¿Un mundo feliz?

Portada de una edición antigua obtenido del blog "una pizca de cine.."



¡Oh qué maravilla!
¡Cuántas criaturas bellas hay aquí!
¡Cuán bella es la humanidad!
¡Oh mundo feliz,
en el que vive gente así!


William Shakespeare
La Tempestad, acto V


Mi primer contacto con la famosa obra de Aldous Huxley fue a través de una serie de televisión, correría 1980 ó 1981. Y ya entonces me atrapó. Bastantes años después leí el libro y me atrapó más todavía. La novela, escrita en 1932, es una sátira futurista sobre la sociedad surgida de la segunda revolución industrial basada en el maquinismo, la eficiencia, la medición de tiempos de trabajo, la producción en cadena y todas las características que constituyeron la base de lo que se denominó el fordismo, en honor de Henry Ford (1) el industrial norteamericano que puso en marcha la primera cadena de montaje.

En esta sociedad futurista hasta a los seres humanos se les fabrica en serie como a los automóviles y en vez de clases sociales hay categorías (2), a las que se pertenece de por vida según sales de la cadena de montaje. Los alfa, los beta, los gamma, los delta y los epsilones - las distintas clases de seres humanos que salen de la cadena - tienen sus características físicas e intelectuales concebidas como especificaciones técnicas – igual que las especificaciones de los automóviles o de los programas de ordenador - y que les hacen apropiados para las distintas funciones en la sociedad. Directivos, empleados, trabajadores en una sociedad cuyas autoridades consideraban perfecta. Desde un punto de vista de la teoría sociológica sería la sociedad funcionalista llevada al extremo, sin conflictos, cada uno con su posición y función asignada.

La religión oficial del Estado Mundial huxleyano consagra a Henry Ford como Dios, como el referente religioso supremo, al estilo de Jesucristo para nuestra civilización; de hecho, la novela transcurre en el siglo VII después de Ford y, en esta era inventada por Huxley, el año cero es 1908, año en el que Ford inventa la cadena de montaje y la producción en serie. La obra está repleta de frases en donde la palabra "Ford" reemplaza a lo que en vida real se utiliza como Dios. Por ejemplo: "¡Por Ford!", "¡Ford! Eso es increíble", o "Su Fordería" para referirse a las autoridades en lugar de “Su Excelencia” o “Su Eminencia”.

Los nombres de los personajes son composiciones de nombres de personas reales, por ejemplo el personaje “Primo Mellon” es composición de Primo de Rivera – el dictador de España en los años ’20 – y de Andrew Mellon – un millonario filántropo norteamericano (3).

Es una obra llena de ironía y de crítica mordaz hacia un tipo de economía industrial que se había puesto de moda en los países desarrollados, que había provocado cambios sociales y culturales, y que a Huxley parece que no le gustaba nada.

¿Pero qué tipo de ideología o de pensamiento había detrás de este modo de producción?. ¿Cuándo y por qué surgió?. Bien, para contestar a estas preguntas y, antes de hablar del fordismo, hay que referirse a un movimiento teórico previo que se conoce como taylorismo.

La segunda mitad del siglo XIX es un período de notables innovaciones tecnológicas, científicas, sociales y económicas que propiciaron un gran desarrollo de la industria siderúrgica, química, eléctrica y del transporte, así como la utilización de nuevas formas de energía diferenciadas del clásico carbón. Este proceso de desarrollo industrial a su vez propició un nuevo desarrollo del capitalismo, nace el capitalismo financiero y nacen las grandes combinaciones horizontales y verticales de empresas, se acrecienta velozmente, sobre todo a partir de 1890, el proceso de fusión y concentración, aparecen los grandes cárteles, trusts y holdings.

Si la primera revolución industrial se caracterizó por su carácter eminentemente británico, su dependencia energética del carbón y la máquina de vapor como exponente tecnológico, la segunda se caracteriza por su extensión geográfica – se desarrolla, además de en el Imperio Británico en Alemania, Italia, Francia, Países Bajos y, sobre todo, en Estados Unidos que emerge como superpotencia en los albores del siglo XX – , se caracteriza también por el uso intensivo del petróleo y la electricidad como fuente de energía y por el motor de combustión interna como exponente tecnológico.

La complejidad y tamaño crecientes de las empresas, unido a la acentuación de la división del trabajo, crearon agudos problemas de coordinación. Apareció entonces una urgente necesidad de racionalización de las relaciones hombre-hombre y hombre-máquina en la industria.

