Anagrama del tren de cercanías en España |
Unos días antes de las elecciones generales de noviembre del año pasado asistí, sin quererlo, a una conversación entre dos señoras muy peripuestas. No pude evitar oír ciertas fases de la charla por estar confinados los tres en asientos contiguos del tren de cercanías. Normalmente en estas situaciones echo mano de mis auriculares y escucho música y me pongo a leer, o a escribir o, simplemente, a pensar mientras cruzamos el monte del Pardo y asistimos al insólito espectáculo de ver – al lado justo de Madrid – a los gamos y jabalíes pacer a pocos metros de la vía. Pero aquella mañana me los había dejado en casa con lo que tenía que hacer el esfuerzo de sobreponerme a la corriente de palabras que fluía entre aquellas dos mujeres concentrándome en la lectura de mi "ebook". No lo conseguí del todo.
Las señoras eran bastante representativas de un cierto sector muy común en Las Rozas (1), de aparente clase media pudiente, bien vestidas, de mediana edad, de esa edad en la que la juventud empieza a retirarse de los rostros, en su caso, bien pintados y arreglados. La conversación hacía referencia a asuntos familiares, casi siempre quejándose de alguien o de algo, y denotaba cierta amargura, la amargura de las personas que ven que las cosas en su vida no salen como uno quiere y a estas alturas ya no hay manera de enderezarlas. Yo también suscribiría algo de esa amargura.
Al llegar a Chamartín siempre hay atasco de trenes, los trenes que vienen del norte pugnan por entrar en los andenes ocupados por los que vienen del sur, o viceversa. El caso es que siempre se espera algo de tiempo antes de entrar en la estación y los viajeros, como tenemos prisa, nos ponemos de pie – como si eso nos hiciera llegar antes - y esperamos a que se abran las puertas, con cara de circunstancias, mirando a rincones en los que confiamos no encontrar la mirada de otros compañeros de viaje, algo así como lo que ocurre en un ascensor lleno de gente. Yo tenía a las damas justo delante y no podía evitar oírlas.
En aquel momento una de ellas se acordó de que había elecciones y lo comentó con la otra. Y entonces esta segunda explicó por qué iba a votar a la derecha – como si a alguien pudiera creer que esa señora hubiera votado otra cosa que a la derecha durante toda su vida - mientras la primera asentía completamente de acuerdo con lo que decía su amiga.
La señora vino a decir que ella votaría al Partido Popular porque ya eran ricos y, por tanto, robarían menos que los socialistas. Éstos, desarrapados ellos, aprovechaban la legislatura para llenarse los bolsillos mientras que los populares no albergaban esa necesidad pues ya tenían dinero, por lo tanto robar, robarían, pero robarían menos.
Lo primero que pensé es que era una lástima la cultura política que tenemos en nuestro país. El razonamiento de la señora roceña era más bien simplista, reduccionista pero indudablemente los políticos se lo habían ganado a pulso.
Luego pensé que además era incorrecto. ¿Qué le hacía pensar a la señora que los ricos robaban menos por el hecho de ser ricos?. ¿Habría oído hablar de lo en que ha venido pasando en la Comunidad Valenciana?. La mayoría de los ricos que he conocido tenían un sentido de la ética que no me hace albergar la esperanza de que siempre buscaran la riqueza por medios legales o lícitos. Pero es que los muy ricos solo aspiran a ser más ricos todavía y poco importa que ya sean tan ricos que apenas tengan vida para poder gastarse todo el dinero que tienen. Por lo tanto esa avaricia que va inmersa en la propia esencia de tener mucho dinero me hace pensar que si se trata de eso, si se trata de que el político es esencialmente corrupto, para mí no es garantía de que ya sea rico al acceder a un cargo público para que no robe todo lo que pueda.
Así que para aquellas señoras no había programas políticos, soluciones más keynesianas o más liberales a los problemas económicos, mayor o menor respeto por la sanidad, por la cultura, por la educación, la investigación y el desarrollo o el respeto por las normas democráticas y cien mil asuntos más que debieran preocuparnos cuando decidimos nuestro voto. Todo se reducía a ver quien roba menos y a filosofar sobre quien está en condiciones económicas de partida para robar más o menos.
Y lo peor es que no puedo culparlas. Pues es la imagen que hemos recibido en los últimos años ha sido de corrupción cuando no de comportamientos insoportablemente soberbios, como si estos señores estuvieran por encima del bien y del mal y la cárcel no fuera con ellos. Esa imagen de soberbia, corrupción e impunidad nos ha calado bien dentro, nos ha hurtado el resto del debate político y nos hace prácticamente inconcebible que haya políticos honrados.
