La Teoría de la Disonancia Cognitiva



Tigranes II el Grande

El primer mensajero que dio la noticia sobre la
Llegada de Lúculo estuvo tan lejos de complacer a
Tigranes que éste le cortó la cabeza por sus dolores
Vidas de Plutarco, historiador romano

-¡Ay de mi Alhama!
Cartas le fueron venidas
que Alhama era ganada.
Las cartas echó en el fuego,
y al mensajero matara.
-¡Ay de mi Alhama!
Romance de la pérdida de Alhama

Dice la historia que pertenecer al gremio de los mensajeros en la antigüedad no era un buen oficio y que había muchas plazas vacantes. Dado que la antigüedad fue un período en el que, en general, la vida humana no valía mucho y se estaba muy lejos de publicar ningún manifiesto, cuerpo legal o declaración que protegiera los derechos humanos, había cierto hábito en las autoridades del momento en matar a aquellos que trajeran malas noticias, culpándoles a ellos de las felonías cometidas por otros o, simplemente, que los hechos sucedidos no estaban en consonancia con sus deseos. De hecho, quizás después de todo por humanidad o quizás por economía de medios pues no ganaban para mensajeros, en algunas culturas los dioses acabaron por protegerlos constituyéndose  gremios sagrados como los heraldos helenos o los painani aztecas (1).

Sigmund Freud (2) consideraba el hecho de matar al mensajero como una defensa, como  un caso extremo de enfrentar lo insoportable. Una forma de reducir la frustración porque las cosas no salen como planeaba el tirano de turno o porque el destino muestra una tozudez enervante en seguir sus propios designios y no los de un endiosado botarate.

Así que, como cuenta Plutarco (3), cuando Triganes II el grande (4) mató a su mensajero porque el general romano había llegado demasiado pronto y con demasiadas tropas y no le cuadraba con los planes que tenía o, cuando según el romance, Boadil (5) mató al suyo y quemó la carta en la que le comunicaron la caída de Alhama, porque veía que su reino se les escapaba de las manos, manifestaban  de forma tan violenta como les permitía su poder absoluto, una irresistible necesidad de borrar la mala noticia. ¿Pero que es lo que provocaba ese tremendo malestar?, ¿qué podría estar en el origen de un proceso que desemboca en una cólera irrefrenable y una agresión brutal?. (6)

Para entenderlo lo primero que tenemos que reconocer es ese malestar que sentimos todos los seres humanos, cuando la percepción de nuestro entorno no coincide con la idea que tenemos de ese mismo entorno o cuando actuamos en contra de nuestra ideología, o cuando dos de nuestras  ideas entran en contradicción ante una decisión. Gracias a Dios, ni tenemos el poder de los tiranos, ni somos tan cafres, ni estamos acostumbrados a que nos consientan todo y se colmen todos nuestros deseos desde la cuna.

A este sentimiento lo denominó disonancia cognitiva el gran psicólogo social León Festinger (7) y elaboró una teoría sobre la misma que es una de las más fructíferas de la psicología social tanto por la investigación abundante a la que ha dado lugar como por las controversias y reformulaciones que ha originado entre los expertos.

En primer lugar, Festinger  puntualiza que hay que entender el término cognición como el conocimiento que la persona tiene sobre sí misma – sentimientos, emociones o creencias sobre el yo -, sobre su conducta o sobre su entorno. Son creencias que la persona experimenta como reales – aunque pueden no serlo – y que pueden referirse a una realidad física, psicológica o social.  

En segundo lugar, Festinger utiliza el término disonancia para describir esa diferencia entre la cognición del mundo real y el mundo real mismo, entre lo que debería ser y lo que realmente es, o cuando la idea es una pero la conducta es otra.

La disonancia cognitiva, al igual que sucede con el hambre o con la frustración, tiene un componente de activación fisiológica, de ansiedad, que produce sensaciones desagradables de diferente grado según la persona o la situación disonante. Pero sea cual sea el grado de la sensación desagradable, desde el simple malestar a la ira, el individuo necesita reducirla para recuperar el bienestar.