Con la mecanización de la producción los ingenieros industriales pasaron a ocupar una posición estratégica en la estructura social de la empresa. Y éstos, elevados a posiciones de autoridad en el esquema de las empresas, empezaron a aplicar los principios de la ingeniería – que tan bien habían resultado para la resolución de los problemas técnicos – a la administración y organización del trabajo en la fábrica.

El taylorismo surge en este período histórico como consecuencia de todo este proceso de aplicación de la ingeniería a la organización. Su autor, Frederic W. Taylor (4), que de simple obrero llegó a ser ingeniero, tuvo el mérito – no de inventar  técnicas de ordenación científica del trabajo – sino de haber llegado a integrar en un sistema coherente las diversas técnicas e ideas ya existentes que andaban desperdigadas por manuales de organización de distintas instituciones y empresas.

Por tanto, el taylorismo no es una teoría sociológica, no se interesa por los problemas de la sociedad en su conjunto sino  que trata acerca de los problemas prácticos de eficiencia, basa su campo de estudio en el individuo, estudia al obrero como unidad aislada. Si ha llegado a influir de un modo notable sobre la sociedad en su conjunto no ha sido por su vocación intelectual comprensiva de la sociedad sino por su aplicación generalizada en el mundo de la empresa.

El fin del taylorismo es el incremento en la productividad de la organización. Para ello aboga por una aproximación empírica y experimental a los problemas de gestión del trabajo en una fábrica. Taylor pensaba que detrás de cada puesto de trabajo había leyes que se podían descubrir a partir de la observación y la medición y, que una vez conocidas esta leyes, podrían ser aplicadas a un puesto de trabajo concreto. Creía que el conocimiento científico podía reemplazar los métodos improvisados o dejados a la intuición o experiencia del trabajador.

Dejar de lado el conocimiento del trabajador implicaba la separación radical entre el planteamiento de los trabajos y la ejecución de los mismos. El nuevo papel del obrero sería, por tanto, la simple ejecución del trabajo y esto nos lleva a que la selección del trabajador no puede ser hecha al azar, sino que tiene que estar también científicamente realizada para lograr que para cada tarea sea elegida la persona idónea. Es en este momento cuando empiezan los procesos de selección del personal en las empresas.

La filosofía subyacente en el taylorismo se completa con otro importante principio: la cooperación de los trabajadores y directivos. Taylor pensaba que, una vez descubiertas las leyes “naturales” que describen el trabajo y la producción, una vez determinado – en bases a tales leyes – el tiempo idóneo para la ejecución de una tarea y medido el esfuerzo necesario, se podía definir el salario exacto para cada puesto de trabajo de una manera objetiva y científica. Por consiguiente, no queda lugar para el conflicto y ni para las querellas puesto que nadie puede contestar los hechos científicos.

Siguiendo con este razonamiento no tiene ya sentido la lucha de clases y, desde luego para Taylor, el papel de los sindicatos es pernicioso y anacrónico. Los trabajadores conseguirían mucho más en sus ambiciones personales actuando de manera aislada que recurriendo a soluciones colectivas.

¿No os suena toda esta canción?. ¿No hay en este discurso argumentos recurrentes que el nuevo – no tan nuevo como puede verse – liberalismo utiliza machaconamente?. El taylorismo considera al trabajador como un instrumento más de la producción, como una máquina con sus especificaciones, sus condiciones de trabajo, sus costes. Y como tal tiene que ser manejado. Esta concepción del trabajador no toma en cuenta los sentimientos, las actitudes, los fines personales de los individuos y, por tanto, ni entra a considerar la posibilidad de la incentivación de las personas. No hay conciencia de que el obrero es un ser social, influido en su comportamiento por su vinculación con la estructura social general y la cultura de los grupos a los que pertenece. Y, por otra parte, peca de una inocencia pueril pues no considera la posibilidad de que estalle el conflicto entre el empresario y el obrero porque hay unas leyes naturales – en un contexto completamente artificial por cierto – que son indiscutibles. El taylorismo ha despreciado las variables psicológicas y sociológicas del comportamiento organizacional y sobreestima las posibilidades de la ciencia para resolver todos los problemas.

Y ya, para terminar con el taylorismo, hay que señalar que no todo lo que dijo Taylor es falaz, el invento se le desmadró cuando más allá de medir y organizar se puso a filosofar.