Yo expresaría el pensamiento de aquella señora de otra manera, y desde luego no me atrevería a especular con quien roba más. Yo la expresaría diciendo que los socialistas han demostrado un sentido instrumental del Estado mientras que los populares han alardeado de un sentido patrimonial del Estado.
¿Qué es lo que quiero decir con esto?. Algún amigo me ha dicho que no llamo a las cosas por su nombre, que debería dar más caña. Puede que tengan razón, porque casi todos los que me lo dicen están en una valerosa lucha diaria por mantenerse en pie a una edad en la que nuestros padres ya tenían las cosas más seguras. Otros en cambio me reprochan haber caído en el pesimismo y me envían escritos y vídeos optimistas quizás porque ellos los necesitan más que yo porque sin ese optimismo no podrían mantenerse en pie en sus proyectos vitales mucho más arriesgados que los míos. En todo caso si atendiera a las peticiones de unos y otros me traicionaría a mí mismo, no sería yo y entonces no escribiría estos artículos.
Huyo de los razonamientos simples precisamente porque son simplistas pero, por el contrario, los razonamientos complejos, a los que suelo abonarme, requieren de explicación y no siempre se consigue ser claro, vamos a intentarlo. En la propia tradición ideológica socialista está el utilizar los medios del Estado para cambiar la realidad, para conseguir una sociedad más justa e igualitaria pero, en cambio, a la sociedad la han cambiado poco, unas pequeñas reformas de agradecer pero a cambio nos han dejado una imagen de que ese instrumento que es el Estado ha servido a intereses más personales. Hay por ahí prominentes políticos socialistas que no se sabe dónde están, a quien sirven y por dónde se mueven. Han confundido el sentido de la palabra instrumento, el Estado es un instrumento para servir no del que servirse. Me duele mucho, pero salvo excepciones, en ayuntamientos, comunidades y gobierno han dado una imagen de pactismo, compadreo y sumisión al poder económico. Ahora mismo me asalta el recuerdo de una entrevista de Jordi Évole a ex ministro de industria Sebastián que tras un asalto de honestidad en la televisión y decir que ya habían tenido mucha paciencia con los bancos recibió la llamada de José Blanco diciéndole que con los bancos no hay que meterse.
En cambio, entre la derecha de este país está la tradición de considerar que el Estado es propiedad privada. Suya por supuesto. Y eso se ve en sus actitudes, en su manera de contestar a las preguntas en el Congreso, en sus acciones de gobierno, en el reparto del pastel del poder, en el nombramiento de familiares como asesores o cuando hacen obras públicas que parece que hacen obras en su casa. Ese sentido de la propiedad se ve en mil y un detalles.
Durante unos meses estuve pasando, camino del trabajo, por delante del Ayuntamiento de Madrid y veía llegar a los jerifaltes en sus coches oficiales – en número inconcebible para un ayuntamiento –. Les veía bajarse de los vehículos con una actitud que parecía que el chófer era su sirviente y el policía municipal de la entrada era su portero. Ahora han cambiado los coches anteriores por automóviles híbridos “Prius” de tal forma que los alrededores del antiguo Palacio de Correos parece la fábrica de Toyota.
Este sentido patrimonial del Estado no les ofusca tanto como para confundirles hasta el punto de pensar dónde están sus negocios privados de verdad. Para ellos el Estado es como el banco malo al que deben ir a parar las pérdidas y compartirlas entre todos, mientras que los beneficios deben ser exclusivamente suyos y de su órbita. Por lo tanto el Estado es suyo como usufructo, para su uso y disfrute, pero sin responsabilidad.
Así, ellos hablan sin ambages de herencia recibida, refiriéndose al estado de las cosas cuando han accedido al gobierno, como si se tratase de la herencia de los antepasados. ¿ Pero cómo osan esos realquilados que son los socialistas dejarles la propiedad así de mal?. Menos mal que están ellos para arreglarlo todo. De esta manera, un año después ellos en efecto lo han arreglado todo, la prima de riesgo está peor que nunca, estamos más endeudados, hay muchos más parados y la unidad del país corre más riesgo que nunca. Bonito panorama y eso que, según decían, la sola presencia del Sr. Rajoy en el gobierno iba a arreglarlo todo.