Luego el planteamiento de la teoría de la disonancia cognitiva es muy sencillo. La existencia de cogniciones que no son coherentes entre sí, consonantes en la terminología de Festinger, produce en la persona un estado psicológico de incoherencia, Festinger diría disonancia, que es incómodo y que la persona se esforzará en paliar intentando hacer esas cogniciones más coherentes.

Teorías hay que achacan este manejo de la realidad a la necesidad de coherencia lógica que el ser humano, como ser racional, busca denodadamente (8). Pero según la teoría de la disonancia cognitiva, no es la lógica y la racionalidad lo que motiva la búsqueda de la coherencia sino la necesidad de justificar el comportamiento o las creencias. Detrás de este proceso no está un sujeto racional sino un sujeto “racionalizador”. No se busca la consistencia para ser lógicos sino para recuperar el bienestar psicológico.

Según Festinger, entre los elementos de conocimiento que conforman nuestra cognición sobre el entorno, pueden existir tres tipos de relaciones. Dos elementos que no tienen nada que ver el uno con el otro son irrelevantes. Dos elementos relevantes o importantes el uno para el otro son disonantes cuando son contradictorios o incoherentes y consonantes en caso contrario.

La magnitud de la disonancia depende de varios factores. Se puede experimentar disonancia cuando la mujer pregunta al marido qué tal le sienta un vestido y éste le responde que muy bien aunque le siente como a un Cristo dos pistolas. También se experimenta disonancia cuando el mismo marido le oculta a la mujer otra relación amorosa. En ambos casos se trata de una mentira pero es evidente que suele suscitar más inquietud la segunda que la primera. Por tanto, el grado de la disonancia que la persona experimenta depende, en primer lugar, de la importancia que concedemos a los elementos disonantes, no es lo mismo una mentira piadosa que una mentira que oculta una infidelidad.

En segundo lugar, en la magnitud de la disonancia influye el número de cogniciones relevantes disonantes que presenta una situación. En la primera de las mentiras del marido hay elementos disonantes, le está mintiendo a su mujer, pero también los hay consonantes, le miente porque quiere que esté contenta. En cambio, en la segunda, se me ocurren mil motivos disonantes de carácter moral que condenan la conducta.

En tercer lugar, habrá mayor disonancia si la persona tiene un buen concepto de sí misma, en cambio, si la idea que tiene de sí misma es desfavorable en relación con el comportamiento realizado o la situación a la que se enfrenta, no le producirá disonancia puesto que no contradice su autoconcepto. Si el marido que ha caído en la tentación de la carne y oculta su infidelidad tiene un concepto ético de sí mismo muy elevado, o ha recibido una educación religiosa y su visión del mundo está marcada por esa educación, el sufrimiento por la disonancia entre su ética y su conducta será mucho mayor que el de una persona que se ha movido en un ambiente de mayor laxitud moral.

La motivación para reducir la disonancia depende del grado o la intensidad con la que se manifiesta. Cuanto mayor sea la experiencia de inquietud psicológica, mayor será el interés en restablecer el bienestar.

Las personas utilizan varias formas de reducir la disonancia y el sufrimiento que conlleva. La primera de ellas es cambiar uno o más elementos de forma que sean más coherentes entre sí. Puede retractarse de la conducta eligiendo otra alternativa o modificar las creencias o las actitudes. También se puede cambiar la importancia de los elementos dando mayor valor a las creencias que apoyan la conducta elegida o hacen más tragable la situación que se enfrenta. Se pueden añadir nuevos elementos cognitivos que apoyen la conducta o suavicen la situación. Se puede recurrir a la ayuda externa como el alcohol o los medicamentos o, si eres más sensato, acudir a la consulta de un psicólogo que te ayudará a manejar esos elementos cognitivos a situaciones menos disonantes.

