo de mis opiniones y mis artículos estaba muy en la línea de su programa, “La noche en vela”, que conducía durante el mes de agosto el periodista catalán Toni Marín.
Y así fue. Yo hablaba en mi estudio, en una atmosfera de cierta irrealidad, pues el escenario era muy próximo a mí – mi propia casa – pero la conversación telefónica con Toni la estaban oyendo miles de personas a lo largo del país.
El conductor del programa estuvo tremendamente simpático, dominador de su oficio le daba un ritmo diabólico a la entrevista y, puede que yo estuviera en la línea informal del programa, pero no estoy acostumbrado a esa velocidad en la conversación, así que no sé que tal salió la cosa. En todo caso fue una experiencia divertida.
Así que la llamada de Radio Nacional me hizo reflexionar sobre un asunto que, en principio, me ha parecido un lugar común, un tema de conversación, una noticia con cierto aire frívolo que se repite al final de cada verano. Y lo cierto es que la frivolidad desaparece en cuanto sabes que hay personas a las que las afecta en mayor o menor medida.
En primer lugar hay que decir que el síndrome postvacacional es un síndrome fantasma, no existe oficialmente – enfermedad extraoficial la llamé durante el programa – pues no está admitida como tal por la Organización Mundial de la Salud, no hay cifras oficiales de pacientes, ni existe consenso entre la comunidad científica sobre su existencia, ni hay muchas investigaciones que tengan a este síndrome como objeto de estudio, aunque esto último pueda deberse a una conspiración del empresariado internacional siempre presto a reducir los tiempos de descanso y de enfermedad de los trabajadores en aras de aumentar la sacrosanta productividad.
El síndrome postvacacional se puede definir como el estado que se produce en el trabajador al fracasar el proceso de adaptación entre un periodo de vacaciones y de ocio con la vuelta a la vida activa, produciendo molestias que nos hacen responder a nuestras actividades rutinarias con un menor rendimiento.
Es decir, se presenta una vez te has reincorporado, no se trataría pues de esa congoja previa a la vuelta al trabajo que tienes los últimos días de vacaciones cuando vas tomando conciencia de que lo bueno se acaba. A esta podríamos llamarla “congoja prelaboral”. Tengo que reconocer que personalmente sufro mucho más de esta familiar congoja que del síndrome postvacacional, quizás porque yo soy de los que se resigna fácilmente a lo inevitable y yo no puedo vivir sin trabajar, es una desgracia pero es la verdad.
Al parecer el síndrome postvacacional puede producir síntomas físicos y psíquicos, los síntomas propios del estrés como tristeza, irritabilidad, nerviosismo y desmotivación. Y se registran casos agudos, ya es tomarse las cosas a pecho, que describen síntomas de depresión. Supongo esto ocurre cuando la persona tiene un trabajo de riesgo o muy desagradable y no es vocacional, o bien ya de por sí tiene tendencia a la depresión y la vuelta al trabajo supone un disparador más de su mal.
Pero yo no me voy a detener en síntomas psicológicos – no soy psicólogo –, ni en síntomas físicos – no soy médico -, sino que hablaremos de lo que tiene de social este asunto.
De esta manera lo primero que se me ocurre es que hay un fuerte refuerzo cultural que impulsa a aumentar la incidencia de este síndrome, en el sentido de considerar al trabajo como una actividad negativa, obligada y sacrificada. En nuestra cultura judeocristiana, incluso desde el mismo mito fundacional del mundo, se pone a parir al trabajo. Recordemos que cuando se expulsa del Paraíso a Adán y a Eva, se les condena a ganarse el pan con el sudor de la frente y la vida se convierte en lucha, en un valle de lágrimas – una de las lágrimas es trabajar para vivir – que nos toca soportar hasta que pasamos a mejor vida. Bonito panorama.