El fordismo aplicó parte de las ideas de taylorismo pero fue menos militante en sus aspectos más mecanicistas. Apareció en el siglo XX promoviendo la especialización, la transformación del esquema industrial y la reducción de costes pero, a diferencia del taylorismo, ésta innovación no se logró principalmente a costa del trabajador sino a través de una estrategia de expansión del mercado.

Pero no fue por generosidad o magnaminidad, la razón era que si hay mayor volumen de unidades de un producto cualquiera - debido a la tecnología de ensamblaje - y su costo es reducido - por la razón tiempo/ejecución - habrá un excedente de lo producido que superará numéricamente la capacidad de consumo de la élite económica, de las clases altas que eran hasta entonces las  tradicionales y únicas consumidoras de tecnologías. Es decir, se daba un fenómeno que la socióloga Saskia Sassen denomina lógica de inclusión en el sistema. Al sistema político-económico le interesaba incluir a los trabajadores como consumidores. Por lo tanto, tenían que disfrutar de mejores condiciones, entre ellas, un salario más alto.

Aparece entonces un obrero especializado con un estatus mayor al proletariado de la primera industrialización y también surge la clase media del modelo norteamericano que se transformará en la cara visible del arquetipo del “american way of life”. Pero el sistema excluye del control de la producción a los trabajadores, como solía ocurrir cuando el obrero además de poseer la fuerza de trabajo, poseía los conocimientos necesarios para realizar su trabajo de forma autónoma, de esta manera el capitalista quedaba fuera de los tiempos y modos de producción.

El fordismo - con ayuda anterior del taylorismo - llega para romper con ese monopolio del trabajo, por un trabajo alienante con características que llevan al obrero a perder ese "monopolio" y, por ende, a perder el control de los tiempos de producción.

La idea de la producción en cadena produjo transformaciones sociales y culturales que podemos resumir en la idea de la cultura de masas. Se produjo una expansión interclasista del consumo que derivó en nuevos estímulos y códigos culturales, la sociedad del consumo la llamamos. En general, la clase trabajadora de los países desarrollados empezó a vivir mejor, al menos materialmente.

El sistema alcanzó su madurez después de la Segunda Guerra Mundial bajo el Estado del bienestar keynesiano en el que se desarrolló una forma de capitalismo de rostro humano competidor, como modelo de sociedad, con los socialismos reales en medio de una guerra fría que enfrentaba a ambos modelos.

¿Y qué ha pasado desde entonces?. Ha habido una nueva revolución industrial, la revolución que ha traído la invención del ordenador y la mejora en las comunicaciones, tanto en el aspecto de la comunicación de la información como en el transporte de personas y mercancías. El mundo se ha hecho más pequeño, se ha convertido en una “aldea global “, según el término acuñado por el filósofo canadiense Marshal Mcluhan (5). Las consecuencias de esta revolución de la información se agregan a las anteriores revoluciones industriales como las capas de los estratos en geología. De manera que vivimos en una sociedad con características de la sociedad industrial y de la sociedad postindustrial o de la información.

Con la economía global han perdido importancia los mercados nacionales y, por tanto, los consumidores nacionales. Ahora el mercado es mundial. También ha perdido importancia dónde se produce, se puede producir en cualquier parte del mundo, en dónde sea más barato. Tampoco hay dos modelos de sociedad, el capitalismo quedó como modelo triunfante, como pensamiento único. Y surgió el fenómeno de la economía financiera predominando sobre la economía real, ya no es tan necesario producir para ganar dinero basta con especular. Han surgido poderes emergentes en el tercer mundo que antes no contaban para nada con una clase obrera más barata que la de los países desarrollados. De tal forma que los consumidores ya no son tan necesarios y la clase trabajadora no tiene porque vivir tan bien como solía, ya no es una condición para el funcionamiento del sistema o, mejor dicho, ya no es una condición para ganar dinero pues el sistema se me antoja más inestable.

Todos estos acontecimientos que he resumido en los párrafos anteriores han provocado un cambio muy importante que Saskia Sassen denomina “lógica de la expulsión”(6). Ya no es prioritario integrar a las masas en el sistema económico como consumidores, sigue siendo importante, pero ya no es lo más importante. Por lo tanto, se pueden bajar sueldos y recortar beneficios sociales con lo que las clases trabajadoras y medias viven peor, incluso en los países más desarrollados.