A veces la disonancia aparece, o es más fuerte, después de haber tomado una decisión o haber enfrentado una situación y, claro, el comportamiento ya realizado no se puede cambiar a posteriori. Entonces la persona para reducir la disonancia debe racionalizar su conducta. Dos mecanismos muy comunes son la justificación post-decisional y la justificación del esfuerzo.

Tomar una decisión entre dos alternativas produce un conflicto interno pero, una vez el individuo se ha decidido, el conflicto desparece y en su lugar aparece la disonancia pues elegir supone renunciar a las alternativas no elegidas que seguro tenían sus puntos favorables. Solo sí daba un poco igual qué decisión tomar, por ejemplo, tomarse un helado de nata o de chocolate o ir a La Cibeles por la calle de Alcalá o por la Gran Vía, la disonancia no aparecerá. La justificación post-decisional consiste en restar importancia a la decisión tomada – al final qué más da si Fulanito va a hacer lo que le dé la gana - , o bien, incrementar la actitud positiva hacia la alternativa elegida – aunque no le gusta a Fulanito lo hice por su bien - o pensar que las consecuencias de elegir una u otra alternativas van a ser las mismas – no voté Fulanito porque todos los políticos son iguales -.

Hay veces que perseguimos un objetivo que nos cuesta mucho esfuerzo, que nos cuesta mucho tiempo y dinero. Decidir entre realizar cualquier acción costosa o abandonar en el empeño produce disonancia. Yo mismo me he visto en esta tesitura cuando se trataba de decidir si seguir opositando, con el enorme esfuerzo económico, físico, intelectual y familiar que representaba o abandonar definitivamente con lo que suponía de renuncia a una mejora importante profesional, económica, de estatus y de ilusión.

Después de realizar una acción a costa de grandes sacrificios cualquier creencia que ponga en cuestión la utilidad de la conducta producirá una fuerte disonancia y, por tanto, pondrá en marcha la motivación para reducirla buscando las creencias que justifiquen esa acción. Esto es precisamente la justificación del esfuerzo.

Todo esto tiene una dimensión social, Festinger lo reconoció pero no lo desarrolló suficientemente, de hecho por ahí le llovieron las críticas. Los significados o las creencias son construcciones sociales. La influencia de la cultura, del proceso de socialización, de la clase social, del estatus y de los roles sociales entre otras características, influyen en la concepción del mundo de las personas y en su forma de comportarse. Por lo tanto, la contradicción entre los significados y creencias no puede reducirse tan sólo a un proceso mental interno.

Y el entorno social influye  no sólo en el grado de la disonancia sino también en la motivación para eliminar el malestar asociado, en los cambios de actitud,  en el proceso de racionalización  y las justificaciones a posteriori que hacemos para volver a sentirnos bien.

Conocí a un directivo de una empresa, al que apliqué a menudo la teoría de Festinger – uno es así de “friqui” - para comprender su comportamiento. Se indignaba cuando las cosas no salían como él creía que debían salir, normalmente por que no tomaba decisiones correctas a tiempo y aplicaba el olvido cuando las había tomado pero incorrectamente, tenía una visión muy optimista de la situación de su negocio y, cuando algún mensajero le abría los ojos y le demostraba lo catastrófico de sus gestiones, no diré que llegaba a la altura del gran Tigranes, pero el valiente se llevaba una buena reprimenda. Al cabo de un tiempo sus colaboradores aprendieron a darle la información que quería oír, a dibujarle la situación como él esperaba, sólo cuando la cosa no tenía remedio se adentraban en el terreno de la verdad, mientras tanto, actuaban al margen de sus decisiones en la medida de lo posible. El directivo y los empleados eran más felices y el negocio iba un poco mejor.