Por eso algunos de nosotros sufrimos con más facilidad de congoja los días finales de las vacaciones que otras personas que provienen de otras culturas, o sufrimos de síndrome postvacacional o tienen entre nosotros tan mala fama los lunes, que son días calificados de malditos en todas las conversaciones informales después del fin de semana, y si no recordemos la canción “I don’t like the Mondays” de Bob Geldof o la canción “Friday I’m in Love” de “The Cure”, de alguna manera existe un pequeño síndrome de lunes.
En otras culturas simplemente no existe el síndrome postvacacional. Francamente no veo a los chinos con estos síntomas tan burgueses. Un compañero que ha estado destinado cinco años en China me dijo que no conocía ningún caso, en gran parte porque para empezar no tienen vacaciones y, si las tuvieran, las emplearían en trabajar en otro sitio. En general, en culturas con economía de subsistencia, no hay espacio para que exista el síndrome postvacacional. De esta manera, tampoco hay registros históricos de la existencia de este síndrome en la España agrícola, preindustrial y atrasada anterior a la década de 1960.
Además, ya dentro de nuestro mundo occidental judeocristiano, también hay grados. Existe una ética calvinista y luterana del trabajo que nosotros, los civilizados católicos meridionales no compartimos. Nosotros sabemos emplear muy bien nuestro tiempo de ocio cosa que nuestros germánicos vecinos del frío septentrión envidian, odian y critican a partes iguales – bien nos lo hacen pagar con la prima de riesgo - pero que sucumben a nuestra “joie de vivre” – sin ningún estilo ni moderación – cuando vienen a nuestras costas.
Así que no es de extrañar que gentes como nosotros, que sabemos disfrutar de la vida, suframos de malestares cuando pasamos de una situación placentera a la triste experiencia de volverte a meter en un horario y una actividad reglada.
Ahora hablando más en serio, he tenido acceso, al menos parcial, a dos estudios respecto a la incidencia de este malestar y de sus consecuencias en España. Uno llevado a cabo por el Servicio de Promoción de la Salud de la empresa Sanitas y otro de la empresa de empleo temporal Randstad.
Según el estudio de Sanitas el 65% de los adultos registra algún síntoma relacionado con el síndrome postvacacional y concluye que la incertidumbre laboral, derivada de la crisis omnipresente en la que más que vivimos, sobrevivimos, está haciendo que la sociedad acepte mejor la vuelta de las vacaciones, lo cual, me parece lógico. Párrafos antes comentábamos que cuánto más cerca estemos de una economía de subsistencia se presenta menos incidencia del síndrome. Ante la tesitura de elegir entre el paro y la vuelta al trabajo, uno elige como mal menor esto último y da gracias por disfrutar de un empleo. El miedo obra milagros… ¡si lo sabrán las élites!.
El estudio de la empresa Randstad se realizó sobre datos del verano de 2012 sobre una muestra aleatoria de mil personas. Coincide con el de Sanitas en la aminoración del fenómeno. En 2011 el 39,26% del personal no presentó ningún síntoma, mientras que en 2012 fue el 53,3%, es decir, un 14% de personas menos sufrió el síndrome en alguna de sus formas.
Los datos que siguen son muy curiosos. Si tenemos en cuenta el sexo, el fenómeno se presenta más en las mujeres, sobre todo en las mayores de 40 años y con hijos, que en los hombres. Un 60% de los varones aseguran no sufrir síntomas por un 48% de las mujeres. La razón de fondo parece residir en la persistencia de la desigualdad entre sexos a la hora de acometer las labores domésticas. Dicho de un modo claro, la mujer – la que es trabajadora por cuenta ajena - retorna a trabajar al hogar y al trabajo mientras que el hombre retorna a trabajar en su empresa pero menos en el hogar.
Otra cuestión es que el síndrome parece disminuir más con la edad. La incidencia en el segmento de población mayor de 45 años es menor. A mi se me ocurre que tiene que ver con la experiencia de la vida. A partir de los 45 comienzan los achaques y la salud se ve mermada y economizas en depresiones, y te dedicas a las que tienen una justificación más rigurosa. Si estás pendiente de los resultados de una biopsia la idea de sufrir malestar psíquico por la vuelta al trabajo se te antoja una fruslería. Entre los 16 y los 24 años los encuestados no reconocen síntoma alguno, deben estar muy ocupados en acumular experiencias vitales y, a partir de los 30, la incidencia crece hasta llegar a los 45 que empieza a decrecer hasta los 65 que es la edad a la que hasta ahora la gente ha ido jubilándose.