¿Y que ha quedado del fordismo?. Como señalamos anteriormente vivimos en unas sociedades muy complejas que incorporan elementos del industrialismo y del postindustrialismo. El fordismo sigue ahí, en las fábricas, pero con menor influencia. Hay autores que señalan que ha sido sustituido, a partir de la crisis de los años ’70, por el toyotismo, que se caracteriza por estar pensado para economías con crecimiento aceptable y apertura a mercados exteriores y que se basa fundamentalmente en los principios de fábrica mínima, es decir, personal mínimo y capaz de rotar y realizar múltiples funciones, burocracia mínima, producción adaptada a la demanda con almacenaje cero y robotización y automatización de los procesos de producción.

El toyotismo no ha tenido el predicamento de las teorías anteriores. Nadie ha escrito una novela cuyos protagonistas digan: ¡por Toyota! o ¡gracias a Toyota!. No me parece ahora mismo que la sociedad del mundo feliz de Huxley esté de moda como posibilidad futura. La novela, aparte del poso de cachondeo que dejaba detrás de su ironía, describía una sociedad - más que alienada – ñoña. Al menos sus miembros se lo pasaban aparentemente muy bien entre banalidades y unos hábitos sexuales despreocupados y promiscuos. Llamadme pesimista pero ahora mismo mi visión personal del futuro es otra, más cercana a la obra maestra del expresionismo alemán: la película muda Metrópolis de Fritz Lang de 1926(7)

Cartel anunciador de la película obtenido del blog (1+1 una historia...)


Vi esta película en el cine en 1985 en una versión remozada con música de Giorgo Moroder e imágenes resaltadas con un solo color, escala de rojos o de azules o de grises dependiendo del dramatismo de la escena. Me recuerdo en mi butaca totalmente anonadado por la potencia de las imágenes y por aquel argumento desolador de la ciudad de la superficie llena de tecnología, riquezas y comodidades en contraste con la ciudad subterránea, en donde los obreros trabajaban sin descanso, en condiciones alienantes y suma pobreza. Por cierto, al final, cómo no, todo terminaba con una revolución, así que, apliquémonos el cuento y cambiemos el rumbo, porque por el camino que llevamos…



Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo



Escena de la película con música de Kraftwerk

Notas

(1)    Para ver una biografía de Henry Ford pulsad aquí
(2)    He puesto categorías por no llamarlas castas. Pero hay que admitir que a lo que más se parecen es a las castas.
(3)    Para ver más nombres compuestos y otros detalles de la obra “Un mundo feliz” pulsad aquí
(4)    Para ver una biografía de Frederic Taylor pulsad aquí
(5)    Más información sobre “aldea global” aquí
(6)    Para consultar más información acerca de Saskia Sassen pulsad aquí
Video de una entrevista muy interesante con Saskia Sassen



(7)    Para ver más información acerca de la película Metrópolis pulsad aquí

Nota final: Brown, Lauder y Ashton hablan de taylorismo digital.  Taylorismo digital o taylorismo informático, referido a la organización del trabajo, se denomina a la organización global del trabajo profesional y técnico del conocimiento -tradicionalmente desempeñado por las clases medias profesionales- bajo las condiciones de automatización mediante la digitalización e informatización, reducción de salarios, deslocalización y competencia en los mismos términos a los que en su día fueron sometidos los trabajos artesanales o manuales por el taylorismo. Es un tema en el que he profundizado poco y el término es muy nuevo, pero se parece a lo que expresaba yo en el artículo "La proletarización de los informáticos", aunque yo reducía el fenómeno al ámbito español y mi tesis es que la informática no ha llegado a ser una profesión en el sentido sociológico del término sino una semiprofesión.

Bibliografía

Organización y Burocracia
3ª Edición
Nicos P. Mouzelis
Ediciones Península
Barcelona 1991

Administración de la producción como ventaja competitiva
Eduardo Jorge Arnoletto
Eumed.net (Universidad de Málaga)
Málaga 2007

http://es.wikipedia.org

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El efecto de mera exposición


Hace más años de los que quiero reconocer, siendo mi hijo mayor poco más que un bebé, mi mujer, el niño y yo hicimos un viaje en nuestro coche desde Madrid a Murcia del que nunca me olvidaré.

Hay una edad en los niños pequeños en que nos les importa ver un video o escuchar una canción ochocientas veces, lo sabemos muy bien los padres que somos las víctimas propiciatorias de esa característica infantil.