¿No pasará esto también en La Moncloa (9)?.  A veces pienso que sí. Imagino al Presidente de turno rodeado de colaboradores al que tienen que pasarle la información del pulso del país. No les imagino diciendo: “todo es un desastre” sino más bien “las raíces de nuestra economía son vigorosas”. Los asesores políticos, además de llevarle el paraguas al jefe para que no se moje como dicen los politólogos, para mí que se encargan de reducir la disonancia cognitiva de sus asesorados. Si lo hacen, no lo hacen por caridad sino porque así duran más en el puesto. Si no, ¿cómo se explican esas terribles segundas legislaturas de los presidentes del Gobierno?... y alguna primera también.

La cita del principio de Plutarco, después de matar al mensajero, acaba de la siguiente forma: “y sin ningún hombre atreverse a llevar más información, y sin ninguna inteligencia del todo, Tigranes se sentó mientras la guerra crecía a su alrededor, dando oído sólo a aquellos que lo halagaran”. Al final la perdió y los romanos incorporaron a Armenia a su imperio. Al parecer el “síndrome de la Moncloa (10) no es nuevo.



Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo



A Rosana Claver, socióloga e investigadora, amiga, compañera de estudios que osó sacar mejores notas que yo  y otra fanática de la teoría de la disonancia cognitiva.


Notas:
  1. Los heraldos tenían muchas misiones diferentes aparte de ser mensajeros, eran embajadores, chambelanes, mayordomos, entre otras funciones. Los painani eran correos que gozaban de inmunidad aunque si he de hacer caso a alguna novela histórica más de uno fue víctima de la ira de los emperadores.
  2. Sigmund Freud fue un médico neurólogo austriaco de origen judío, padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX.
  3. Mestrio Plutarco fue un historiador, biógrafo y ensayista griego a caballo entre los siglos I y II
  4. Tigranes II el Grande, fue un rey de Armenia del sigo I antes de Cristo que amplió el reino pero al final de su reinado perdió su independencia frente a la República Romana de la que se convirtió en tributario.
  5. Boabdil fue el último rey del reino nazarí de Granada. Perdió su reino en una guerra de diez años contra los Reyes Católicos.
  6. La teoría de la disonancia cognitiva no entra la descripción de cómo se transfiere la cólera en agresión, se queda en el terreno de las actitudes y la motivación.
  7. León Festinger fue autor el de “A Theory of Cognitive Dissonance” (1957), obra en la que expone su teoría de la disonancia cognitiva, que revolucionó el campo de la psicología social, y que ha tenido múltiples aplicaciones en áreas tales como la motivación, la dinámica de grupos, el estudio del cambio de actitudes y la toma de decisiones
  8. Entre esas teorías está la teoría del equilibrio de Heider (1958) y la teoría de la congruencia de Osgood y Tannebaum (1955)
  9. Este es un término muy conocido por los lectores españoles pero no necesariamente por los latinoamericanos. El Palacio de la Moncloa es la residencia y la sede de la presidencia del Gobierno de España. Está situado en el distrito del mismo nombre al noroeste de Madrid. El Presidente del Gobierno es equivalente al Primer Ministro británico, dirige el poder ejecutivo pero no es el Jefe del Estado, que en ambos casos es el monarca, que – en un alarde de albañilería política - reina pero no gobierna. También se usa el término “monclovita” para referirse a lo políticamente relacionado con el palacio en su función de sede del gobierno.
  10. El síndrome de la Moncloa es un término periodístico que hace referencia al endiosamiento o alejamiento de la realidad que afectaría a todos los sucesivos presidentes (la definición es de la Wikipedia).

Bibliografía:

Mercedes López-Sáez
Cambio actitudinal como consecuencia de la acción
Psicología Social
McGraw-Hill
Madrid 2000

C Gómez
Disonancia cognitiva y pensamiento racional
Prácticas de Psicología Social
UNED
Madrid 1998

Wikipedia en español e inglés





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EL Juego de la Petanca





Cuando nuestra querida amiga Marie nos invitó a asistir a la fiesta de su cincuenta cumpleaños nuestra primera intención fue rechazar la invitación, a pesar del detalle y la declaración de amistad que suponía.