Y ya por último la incidencia es menor, un 40%, en los inmigrantes que en los españoles de nacimiento, un 60%. Esto también tiene una justificación lógica en la línea de la mayor proximidad a la economía de subsistencia y la mayor probabilidad de engrosar las filas del paro. Es conocido el hecho de que la población inmigrante suele tener mayor precariedad en el empleo en un mundo laboral ya de por sí precario.
Internet está lleno de buenos consejos para pasar esta penosa adaptación de la mejor manera posible, dar consejos es una de las pocas cosas que la gente da de manera gratuita, muy probablemente porque la recompensa estriba en que el que aconseja de alguna forma queda por encima del aconsejado y, es esa, quedar por encima, una sensación muy placentera… y muy española.
En este “hit parade” de consejos a poner en práctica al volver de las vacaciones, los número uno son: establecer objetivos sencillos y alcanzables, mantener una actitud positiva al regresar a la oficina y planificar tareas y establecer un orden de prioridad de las mismas. Bien, ¡qué Dios me perdone!, ¿pero estos consejos no son buenos siempre?, ya sea al volver de las vacaciones como durante todo el año. A mi me parecen un código de buenas prácticas más que unos consejos específicos para un período traumático concreto.
Pero sigamos, en cuarto lugar suele recomendarse retornar de las vacaciones dos o tres días antes para ir adaptándose al cambio. No sé, yo no soy experto y supongo que esta aseveración tendrá justificación empírica, pero parece más un castigo que un remedio. Como voy a sufrir por un cambio brusco en mi modo de vida, voy a adelantar el cambio para ir sufriendo poquito a poquito, así divido la cantidad de sufrimiento por el número de días y me sale a menos, por día claro porque en total… No sé, yo cada vez más, consensuando el asunto con mi mujer, dejo el plato fuerte de las vacaciones para el final, de manera que regreso el último día por la tarde y a la mañana siguiente estoy trabajando. Pero claro yo tengo más de 45 años y ya me han hecho alguna que otra biopsia, aunque a Dios gracias con buenos resultados.
A continuación se suele recomendar una comunicación fluida con el grupo de trabajo, en el sentido de trabajar sí, pero comentar lo bueno del verano, intercambiar recuerdos y demás camaraderías que nos hacen el trabajo en grupo llevadero. Me parece un buen consejo, pero también para cualquier época del año.
Por último, se recomienda no regresar al puesto de trabajo en lunes, para que a la sensación adversa del retorno no se añada el síndrome del lunes. Bueno, ya hemos hablado de la existencia de esta "lunesfobia" cultural que no teníamos cuando sólo se descansaba el domingo. Puede ser un buen consejo, de todas formas, yo recomendaría – sin apoyarme en ninguna justificación empírica, tan sólo en mi experiencia personal – no tener en cuenta el día en que vuelves, porque si retornas en viernes pues para qué si al día siguiente es sábado y entonces sólo te quedarán el martes, el miércoles y el jueves y qué estrés elegir entre uno de ellos. Si te da igual el día de la vuelta no tendrás esos problemas.
Todo esto me hubiera gustado decirle a Toni Marín, pero la velocidad del directo en la radio no da para conversaciones tranquilas, por eso prefiero escribir a hablar, hablando siempre te dejas cosas en el tintero y luego te da rabia cuando después te acuerdas de lo quisiste decir y no dijiste. A veces pasan años y te sigues acordando de la frase que no pronunciaste a tiempo. ¡Qué estrés!, estrés postconversacional.
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
A continuación os propongo un vídeo que, aunque es publicitario, me parece muy divertido y viene muy al pelo. Es del humorista español Leo Harlem.
El Síndrome Fantasma por Juan Carlos Barajas Martínez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://sociologiadivertida.blogspot.com.es/.