En tiempos de aquel viaje a Murcia (1) estaba de moda la película de “El Rey León” y, cómo no, su banda sonora compuesta por Elton John. Dentro de la banda sonora de la película estaba la canción “Hakuna Matata”, una alegre tonadilla cuyo mensaje era algo así como “canta y sé feliz”, un mensaje muy optimista que gritaba una pandilla muy despreocupada formada – cosas de Disney - por un jabalí africano, un león destronado y un pícaro suricato. De hecho, la traducción del swahili de “hakuna matata” es “no hay problema”.

El caso es que no recuerdo en qué promoción nos regalaron una cinta de casete con el tema del Rey León y “hakuna matata” cantados en la primera cara, y las versiones instrumentales de ambas canciones en la segunda cara, era pues una cinta con cuatro canciones. El radiocasete del coche era de aquellos que una vez se completaba una cara de la cinta cambiaba el sentido de giro del motor y leía la otra cara, es decir, música sin fin.

Al salir de casa, el niño pidió la cinta en cuestión. Al principio la música me hacía gracia, al llegar a la provincia de Cuenca, incluso me gustaba, además el niño se dormiría pronto. En Albacete, el niño no se dormía y seguía jaleando la canción de aquel maldito jabalí africano y la alegre tonadilla comenzaba a cansar. En la provincia de Murcia era algo más que cansancio lo que sufríamos, odiaba cortésmente a la puñetera cancioncita, el niño no se dormía ni a la de tres y cada vez que hacíamos un intento de cambiar la cinta emitía un llanto agudo más estridente que el de jabalí disneyano.





El resultado fue que nos pasamos los cuatrocientos y pico kilómetros que separan Madrid de Murcia escuchando la dichosa música. Puedo asegurar que a pesar de la cantidad de años que han pasado, cada vez que escucho la canción me acuerdo del viajecito con un doble sentimiento, por un lado tengo un sentimiento de repulsa por el empacho musical pero por otro me acuerdo de la imagen en el retrovisor de mi hijito moviendo en su sillita manos y piernas al compás de la música y riéndose a carcajadas, y siento mucha nostalgia. Siento nostalgia porque ya es todo un hombre que me mira, con un punto de socarronería juvenil, desde su atalaya de un metro noventa. Sentimientos agridulces, ya sabéis cómo es la vida.

Lo que pasó en aquel viaje fue que mi mujer y yo estuvimos expuestos a altas dosis de un fenómeno que en psicología se denomina “efecto de mera exposición”(2). Este efecto fue descubierto por el psicólogo social norteamericano Robert Zajonc en 1968. Zajonc observó que la exposición repetida a un estímulo o mensaje que inicialmente es neutral o positivo, ya se trate de una cara, de una melodía musical o de un logotipo nunca antes visto,  es suficiente para que las personas incrementen sus respuestas afectivas y evaluativas hacia dicho objeto. En cambio, si la disposición inicial al estímulo es negativa, lo única que hará la repetición del mismo será empeorar la respuesta del observador.

Dicho de otro modo, si escuchas en la radio una determinada canción  y tu reacción inicial es “ni fu ni fa”, es decir, te es completamente igual, no te emociona; si te empiezan a repetir la canción en “los 40 principales”(3) varias veces al día, aumenta tu disposición a que esa música – inicialmente neutra – te guste. Y acaba gustándote. Eso lo saben las discográficas desde hace mucho y usan fórmulas repetitivas para promocionar las canciones pagando a las emisoras de radio para que repitan la canción hasta la saciedad y lo llevan haciendo desde antes del experimento de Zajonc.

En 1989, Bornstein encontró que el efecto de mera exposición estaba influenciado por el tiempo y la frecuencia de exposición. Por ejemplo, el efecto favorable hacia el estímulo tiende a estabilizarse tras un número elevado de repeticiones, entre 10 y 20 presentaciones, punto a partir del cual, el efecto incluso puede decrecer, que es lo que me pasó cuando llegamos finalmente a Murcia y ya no soportaba escuchar de nuevo la canción.

Borstein también descubrió que cuanto más breve fuera el tiempo de exposición al estímulo la magnitud del efecto era mayor, es decir, que los mensajes o estímulos breves tienen más posibilidad de ser más agradables al receptor (4).