Hacer mil kilómetros de ida y otros tantos de vuelta hasta aquellas maravillosas tierras del sur de Francia se nos hacía cuesta arriba. Sin embargo, cuando dejamos de considerarlo como un cumpleaños, por muy especial que fuera, y comenzamos a verlo como un viaje a la Francia profunda, fuera de los circuitos turísticos habituales, empezamos a mudar de opinión. Y, al final, resultó ser mucho más que un viaje turístico, al final resultó ser una inmersión en la cultura agraria francesa.

Hay que señalar, en primer lugar, que las gentes del sur de Francia distan mucho de la imagen que tenemos del francés medio, que está distorsionada por el arquetipo del parisino. Yo he conocido a varios parisinos, sin duda correctos y educados, algunos relativamente próximos, pero siempre tenía el pálpito de ser tratado con condescendencia, desde la superioridad, siempre tenía la sensación de tener que rellenar una instancia por triplicado para hablar con ellos. Tampoco ayuda la percepción que tiene uno al hablar con ellos de proceder de un país exótico, de bandoleros patilludos, toreros valientes y gitanas fatales. Uno tiene la impresión de que esa imagen perdura en el imaginario francés desde los tiempos de Próspero Merimée (1) a pesar de la proximidad, los intercambios de todo tipo y el roce de los siglos.

En cambio, con las gentes del sur, no he tenido ningún sentimiento encontrado, ningún resquemor de esos que no sabes si son imaginaciones tuyas o percepciones de algo real. Me parecieron muy semejantes a nosotros que, al fin y al cabo, somos gentes de más al sur todavía. Me sentí como en casa.

Nosotros, es decir mi familia y yo, éramos únicos entre todos los asistentes a aquella fiesta. Únicos por ser los únicos españoles y únicos por ser los únicos amigos. El resto eran parientes, hermanos, padres, hijos, abuelos, nietos, tíos y sobrinos, todos originarios de aquel pueblo maravilloso en las montañas del Aveyron (2), pero procedentes de todos los rincones de Francia y algunos, como los resistentes galos de Astérix, de aldeas próximas dedicados a la agricultura y a la ganadería, que no habían sucumbido al encanto de la ciudad.

Pasamos la tarde de un viernes y todo el sábado siguiente con ellos. Cenamos, comimos y volvimos a cenar. Bebimos pastis (3), tomamos paté casero, quesos de roquefort de diversas clases, el pato preparado de diferentes formas, vino español que sorprendió al personal por lo bueno que era, melón de la Galia, champán del de verdad.

Y como acto sagrado de una religión que no acabé de entender, jugamos una liga de petanca (4). Para mí, la petanca es poco más que un juego de playa que se juega con bolas de colores rellenas de agua para que pesen o un deporte de jubilados en el parque. En cambio, en cada villorrio, pueblecito, pueblo o ciudad de esa parte de Francia, en la plaza de al lado de la iglesia hay un “petancódromo” - o como quiera que se llame - en el que juegan desde niños a ancianos.

Al principio intenté escaquearme, pues viendo la profesionalidad de mis posibles oponentes y que a mi no me gusta perder a nada y menos con los franceses, no tenía ni la ilusión ni la motivación por jugar. Pero fue imposible, bien que rebuscaron para apuntar a “les espagnols”.

Avez-vous déjà joué à la pétanque? (5)- me preguntaban - Oui, quelquefois en été sur la plage”(6) – contestaba yo y me miraban con extrañeza.

El caso es que jugamos y jugamos, nos tiramos toda la tarde jugando, una liga para los ganadores de las primeras eliminatorias y una liga de consolación para los perdedores. Las últimas partidas ya en plena noche cerrada.

Y me lo pasé muy bien. Acabé vacilando con los compañeros, comentando las jugadas, fanfarroneando con el primo Thibaut sobre quién ganaría a quién; el tío Albert me decía a la izquierda y yo tiraba a la izquierda, me señalaba con la mano al sitio adónde debía ir mi bola y allí tiraba; el primo Raphaël me daba teóricas entre tiro y tiro sobre la adecuada posición de la mano al dejar caer la bola. Jugaban todos, mujeres, hombres, niños, ancianos y ancianas. Todos formaban parte de la liturgia.