Yo que ya voy teniendo unos años he vivido varias crisis económicas. Hay ciclos nos dicen los economistas. Si nos centramos en la percepción que de la crisis tienen la gente, la diferencia con crisis anteriores es que en ésta una inmensa mayoría de la personas piensa que ha sido una estafa organizada. Y eso ha penetrado en todas las capas de la población. Aquellas señoras del tren tenían conciencia de ello. Todos tenemos conciencia de ello independientemente de cuál sea nuestra ideología o nuestra tendencia política de base y deberíamos todos actuar al unísono independientemente de a quien hemos votado en el pasado. Hemos sido estafados casi todos.
Se necesita una regeneración. El diario El País decía en su editorial hace unos días que había que hacer “reset”, el famoso “apagar y encender” que según el saber popular proponen los informáticos para arreglar los desatinos de sus maléficas máquinas. Pero eso es fácil en esas máquinas, la memoria de un ordenador es volátil, se borra el estado de la máquina en el momento del error y se vuelve a un estado inicial al volver a arrancar. ¿Cómo se hace eso con un país?.
Quizás debiéramos, antes de nada, realizar todos y cada uno de nosotros una revolución ética personal. Hacernos “reset” a nosotros mismo. Deberíamos hacer examen de conciencia y ver hasta qué punto estamos impregnados de la misma miasma posmoderna de la corrupción. Tendríamos que ver si nos fastidia que nuestro sistema político económico sea corrupto porque es un sistema inmoral e ineficaz o porque nosotros no tenemos acceso a la distribución del reparto del botín. Una vez contestada esa pregunta interior, deberíamos juramentarnos para no volver a tolerar comportamientos de ese tipo a nuestro alrededor. A no reír las gracias de los defraudadores de vía estrecha que nos rodean y a afearles su conducta, ya que no sé si se puede conseguir la limpieza en el ámbito de lo público si no estamos dispuestos a limpiar el ámbito más cercano a nosotros mismos.
Una vez convenientemente “reseteados” deberíamos pedir cuentas a nuestros políticos. Deberíamos comprometernos con nuestro voto. La única parcela de poder que nos dejan y, como ya he señalado en artículos anteriores, no abstenerse y no votar en blanco porque al final, gracias al sistema electoral, es como votar a los partidos mayoritarios pues aunque vote solo el veinte por ciento del electorado los escaños se siguen repartiendo. Deberíamos votar a un partido que todavía no ha gobernado, el más coherente posible con nuestras ideas y, si no es posible, al que más rabia nos dé. Deberíamos hacerlo al menos una vez y ver que tal nos va (2).
La única manera de demostrarles que no hablamos en broma es reducir su poder. Y reducir su poder es reducir su representación parlamentaria. En una democracia parlamentaria todo el poder acaba saliendo del parlamento: el gobierno, las leyes, los presupuestos, la justicia, todo. Además, en la política moderna aunque el gobierno sale del parlamento se da la paradoja de que éste está mediatizado por el propio gobierno y por los grupos parlamentarios que usan la disciplina de voto como disciplina del acero. La división de poderes en la práctica por desgracia es cosa del pasado. Así que si la fuente del poder son los escaños de voto cautivo de los grupos parlamentarios, démosles ahí mismo, donde más les duele, todavía tienen que contar con nosotros para constituir el parlamento.
Si se redujera el poder de los partidos mayoritarios se verían avocados a cambiar y quizás comenzara el “reset”, quizás cambiarían la forma de hacer política, quizás todos estarían más proclives a la negociación y a escuchar a la gente, quizás se regeneraría la vida pública y quizás de esta manera podríamos centrarnos en el debate político real, en el que se solucionan los problemas de España. Ya sé que es mucho “quizás”, por ahí me he dejado muchos más “quizás” deseables. Y que se cumplan todos ellos es muy difícil. Pero también sé que si no se hace nada, ellos no van a cambiar. Tienen muy bien organizado todo el cotarro.
Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo
El título "Extraños en un tren" lo tomo prestado de la genial novela de Patricia Highsmith tan magistralmente llevada al cine por Alfred Hitchcock
(1) Las Rozas de Madrid, localidad de 90.000 habitantes situada al noroeste de la capital. Forma parte de su área metropolitana. Tiene un alto nivel de renta per cápita.
(2) En el artículo “El discreto encanto de la abstención…” desarrollé esta tesis ampliamente.
Nota final
Querría desear a todos los lectores un feliz año nuevo. Que 2013, a pesar de los presagios, sea mejor que el 2012. Ya va siendo hora que los sucesivos años dejen de ser annus horribilis y podamos permitirnos el lujo de ser optimistas.
Un abrazo virtual a todos y mucha salud, mucho amor y dinero suficiente.
¡Feliz año nuevo! |
Extraños en un tren por Juan Carlos Barajas Martínez se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://sociologiadivertida.blogspot.com.es/.