A la hora de explicar por qué se produce este efecto se han planteado diversas hipótesis, a mi me hacen bastante gracia dos. En primer lugar la que los psicólogos, tan amantes ellos de poner etiquetas a todo, llaman “teoría de la reducción de la incertidumbre”. Propuesta por Harrison, sostiene que las sucesivas exposiciones a un estímulo reducen la competición entre las posibles respuestas a dicho estímulo, lo cual representa una sensación agradable que se atribuye al mismo. La segunda es la “teoría de la fluidez perceptiva” de Jacoby que sostiene que un estímulo presentado previamente sería más fácil de percibir que otro similar y nuevo, pudiendo las personas atribuir esa fluidez o facilidad al estímulo presentado. O quizás se deba a ambas causas, no parecen excluyentes.

La repetición es también una herramienta clásica de aprendizaje, nos lo dice la experiencia y nos lo confirman los neurólogos. ¿Quién no se acuerda de haber cantado repetidamente en voz alta las tablas de multiplicar?. Al parecer la repetición ayuda a afianzar las conexiones neuronales de nuestra memoria. De hecho, os puedo asegurar que yo, que soy un negado para recordar las letras de las canciones, al pasear por las calles de Murcia, me sabía el “Hakuna Matata” como el propio cantante, aquel malhadado jabalí que respondía al nombre de “Pumba”.

Se me ocurre una tercera propiedad de la repetición de estímulos y mensajes. Cuando una persona o institución repite machaconamente el mismo mensaje, con rotundidad, con seguridad, sin asomo de duda, provoca en el otro - el receptor del mensaje – una semilla de credibilidad, algo así como, “si lo dice tantas veces y está tan seguro pues debe ser verdad” . De hecho, al pasear por la calles de Murcia – en esa primavera maravillosa que suele disfrutar esa ciudad – y tarareaba la cancioncilla de marras, creía que la vida está para disfrutarla y que no hay que tomarse las cosas demasiado en serio, “Carpe diem”. Y esto os lo dice el que suscribe que suele ser bastante cenizo.

Sea por lo que fuere – el efecto de mera exposición, el aprendizaje repetitivo o la inducción de credibilidad - el sistema de repetir mensajes se utiliza en muchos órdenes de nuestra vida desde la publicidad hasta la pobres y sufridas madres de todas las partes del mundo que siempre nos recuerdan los mismos mensajes continuamente, “hijo cámbiate de calzoncillos no vayas a tener un accidente”, “el plátano está feo por fuera pero por dentro está muy rico”, “recoge tu habitación o te lo tiro todo a la basura”. Estos mensajes parece que no tienen efecto sobre el consumidor o sobre el hijo, pero al final el consumidor acaba comprando el detergente que se le anuncia machaconamente y el hijo acaba recogiendo su habitación…… cuando deja la casa de sus padres.

Todos estos efectos útiles de la repetición de mensajes, positivos unas veces y negativos otras, hacen que está técnica se utilice también, cómo no, en la política. Escenario éste en el que abundan toda clase de triquiñuelas, añagazas, prestidigitaciones y alevosías. Toda técnica que el ser humano utilice para confundir o engañar o – en el mejor de los casos - convencer a otros seres humanos de cosas que en buena parte de los casos van en contra de sus propios intereses, es útil en la política.

Así hemos podido escuchar o leer muchas veces los mismos mensajes: “El Estado soy yo”, “América es la tierra de la libertad”, “ein volk, ein reich, ein führer”, “puedo prometer y prometo”,”vamos a crear tropecientosmil puestos de trabajo”, “¡váyase Sr. González!”, “en Irak hay armas de destrucción masiva”, y voy a parar porque hay miles (5).

Centrándonos en España está tarea la hace mejor el Partido Popular que el Partido Socialista, los populares ganan por goleada, los socialistas son más torpones en estas cosas. Sospecho, pues no tengo ninguna prueba y puedo estar equivocado, que tienen una especie de gabinete de crisis de frases para salir del paso. Cada vez que sucede algo que pueda representar alguna ventaja o algún peligro para sus intereses el gabinete acuña urgentemente una frase, breve, enérgica, de esas que se dirige a las vísceras del oyente y no al cerebro. Luego se distribuye entre los dirigentes populares quienes la repiten continuamente ante todos los medios de comunicación que les preguntan. Pasadas unas horas de la situación que ha provocado la emisión repetida del mensaje, pasan a comentarios más pensados, que han sido diseñados con más información y reflexión pero que uno sigue sospechando que ese gabinete fantasma sigue detrás de ellos.