Y este auto sacramental de comidas, fiesta y petanca lo celebran todos los años. Acuden más o menos los mismos a excepción de los espontáneos españoles de este año o los que no pueden acudir por causa mayor. Lo único que cambia es la excusa para la celebración. Este año era el quincuagésimo aniversario de  Marie y de una prima suya, el año que viene será la jubilación de otro primo. Lo que se celebra es una excusa para que un grupo de personas con lazos de parentesco se junte casi en su totalidad, refuerce esos lazos y rememore sus orígenes. Ese grupo de personas es la familia extensa de Marie.

Pero vamos por partes. En la práctica totalidad de las sociedades se puede identificar lo que los sociólogos y antropólogos denominan familia nuclear que consiste en dos adultos que viven juntos en un hogar con los hijos propios o adoptados. En la mayoría de las sociedades agrarias tradicionales la familia nuclear – no como pasa en las sociedades modernas industriales en que son protagonistas absolutas del tejido social - estaba sumergida o difuminada en una red de parentesco más amplia. Además de la pareja casada y sus hijos convivían - o al menos tenían un contacto íntimo y continuo -  con otros parientes. Esta es la familia extensa, que incluye a los abuelos, a los hermanos y las esposas, las hermanas y los esposos, tíos y sobrinos.

Estas familias extensas, antes de la revolución industrial, tenían un interés económico, eran unidades de producción, todos trabajaban el campo compartiendo recursos, como propietarios, como arrendatarios o, simplemente, como jornaleros; y trabajaban desde niños hasta ancianos. A veces incluso la aldea entera estaba formada por familias extensas que formaban un clan (7). Por lo que los lazos de parentesco eran muy importantes y no se deshacían a no ser por los fallecimientos que por otra parte eran muy comunes, sobre todo eran muy altas la mortalidad infantil y la de las mujeres.

Uno de los fenómenos más importantes que surgieron de la revolución industrial fue la emigración del campo a la ciudad. La ciudad con sus reclamos de mayor prosperidad absorbieron los excedentes de mano de obra del campo producidos por la mejora de las técnicas agrícolas. La emigración a las ciudades respetó la estructura de la familia nuclear – más pequeña, flexible y adaptada a la nueva situación - pero no a la familia extensa que se desperdigó por los distintos focos industriales. Por ejemplo, la familia extensa de mi madre se repartió por la geografía española, sobre todo en Madrid, y sólo una minoría – más ligada a labores artesanales que agrarias – permaneció en el pueblo.

La familia extensa sigue existiendo, los lazos de parentesco se siguen manteniendo por que no es fácil sacarlos de nuestra cultura que durante muchos siglos fue agraria, pero está diseminada. Por eso se organizan este tipo de festejos. Son vueltas al pasado, al refuerzo de los lazos, a saber como le va a gentes con las que te une relación atávica, son gratificantes porque nos devuelven a los aspectos más agradables de la vida sencilla del pasado.

Intuyo que el poder de convocatoria de este tipo de festejos está en función, entre otras características, del tiempo que hace que los parientes emigraron a la ciudad y se diseminaron por el mundo. Supongo que también depende de la distancia. Es más difícil los reencuentros con los que emigraron a América.

Yo también tengo primos, no mantengo mucha relación con ellos, últimamente – me da un poco de vergüenza reconocerlo - sólo los veo en los entierros. Desde luego no los veo en fiestas en el pueblo de donde provenimos. Desde los tiempos de mi niñez no recuerdo grandes convocatorias familiares, eran los tiempos de las bodas de los primos de mis padres o de los bautizos y las comuniones de mis primos. Sospecho que algo tiene que ver con que mi familia empezó a emigrar del campo a la ciudad hace cuatro generaciones, más o menos cien años atrás y aunque partes de la familia son de emigración más reciente, yo no tengo – y mucho menos mis hijos – vínculos fuertes con el lugar de origen de mis ancestros.