La última vez que hemos podido ver este comportamiento ha sido con el escándalo del ex tesorero del Partido Popular, el Sr. Bárcenas. Los dos principales diarios de Madrid, El País y El Mundo, han destapado una presunta distribución de sobresueldos a los dirigentes del partido en dinero negro obtenido de comisiones ilegales. A las pocas horas de salir a la luz, quizás a los pocos minutos, ya estaban los dirigentes emitiendo el mensaje de urgencia, esta vez neutro, sin entrar a valorar: “No me consta que haya habido comisiones ilegales en Partido Popular”. “El-no-me-consta” se hizo muy famoso. Pasadas veinticuatro horas cambiaron el mensaje y empezaron a poner en duda a las fuentes, al Partido Socialista que había abierto la boca muy poquito hasta ese momento, al Sr. Bárcenas, a la veracidad del cuaderno manuscrito que era el origen de todo. Había comenzado el contraataque.

Es una maquinaria muy poderosa la propaganda del Partido Popular, a la que no es ajena un grupo notable de medios de comunicación, y tengo una terrible curiosidad como sociólogo sobre la evolución del caso. Es muy grande la indignación que ha levantado, incluso entre los votantes propios, y habrá que estudiar el comportamiento de esa maquinaria y cómo varía la respuesta de la opinión pública expuesta a su propaganda en un país que está sumido en una terrible crisis económica, social y política. Esta vez lo tienen bastante más difícil. Veremos.

Entretanto me quedaré con los recuerdos de aquel viaje en que éramos más jóvenes y mi hijo era mi hijito. Viaje que parecía completamente rutinario y que sin embargo, pasados casi dieciocho años, todavía lo tengo presente como si hubiera pasado ayer mismo. Es el tremendo poder de la repetición.



Juan Carlos Barajas Martínez
Sociólogo


Notas:

(1)    Murcia es una ciudad del sureste de España de casi 450.000 habitantes (su área metropolitana ronda los 700.000) situada a 408 kilómetros de Madrid. Se trata de una importante ciudad de servicios en la que el sector terciario ha sucedido a su antigua condición de exportadora agrícola por antonomasia, gracias a su célebre y fértil huerta, por la cual era conocida con el sobrenombre de la Huerta de Europa. Entre sus industrias más destacadas se encuentran la alimentaria, la textil, la química, la de destilación y la fabricación de muebles y materiales de construcción. Para más información acerca de la ciudad de Murcia pulse aquí.
(2)    Para más información acerca del efecto de mera exposición pulse aquí.
(3)    Inicialmente comenzó siendo un programa de radio en la emisora Radio Madrid de la Cadena Ser en 1966, que difundía la lista de las 40 canciones más populares en España, la lista se confeccionaba por votación popular. Actualmente es una cadena de emisoras en FM que sólo se dedica a la música popular las 24 horas del día. Está presente en España y otros 10 países de Latinoamérica y Estados Unidos.
(4)    Borstein descubrió que la magnitud del efecto de mera exposición se ve facilitada cuando se impide a los sujetos reconocer el mensaje durante la exposición mediante tiempos de exposición muy breves o enmascarándolos. También se produce mayor efectividad cuando los estímulos son poco familiares y carecen de significado así como cuando la elaboración cognitiva de los mismos es relativamente baja. Esto me lleva a pensar en la gran efectividad de las campañas de publicidad en las que el mensaje está oculto, por ejemplo cuando se va a sacar un nuevo coche al mercado un día determinado y el eslogan de la campaña es “algo maravilloso va ocurrir el día tal”. No hay relación directa entre el mensaje y el objeto del mensaje.
(5)    He puesto diversos eslóganes políticos y frases de políticos de distinta procedencia simplemente como ejemplos conocidos que a todos nos suenan. No estoy comparando el mensaje nacionalsocialista de “ein volk, etc…” con los demás. Que nadie sea tan susceptible por favor.

Bibliografía:

La eficacia relativa del efecto de mera exposición y del condicionamiento clásico en la formación de preferencias
Pablo Briñol y otros
Universidad Autónoma de Madrid
Revista Psicothema
Año 2000, Vol 12, nº 4, pp. 586-593

Psicología Social
J. Francisco Morales, Carmen Huici y otros
Universidad Nacional de Educación a Distancia
Editorial McGraw-Hill
Madrid 2000

Vídeo de "Hakuna Matata", seguro que si lo veis repetidas veces os gustará:



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