En cambio la familia extensa de mi mujer es de emigración más reciente. Sólo que la emigración ha sido completa, no queda nadie en el pueblo, todos se han ido a la ciudad. Ciudades de distinto tamaño, más o menos lejos, pero nadie vive en el lugar de origen común. Eso sí, todos los años nos reunimos para una comilona, muchos menos que en la fiesta de nuestros amigos franceses. Sin pastis pero con vino de Toro, sin pato pero con cordero o cochinillo, sin melón de la Galia pero con sandía murciana, sin champán pero con cava, sin el entorno insultantemente verde del Midi-Pyrénées (8) sino con fuerte y orgulloso paisaje ocre de Castilla.

Y por último, en este continuo de familias extensas que estamos analizando, estaría el caso más integrador de nuestros amigos franceses. Ignoro desde cuando se han ido produciendo las distintas emigraciones en esa familia pero si pude apreciar que un grupo importante de ellos ha permanecido en la zona atendiendo a sus granjas. Esto tiene que ver con que en Francia la agricultura es muy importante, los campesinos franceses nunca perdieron su orgullo, no parecen afectados por ese pesimismo pesado – esa resignación de los pueblos que han sido castigados cada vez que miraban con desafío -  que percibo en el agro español,  y me da a la nariz que su Administración ha defendido más sus intereses y si no ahí está la lucha de los sucesivos gobiernos franceses en la Política Agraria Común en Bruselas.

Además, otra característica que refuerza al agro francés es que se intuye un recambio generacional. Los pueblos de la zona no están vacíos de jóvenes, curiosamente a simple vista se puede apreciar, junto con las personas de edad típicos granjeros, personas más jóvenes, algunos de ellos con alegres y multicolores vestimentas, al estilo hippie, empeñadas en la conservación del entorno, en la agricultura biológica y en el turismo rural. Y estas personas tienen a su vez hijos pequeños que requieren de servicios típicos de la infancia. No parece que el campo francés, al menos en esta región del sur, esté despoblándose.

Lo cierto es que la combinación de emigración reciente y de agricultura viva, hace que los lazos familiares sean más fuertes, que tengan el poder de convocatoria para reunir a alrededor de setenta personas todos los años, fiestas organizadas con excusas que no son la razón última de la reunión y de contagiar a una familia nuclear española al menos una vez. Para comer, beber y jugar a la petanca.



Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


A Marie y su familia, un pedacito de Francia en nuestro corazón.


Notas:

(1)   Próspero Merimée fue un escritor francés autor de “Carmen”
(2)   Aveyron es un departamento francés de la región de Midi-Pyrénées
(3)   Pastis es una bebida alcohólica francesa de anís que se mezcla con agua muy parecido a lo que en España se ha llamado siempre una “palomita
(4)   La petanca es un juego en el que la meta es lanzar bolas metálicas tan cerca como sea posible de una pequeña bola de madera, llamada boliche, lanzada anteriormente por un jugador, con ambos pies en el suelo.
(5)   ¿Ha jugado alguna vez a la petanca?
(6)   Si alguna vez en verano en la playa
(7)   Según el diccionario de la Real Academia un clan es un grupo predominantemente familiar unido por fuertes vínculos y con tendencia exclusivista. Para la antropología social es un grupo de gente unida por lazos de parentesco y ascendencia, vinculado por la percepción de ser descendientes de un ancestro común.
(8)   Midi-Pyrénées es una región del sur de Francia



Bibliografía:

Antropología
Una exploración de la diversidad humana
Conrad Philip Kottak
Mc Graw-Hill
Madrid 1999

Sociología
John J. Mancionis y Ken Plummer
Prentice-Hall
Madrid 2005

Sociología
Anthony Giddens
Alianza Editorial
Alianza Universidad Textos
Madrid 2000






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